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Vía de la Plata

Mérida - Alcuescar

Mérida - Alcuescar

Día  1 Mérida – Alcuéscar

  ¡Qué mal dormí! Al principio el calor y los nervios de la primera noche. Luego el chirrido de la puerta y la luz del recibidor cuando las peregrinas volvieron de una noche loca en Mérida. Más tarde los plásticos de los vascos madrugadores. Y por último algún que otro despertador.

  Decidí levantarme, intentando no hacer ruido. Saque todos mis bártulos de la habitación y me fui a la recepción. Eran las seis y media y estaba empezando a amanecer. Con la luz de las máquinas de café y bebidas me ajusté las botas por primera vez en el camino. Estaba impaciente y temeroso por comenzar. Era un camino nuevo que todo el mundo comentaba lo duro que resultaba. Hablaban de calor y soledades. Esto creaba un gusanillo en el estómago.  

Para desayunar cogí un café de la máquina y un buen trago de agua. Cuando estaba en estas salió de la habitación un peregrino que no había visto ayer.

 

-         Buenos días ¿Qué hora es?

 

-         Buenos días- Respondí intentando bajar al máximo la voz.- Son las siete. No te vi ayer. ¿De donde eres?

 

-         Claro, empiezo hoy. Llegué ayer a las once y media en el autobús que viene de Madrid. Perdona si ayer os molesté.

 

-         No te preocupes hubieron otros que metieron más ruido. Yo también soy de Madrid, y también vine ayer, pero en el autobús que salió a las 3 de la tarde.

 

Esta conversación se produjo mientras cargaba la mochila. ¡Puff! Aguantaré este castigo durante las próximas tres semanas.

 

-         Bueno, que tengas buen camino, seguro que luego no vemos.

 

-         Seguro. ¡Buen camino!.

 

Las luces de las farolas iluminaban las calles, aunque en el cielo se podía empezar a distinguir el azul mañanero entre nubes algodonosas. Preciosa postal del acueducto de los Milagros con un fondo celeste único del amanecer de estas tierras extremeñas. Era una mañana fresca y la vista del acueducto desde el parquecito un placer para los sentidos.

 

Tuve que dar una vuelta por las obras, en la salida de Mérida, no me gustó demasiado porque me encontré en algún momento perdido. No iba mal la cosa, no llevaba más de 1 kilómetro y ya había tenido que improvisar el recorrido. Pese a esta pérdida iba bien.

 

Enseguida cogí la carreterita secundaria que lleva a la presa de Proserpina. Sin ningún tráfico fui avanzando por el arcén observando los primeros prados y campos extremeños. En poco más de una hora llegué a las primeras casas de las urbanizaciones de Proserpina. Allí me recibieron unos perros ladrando con fiereza, menos mal que estaban tras unas vallas metálicas protectoras de mi integridad. Todos los chiringitos estaban cerrados y no fue posible parar a tomar un mísero café.

 

El reflejo de la luz solar sobre las aguas del pantano hacia un cuadro atrayente y seductor. Por la carretera secundaria seguí avanzando sin apenas cruzarme con vehículos, creo que fueron 2 en los más de ocho kilómetros.

 

Pasada la presa se continúa todavía tres kilómetros por asfalto, pero cada vez la civilización aparece más lejana y la naturaleza más fuerte. En todo el recorrido no faltan las flechas amarillas compañeras de viaje y andadura. Estas me llevarán hasta mi destino, Oviedo. Esta vez no quiero ir a ver al siervo, Santiago, sino al Señor, El Salvador.

 

Por fin una flecha me cambia de dirección y me introduce en un camino lleno de regatos de agua. Me pone feliz dejar el asfalto. Allí mismo aparece un cubo de piedra con azulejos laterales de colores y moldeado en lo alto la representación del Arco de Caparra atravesado por una línea amarilla. Me acerque a estudiar la representación y llegue a la conclusión que debía llevar la dirección de la línea amarilla. El significado de los azulejos no lo descubrí hasta varios días después. Curiosa y original señalización que tiene Extremadura que hace falta hacer un cursillo para interpretarlos, aunque reconozco que la estética no me desagrada aunque sea tan moderna y simbólica.

