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El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

Día 11 –  El Cubo Tierra del Vino – Zamora.

Dormí profundamente, como me suele pasar en el camino, el cansancio del ejercicio me amodorra y necesito estar en la cama más horas que en mi vida diaria.

Nos levantamos sigilosamente para no despertar a nuestro amigo alemán, que dormía plácidamente. Recogimos los trastos y terminamos de acoplarlos en la mochila en los bancos de afuera.

Eran las cinco de la mañana y estaba tremendamente oscuro, estuve por decir que se marcharan sin mi, no me apetecía caminar sin apenas ver, pero no me atreví a contrariar a mis amigos vascos, que tanto empeño habían puesto.

El paso era rápido y Crispín no paraba de hablar de lo bueno que era madrugar. No me atreví a contestarle por respeto pues pienso que donde mejor se estaba era en un colchón durmiendo, el hombre no fue diseñado para ver y vivir en la noche. José Manuel enfocaba con la linterna buscando las flechas cuando llegábamos a los cruces y se llenaba de alegría cuando las veía. Era como un juego del escondite de la flecha amarilla perdida. Crispin comentaba que las debían pintar reflectantes para que se vieran en la noche. Tampoco le respondí pero pensé que quién las había pintado sólo podía imaginar un caminante diurno, nunca en lechuzas andantes.

 

 

Durante hora y media sólo pude fijarme en que el siguiente paso fuera correcto y no tropezar en ninguna piedra.

Los kilómetros corrían con rapidez, iban acelerados,  demasiado para lo que me gusta hacer. Lo único que me satisfacía era que llegaría temprano y tendría toda la tarde para visitar Zamora. Ciudad de la que tengo grandes recuerdos de visitas anteriores.

Uno de los momentos más gratos fue ver amanecer sobre estas tierras llanas viendo como el sol iba apareciendo poco a poco en el horizonte. La luz fue tornando desde el rojizo, al amarillo deslumbrante.

Llegamos a Villanueva de Campean a las ocho de la mañana y tuvimos que esperar un rato a que abrieran el bar. Me negué a continuar sin meter algo sólido en las tripas, pese a la oposición de José Manuel.

Un café con leche y unas tostadas con aceite me levantó la moral.

El matrimonio que llevaba el bar nos comentó que cada vez había más gente y es raro el día que no tienen a nadie en el albergue. Estaban contentos por que suponían un ingreso extra para su negocio.

Después de esta pequeña parada de veinte minutos se reanudó la marcha por un camino que iba zigzagueando y parece que elude los pueblos. Comentamos la diferencia con el Francés, que las flechas inequívocamente te llevan a los pueblos, pasando por la iglesia y los bares. Aquí en cambio en cuanto ven un pueblo se busca un camino para alejarnos. Este tramo se hizo pesado, son 19 kilómetros con la única referencia de la carretera de Entrala que se atraviesa hacia la mitad.

El ritmo siguió siendo vivo y para mi agobiante, aunque también me di cuenta que mis compañeros disfrutaban poco del entorno y su perspectiva del camino era la de una carrera de fondo donde era constante el objetivo de llegar al final de la etapa. Todo el tiempo anduvimos por caminos agrícolas anchos y bien cuidados.

A la una ya nos encontrábamos junto al río Duero atravesando el puente que da acceso a la ciudad.

Al cruzar el río vimos al peregrino canario con el que había hablado en Salamanca. Estaba sentado junto a su mochila en un banco. Nos dijo que ayer había andado mucho y llegó a Villanueva de Campean, había dormido sólo en el albergue, y que hoy había venido tranquilamente los últimos dieciocho kilómetros.

Nos miramos los vascos y yo con ojos incrédulos, pero no dijimos nada, pero nuestros pensamientos y sentimientos eran iguales.

El camino sube al centro, concretamente a la plaza del Ayuntamiento. Donde preguntamos por el albergue juvenil. Nos dirigieron por una calle estrecha a través del arco de doña Urraca hasta la calle del albergue juvenil.

Este es un edificio moderno donde unos chavales charlaban al sol sentados en las escaleras.

Nos dieron dos habitaciones, a mi me tocó con el exmilitar canario que estaba haciendo el camino por turismo y que en las ciudades paraba dos o tres días para verlas tranquilamente.

