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Vía de la Plata

Cáceres - Embalse de Alcántara

Cáceres - Embalse de Alcántara

Día 3 Cáceres - Embalse de Alcántara.

 Dormí profundamente soñando con el camino. Recorría veredas y trochas acompañado de mis amigos y de recuerdos de mi vida, como una película, solo que era yo él que se movía y el resto permanecía estático en los bordes. Todos me animaban a continuar jaleando todos mis pasos.

 

Se entremezclaban caras, paisajes y momentos con lugares, cielos azules y amaneceres radiantes. La mochila no pesaba y los pies se movían ágiles y presurosos, sin ningún sentido de dolor.

 

Las sonrisas presidían en todo momento el marchar. Me desperté feliz intentando retener cada momento del sueño para poderlo recordar cuando estuviera cansado y desanimado.

Miré al reloj y vi las seis menos cuarto. Tenía tantas ganas de volver al camino que me levanté y empecé a recoger la ropa seca, metiéndola en la mochila. Todavía estaba un poco organizada.

Dejé la habitación intentando no meter ruido, como si fuera un albergue y pudiera despertar a algún peregrino. Pregunté en recepción por algún lugar donde desayunar.

 

-         A estas horas pocos sitios hay, pero en la calle paralela hay una churrería que abre muy temprano- Me respondió un recepcionista somnoliento.

 

Hacia allí me dirigí. Todavía estaba oscuro y muy pocos paseantes estaban por las calles, y estos tenían cara de lunes, ojos cansados y pasos rápidos que se dirigían a sus trabajos. Un barrendero ajustaba la manguera para regar la calle. Me acerqué a él le pregunté por el bar. Con gran amabilidad dejó la manguera y me acompañó hasta la esquina, para que no me perdiera.

 

La churrería estaba llena de humo de aceite, y el olor a porras y churros era profundo. Pedí una ración de calentitos y un café con leche. Me senté en una mesa y tranquilamente di cuenta del desayuno.

 

El local tenía movimiento de clientes habituales que conversaban de fútbol con los camareros. Se notaba la complicidad en las bromas futboleras. El local era sencillo y luminoso, pero su mayor valor era el ser un lugar vivo, donde la gente se sentía a gusto, pese al olor.

 

-         Ayer la volvisteis a fastidiar. Este año no ganáis la liga aunque la regalen.- dijo un camarero.

-         Bueno, espera hasta el final que hasta el rabo todo es toro.- Respondió un cliente rechoncho y sonriente.

-         Me suena a palabras de consuelo. Si hubierais ganado dirías otras.

-         Pero si es verdad, vosotros estáis ganando con suerte y por los árbitros. Mi equipo en cambio hace un juego niquelado.

 

Siguieron lanzándose puntadas mientras que yo daba cuenta de unas porras recién hechas que me supieron a gloria. Con pereza volví a cargar la mochila.

 

-         Qué tengas buen camino.- Me dijo el camarero a modo de despedida mientras que sus compañeros de conversación me miraban como a un bicho raro.

-         Gracias, y creo que este año no ganáis la liga.

-         Joder otro forofo del ....

 

La calle estaba medio desierta, hacía fresco pero amenazaba con ser un día caluroso. Recorrí el centro peatonal volviendo a pasar por la plaza Mayor, donde las terrazas vacías con el suelo recién regado ampliaban su belleza. Hermosa ciudad para vivir en equilibrio. Pasé estrechas calles, todavía dormidas, y al final por la plaza de Toros donde me reencontré con la flechas indicadoras.

 

Bajé por una avenida en obras que me llevó a otra plaza moderna, donde salía una carretera con el indicador de Casar de Cáceres. Aquí perdí la indicación, sabía que había camino pero no lo localicé, así que seguí por el asfalto.

 

El tráfico era abundante y el arcén estrecho, cosa que no me gustó demasiado por no sentirme seguro.

 

Estaba amaneciendo un nuevo día. Fueron dos horas y media bastantes incómodas, si  exceptuamos los dos últimos kilómetros, en que pude coger un camino paralelo, después de pasar la circunvalación. En este trecho asistí al amanecer y tuve la compañía de mi sombra reflejada sobre los campos.