 

Pensando en estos cubos vi a un buen hombre con su gorro para el sol y su cayado. Estaba sentado en unas piedras a la sombra de una encina. Llevaba un cigarrillo de liar entre los labios. Cuando estuve a su altura me dijo:

-         Buenos días Peregrino. ¿Qué deprisa vas, si hoy no llegaras a Santiago?

 

-         Buenos días. Y tampoco llegaré mañana. Menos mal que ha acabado la carretera, me ha amargado un poco. Siempre prefiero los caminos de tierra, son mucho más frescos. Tampoco el paisaje de la urbanización me resulta muy agradable, aunque es maravilloso que una presa realizada en tiempo de los romanos siga en pie.

 

-         La verdad es que tienes razón. Piensa cuantos de nuestros edificios y carreteras se mantendrán en pie dentro dos mil años. Apostaría que ni la mitad de las que poseemos actualmente de tiempos romanos. Se construía de otra forma, los materiales eran diferentes y todo se hacía para perdurar en el tiempo. Hoy en día solo importa el momento.

 

-         Tiene razón vivimos en unos años de prisas y todo cuando se hace ya se piensa cuando debe caducar. Son los tiempos modernos. ¿Qué tal se vive por aquí?

 

-         Pues yo que ya estoy jubilado tranquilo aunque es una tierra dura y extremadamente bella cuando se le coge el truquillo. Hay que saber mirar y no solo ver. La naturaleza nos da siempre cosas bellas, pero no siempre sabemos distinguirlas. Parar y disfrutar de lo que nos pone delante proporciona grandes felicidades.

 

Me senté un rato a charlar con este filósofo extremeño. La edad da una perspectiva que muchas veces desaprovechamos por las prisas. Perdemos cantidad de cosas por no pararnos a disfrutar de lo que tenemos a mano.

 

Este buen hombre vivía en Carrascalejo y disfrutaba paseando por el campo antes que el sol calentara demasiado.

 

Diez minutos más tarde reemprendí el camino pensando en las palabras sabias de este hombre clarividente de la realidad.

 

Cuando terminé la cuesta una finca con ganado porcino de pata negra me enseñó esos bellos animales en su ambiente, rebozadicos en el barro. No pude dejar de pensar que en un año o poco más se convertirían en un manjar sublime.

Continué los dos kilómetros que me separaban del Carrascalejo observando las encinas. Ya en el pequeño pueblo no encontré a nadie hasta la salida. El pueblo era blanco y luminoso. Pasé por la puerta de la iglesia de la Consolación en la que destaca su torre. Estaba cerrada y no pude hacer la visita de rigor, esto es una constante en los caminos, las iglesias suelen estar cerradas excepto en las horas de oficios. Comprendo que los robos y ultrajes sean un gran problema para el patrimonio de las iglesias, pero creo que como casa de Dios deberían estar abiertas más horas para que sus hijos pudieran acudir cuando lo necesitaran.

 Otra vez por un camino paralelo a la N-630 se llega en poco rato a Aljucén. Aquí llegué a las once de la mañana y mi estómago reclamaba algo sólido, también mis piernas chillaban por un descanso. 

Encontré un bar enfrente de la iglesia renacentista de San Andrés. Era el único cliente y pedí un café, una tostada con aceite y un bocadillo de jamón para llevar.

 

Estando sentado desayunando, llegó David y un ciclista peregrino que venía desde Cádiz.

 

-         Mucha carretera tiene esta salida de Mérida. No me gusta nada pisar el asfalto. – dijo David mientras soltaba la mochila y pedía otra tostada.

 

-         Pues en la Plata hay demasiado recorrido por asfalto. No tanto en Extremadura como cuando se pasa de Salamanca. – Anunció el ciclista, era su cuarto camino por la Plata.- Este es un camino en muchos tramos sólo está pensado para ciclistas. Tanto por las distancias como por el asfalto.

