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Pola de Gordón - Busdongo

Pola de Gordón - Busdongo

Día 18 - Pola de Gordon - Busdongo

 A mitad de la noche me desperté muerto de frío, me había quedado dormido encima de la cama después de la ducha. La ventana estaba abierta y llovía. Como pude me metí entre las sábanas y continué durmiendo arropado, hoy no me molestarían los plásticos de los madrugadores.

  

No se cómo me desperté a las siete y media de la mañana. La habitación era un desastre, todo tirado. La mochila por un lado, las botas por otro y la ropa usada ayer por el suelo. No me había dado tiempo para hacer la colada, tocaría ponerse la ropa sudada. Recordé otra habitación a 500 kilómetros. También manga por hombro, pero en aquella ocasión la cabeza acompañaba en el desorden. ¡Qué lejos parecía aquella mañana en Galisteo! Tantas vivencias en tan poco tiempo hacen que dé sensación de lejanía. En mi vida monótona los días parecen iguales y, normalmente, no pasa nada. Aquí cada minuto es una cosa, una cara, una vivencia nueva, así el tiempo se alarga y cosas relativamente cercanas parecen alejarse.

Estaba paralizado en la cama. No me apetecía levantarme. Sabía que estaba lloviendo y quería continuar meditando. Tuve que enfadarme con la resistencia de mi vaguería. Ya sentado en la cama fui recogiendo y poniéndome la ropa. Según me la ponía se notaba el aroma peregrino característico. Los que habéis hecho algún camino sabréis al olor a que me refiero.

-         Bueno, sólo quedan tres días y esta noche intentaré hacer la colada.

 Miré al exterior mientras que rascaba la barba de cinco días intentando desperezarme. Estaba lloviendo y el cielo estaba lleno de nubes negras y con ganas de seguir soltando agua.

  

Ordené todas las cosas dentro de la mochila lo mejor que pude y antes de cargarla marché al desayuno, mis tripas reclamaban alimento, ayer me había saltado la cena.

Me bastó el aroma de las tostadas y el café recién hecho para dirigir mis pasos hasta la sala de desayunos.

Había dos mesas ocupadas por obreros. Con prudencia me fui a un rincón donde pasara lo más desapercibida posible mi presencia. Siempre me gusta observar a la gente desde una cierta distancia para que se muestren desinhibidos, así me puedo enterar mejor de sus inquietudes. Oír y escuchar nos hace más sabios.

Con café, zumo de naranja y dos tostadas con mermelada despaché mi desayuno. Mientras escuché a uno de los obreros:

-         Estoy deseando que llegue el fin de semana. Estar en este pueblo me deprime. Hecho de menos a los niños. Si no fuera por el dinero saldría de aquí corriendo- comentó uno de los obreros, que vestía un mono azul y desvaído.

-         Llevamos ya muchos meses y todavía nos quedan unos cuantos. La obra va con un cierto retraso. No te quejes que yo llevo un mes sin ir a Sevilla.- Respondió el otro.

Estas palabras me hicieron pensar en el esfuerzo que suponen las separaciones cuando no son deseadas. Cuanto sacrificio y sin sabores para mantener a una familia. No pude por menos pensar como serían las separaciones de los peregrinos durante la Edad Media.

  

Allí no había móviles, ni cartas. Esos peregrinos de toda Europa que emprendían un viaje guiado por la Fe. Cuantas dudas tendrían al emprenderlo. Los caminos no eran tan seguros como son ahora y en caso de necesidad no podrían coger un autobús o un avión que les devolviera a casa en pocas horas.

No sabrían si los restos que había en Santiago se correspondían con la palabra trasmitida en los púlpitos, pero que grande debía de ser la necesidad de mirar hacia el oeste, a ese lugar perdido pegado al fin de la tierra conocida. Cuantos esfuerzos, peligros y soledades la de aquellos caminantes.