 

Estaba descansado y la soledad me acompañaba. Poco antes de llegar a Casar encontré a múltiples señoras que caminaban deprisa mientras hablaban de sus cosas. Yo los llamo caminos del colesterol, porque la mayoría sirven para cumplir la receta de los médicos con aquellos pacientes que tienen cierta edad, como manera de combatir su sedentarismo.

 

Pensé que en sus conversaciones diarias debían “pelar” a todo el mundo, no dejando títere con cabeza. También es cierto que en algo se tienen que entretener en su rutina caminera diaria.

 

La entrada del pueblo se hace por un paseo ajardinado con abundante arbolado. Se veían a los chavales con mochilas dirigiéndose a los últimos días de colegio. Corrían y chillaban, notándose su energía y alegría.

 

Encontré un bar y entré a tomar el cafelito correspondiente. Eran las nueve de la mañana y ya había recorrido doce kilómetros. Pregunté por una tienda donde comprar pan, embutido y fruta. Sabía que hasta el embalse no había ninguna otra población y, que inclusive allí, no sabía si abría alojamiento y comida.

 

Pregunté al camarero si estaba abierto el hostal o el albergue, pero no supo decirme. No me preocupó demasiado, confiaba en mi suerte. Estuve media hora descansando, hasta que supuse que estaban abiertas las tiendas.

 

El paseo ajardinado termina en una calle que dirige hacia el centro del pueblo. Aquí encontré una panadería que descubrí más por el olor a pan recién hecho que por el cartel anunciador, que era pequeño. En una fuente llené la bolsa de agua con unos dos litros de agua, que creía suficiente. Si llego a saberlo lleno los tres litros disponibles, en la Plata el agua nunca está demás aunque esté caliente.

 

Con la despensa bien llena reemprendí la marcha. El sol empezaba a calentar fuerte pero no sería nada para lo que me esperaba.

 

Al final del pueblo pude disfrutar de la hermosa ermita de Santiago, al que me encomendé de pensamiento. No pude visitarla, estaba cerrada (¡Vaya novedad!)

 

A partir de aquí un camino bastante cuidado asciende rápidamente a un llano, por el que caminé durante las siguientes horas. A derecha e izquierda fincas de ganado van apareciendo, todas ellas valladas por muros de piedra y alambre.

 

Pregunté a un trabajador por la distancia y me dijo que unas cuatro horas, que el camino era bueno y que en el tramo final me tocaría asfalto, cosa que ya sabía.

 

-         ¿Sabe si el albergue del embalse está abierto?

-         La verdad es que la última vez que estuve estaba cerrado, pero ahora no lo se.

 

No me alegró mucho la respuesta, pero seguí confiando en mi suerte y que Santiago proveería, de momento era un día luminoso y estaba optimista.

 

Se veían grandes distancias de un paisaje ondulado, había pocos árboles pero las vistas eran hermosas. El campo estaba verde por las lluvias primaverales y las flores daban un punto de color. En este tramo los miliarios de la calzada eran muy abundantes. Estos son los puntos kilométricos de la calzada romana.

 

Me encontraba fuerte y lleno de energías, y sobretodo me agradaba lo que estaba viendo. El cielo tenía un azul intenso, sin una sola nube que tapara el sol radiante que amenazaba con mucho calor, pero que ahora, todavía las diez de la mañana, satisfacía los sentidos.

 

Cuando llevaba dos horas andando en soledad y disfrutando del entorno, aparecieron dos muchachas con mochilas viniendo hacia mi. Eran rubias, jóvenes y coloradas como cangrejos. Claramente se notaba su procedencia del norte de Europa.

 

-         Buen camino.

-         Buen camino. ¿cuándo queda para Casar?.- Preguntó con un fuerte acento alemán la más joven.

-         Un par de horas de buen terreno. No tiene pérdida.¿De donde venís?

-         Del embalse.

-         ¿Está abierto el albergue?

-         Si, y por cierto es muy agradable. Desde Salamanca de los mejores.

-         Gracias, es un alivio saber que hay sitio donde dormir. ¿hasta donde vais?

-         Queremos descubrir y sentir la calzada romana. Somos estudiantes de historia y queremos descubrir los sentimientos de la gente que recorría esta ruta. Además estamos tomando apuntes para un trabajo de campo para la universidad.

 

Arriesgado el recorrido que escogieron para conocer la Vía de la Plata, viendo todas sus indicaciones al revés.