 

Media hora estuvimos sentados descansando. El primero en salir fue el ciclista, que ya no volveríamos a ver.

 

Tranquilamente salí del pueblo solo, David quería terminar un segundo refresco. La salida se realiza por carretera durante dos kilómetros. Eran las doce de la mañana y el sol empezaba a calentar lo suyo. No me preocupé demasiado, llevaba las energías casi intactas y media bolsa de agua que consideré suficiente para llegar sin problemas hasta destino. ¡Qué ignorante era con la Plata en ese momento! 20 kilómetros al medio día y con solo litro y medio de agua.

 

Llegué hasta la gasolinera y las flechas me llevaron a un camino a la derecha. Iba con la cabeza puesta en mis recuerdos y de vez en cuando me detenía a contemplar la belleza de las encinas y de los primeros alcornoques. El campo estaba verde y lleno de flores que exultaban vida por todos lados. Múltiples cancelas tuve que abrir y cerrar.

 

El sol calentaba con fuerza y tuve que parar para echarme crema protectora, acababa de comenzar el camino y no era situación de achicharrarme el primer día.

 

En algún punto vi una señalización diferente, sobre unos palos de madera. Era la que correspondía con el Cordel de Gato. Esto parece una autopista, hay tres tipos de señales, las flechas amarillas, los cubos de la Junta de Extremadura y esta de corto recorrido. Todo un lujo para un camino que yo creía poco señalizado.

 

Cuando llevaba unas dos horas caminando desde Aljucén decidí parar a comerme el bocata y descansar un rato largo. El sol calentaba y necesitaba reposo. Encontré una buena sombra junto a una encina medio caída y para allá que fui. Apenas me desvié 15 metros del camino y le podía ver perfectamente.

 

Desenrollé la esterilla sobre la hierba y medio tumbado di cuenta del bocata. Estando en estas pasó David que quería parar más adelante. Pensé que él también valoraba la soledad para poder saborear estos bosques de encinas tan genuinamente mediterráneos.

 

Pensando en esto me fui recostando sobre la mochila y cayendo en una somnolencia maravillosa. La temperatura era ideal a la sombra y los pies me proporcionaban el placer de tenerlos liberados sobre la fresca hierba. Morfeo me agarró entre sus fuertes brazos y yo me dejé llevar a través del mundo de los sueños.

 

Me desperté a las cuatro de la tarde, estaba relajado y alejado de mi realidad diaria. Sólo habían pasado veinticuatro horas desde que cogí el autobús y lo veía distante en el tiempo. Me gustó la sensación y no quise reavivarla. Quería sólo sentir y conocer el momento, disfrutando de las cosas que me pudiera proporcionar el viaje.

 

Con cierta pereza empaqueté la esterilla y me puse las botas. No sin antes haber protestado los pies por volver a su cárcel. La verdad es que solo lo hicieron un instante, por que mi mente se centró en la belleza del encinar y olvidó todo lo demás.

 

El sol apretaba así que volví a embadurnarme de crema y me coloqué la bandana mojada al cuello, para evitar la insolación.

 

Vi que se acercaba un ciclista y me aparté del camino para dejarle el paso franco y cuando llegó a mi altura le dije el típico “buen camino” y ni siquiera me contestó o por lo menos yo no lo oí. No me molestó, pensé que gente mal educada hay en todos los sitios. También se me ocurrió pensar que a lo mejor se creía más poderoso por ir en un biciclo. Pero poco después, le vi pararse ante un cartel. Le alcancé y volví a decirle:

 

-         Buen camino

 

-         Buen camino.- Esta vez si que contestó- ¿Sabes por donde va el camino?

 

-         Pues depende a donde vayas. El mío continua por la derecha siguiendo la flechas amarillas. ¿Ves aquella sobre la valla?

 

-         Yo estoy siguiendo el Cordel del Gato.

 

-         Entonces no tienes que seguir las flechas y si las señales de corto recorrido.- Miré alrededor y en un camino que salía a la izquierda había una estaca con la señal. – Mira allí tienes una.

