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Vía de la Plata

Alcuescar - Cáceres

Alcuescar - Cáceres  

Día  2 Alcuéscar – Cáceres.

 

Habíamos pactado levantarnos a las seis y media, el hospitalero tenía que levantarse para abrirnos. Para mi era muy temprano, pero como nuestros compañeros vascos querían salir temprano, ajustamos nuestros horarios.

 

Estos amigos habían empezado en Sevilla. Les gustaba salir a las cinco de la mañana para evitar el calor. Salían con linternas intentando descubrir las flechas. Ambos eran jubilados. Crispín, el mayor, es un atleta, había realizado varias maratones, la última hacía dos años, ahora tenía setenta y cinco años. Cuando le conocí tenía problemas en la espalda, una lumbalgia, pero tenía tanta ilusión por llegar a Santiago que pese al dolor seguía  caminando, y puedo jurar que a un ritmo que era difícil de seguir. Era repetidor de la Plata y le gustaba parar en los sitios conocidos.

 

El otro, José Manuel, tendría unos sesenta y tres años y también andaba muy fuerte. Había empezado a caminar tres horas diarias desde que le jubilaran, hacía dos años. El año pasado había hecho el Francés y le había gustado tanto que no dudo en hacer la Plata con su amigo.

 

Ambos tenían fuertes creencias religiosas. Todos los días rezaban el rosario y recitaban la bendición del peregrino mientras caminaban.

 

Les conocí en el albergue de Mérida y se quejaban de las soledades. Estaban acostumbrados a tener compañeros de andanzas en los albergues y aquí tuvieron que aguantar muchos días de soledades. Creían que este camino no debía hacerse sólo y me lo reprendieron muchas veces, e intentaron en muchas ocasiones que fuera con ellos a su ritmo. A mi me apetecía la soledad y no creo que sea tan peligroso, si se tienen los cuidados adecuados y no se hacen locuras.

 

Ellos fueron los primeros que vi en Mérida y los acompañé hasta Astorga, donde nuestros caminos se separaron, pero quedaron en mi recuerdo para siempre.

 

Juntos bajamos a la puerta, donde el hospitalero, Josemari nos esperaba con una sonrisa y una manzana. ¡Qué gran pareja y que maravillosa entrega! Rezumaban cariño hacia los peregrinos, vivían pensando en ellos. En invierno haciendo cruces y cuadros de madera para los albergues.

Se notaba el amor que se tenían y la mano femenina de Nekane, que reprendía con ternura a Josemari. Difíciles de olvidar estos maravillosos hospitaleros que nos mimaron durante unas horas, haciendo un hogar de un albergue ya de por si cálido, donde el amor se palpe en cada uno de sus rincones.

 

Salimos juntos los vascos y yo, no se veía nada, y las flechas costaba distinguirlas, pero pese a ello ibamos deprisa. Estuve en varias ocasiones a punto de darme un mamporro contra el suelo, no veía las raíces y las piedras que salpicaban el suelo.

 

La parte buena fue que ese día pude vivir un maravilloso amanecer. El cielo fue cambiando de color poco a poco. Fue desde el negro hasta u azul clarito de forma suave mientras que oíamos los pájaros empezar a revolotear buscando su comida.

 

Se vio como el sol se abría paso entre las tinieblas lentamente. Primero un resplandor y al final un sol rojizo y enorme se recortó sobre el horizonte.

 

Hasta Casar de San Antonio pasamos por unas hermosas dehesas de ganado vacuno. Preciosos encinares servían de cobijo a estos fabulosos animales que nos miraban al pasar intentando descubrir nuestras intenciones. Muy bella postal de Extremadura. Mis compañeros tenían obsesión por llegar pronto, no les gustaba saborear el entorno. Eran como atletas en una competición. De buena gana me hubiera parado un rato a saborear el aire.

 

En Casar pasamos por el puente romano sobre el río. No me quedó más remedio que pensar en cuantas legiones transitarían entre las piedras que pisábamos. ¿cómo serían vistos por los habitantes de estos pueblos?

 

Pensé que quizás estarían mal vistos como aquellos conquistadores que utilizan la fuerza para imponer su voluntad. El paisaje sería más agreste y con más bosques de encinas y alcornoques. Los animales abundarían y la caza sería una necesidad para subsistir. 