 

Rápidamente nos despedimos, nuestros caminos eran contrarios y supongo que las visiones del mismo serán diferentes, según se vaya o se venga. Muchas veces he pensado esto. Es posible que no reconocería un paisaje si me lo enseñaran al revés. En este, siempre la perspectiva es de sur a norte. Por esto, y por mi curiosidad, muchas veces me gusta darme la vuelta y mirar por donde he venido.

 

Cuántas horas nos pasamos andando con la vista enfocada al frente, seguro que nos perdemos cosas interesante por no andar al revés.

 

Pasé algunas cancelas y bastantes miliarios. Recuerdo una granja de ovejas donde en un cercado habría unos dos centenares de ovejas pastando dispersas. Una de ellas había pasado la valla separadora y no podía volver con sus compañeras. Se la veía asustada y temerosa de mi presencia.  Cuando me acercaba emprendía una carrera alejándose de mi. Esto lo repitió tres o cuatro veces, pese a que la empecé a hablar suavemente.

 

-         Estate quieta que no voy a hacerte daño, solo quiero seguir.

 

No me atendía, y volvía a correr buscando desesperadamente un lugar de paso. Esto duró hasta que en un lugar el vallado estaba más bajo y pudo saltar. Corrió aliviada hasta encontrarse de nuevo con sus amigas.

 

Poco más adelante hay diez o doce miliarios amontonados en una finca particular. Me dio pena que estuvieran abandonados cuando podrían ser expuestos para ayudar a comprender mejor la vía. También encontré algunos formando parte de vallados y edificios. ¡Algún días valoraremos el patrimonio abandonado!

 

El sol empezó a calentar muy fuere y necesitaba una parada donde reposar los pies. Encontré una pequeña subida y un montón de piedras grandes bajo una encina. Sin dudarlo hacia allí fui.  Solté la mochila, liberé los pies y me tumbé a la sombra. Las vistas eran magníficas con una brisa suave y refrescante.

 

Se veía algún águila suspendida en el aire buscando alguna presa. Sus movimientos eran suaves pero tremendamente efectivos, se remontaba poco a poco y sin aparente esfuerzo hasta una altura que se perdía de mi torpe vista.

 

Alguna nube surcaba el cielo azul intenso, dando un toque al paisaje que lo embellecía más.

 

Los pies me trasmitían su felicidad y me comunicaban su sentimiento de resistencia a volver a calzarse los calcetines. Estaba intentando convencerles cuando vi un grupo de ciclistas por el camino.

 

-         Buen camino.- Saludé desde mi atalaya.

-         Buenos días.- Me respondió él que iba en cabeza.- ¡Qué, descansando del esfuerzo!

-         Si, ya lo necesitaba. Vengo desde Cáceres y todavía creo que me queda un tirón.

-         Nosotros también hemos salido de allí, pero nos hemos dado una vuelta antes de salir. Es una ciudad que bien vale una visita.

-         ¿Hasta donde vais?

-         Esperamos llegar a Grimaldo por lo menos, aunque si vamos bien llegaremos a Aldeanueva. Supongo que tu terminarás en el embalse.

-         Eso espero, sí está abierto, y sino seguiré hasta el siguiente, Cañaveral. No me preocupa demasiado si tengo agua suficiente.

-         Me dais grima, vais tan despacio que yo me desesperaría. Me aburriría yendo tan lentamente.

-         Bueno, yo lo hago porque lo importante para mi no es llegar pronto. Si fuera por eso iría en avión. Necesito tiempo para ver y disfrutar de los lugares. También me sirve como terapia de mi vida diaria. Aquí intento parar y conversar con todo el mundo, sin importarme clase social, religión, creencia o país. Todos son dignos de ser escuchados y todos me pueden enseñar algo. Voy con los ojos abiertos al mundo que en las grandes ciudades somos miopes por el egoísmo humano. Perdona no quiero darte una charla.

-         No, pero si me encanta tu sinceridad. Aunque sigo pensando que yo me aburriría, sobretodo yendo solo como tú.

-         Cada persona es un mundo y unas circunstancias. A mi la soledad del camino me ayuda a reencontrarme, a escuchar al corazón y olvidarme de las tensiones de la cabeza. Yo siempre he pensado que la cabeza sufre una limpieza desde la observación de la naturaleza. Que es la que nos muestra la realidad del mundo. Habitualmente vivimos en un habitat ficticio, la realidad está en lo natural y simplemente observándola y escuchando podemos purificarnos entendiendo lo auténticamente importante y arrinconar lo trivial.- Vi al grupo que se habían bajado de la bicicleta y escuchaban atentamente, mientras que reponían líquidos.