 

-         Gracias. ¿Estás haciendo el Camino de Santiago?

 

-         Bueno, estoy haciendo mi camino y en este momento coincide con el de Santiago. Mi destino está en Oviedo.

 

Me miró con cara rara y no pudo decir por menos:

 

-         ¡Pero eso está muy lejos! ¿cuántos días vas a tardar?

 

-         Bueno, como máximo tres semanas, pero no pienso en ello. Solo intento concentrarme en cada día. No te parezca tan admirable, durante siglos los hombres se han trasladado por la Vía de la Plata y lo hacían caminando. Piensa que la forma mejor de conocer las cosas es con calma, saboreando los momentos. En estos tiempos solo nos preocupa llegar deprisa y no nos detenemos en los detalles.

 

-         ¡Cuánto me gustaría hacerlo!- Ahora ya me miraba con mayor simpatía y hasta con un poquito de admiración.-

 

-         Tengo que continuar, que aquí al sol nos vamos a torrar. Buen camino.

 

-         Buen camino.- Me contestó alto y claro.

 

Sin más torcí por unas rodadas del camino de la derecha, mientras que él emprendía su ruta. Muchas veces las incomprensiones se solucionan con una pequeña charla.

 

Seguí disfrutando el paisaje y padeciendo el calor. Pero feliz por encontrarme por estos parajes que al poco se abrieron de árboles con dos praderas amplias y extensas. Pensé que tal vez fueran fruto de algún incendio del pasado. El tiempo para volver a crecer las encinas y los alcornoques debe ser grandísimo.

 

Palpé la bolsa del agua, a través de la mochila, y moté que estaba en las últimas y según mis cálculos todavía me quedaban siete kilómetros, por lo menos. Me agobié un poco.

 

Las praderas se acaban comenzando una zona de subida con arbolado. En una de las curvas apareció una cruz de piedra dedicada a un niño muerto. Una oración acudió a mi boca ya reseca. Pensé en parar un poco, pero ante la ausencia de líquido preferí continuar la ascensión.

 

Al poco aparecieron algunas casas de campo, todas ellas sin gente, y un poco después llegué al alto donde ya es distinguible el pueblo de Alcuéscar. El camino mejora notablemente y mi cabeza se alegró por la proximidad del descanso.

 

Aunque parece cerca todavía quedan más de tres kilómetros. A mitad de este trecho vi a la derecha una finca con un hombre con mono regando su huerta, no me lo pensé dos veces.

 

-         Buenas tardes.- Grité desde el camino.

 

-         Buenas tardes y muy calurosa para andar.- Respondió

 

-         Efectivamente el sol aprieta con ganas. ¿No tendrá un poco de agua?

 

-         Si, pasa la cancela y ve junto al chamizo.- Mientras que se acercaba a la pequeña caseta.

 

Abrí la cancela y avance hasta donde me dijo. Al llegar solté la mochila a la sombra mientras que él elevaba la cuerda de un pozo, donde sacó una botella puesta a refrescar.

 

Sin pensármelo dos veces le di un tiento que casi la dejo terciada.

 

-         Bebe despacio que te va a sentar mal. –Me dijo con voz de padre aconsejando a su hijo.

 

-         Iba seco. Al sol se nota la calorina de las horas caminadas.

 

Nos sentamos en un banco de madera desvencijado. El buen hombre se quitó el sombrero de paja mientras que con un pañuelo de tela arrugado se secaba la frente. Le ofrecí la botella y me dijo:

 

-         No termínatela, yo tengo más refrescándose.

 

-         Gracias, ya lo necesitaba. Me han engañado las distancias desde Aljucén.

 

-         En esta tierra hay que proveerse de agua por que las distancias son muy largas, y aunque parezca que a la sombra no hace mucho calor, cuando te da el sol toda es poca.

 

Estuvimos veinte minutos charlando de lo que cultivaba y me dijo que lo hacía más por que era lo que había hecho toda su vida que por el fruto. Estaba retirado y vivía en Mérida con su hija, pero todas los días venía a dar una vuelta y regar.