 

No entramos en el pueblo y en vez de seguir el camino decidieron ir por la carretera. No entendía ese afán por llegar y no saber parar a disfrutar. El arcén para mi era muy duro e incómodo pese a que no pasaron muchos coches, era domingo.

 

Aquí no me atreví a revelarme y me adapté a los gustos de mis compañeros, aunque me reventara seguir por la N-630. Sobretodo porque había recorrido donde evitarlo.

 

Ante mis compañeros silenciosos, mi cabeza empezó a volar libremente por los recuerdos de anteriores caminos. Recordé mis andanzas por el aragonés y la gente que conocí, ya hace seis años. ¡Qué amistad más fuerte en tan pocos días! No he vuelto a saber nada de ellos pero les sigo considerando amigos.

 

En el camino pasa con frecuencia que vives momentos muy intensos con personas que luego no vuelves a ver. Normalmente es la distancia y la dejadez. La amistad es un pequeño animal que nace dentro de nosotros y que requiere ser alimentado para que perdure. Normalmente somos muy vagos para mantener el vínculo. Somos presas del momento y nos cuesta dedicar el tiempo necesario a quienes no están en el presente. Para mi revivir los momentos felices me levanta la moral y me hace muy feliz. Seré un romántico.

 

El paisaje se abrió de árboles y el sol fue calentando con fuerza, poco a poco pero sin parón. Era un paisaje más civilizado donde los cereales y viñedos se abrían paso.

 

Sobre las nueve y media llegamos a Aldea del Cano. Pasamos una gasolinera y poco después un cruce donde un bar de carretera nos recibió. Estaba cerrado y preguntamos a una señora de una casa cercana.

 

-         Abrimos en diez minutos, los domingos lo hacemos más tarde, no suele haber clientela. Esperar un momento si queréis desayunar.

 

Así lo hicimos, soltamos prestos las mochilas y nos sentamos en la escalera de subida al bar.

 

Ya necesitaba una parada. Según mis cálculos habíamos hecho dieciséis kilómetros en tres horas. Para mi demasiado deprisa, pero bueno hay días para todo y hoy tocaba esto.

 

Efectivamente abrió al poco rato y pudimos tomar un café con tostadas y un excelente chorretón de aceite. Crispín y yo dimos buena cuenta de la comida pero José Manuel prefería no tomar nada, decía que luego sentía pesadez de estómago. A José Manuel le molestaba especialmente las paradas. Decía que se quedaba frío y luego le costaba arrancar, doliéndole las rodillas. Yo prefiero parar cuando se pueda para capturar el espíritu del lugar. Para mi el camino representa descubrimiento de paisajes, lugares y personas. Esto requiere tiempo de observación y pocas prisas por llegar, da igual que al albergue se llegue a las dos o a las seis, lo importante es empaparse con los aromas, colores y sabores de lo que nos rodea. Me hace gracia ver a peregrinos aburridos en pueblos pequeños

 

 

Hoy no me importó acelerar pues sabía que mi destino era una ciudad con suficiente historia y belleza como para dedicarla toda una tarde. Se que es poco para conocer Cáceres pero seguro que volveré a visitarla con más profundidad en otra ocasión.

 

Mis amigos no querían llegar a ellas, les preocupaba más tener albergue, y se quedarían en Valdesalor, me parecía un desperdicio pero cada uno hace el camino a su manera.

 

Con el estómago satisfecho volvimos a caminar enfocando los pasos a la carretera. Ya más contentos mis compañeros soltaron la lengua y hablaron de sus familias e inquietudes. Es curioso como en la ruta se desatan los pensamientos y las palabras. Es más fácil comentar nuestros anhelos e inquietudes con extraños durante el esfuerzo. Quizás sea una reacción ante gente que comparte esfuerzo y sufrimiento.

 

Me contaron cosas de sus familias, con especial ahínco y alegría cuando hablaban de sus nietos, y de los que fueran sus trabajos. Estos les producían añoranza, había sido su vida durante muchos años y, ya jubilados, los echaban de menos. Se les veían los ojos iluminados cuando recordaban los momentos de esfuerzo y se sentían orgullosos hablando de lo importante de su empresa.

 

A mi me pasa lo contrario, prefiero olvidar el trabajo, quizás sea por que me quedan muchos años de seguir activo, o porque su trabajo era con las manos y el mío no.

 

Pasamos cerca de un aeródromo y pudimos observar algunas avionetas en su vuelo.