Fui a la habitación a recoger la mochila, la cargué (¡seguía pesando!) y me puse el poncho, hoy tocaba agua, y parecía que en abundancia. No era el primer día en este camino pero siempre me molesta un poco. Con paso lento comencé a recorrer la calle que asciende hasta la N-630 para luego a través de un túnel llegar al polígono industrial. Allí se coge una pequeña carreterita secundaria que lleva a Buiza.

El campo estaba verde y húmedo, dando un toque romántico y bucólico al paisaje. Las nubes cubrían la parte alta de las montañas, algunos caballos sueltos pacían estoicamente bajo una lluvia fina y constante. El día estaba melancólico pero yo me encontraba feliz. Después de tantos días andando por la llanura, hoy me enfrentaba a unas subidas importantes y la variedad me agradaba.

  

Hoy había salido tarde pero sabía que la etapa iba a ser corta. Mi ilusión hubiera sido dormir en el alto de Pajares en un rincón de la explanada del Parador, viendo las estrellas. Esto no iba a ser posible en un día como hoy, esto me entristecía un poco. De todas formas prefería pensar en el momento y disfrutar lo que pudiera cada minuto.

Antes de llegar a Buiza encontré una pequeña ermita dedicada a Nuestra Señora del Valle, estaba cerrada pero que tenía un banco de piedra donde podía descansar y no mojarme. Empezaba a tener las botas empapadas y los calcetines mojados. No pude parar mucho rato, hacía bastante frío. De todas formas tuve tiempo para recordar cuantas iglesias y ermitas había pasado. En todas intenté visitarlas y que pocas estuvieron disponibles. Siempre me ha gustado sentarme tranquilamente en los bancos de las iglesias, me permiten concentrarme y sentir como la paz de espíritu se va filtrando en mi cuerpo. Son un bálsamo que reposa el espíritu y a través de este el cuerpo.

Me puse en marcha de nuevo y en poco rato llegué a este pequeño pueblo adosado a la montaña. Mi intención era seguir hacia Poladura de la Tercia. A la altura de su iglesia pregunté a una señora por el camino.

-         Hay dos caminos, el que va por la izquierda te lleva a Poladura y el otro que te llevará al alto de la Collada y luego hasta Villasimpliz y luego seguir por la carretera. Yo te aconsejo que en un día como hoy vayas por el segundo. Hacia Poladura están las obras del tren y los caminos estarán muy embarrados.

-         ¿Hay algún bar en el pueblo?

-         No, aquí no hay de casi nada. Somos muy pocos vecinos. – Dijo con un tono de resignación.

Dudé un momento pero tenía razón. No estaba el tiempo para florituras. El camino pronto se convirtió en un sendero ascendente. Se podía ver a la izquierda las obras del AVE. Grandes montículos de tierra excavada se podían ver en la lejanía afeando un entorno verde. Aún así el sendero recorta por las montañas entre helechos y praderas.

  

Hay momentos que la subida se empina y requiere paciencia para no perder la bocanada de aire. Fue de los momentos más bellos de la etapa de hoy. Se respiraban los olores de la montaña y la vista se entretenía en los mil detalles que nos enseña la Naturaleza cuando tenemos la paz interior suficiente para mirarla con amor. La lluvia no paraba y el suelo en algunos tramos resbalaba y en otros marché entre pequeños regueros.

Iba mojado por dentro y por fuera. El sudor mojaba el interior del poncho aunque mantenía el calor por el polar. Parecía increíble que a finales de junio hiciera este tiempo tan revuelto. Llevaba 10 días de tiempo nublado y fresco. Lo agradecía y a la vez me sorprendía. La verdad que prefería esta temperatura al calor inclemente.

Cuando llegué al alto paré a recobrar el resuello mientras que me recibían un rebaño de vacas que pacían tranquilamente aprovechando unos pastos frondosos y compactos. Los helechos en muchas ocasiones cubrían el sendero. Se podían ver los montes ondulados cubiertos con la boina de las nubes lloronas.