 

-         Esos tomates y lechugas si que tienen sabor, no los que estáis acostumbrados a tomar en las ciudades.

 

Sin más se fue directo hacia una tomatera, cortó dos tomates maduros y un poco deformes.

 

-         Toma para que sepas el buen sabor que tienen.- Me los ofreció con sus manos fuertes, duras y ásperas por muchos años de trabajo.

 

-         Muchas gracias, seguro que son fantásticos.

 

Simpático campesino que me acogió dándome lo que necesitaba, agua y agradable charla. No se que me pasa, pero siempre en el camino Santi me proporciona regalos cuando lo necesito.

 

Tras despedirme continué mi camino. Un kilómetro más adelante vi que las flechas se dirigían hacia el centro del pueblo pero un caminito a la izquierda iba hacia la carretera y que al final de esta se veía un edificio con una especie de torre, supuse que era el albergue que buscaba. Sin dudarlo, hacia él me dirigí. Efectivamente en un cuarto de hora me encontraba entrando en el mismo.

 

Entré por la puerta principal compuesta de tres arcos de ladrillo que dan paso a una especie de plaza presidida por un cruceiro con una cruz. Me dirigí hacia el edificio principal. Allí estaban sentadas varias personas que sin que llegara a preguntarles me dirigieron hacia la puerta.

 

La puerta da paso a un patio con sabor andaluz.

 

-         Buenas tardes peregrino. Sube por la escalera de la derecha que el albergue está en la tercera planta.- Me dijo un hermano vestido con sotana.

 

El patio estaba rodeado de pasillos amplios llenos de puertas. Subí las escaleras empinadas con u notable esfuerzo. Llegué a la tercera planta y presidiendo estaba una Virgen y a la derecha un pasillo. Por él llegue a un salón donde me espera una señora sonriente y para mi conocida. Pero en ese primer momento no la encaje en mis recuerdos.

 

-         Buenas tardes peregrino. Suelta la mochila y siéntate que ya has llegado a destino.- Me dijo con infinita dulzura. Su voz tenía un fuerte acento vasco.

 

Solté los bártulos y más que sentarme me derrumbé sobre un sillón. Mientras ella me llenó un gran vaso de agua y me acercó una naranja.

 

-         Toma que pareces reseco.

 

-         Muchas gracias. Vengo seco.

 

Sin más di cuenta del líquido. Mientras tanto mi cabeza buscaba en el recuerdo y no lograba encajar esa cara y esa voz, pero no dudaba que era conocida.

 

-         Este es un camino precioso, pero las distancias son muy grandes y el agua más bien escasa. ¿De donde vienes hoy?

 

-         Desde Mérida y es el primer día. Esperaba que con litro y medio podría hacer estos últimos kilómetros y creo que me he quedado un poco escaso.

 

-         Este camino es muy diferente al Francés, hay muchos menos servicios y el sol calienta mucho más.

 

-         Perdona, tu cara me resulta familiar pero no consigo encajarla. ¿Cómo te llamas? ¿Has estado en algún albergue del Francés?.- No aguantaba más la curiosidad.

 

-         Me llamo Nekune y seguramente me conoces de Grañón o de Arrés. Han sido muchos años ejerciendo de hospitaleros voluntarios.

 

Eso es, se iluminaron mis ojos al terminar de localizarla.

 

-         Mi camino aragonés, cuando la inauguración del albergue de Arrés. Me acuerdo de una paella fantástica. Tu estabas allí, con el padre Ignacio y un grupo grande de hospitaleros. Tengo un recuerdo maravilloso de ese día en mi primer caminito.

 

-         Efectivamente, fuimos a la inauguración, junto con otros 10 o 15 personas. Yo no hice la paella pero si unas tortillas.

 

Recordé con ella ese día fantástico y la acogida maravillosa que tiene ese albergue. Me contó que su marido, Josemari, era el artista que hacía los letreros de madera que presidían la puerta del albergue.

 

El albergue tiene ocho o diez celdas y una habitación con quince literas. A mi me dio una celda individual.