 

El calor seguía aumentando y las sombras brillaban por su ausencia. El ritmo seguía vivo.

 

Cuando no quería escucharles me retrasaba unos metros y así me aislaba. Pasamos cerca de un castillo convertido a negocio hotelero. Piedras con historia que se utilizan para lucrar las arcas de unos pocos, no me gusta que el patrimonio artístico-histórico sirva para enriquecer las bolsas de particulares. Creo en restaurarlos y hacerlos propiedad de todos.

 

Sobre las doce y media llegamos a Valdesalor. Un pueblo nuevo, creado durante los planes de desarrollo de los años sesenta. Como referencia, para los que seáis de Madrid, pensar en la Ciudad Pegaso. Su estructura y el tipo de casa era artificial. Sus calles paralelas y uniformes. En definitiva, un pueblo feo al lado de una carretera. Los problemas de población son los mismo que aquellos mayores. Cubrió una necesidad en un momento y ahora los motivos que le crearon han desaparecido, dejando una mole en la solana.

 

El centro del pueblo está presidido por una gran plaza abierta por el frente a la carretera nacional. En esta se encuentra el ayuntamiento, la Iglesia y el ambulatorio. El resto, son calles simétricas con sus casas pintadas de blanco. Parecían pabellones de cuarteles.

 

Entramos en un barecito que lo estaban limpiando y no pudimos tomar ni una cerveza. Mis compañeros se quedaban definitivamente aquí y se dirigieron a buscar la llave a casa de la encargada. Yo aproveché para descansar en la única sombra disponible, la parada del autobús.

 

Me descalcé y los masajeé en profundidad, el asfalto los había calentado demasiado y me daba miedo que me fueran a salir ampollas.

 

¡Qué placer cuando te quitas las botas y los calcetines después de una marcha! ¡Qué alivio y gusto!

 

Al poco oí:

 

-         Buen Camino peregrino.- Era Daniel que venía por el camino, también sediento.- ¿Qué haces ahí?

 

-         Descansando mientras vienen los vascos. Tengo los pies refritos. Hemos venido por la carretera y creo que nos hemos equivocado. ¿Qué tal por el camino?

 

-         Mucho calor también, aunque reconozco que menos que por el asfalto. En la pista de aterrizaje he perdido la ruta durante un rato. Menos mal que un obrero me ha dado la dirección correcta.

 

Se sentó conmigo mientras que volvían los compañeros.

 

-         A mi quitarme las botas no me gusta. Se me hinchan los pies y luego me duelen cuando vuelvo a encerrarlos.

 

-         Eso creía yo en mis primeros Caminos pero he descubierto, que mis pies bien aireados y con calcetines secos descansan más. Inclusive, cuando puedo, si los baños en agua fría un rato, dejándolos secar bien al aire me responden como si empezara de nuevo. De todas formas he aprendido que cada persona es un mundo en esto de los pies.

 

En estas llegaron nuestros amigos con la llave que les daba acceso al pequeño albergue. Me comentaron que un poco más adelante había una gasolinera con un restaurante abierto. Ellos se iban a duchar y luego tomarían allí el aperitivo.

 

Me calcé y nos despedimos, no sabíamos si el camino nos volvería a juntar. Pese al poco tiempo, me entristeció perder de vista a dos de los pocos peregrinos de la plata.

 

David y yo marchamos por un camino polvoriento de tierra durante un kilómetro, hasta el restaurante Oasis.

 

Era la una aproximadamente y necesitábamos comer algo y descansar un rato, la parada en Valdesalor había sido muy corta.

 

Un pincho de tortilla con poco huevo y muy reseca junto con una botella de agua grande nos sirvió para descansar durante media hora.

 

El nombre era muy adecuado, el sol calentaba y el paisaje era árido. Desde aquí se podía ver la carretera ascendiendo, y dedujimos, sin equivocarnos, que el camino iría paralelo a él.

 

Salí un poco antes que David, enseguida se cruza la nacional por un paso elevado y se entra en un camino ascendente hasta el Puerto de las Camellas. El calor era fuerte y una especie de calima nublaba el paisaje. Tuve que recurrir a mojar el pañuelo y colocármelo en la nuca. La subida se hacía pesada en el final de la etapa aunque pese a todo estaba contento. Llevaba dos días y estaba disfrutando de Extremadura en estado puro.