  

Me hubiera gustado sentarme un rato a observar aquel espléndido panorama, pero la lluvia no paraba y continué.

La bajada es escabrosa por un sendero que se convierte en camino un poco más adelante. Pese a todo seguía siendo reconfortante el paisaje.

Llegué a la iglesia, por supuesto cerrada, pero con un hermoso soportal que me sirvió para reposar un rato. Según mis cálculos me quedaban unas tres horas hasta Arbas y todo por carretera. 

Con resignación emprendí el paseo con la lluvia aumentando. Enseguida las flechas dirigen hacia la carretera vieja pegada a un riachuelo con unos bellos álamos. No duró mucho el desvío y me llevó de nuevo a la carretera de la Vía de la Plata.

En poco rato llegué a Villamanín, donde encontré un bar abierto. Con cierto apuro me quité el poncho que chorreaba sobre el suelo limpio del bar.

-         No te preocupes, en un día como hoy es normal.- Me dijo el propietario. Un señor de unos setenta años.

-         Sabe si hay alguna pensión u hostal en Arbás.

-         Sí hay uno en Arbás que abre en la temporada de esquí. Desde aquí a Pajares sólo tienes una casa rural en Busdongo pero que hace precios especiales a los peregrinos.

-         Esa es una buena información con lo que está cayendo.

-         Aquí es lo normal, aunque este año no ha habido reposo.

Solo pude dar cuenta de un café y un par de magdalenas, no había pan. El bar estaba medio a oscuras y tenía pinta de tener pocos parroquianos a esas horas. A mí me sirvió para descansar un buen rato y secarme.

A las 12 y media continué la marcha por el arcén, todo el rato bajo la lluvia.

Con el agua que tiraban las ruedas de los camiones dándome en la cara, el poncho queriendo volar como una cometa y los pies chapoteando dentro de las botas llegué a las tres de la tarde a Busdongo. Vi un solo restaurante abierto y allí que me metí. Necesitaba calentarme, las manos estaban heladas y húmedas.

 

Me recibió un matrimonio encantador.

-         Pasa hijo, quítate eso y acércate al fuego.

Una hermosa chimenea con sus leños ardiendo daban calor al bar del restaurante. Entre eso y un buen vaso de vino me sirvió para encontrar el calor perdido. El lugar era entrañable. Decorado por una barra y unas mesas de madera antigua, unos barriles añejos con un olor a hogar y, sobretodo, por unas sonrisas de sus dueños que emanaban cariño. La cocina cercana proporcionaba unos olores magníficos a comida casera. Mi jugos gástricos se pusieron en marcha una vez recuperado del frío y no pude evitar aceptar la invitación de los aromas.

Lentejas caseras, pollo asado y una tarta de queso casera me terminaron de levantar la moral. Fue inevitable el café y un par de orujos.

Pregunté por la casa rural y me informaron que estaba al lado de la estación de tren.

Con pocas ganas salí a la calle. Seguía lloviendo aunque ahora con menos fuerza. Efectivamente, doscientos metros adelante encontré la casa rural de Miguel Angel. Este me ofreció una habitación en la tercera planta, muy humilde pero muy coqueta y con todo lo que yo necesitaba.

Desembalé la mochila y realicé una magnífica colada. Colgué la ropa encima de los radiadores y me tumbé en la cama a reposar la comida (y los orujos). Al rato caí dormido hasta las siete de la tarde.

Estaba sólo en la casa rural, era el único cliente. Miguel Ángel es muy amable y servicial, aunque poco hablador y muy serio. Apenas le pude sacar dos palabras. No me importó, después de tres semanas en soledad prefería esto al ruido y el tumulto.

Me di un paseo por el pueblo que se forma alrededor de la carretera y tiene su centro en la estación, donde sólo paran dos trenes. Uno con destino a León por la mañana y otro por la tarde hacia Oviedo. El resto de convoys pasan a toda velocidad olvidándose de parar.