 

-         A los que vienen andando hay que proporcionarles la tranquilidad que les permita dormir y recuperar fuerzas. - A todos los peregrinos esa noche nos dieron celdas, sólo fuimos 6 peregrinos a pie, a dos de ellos no volví a verlos, y cuatro con bicis.

 

Me contó la maravillosa labor que hacen los hermanos por los pobres y los más desvalidos. Había más de cincuenta enfermos que cuidan y amparan, sin pedir nada a cambio. También dan formación gratuita a chavales sin medios. Esta labor la realizan gracias a la Caridad, que es su único sustento para los enfermos y los niños que amparan, protegen y educan. Me contó que nunca han pedido ayuda oficial pero que siempre hay gente dispuesta a aportar para cubrir sus necesidades. Una obra fantástica del padre fundador (Ver anexo I). Sueño de un hombre entregado a la causa hasta su muerte.

 

Después de la charla marché a la habitación para la ducha de rigor y poder descansar un rato. Esta tenía una cama de 80 con un pequeño lavabo y un ventanuco. Era todo sencillo pero limpio y suficiente para mi.

 

A las siete y media decidí dar una vuelta por el pueblo. Es un pueblo blanco de calles estrechas, empinadas y, sobre todo, blancas. La gente se quedaba mirando al pasar y daban las buenas tardes. Sin darme cuenta fui ascendiendo hasta la ermita del Calvario. Pequeña ermita blanca y circular, con un pequeño cimborrio en la parte alta. Las vistas del valle son fantásticas desde ese lugar. El esfuerzo de la subida bien vale por la belleza del paraje.

 

Cuando llegue Nekune me cogió del brazo y me llevó hasta la iglesia. Esta es muy humilde pero muy curiosa. Nada más entrar esta la tumba del padre fundador con una lápida negra. Este templo se construyó con ladrillos vistos aparentando las paredes de un castillo donde orar a Dios desde el recogimiento. Allí nos reunimos los peregrinos para recibir la bendición antes de pasar a cenar. Fue muy entrañable y no pude dejar de recordar la bendición recibida en Roncesvalles en anteriores caminos.

A las nueve era la cena comunitaria, los hermanos comparten la cena con los peregrinos sin pedir nada a cambio. Nos juntamos doce personas alrededor de la mesa alargada, seis peregrinos a pie, David, José Manuel, Crispín , y dos alemanes que no había visto caminando ni volvería a ver,  2 parejas de ciclistas y los dos hospitaleros. La cena fue abundante y sabrosa.

 

Terminada la cena se acercaron dos de los hermanos y nos comunicaron que esa noche había un concierto de un tenor en la basílica de Santa Lucía del Trampal, que era una ermita que se encontraba a 6 kilómetros del pueblo, qué si queríamos ir. Nos llevarían en coche y que como mucho a las 12 estaríamos de vuelta.

 

¡Qué sorpresa! No podía perder esa ocasión. En el camino no hay que perder ninguna oportunidad que se presente de conocer cosas nuevas. Solo nos apuntamos David, José Mari (el hospitalero), dos ciclistas y yo.

 

Nos repartimos entre el coche de José Mari y la furgoneta de uno de los hermanos. También fueron tres alegres novicios.

 

Santa Lucía es una basílica visigoda construida sobre un santuario pagano previo, de tiempo de los romanos. Es única en el sur de España. Es una iglesia con tres naves muy estrechas, de las cuales solo una se mantiene en pie.

 

La nave que se mantiene en pie estaba repleta de gente ya escuchando al tenor del pueblo que era acompañado por una pianista. La sonoridad del lugar era magnífica y las romanzas resonaban de forma espectacular sobre esas piedras de nuestra de la historia.

 

A las doce de la noche ya estábamos de vuelta. Sobre la cama los hospitaleros nos habían dejado una hermosa cruz Tau, hecha con sus manos, una muestra más de cariño.

 

Repasando las incidencias del día, dormido me quedé, en aquella celda llena de amor y con la cabeza llena de Plata.

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