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Vía de la Plata

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Día 13  Granja de Moreruela - Villabrázaro

 

Temprano me desperté pero aguanté a las siete para levantarme, se oía la lluvia y toda la noche había estado jarreando, la pereza me tentaba. Mis compañeros ingleses continuaban en la cama aprovechando las comodidades del albergue. No los volví a ver se iban por Orense. Tuve que ponerme la ropa de agua, vamos el poncho y el chubasquero de la mochila.

 

Llovía y hacía viento, un día muy desagradable. Subí la cuesta del pueblo y llegué al desvío del Sanabrés, volví a recordarla otra ocasión, y la añoranza me llenó junto con un cosquilleo en el estómago por conocer sitios nuevos.

Esta vez el camino iba paralelo a la carretera por un buen trazado. Llovía con fuerza por momentos y mi estómago solicitaba algo sólido.

 

El camino se acerca a la carretera y va paralelo a ella. Este me llevó a algunas zonas bastante embarradas y lleva de surcos de tierra blanda. Decidí salir al arcén para evitar el pringue. Hoy no terminaba de amanecer.

 

Al cabo de una hora vi un bar al lado opuesto de la carretera y me lancé hacia él para secarme un poco y llenar la panza.

 

Había diez o doce camioneros dando cuenta del desayuno. Me quité el poncho y la mochila teniendo cuidado de dejarlo en un rincón y colgar la capa sobre el bastón para que no mojara demasiado.

 

Me miraban con extrañeza, como si fuera un bicho raro.

 

- Buenos días, deme un café y una napolitana- Solicité a un camarero de pelo blanco y cara seria.

- ¡Que, mojado! Hoy tienes mal día para caminar.- Me dijo un muchacho de fuertes manos con un vozarrón grave y profundo, tenía aspecto y formas de camionero.

- Hay días para todo y hoy ha tocado esto. Habrá que adaptarse. De todas formas no es de los días peores que he caminado.

- Tienes razón pero donde esté un día despejado y soleado que se quiten los de lluvia y viento. ¿vienes sólo?

- Si, pero supongo que habrás visto a una pareja unos kilómetros atrás.

- Si iban por la carretera antes de Granja. Con los chubasqueros no se les veía demasiado bien.

- Es mala prenda para andar con tantos coches sobre todo si hace viento.

- Se les veía malamente con la lluvia.

- Vosotros también lo pasareis mal en días así. No debe ser fácil controlar a esos gigantes.

- Bueno no puedes comparar con un coche. Sus frenos son más potentes y la posición de conducción facilita la tarea, aunque hay que tener cuidado con la carga. Antes si que era duro.

 

Estuve quince minutos antes de reemprender la marcha.

  Llovía a ratos pero en la lejanía se veía clarear. Seguí el camino paralelo a la carretera hasta un momento que las señales marcaban directamente el arcén. En ese punto de encuentro había un camino que salía de frente. Dudé pero, sin saber porqué crucé la vía y seguí por él, suponiendo que más adelante torcería a la izquierda.

 

Cuando llevaba media hora sin ver señal alguna, estuve convencido de mi pérdida. Apliqué la lógica y me dije que torcería en el primer desvío que encontrase hacia la izquierda.

 

A los cinco minutos vi un camino recto que partía en la dirección deseada y sin dudarlo le continué. Calculé que la carretera iba a mi izquierda. Vi unas casas y supuse que era Santovenia del Esla. Al rato llegué a una granda de pollo y pude preguntar por el camino a Villaveza del Agua.

 

- Sigue recto y a unos tres kilómetros tuerce a la izquierda, no tiene pérdida.

 

Fue hora y media andando por intuición, que sensación más extraña. No estuve perdido pero perdí la seguridad que dan las flechas.

 

Llovía suavemente pero se aguantaba bien. En el pueblo busque la nacional 630 y la seguí hasta un bar donde pude almorzar resguardado de la lluvia un buen bocata de chorizo que me levantó el ánimo.

 

Eran las doce de la mañana cuando salí a la carretera. No llovía pero amenazaba con a hacerlo en cualquier momento. Iba con el poncho que por primera vez en este camino me había puesto. Las botas aguantaban bien la humedad y me sentía un poco triste, como el día. No siempre se encuentra uno eufórico.

 

Llegué a Barcial del Barco y el camino se separa de la carretera por la derecha hacía la vías antiguas del tren. Aquí había dos opciones, caminar por ellas atravesando un par de puentes ferroviarios o dar una vuelta por camino y a tres kilómetros cruzar el Esla por otro puente de hierro. Pregunté y me aconsejaron esta segunda opción, la primera estaba en bastante mal estado y podía ser peligroso.

 

Andar por traviesas mojadas por el agua y el mal estado de los puentes me decidieron.