 

A última hora de la tarde se empezó a despejar y unos leves rayos de sol se abrieron paso entre las nubes. Mañana no lloverá me anunció el matrimonio del restaurante.

A las 10 y media de la noche estaba ya en la cama arropado y con la calefacción a tope. Había sido un día duro por un entorno que debe ser precioso con sol. Estaba cansado pero ilusionado por estar tan cerca de la cima de mi camino.

  



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León - Pola de Gordón

León - Pola de Gordón

Día 17 -León – Pola de Gordon

Me despertaron los plásticos de unos peregrinos madrugadores, o mejor dicho trasnochadores, eran las cinco. No podré entender este gusto por la nocturnidad en aras de evitar un calor, que por cierto en estos días no hace. Me volví e intenté relajarme. Pero fue imposible, iban y venían al baño, otros intentaban no hacer ruido pero chirriaban mesas, sillas y camas.

-         ¿Por qué tenéis tanta prisa? ¡No se van a llevar el camino! - Le pregunte al vecino de litera.

-         Luego se nos hace tarde y sufrimos el calor. También aseguramos las camas en el albergue en los mejores sitios. Y por último podemos relajarnos por la tarde.

-         No lo entiendo. Ayer estuvo nublado y no hizo calor. Yo vengo para estar en el camino y disfrutar del paisaje, no para estar tirado en una cama de un albergue, más allá de lo estrictamente necesario para descansar. Prefiero caminar despacio saboreando los momentos, que madrugar y correr para encontrar una cama.

No le convencieron mis razonamientos, pero bueno, no todos somos iguales. Intenté cerrar los ojos y pensar en los buenos momentos pasados hasta este momento.

Era el día adecuado para meditar sobre lo pasado, hoy iniciaba la tercera parte de mi camino. La primera fue por la Vía de la Plata, Mérida hasta Astorga, la segunda por el francés pero en sentido contrario hasta León y, por fin, la tercera de León a Oviedo. Parecía mentira que el tiempo hubiera pasado tan deprisa y hubiera vivido tantas cosas. También es cierto que pensando en el primer día parecía lejano.

Esta última fase  me es desconocida pero la ilusión me estimula, espero que el tiempo me respete o por lo menos no vaya a mayores. Hasta ahora he tenido lo que buscaba, conocerme un poquito más, conocer un poco más a las gentes y los pueblos, y alejarme de  realidad diaria. El Camino me ha proporcionado siempre lo que necesitaba en cada momento. ¡Qué buena gente! Recuerdo a los peregrinos y hospitaleros que han coincidido conmigo. ¡Qué pocos y que peregrinos! David el más joven y dinámico. Crispín y José Manuel los jubilados maratonianos. Mi espíritu está tranquilo aunque un poco triste, ya voy viendo el final, apenas cuatro días. Me da respeto el paso del Pajares, la mayor altura de mi camino.

Estuve pensando en estas cosas hasta que me encendieron las luces con todo el descaro, eran sólo las seis y media. ¡Paciencia peregrino!

Despacio me desperecé y fui empaquetando mis cosas con parsimonia. No tenía prisa en salir.

Me despedí de la hospitalera y del edificio de las Carvajalas, que con tanto amor y cariño acogen a los caminantes. ¡Qué bien me encontré ayer durante la oración en la capilla! Nunca entenderé a las personas que se encierran en vida entre cuatro paredes en un ejercicio de oración y trabajo. Yo me ahogaría si estuviera encerrado de por vida sin poder respirar la libertad del campo y las montañas. Admiro su abnegación pero creo mucho más en la entrega a través del contacto personal que por medio de la simple oración. Yo estoy seguro que el Señor nos ayuda pero a veces hay que echarle una manita. Aún así me maravilla su bondad, caridad y calma.

