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Vía de la Plata

Villabrázaro - La Bañeza

Villabrázaro - La Bañeza

Día 14 –Villabrázaro – La Bañeza.

 

Desperté solo en el albergue, mis amigos llevaban un par de horas caminando, siguiendo su rutina madrugadora.

Recogí con lentitud y salí al tiempo que el cielo empezaba a clarear.

El Camino marchaba por carretera secundaria sin apenas tráfico, el día estaba despejado aunque corría un fuerte viento, necesitaba un café pero hasta Alija no había posibilidades.

 

Se pasaron un par de pueblos pero donde no había ningún servicio. Pasé el puente de la Vizana y recorrí los dos kilómetros de carretera nacional por un arcén amplio.

Sobre las nueve y media llegué al pueblo donde tuve que esperar a que abrieran el bar, no me apetecía continuar sin nada sólido en el cuerpo. Fueron tres horas (13 kms.) bastante pesados que continuarían con otros 20 más por la carretera.

 

Me entretuve charlando con unos abuelos que me explicaron un poco sus vidas e ilusiones. Fue el único rato de charla en todo el recorrido, por otra parte bastante pesado, hoy era día de carretera y arcén. No se si habría camino aunque no vi flechas que me guiaran por ellas. Tampoco me preocupó pues sabía donde me encontraba y que continuando la marcha no tenía pérdida.

En Navianos almorcé un bocata de boquerones en vinagre y una coca sentado en una pequeña banqueta.

Aburrido recorrido sin apenas variaciones, el sol al principio suave y al final con cierta fuera apretaba en un día claro. Tuve que entretener la mente recurriendo a mis pensamientos que hoy se resistían a fluir.

Hubiera sido el día ideal para encontrar un compañero de viaje que entretuviera con conversaciones y anécdotas. Los recorridos no son los monótonos son los estados de ánimos los que marcan las sensaciones que tenemos, y hoy tenía un día perro. También el asfalto y el ir siempre pegado al lado izquierdo  pisando la raya blanca de la carretera, me marcó el estado de aburrimiento y tedio.

En San Juan de Torres volví a parar sentándome al lado de la iglesia, aprovechando un banco de piedra. Estaba sólo y apenas un par de señoras atravesaron por los alrededores. Una fuente con unos caballitos de mar me acompañaron durante media hora.

 

Pensé en que pintaban esos animalitos en un pueblo de Castilla-León, donde el mar brilla por su ausencia. El aspecto era agradable y bajo el árbol corria un aire que se agradecía.

Me tumbé en el banco observando las horas sobre un fondo azul intenso. Me quedaban nueve kilómetros y empezaba a estar cansado. Repasé los días anteriores y la variedad de paisajes. También pensé que mañana llegaría a Astorga y recorrería el Francés en sentido contrario.  Esto me animó y pensé que debería aprovechar estos momentos de soledad, que seguro no volvería a encontrar en los dos próximos días.

 

Se acababa la primera fase del camino y había sido más corto en el tiempo de lo que esperaba. Esto significaba que había disfrutado de lo que el camino me daba. Reconocí que había tenido mucha suerte con el tiempo, no había hecho demasiado calor. Hoy era una de las peores etapas, excesiva carretera, pero me podía quejar. Recordé personas, caminos, paisajes y vivencias inolvidables ¡Qué difícil será no recordar sitios!. Caparra, Mérida, Cáceres, Alcuéscar, Fuenterroble de Salvatierra, Baños de Montemayor, Salamanca, Zamora, Cubo del Vino, etc. Personas entrañables Doña Elena, Maria, Nekane, Josemari, mis compañeros de camino, José Manuel, Crispín, Daniel, mi compañero canario, etc.

Todo pasó rápidamente por mi cabeza, sobreponiéndose sitios y caras. Estaba pasando unos días fantásticos e irrepetibles. Todas mis expectativas se estaban cumpliendo fielmente. Mis dudas iniciales habían volado y sin dudarlo iniciaría de nuevo este camino.

 

Con cierto cansancio volví a la carretera para hacer los últimos kilómetros. Se hicieron pesados. El calor apretaba y la monotonía era mucha. El arcén era agotador por lo estrecho del arcén.

Después de una cuesta atravesé la autovía sexta y pude distinguir el destino. Eran las dos y media y ya estaba cansado. En seguida se llega al albergue que se encuentra en la parte alta del pueblo.

Me abrió la hospitalera y me encontré con un peregrino italiano que estaba en la siesta. Las instalaciones eran amplias y cómodas, con cocina, salón con una mesa grande y sillones, había libros e información abundante del Camino. La habitación con treinta y tantas camas de hospital.

Tras una ducha rápida bajé al centro a comer sobre las tres y media de la tarde. Hacía calor y la gente se refugiaba en sus casas para evitarlo.

Después de un menú agradable retorné hacia una merecida siesta. Dormí un par de horas.

Ya a las seis de la tarde realicé la colada en una moderna lavadora de carga superior, teniendo que recurrir a la vecina-hospitalera para que me explicara su funcionamiento.

 

Marché a realizar un paseo por el pueblo a través de la cuesta peatonal que hay en la trasera del albergue. Ahora ya las calles estaban llenas de personas que paseaban, niños que jugaban en las plazas y abuelos observaban pasar el tiempo hablando entre ellos.

Tomé un par de cervezas y compre algo de embutido para la cena.

A las ocho ya me encontraba tomando el sol en la puerta del albergue y charlando con el peregrino italiano.

 

Apenas hablaba castellano pero con buena voluntad nos entendíamos. Venía desde Zamora y tenía una tendinitis que le hacía cojear. Se quejaba de lo solitario del camino. Hay se había quedado recuperándose y mañana pensaba ir a Astorga en autobús (otro peregrino sin andar).

Me preguntó si a partir de hoy seguiría igual el camino. Le expliqué que se preparara a compartir andanzas con mucha gente y que este sería el último albergue tan solitario. A mi esta soledad no me molestaba pues daba tiempo a meditar.

El sol era agradable en sus últimos rayos, luego refrescaría.

Me pareció un lujo disponer de un acogimiento semejante donde sólo se pedía la voluntad.

A última hora apareció la vecina-hospitalera para sellar las credenciales y preguntarnos si nos faltaba alguna cosa. Nos explicó que el albergue lo lleva la Asociación y se mantiene con los fondos de los socios, todos ellos peregrinos convencidos.

 

A las diez marché a la cama para emprender mañana el último tramo antes de Astorga. Sabía que el recorrido sería largo, pues tenía intención de llegar a Hospital de Órbigo, unos cuarenta y dos kilómetros.

Me dormí enseguida sonando con un cambio radical, hasta aquí la soledad había sido mi acompañante, pero hasta León me vería acompañado por muchos peregrinos en sentido contrario.


 


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