 

 Ante aquel grupo escuchándome, quedé sorprendido de hablar tanto. Debía ser el camino en soledad.

 

-         Perdonar por la perorata. Lo único que os cuento es mi pequeña realidad, que no tiene que ser la más verdadera, pero os puedo asegurar que es la que mueve mis intenciones, pensamientos y piernas.

 

Estuvimos un rato charlando y cambiando opiniones del camino. Me di cuenta que se habían saltado lugares imprescindibles, como Alcuéscar, y se fijaban más en los kilómetros que hacían que en observar las maravillas que el camino proporciona. Charlaban de su mundo pero no se detenían a comprender lo que tenían al alcance de sus sentidos.

 

Les interesaba las relaciones entre ellos, no las relaciones ajenas al grupo. Este puede ser uno de los inconvenientes cuando se hace el camino acompañado, que no nos abrimos a los demás y es una extensión de su vida.

 

Terminé de ponerme las botas, pese a la resistencia de los pies, y reemprendí la marcha mientras que los ciclistas marcharon a toda velocidad.

 

El camino continuó en una suave ascensión, y las llanuras se convirtieron en pequeños montes, hasta un punto que inicia un descenso zigzageante hacia la carretera que lleva al embalse. Se llega a la carretera y un sendero con constantes subes y bajas, que me agobió un poco, va paralelo al asfalto. En algunos tramos los matojos y los matorrales cierran el paso y se hace muy pesado caminar.

 

Eran las dos y media de la tarde y el sol golpeaba fuerte, minando mis fuerzas. Sudaba abundantemente y los dos litros iniciales empezaban a escasear.

 

Llegué a un punto que tuve que coger la carretera para atravesar el pantano en el ramal del río Almonte, por un puente con unas vistas fantásticas y muy hermosas. Pensé en el contrasentido de tanta agua y yo tan poca en la bolsa.

 

Nada más atravesar el puente iba achicharrado y noté que tenía que controlar el agua. Me apetecía beber a cada poco rato. A la derecha apareció un pequeño camino de tierra con un arbusto grande que daba una pequeña sombra, y sin dudarlo mis piernas emprendieron una carrera hacia allí, pese a que mi cabeza me decía que debía continuar por la poca agua  de mi mochila.

 

Se impusieron las piernas y la cabeza cedió al frescor.

 

En el borde del camino extendí la esterilla y me tumbé con los pies al aire y levantados, no aguantaban más presión y peso. Hay horas que en estas tierras el sol aprieta de tal manera que se hace obligatorio el descanso.

 

La imagen de la masa de agua llena hasta los bordes, refrescaba y un sopor suave hizo que cayera dormido un buen rato.

 

Sabía que el albergue estaba cerca pero no tenía prisa en llegar. Dos horas estuve parado antes de reemprender los kilómetros finales.

 

Por carretera se hace el recorrido con el pantano como compañero. El tráfico es poco, aunque algunos corren demasiado para las curvas (cuidado en este tramo, como siempre que se va por asfalto). Al rato, se pasa al lado deun apeadero fantasmal de RENFE, sin ningún servicio para el caminante. No vi a nadie en sus proximidades.

 

Un poco más adelante llegué a la presa sobre el Tajo. El poco aire levantaba muchísimas telarañas que volaban y se enganchaban en la cara, situación bastante molesta, teniendo que parar un par de veces para quitármelas de encima.

 

Por fin, emprendí la última subida hasta un cruce con caminos. Él de la derecha marcaba una flecha de continuación y él de la izquierda indicaba el albergue. Aquí mismo había un bar-restaurante que anunciaba comidas y bebidas, al acercarme me di cuenta que estaba cerrado. Una pareja estaba descargando una furgoneta y les pregunté:

 

-         ¿Se puede beber algo?

-         No, está cerrado. El albergue lo tienes bajando por el camino. Esta semana descansamos. Pero si quieres beber ahí puedes hacerlo en la fuente.- Me contestó con un fuerte acento extranjero.

 

Ante la proximidad del descanso y la imposibilidad de tomar una cerveza fresquita continué hacia el agua.