Después de la ducha de rigor nos fuimos a comer a un restaurante frente al albergue. El sitio estaba lleno y el menú fue abundante. La conversación de los cuatro torno alrededor de las experiencias y lugares del Camino. Hablamos de sitios conocidos y de momentos único e irrepetibles.

¿Por qué me gustará tanto hablar de estas andanzas?

Me parece que me voy pareciendo al abuelo batallitas. Me recuerda mucho al sentimiento que se levanta cuando dos hombres se juntas y hablan de la “mili”. Todo son momentos divertidos y tiene un toque de aventura entrañable. Sabemos que no se volverá a repetir y de nuestra cabeza desaparecen los instantes, o días, malos y desafortunados. También es un alejamiento de la realidad que nos facilita las ensoñaciones, sabemos que en casa sigue la rutina y que esto es algo maravilloso y temporal.

 

 

El peregrino siente algo parecido y se recrea en su historia. Los repetidores vamos más allá y repetimos para volver a sentir lo de otras veces, y siempre hay algo que recordar que incrementa la historia.

Después de comer fuimos a una merecida siesta de unas dos horas reparadora del madrugón matutino.

Cuando desperté mi compañero seguía durmiendo. Con sigilo salí a dar una vuelta por el casco histórico.

Visité la múltiples iglesias románicas, bellísimas todas ellas. Me sorprendió lo relajada que se encontraba la gente paseando por las calles peatonales.

Me encontré con los vascos y fuimos a visitar la catedral y los jardines que la rodean. Nos pidieron tres euros por entrar y nos negamos a pagarlos. Alegamos que éramos peregrinos y ni puñetero caso, eran tres euros y no se hablaba más.

Nos conformamos con pasear por los jardines y ver las vistas del río desde la muralla.

Ellos se fueron a misa y como a mí no me apetecía seguí paseando por las callejuelas hasta la hora de la cena.

Esta consistió en un tapeo en uno de los bares del centro con un par de vinos de Toro, fuertes y exquisitos.

Cuando llegué a la habitación. El canario no había retornado. Preparé todas mis cosas para mañana no molestar. Yo madrugaría antes que mi compañero que se iba a quedar un día más. Lo que no haría, aunque me lo pidieron, sería acompañar a los vascos. Iría solo, a mi aire, intentando disfrutar del ambiente. Ellos irían hasta Riego del Camino (unos treinta y tres kilómetros) yo no tenía nada seguro, y según me encontrara haría. Con todo metido en la mochila menos la ropa que me pondría mañana, me fui a la cama de sábanas blancas.

Ya en la cama llegó mi compañero que venía con ganas de charla.

- ¿Qué te ha gustado la ciudad?.- le pregunté.

- Si me ha parecido chiquita pero encantadora. Mañana terminaré de visitarla.

- Ve a la catedral. Hoy no la he visto pero recuerdo que valía la pena. Estuve cuando se celebró la exposición de las Edades del Hombre en la ciudad, y me dejó fascinado.

- Así lo haré.

- He preparado todo para no molestar mañana. Supongo que dormirás por lo menos hasta las nueve.

- Sí, lo de madrugar no lo llevo muy bien. Desde que me jubilé me gusta levantarme a las nueve o las diez y luego acostarme tarde, creo que soy nocturno.

- A mi no me cuesta madrugar siempre que haya dormido lo suficiente. De hecho en el camino duermo ocho o nueve horas mientras que en casa apenas llego a seis o siete. Es una cura de sueño.

- Hombre cuenta el ejercicio que hay que recuperarlo con descanso. Aunque como jubilado no hago mucho ejercicio pero en mi carrera militar había mucho esfuerzo físico.

Seguimos charlando hasta las doce. Me contó sus soledades desde que su mujer falleció, que no se jubiló por su gusto, que se encontraba bien compartiendo con la gente, y una infinidad de cosas que en otras situaciones no me hubiera contado un desconocido. Para mi se convirtió de un extraño a una persona con sus defectos y virtudes, que necesitaba oídos para recibir la voz de sus sentimientos. Pese a la mala impresión inicial esta conversación cambió mi criterio.

Debemos escuchar a los demás antes de juzgar. No siempre un acto identifica la realidad de una persona. Debemos entretenernos en intentar averiguar la realidad y en las sociedades urbanitas no siempre hay tiempo para ello.

Había sido un día acompañado, un lapsus en este camino en el que apenas conocí camineros. Hay que disfrutar las cosas según nos vienen.


 

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