   

Las calles de León amanecían y las luces de las farolas se iban apagando poco a poco. La gente tenía cara de lunes, un poco dormida y un poco cabreada, marchando deprisa a sus tareas. Nosotros los peregrinos, tengo la sensación que somos en las ciudades un contrapunto en el fluir diario. Unos van forzados por la necesidad de la subsistencia y los otros felices de marchar a su camino y volver a encontrar los grandes espacios. El peregrino habitualmente no se encuentra cómodo en los sitios grandes y prefiere los pueblos recogidos donde el contacto se hace más intimo. Por lo menos yo lo prefiero.

Entre en un bar a desayunar antes de entrar en la plaza de la Catedral. El café y un croissant me terminaron de despertar. Es curioso que hasta que no me tomo mi “cafelito” matutino veo el mundo con cierta tristeza.

Me acerqué hasta la Catedral y pude observarla con tranquilidad mientras que la gente pasaba deprisa a mi alrededor. Me senté en el suelo y me parecían tremendamente bellas sus líneas. Cuanta sensibilidad de los maestros arquitectos que supieron dar semejante armonía. Todo el mundo pasaba deprisa y nadie se paraba a admirarla. Tenemos la belleza a nuestro lado y no sabemos valorarla, bastaría un poco de tranquilidad. Cuantas veces admiramos lo que tienen los demás y que poco estimamos lo que tenemos, es necesario perderlo para darnos cuenta de la realidad.

Me levanté tranquilo y tras un grupo de peregrinos fui caminando por las calles, se les veía felices contando sus anécdotas. Cuando llegamos a San Marcos ellos marcharon hacia la izquierda, camino del puente y yo a la derecha hacia el Auditorio, buscando la calle del Padre Isla.

Busque las flechas pero no las encontré, así que continué por esta calle hasta que salí de la ciudad por la carretera que va a Carvajal de la Legua. Miraba y requetemiraba buscando mis queridas flechas. Estaba convencido que algún camino habría pegado al río Bernesca. Cuando llevaba una hora larga desde San Marcos vi una pareja caminando por un sendero  a la izquierda de la carretera. Campo a través fui hacia allí y, por fin, encontré la primera flecha. Era pequeña pero suficiente para decirme que iba por el sitio adecuado.

Ya seguro caminé un rato hasta que el camino se corta por una nueva urbanización y no hubo más remedio que volver a la carretera. La seguí hasta Carvajal de la Legua.

Llegué sobre la diez de la mañana y al encontrar un bar a él me dirigí para tomar un café. Estaba lleno de obreros de la construcción de las urbanizaciones, se estaban metiendo unos bocadillos que asustaban. Con mi mochila y mis pantalones piratas me encontraba un poco fuera de lugar. Pregunté al camarero por el camino.

-         Mira, sigue hasta el final del pueblo por esta misma calle y verás que se convierte en camino. Ahí encontraras las flechas que buscas.

-         Gracias, estaba un poco perdido. ¿Pasan mucho caminando?

-         Bueno, alguno se ve pero la mayoría van hacia Hospital.

Efectivamente la calle se convirtió en camino y aparecieron la primeras cuestas. Iba paralelo al río y así fue durante todo el día.

Empecé a sentirme cómodo por aquel camino que subía y bajaba constantemente, pero iba junto a pequeños robles y podía ver constantemente la ribera rodeada de choperas. Volví a sentirme a mi mismo en armonía con la naturaleza.

Cuando llevaba una hora más, aproximadamente, encontré la fuente de San Pelayo con su cajetín metálico lleno de primeros auxilios y su libro de firmas de peregrinos. Había un letrero que anunciaba:

“Según la tradición en este lugar descansaron las tropas de Bermudo II en retirada hacia Oviedo después de ser vencidas en el Esla (995)”

 No pude por menos que pararme a beber y sentarme un rato a reposar leyendo el libro.

La última firma era de unos belgas que habían pasado hacía una semana. Todo en él eran buenas intenciones y sentimientos positivos para continuar la marcha. Sentado en aquel banco de madera intenté imaginarme aquellas tropas deprimidas por la derrota descansando para afrontar el paso de las montañas.