 

Esta elevación se va cerrando en una pequeña vaguada y se cruza de nuevo la carretera para subir por una pequeña torrentera. De vez en cuando miraba para atrás disfrutando del horizonte que había pasado en la mañana. Era hermoso el panorama todavía verde de una primavera tardía. La subida se hace un poco agobiante hacia el final, más por el calor que por la ascensión.

 

David con sus piernas largas me alcanzó y superó con facilidad. No me apetecía conversación. Quería escuchar el sonido de mis pensamientos y del entorno que me rodeaba. A él le debía pasar lo mismo pues no bajo el ritmo de su paso largo. En el alto unas instalaciones militares dieron paso a la visión de Cáceres. La entrada a la ciudad se hace de forma cómoda a diferencia de otras ciudades.

 

Un kilómetro antes de llegar a las calles alcancé a David, que había hecho una pequeña parada.

 

-         ¿Dónde vas a dormir hoy?.- Me preguntó.

-         No se, seguramente en algún hostal del centro. Creo que no hay albergue.

-         A mi me vienen a buscar unos amigos y dormiré en su casa. Si quieres vente y seguro que tienen algún lugar donde puedas dormir, son gente muy agradable.

-         Gracias pero prefiero ir a mi aire. Me gustaría visitar la ciudad tranquilamente y no tener que estar pendiente de nadie. Estoy haciendo el camino para encontrar mis sentimiento y descubrir lugares. No me apetece depender de nadie. Pero de todas formas muchísimas gracias.

 

Cuando llegamos a las primeras calles llamó por teléfono y quedaron junto a la nacional. Se quedó esperando y yo continué hacia el centro. Pasé junto a un hospital y un juzgado en una bajada larga, hasta que se presentó ante mí la subida al centro de la ciudad.

 

Me hospedé en un pequeño hotel junto a la figura realista de una repartidora de periódicos. Curiosa imagen con fuerte carga romántica.

 

Subí a la habitación y descargué los bártulos. Eran las cuatro y media de la tarde y se hizo inevitable la siesta reparadora. También realicé la primera colada con el jabón de olor del hotel, mañana olería la ropa a jabón de la Toja.

 

Me quedé dormido pensando en el camino ya hecho. Según mis cálculos unos setenta y tres kilómetros en dos días y no estaba especialmente cansado. Había habido variedad en tan poco tiempo. Historia romana en Mérida, encuentro con la naturaleza en el cordel del Gato, sentido de la hospitalidad en el albergue de Alcuéscar, concierto de música en una iglesia visigoda, primeras vacadas de bravos, compañeros de camino, y sobre todo,  contacto con una naturaleza dura y bella que llenaba de paz mi interior.

 

A las seis me desperté y me preparé para una visita de la ciudad. Recorrí su casco antiguo con tranquilidad, como un turista más. Llegué a la plaza grande y esplendorosa donde destacaban sus soportales llenos de terrazas y la muralla que daba acceso a la parte más antigua. Recorrí sus calles peatonales acompañado del rumor que producían las cigüeñas, muy abundantes en todos sus campanarios y torres. Tuve la suerte de topar con el centro de interpretación, y por medio de una película en tres dimensiones me contaron y mostraron la historia de la ciudad.

 

El protagonista era un simpático dragón volador que recorría las calles contando la historia de cada uno de los edificios.

 

De aquí, me dirigí a la Iglesia de Santiago, fuera de la zona amurallada. Estaba cerrada pero paré un rato sentado en un banco observando la vida que se movía con fuerza.

 

Más tarde, pregunté por la Plaza de Toros, era la salida para mañana. Entablé conversación con un caballero que se identificó como peregrino y me adelantó el recorrido de los próximos días. Se le notaba el entusiasmo de poder hablar del Camino que había hecho en varias ocasiones.

 

Una vez identificada la salida de mañana, volví a la plaza Mayor donde me senté a tomar una cerveza en una de las terrazas. Disfruté del paseo tranquilo de las familias un domingo por la tarde.

 

La paz llenaba mi corazón sintiéndome un observador de todas las cosas que sucedían a mi alrededor. Terminé la tarde con una opípara cena con migas y cordero asado, acompañado de un fuerte vino.

 

A las once ya me encontraba en la habitación dispuesto a descansar lo máximo posible, mañana me esperaban treinta kilómetros y nuevos paisajes y sentimientos.

 

Estaba en paz conmigo mismo y con el mundo.



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