 

La lluvia paraba de vez en cuando. El paisaje ondulado mostraba un toro de osborne en lo alto, primero en la lejanía y después próximo. Fue el único toro que no me dio miedo.

 

Las nubes corrían deprisa dando un color especial de paz y tranquilidad. Poco a poco el día fue despejándose.

 

El puente de hierro sobre el Esla rodeado de choperas me alegró la mañana. Estructura fuerte y resistente que vio pasar a trenes durante muchos años permanece inmutable a los nuevos avances. Las vigas de hierro entrecruzadas me recordaron a la torre Eifiel y a la industrialización de principios del siglo XX.

 

Belleza construida por el hombre y ahora inservible, que inexorablemente la naturaleza destruirá.

 

La llanura hadado paso a zonas de huertas y chopos cambiando radicalmente el paisaje.

 

Llegué a la una a Villanueva de Azoague donde paré en un bar a tomar la cerveza de rigor. El ambiente era bueno y la familiaridad entre los paisanos notoria. Me encontraba cansado pero intuía próximo Benavente. Hoy si no había problemas llegaría pronto (¡Qué error cometí! Nunca estés plenamente seguro de un destino hasta que te encuentres en él).

Salí viendo como el tiempo volvía a oscurecerse poco a poco. Hasta Benavente fui por un carreterita secundaria rodeada de talleres.

 

En menos de una hora llegué a destino y siguiendo las flechas llegué a un cruce nada claro.

 

Un ramal subía por una calle y otro se dirigía por una calle con acera llaneando. Dudé pero no tuve a nadie a quien preguntar. No me apetecía subir la cuesta hacia el centro de Benavente, así que seguí por la calle llana, supuse que saldría en el destino adecuado. (¡Craso error!)

 

Deseaba comer y continuar por la tarde una vez descansado. Al poco tiempo vi unos jardines y una carretera con doble vía. Aquí ya estuve seguro que me había equivocado pero no me apetecía volver.

 

Aquí comenzó a caer una enorme tromba de agua. El cielo se oscureció y en menos de un minuto me encontraba calado de agua. Tuve que volver para atrás y refugiarme en una gasolinera, aunque ya estaba calado.

 

Pregunte a una muchacha que atendía los surtidores, que muy poco amablemente me respondió que no sabía donde estaba el camino hacia Vilabrázaro. Ella dijo que siempre había ido por la carretera hasta Santa Cristina de Polvorosa desde allí a Manganeses de la Polvorosa y por fin a Villabrázaro.

 

No atiné a preguntarla por la estación de tren ni a preguntarla para ir al centro del pueblo y allí preguntar. También es cierto que me agobió la lluvia y las ansias de llegar, este fue mi error.

 

En quince minutos paro de llover, cosa que aproveché para retroceder y por pura intuición cogí una camino paralelo a la autovía que llevaba a Santa Cristina. La tarde se iba arreglando y el sol salió secándome poco a poco. Ya con un poco de sol y oliendo a tierra mojada llegué hasta el pueblo al filo de las tres. Las calles estaban solitarias y sólo pude preguntar a un chaval que marchaba con bicicleta. Me dirigió a un bar-pub donde entré a comer algo y a preguntar. Era un local oscuro con una terraza cubierta.

 

Pude tomar unas albóndigas y me marcaron el camino a seguir por una carreterita secundaria que paralelo al río Órbigo me llevaría hasta Manganeses y luego allí cruzara el río por el puente antiguo.

 

Paré un rato en la terraza tomando un café y ventilando los píes húmedos por la lluvia.

 

Con resignación emprendí el recorrido marcado sobre la cuatro de la tarde. El cielo se había despejado y se agradecían los rayos del sol. Se recorre una vega llena de choperas que movían sus hojas verdes agrisadas, las huertas son abundantes. Después de la tensión de la tormenta y la cierta desesperanza de estar perdido y sin la menor idea del Camino, ahora me encontraba bien y tranquilo. Sabía que haría más kilómetros pero ya tenía marcado el recorrido. Los ojos buscaban la belleza y la cabeza disfrutaba de las sensaciones de esta hermosa tierra, después de tantos días de zonas áridas. El paisaje en la Plata es cambiante como lo son las tierras que atraviesa.

 

Caminé constantemente pegado al río viendo los meandros que realiza mientras riega tierras y huertos.

 

En Manganeses llegué sobre las cinco y cuarto y paré a tomar un café  sentado en una mesa de un bar destartalado donde un par de niños corrían y gritaban mientras la televisión, bastante fuerte, daba una telenovela.

Me contaron que me quedaban cuatro kilómetros para el pueblo de Villabrázaro y me lo tomé con calma. Empezaba a estar cansado y alargué el descanso con un buen pacharán.