 

Esperaba encontrar una casa pero lo que se me apareció, casi llegando a la orilla, fue una especie de almacén de hormigón bastante feo, por cierto. No tenía puertas ni ventanas, pero una señalización marcaba que era el albergue, así que subí por el lateral una pequeña cuesta. Apareció el frente, totalmente distinto a la parte trasera. Grandes ventanales de cristal  tapados con contraventanas metálicas y enormes.

 

Entré sin pensarlo y apareció la recepción con un joven. Este me sonrió y me dijo:

 

-         Bienvenido. Pareces cansado.

-         Bueno el sol es muy fuerte y la verdad es que la carretera no ayuda. ¿Me puedo quedar?

-         Por supuesto que si, además de momento eres el único.

 

Me explicó que era parte del proyecto Alba Plata que había puesto en marcha la Junta de Extremadura. Que se cobraban 10 euros con sábanas y con derecho a desayuno. En cuanto a la cena se podía encargar por 7 euros más. El albergue más cercano estaba a tres horas, y no me apetecía continuar con aquel calor.

 

El sitio está francamente bien, con un diseño modernista y con capacidad para más de cincuenta personas. Todo era amplitud y luz, tanto que le pregunté si había muchas ocasiones que se llenara. Me dijo que él sólo lo había visto lleno una vez y por que había llegado una excursión en autocar. Lo normal en temporada alta, marzo, abril y mayo, es que hubiera ocho o diez, la mayoría ciclistas. A partir de ahí solía haber uno o dos, el verano era mala época en la Plata.

 

Me duché tranquilamente y me bajé a las orillas del pantano. Me senté debajo de unos enormes pinos. Era muy agradable ver la orilla. Sólo se oía el murmullo del viento y los cantos de los pájaros. Me sentía relajado, no tenía prisas, estaba lleno del entorno de paz. Intenté percibir y retener las pequeñas cosas, los detalles, que se me ofrecían. Las piedras, los árboles, el agua, el cielo, ...

 

¡Que maravillas! Cuanta energía y belleza se guardaba detrás de cada una de ellas y que conjunto más equilibrado y armónico. Nada desentonaba y todo se relacionaba con lo demás. Que pocas veces nos paramos a observar la naturaleza. Las prisas son nuestras consejeras en la ciudades, y le damos la espalda a lo principal. Vivimos en mundos artificiales y pasamos de aquello que es la base de nuestra vida.

 

Volví a las dos horas al albergue y allí estaba todavía el hospitalero. Me informó que había llegado un madrileño y que esa noche no iba a estar solo. Supuse que era David. Se había instalado en otra habitación para tener más independencia.

 

Sobre las ocho llegó la cena. La trajo el extranjero del hostal. Ensalada, chiles con carne (bastante picante, ¡uh que sudores!), fruta y vino. Fue más apetitosa por el hambre que por el sabor, aunque lo puedo considerar como suficiente. Mano a mano dimos cuenta de las vituallas. David era ingeniero aeronáutico y se había lanzado al camino para hacer un paréntesis en su vida. No se sentía demasiado feliz con su vida y necesitaba la distancia para analizarla.

 

Terminamos la velada sentados fuera observando el atardecer. El cielo fue oscureciéndose poco a poco. Los tonos rojizos fascinaban a los ojos cansados por el ejercicio. En silencio nos absorbimos en nuestros pensamientos, las palabras sobraban. Sólo la naturaleza comunicaba su belleza y los dos nos deleitamos con los matices desbordantes de plenitud y fuerza. Se presentó un espectáculo de luces cálidas fascinantes.

 

Las estrellas fueron apareciendo poco a poco hasta que se lleno el cielo de puntos brillantes.

 

Pudimos oír a los grillos mientras este espectáculo se producía. Pocas veces he podido percibir un atardecer con tal sentimiento de paz y tranquilidad. Me apenó no tener la ocasión de disfrutar de esta representación más frecuentemente.

 

La vida urbanita nos niega las ocasiones de saborear el fin del día y comienzo de la noche.

 

Allí permanecimos hasta la madrugada hablando de nuestras interioridades y escuchando las del otro.

 

Cuando el sueño nos vencía pasamos al albergue para soñar con la maravilla que acabábamos de ver. Me sentía parte del Camino y agradecí la oportunidad de disfrutarlo.

  

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