 

Continué despacio por aquel precioso bosque hasta que llegué a Cabanilles, donde un pueblo sin gente se me apareció. No es que no hubiera sino que no pude ver a nadie, se oía en alguna casa voces y algunos coches aparcados delataban su presencia, pero no me crucé con nadie.

El día había amanecido fresco pero a esta altura tuve que deshacerme del polar. El sol comenzaba a calentar y presentaba un día precioso con nubes algodonosas fusionándose con las montañas. ¡Que placer andar por este camino verde! Las granjas me rodeaban y hasta algunos caballo pude ver pastando a la vera del río.

Cuando llevaba un par de kilómetros oí un ruido a mi izquierda entre unas zarzas. Era un ciclista que intentaba salir entre unas alambradas y se había enganchado la camiseta. Solté la mochila y acudí ayudarle. Con un poco de esfuerzo pudimos salir de allí.

-         ¿Hasta donde vas?- le pregunté extrañado al no verle con mochila.

-         Estoy recorriendo esta parte del río y quiero llegar hasta La Robla, donde he dejado el coche esta mañana.

-         Pues ten cuidado por donde vas, yo que tu seguiría las flechas amarillas, que seguro te llevan hasta allí.

-         Y tu ¿hasta donde vas?

-         Quiero llegar a Oviedo y hoy quiero terminar en Pola de Gordón.

-         Pues todavía te queda un buen trecho. Me encantaría poder hacer algo similar, pero el trabajo y la familia me lo impiden.

Siguió su marcha por el sendero después de despedirse. Yo me quedé pensando en las circunstancias de cada persona. Estas muchas veces nos limitan la libertad.

Un poquito más adelante pegado al río apareció un hermoso puente de madera que lleva a la Seca. Este puente de tablones inestables crea un precioso paisaje. Tuve que parar a fotografiarlo para que el recuerdo permaneciera, junto con las choperas que le acompañan. Me dio envidia aquella gente que vivía en lugares tan bellos.

El camino y las flechas me llevaban por aquella hermosa vega hasta que llegué a La Robla, aquí el paisaje cambia y de golpe nos presenta la modernidad vestida con una enorme central térmica de carbón. Grandes montículos de carbón nos enseñan lo que un día de estos será la electricidad que nos caliente.

 

Me entristeció esta aparición. Aceleré el paso para llegar pronto al centro del pueblo y dejar atrás aquella modernidad.

Eran las tres y media de la tarde y busqué un sitio donde comer. No fue tarea fácil. Unos estaban cerrados, otros habían cerrado la cocina, era demasiado tarde. Al final del pueblo encontré un restaurante donde llenar el buche.

En el bar era el único comensal, me sirvió una muchacha que estaba más pendiente de ver la telenovela que ponían e la tele. Fue una comida sencilla pero nutritiva consistente en alubias con chorizo y una trucha frita, regada por un buen vino y por un digestivo pacharan con hielo. Estaba cansado y un poco deprimido. Los últimos dos kilómetros me habían cambiado el humor.

Sobre las cinco reemprendí el camino por una carreterita secundaria que me dirigía hacia la ermita del Buen Suceso. Al poco de salir encontré un acueducto de piedra que según decía un letrero fue construido en 1795. Allí encontré a un abuelo tomando el sol de la tarde.

-         Buen camino peregrino. Sigue por la alameda que va pegada a la carretera, esta te llevará hasta la ermita. Esa carretera es muy peligrosa.

-         Gracias, seguiré su consejo. ¿Qué tal se vive por aquí?

-         Bueno, ahora no es como antes. Hay más comodidades, me acuerdo nada más terminada la guerra que íbamos a León a vender las lechugas y tomates en un autobús destartalado. Aquellos si eran malos tiempos.