 

Volví al camino que me llevó a atravesar el río por un puente moderno y poco después cogí otra carreterita en medio de una chopera.

 

Un grupo de abuelos tomando el sol me preguntaron:

 

- ¿Vas a Villabrázaro?

- Si, si no me pierdo otra vez. Me despisté en Benavente y la vuelta me parece que ha sido larga.

- No eres el primero, hay muchos que se equivocan, la señalización no es buena. Hoy han llegado dos peregrinos más. Uno de ellos iba bastante mal, doblado, como si le doliera la espalda.

 

Enseguida deduje que era Crispin. El día había estado revuelto y tanto cambio afecta a los músculos.

 

Estuve charlando un rato con los abuelos a la sombra de los chopos. Se había quedado una tarde muy agradable. Hablaban de cuando eran jóvenes y de sus pequeñas heroicidades. Todo era pasado, lo que más les importaba quedaba atrás, el futuro era corto y sin demasiadas alegrías. Esperaban días como hoy donde sentarse al sol agradable de la tarde e hilar carrete con sus amigos y recordar personas y hechos sucedidos tiempo atrás.

 

Los deje con sus palabras y continué los dos kilómetros que me quedaban.  Notaba ya el cansancio pero el tramo me pareció agradable con el sol filtrándose entre las hojas.

 

Nada más llegar vi el bar abierto y hacia él me dirigí.

 

Estaban José Manuel y Crispín sentados a la mesa esperando la comida. El establecimiento cerraba a las siete y habían decidido cenar temprano, sin sudarlo me apunté a un buen plato de macarrones que me metí entre pecho y espalda.

 

En todo el pueblo no había otro bar ni tienda, así que había que aprovechar el momento, luego no habría ocasión.

 

Crispín ya parecia recuperado aunque José Manuel me dijo que los últimos kilómetros había tenido que ir sujetándole por que iba doblado a punto de perder el equilibrio. Había pensado llamarme para que le echara una mano. No sabía que había estado perdido un rato largo.

 

Crispín me dijo que a él el año anterior le había sucedido igual y que por lo menos se hacer cinco kilómetros de más. Tenía que haber subido al centro del pueblo y buscar el albergue junto a la estación.

 

Lo tendría en cuenta para otra vez, pero esta me había ofrecido un paseo precioso a través de las vegas del Órbigo con unas espléndidas choperas alineadas y frondosas.

 

La merienda-cena terminó casi a las siete y con paso lento nos dirigimos al albergue que se encuentra a las afueras del pueblo. Este es muy tranquilo y apenas se veía a algún vecino. El albergue tenía varias habitaciones en las antiguas aulas hoy convertidas en dormitorios de acogida y en centro de reunión de las señoras del pueblo para hacer sus labores de costura.

 

Crispín se tumbó a descansar en cuanto llegó. Ellos ya se habían duchado antes de comer. Yo no perdí el tiempo y me metí a la ducha reconfortante y a hacer la colada de camiseta y calcetines.

 

Como sabía que ellos madrugarían me ubiqué en una pequeña habitación al fondo de la casa.

 

Después nos sentamos José Manuel y yo a recibir los últimos rayos de la tarde mientras calábamos del camino y de la vida.

 

Me contó su vida laborar y lo feliz que era con su nietecita. Estaba orgulloso de si mismo y de la suerte que tenía en la vida, no ya por el aspecto económico sino por lo que tenía, familia, jubilación y por poder estar en el camino.

 

Se preocupó por Crispín, diez años mayor que él, considerando que no se encontraba en condiciones de realizar un camino tan solitario y dura.

 

Estaba deseando llegar a la Bañeza para ir al pueblo de su mujer y pasar un día con sus cuñados. Me invitó a que fuera mañana con ellos y durmiera en el pueblo pero le dije que prefería ir a mi aire sin las prisas que ellos tenían.

 

Era un placer ver el atardecer sentado en aquel soportal donde se iba sintiendo el frescor según desaparecían los rayos del sol. Era un momento propicio para las intimidades. La tranquilidad paralizaba los músculos y abría las neuronas y los ojos para analizar el pasado. En el camino hay muchos momentos así, que sin prisas se puede meditar y recapacitar.

 

Tuvimos que meternos porque el frescor se convirtió en frío y no se aguantaba el relente ¡Qué cambios de temperatura tiene esta Castilla!

 

Recogí la ropa tendiéndola en los soportes de la litera y marché a la cama donde caí dormido casi sin darme cuenta. Había sido un día revuelto pero que había dado a conocer paisajes preciosos.

  

No pude por menos que recordar el puente de hierro y las choperas del río Órbigo. Mañana lluviosa tarde primaveral, así es la vida y el camino cambiante pero precioso si se sabe mirar y ver.

 

 


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