Estuve un rato con él escuchando su soledad y sus ganas de comunicar sus añoranzas. Vivía en el año 2007 pero sus recuerdos y felicidades le llevaban cincuenta años atrás. Sólo necesitaba alguien a quien contar sus aventuras y su sabiduría.

Le dejé sentado prometiéndole que me acordaría de él cuando llegara a mi destino. Mi paso era lento meditando sus palabras.

Llegué al poco rato a la ermita barroca del siglo XVIII. Para mi suerte estaba abierta y pude visitar el hermoso templo encabezado por la imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso.  El templo tenía una verja que separaba el templo en dos, por un lado el altar y por otro los bancos de los fieles. Las paredes y el techo abovedado estaban pintados de blanco ocultando la piedra con la que se construyó. Me senté un rato y oré dando gracias por lo que se me estaba siendo concedido. Se respiraba paz y tranquilidad en su interior, como solo se siente en estos edificios de piedra concebidos para el recogimiento y donde la simplicidad es una virtud.

Al poco la carretera se abandona y se atraviesa un puente sobre el río que nos lleva al pueblo de Huergas de Gordón.

Desde este lugar pude ver la obras que se están realizando para el AVE. Aunque las flechas marcan el camino este está desbrozado por los camiones de gran tonelaje que mueven las tierras. Tuve que tener cuidado en el lodazal que habían convertido el camino.

Después se pasa al lado del asentamiento de los obreros formado por multitud de casetas prefabricadas. Pensé que dentro de un tiempo el camino tendría que abrirse paso por algún lugar diferente.

Encontré a unas señoras paseando que me guiaron a la entrada de Pola de Gordón. Me dijeron que no había albergue pero que había un hotel donde paraban los obreros del AVE y que estaba muy bien de precio.

Atravesé el pueblo, ya cansado y me dirigí cuesta a arriba. Atravesé el cuartelillo de la guardia civil y apareció un hotel de una estrella. Llevaba poco tiempo y olía a nuevo. Me dieron una habitación sencilla sin demasiado lujo pero con baño y con derecho a desayuno.

     Después de la ducha me derrumbé en la cama pensando en las incidencias del día. Me sentía feliz por todo lo vivido y tremendamente relajado, el cansancio del  camino y el madrugón hizo inevitable que me quedara dormido.



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Hospital de Órbigo - León

Hospital de Órbigo - León

Día 16 – Hospital de Órbigo - León

 

 

Me despertaron los peregrinos de las camas de al lado demasiado pronto, tenían prisa, como si el camino tuviera horas. Aún despierto continué en la litera observando el movimiento. Estaba desacostumbrado a este movimiento mañanero. Llevaba 15 días de camino y era la primera vez que dormí con tanta gente. Me parecía extraño ver a otros hacer tareas que yo hacía a diario, pero sólo y sin ninguna prisa.

 

Primero se movieron con las linternas, estrujando bolsas de plástico que hacían imposible dormir y si lo estabas seguro que te despertaban.

 

 

Unos iban y otros venían del baño. Cuchicheaban como si todavía alguien estuviera dormido. A las seis y media no aguantaron más y encendieron las luces. Me senté en la cama apoyado contra la almohada y seguí con mi observación, como si todo aquello no fuera conmigo. Estábamos en el mismo camino pero en sentidos contrarios. Me divertía este contraste.

 

 

Por fin, a las siete y media cuando casi no quedaba nadie, me levanté y comencé mi ritual matutino, baño, empaquetar el saco, intentar organizar una mochila inorganizable después de quince días y, por fin, meter los pies en su cárcel de cuero que les privan de su libertad y movilidad.

 

 

Salí a las ocho de la mañana y debía ser el último, busque rápidamente un café y un bollo que llevarme a la boca. Notaba las piernas un poco cansadas después del esfuerzo de ayer. Hoy no iba a ser manca, me esperaban unos 35 kilómetros, pero tenía la ilusión de poder ir viendo caminantes y sitios conocidos.

 

 

Después del desayuno, emprendí la marcha hacia el puente. Sigue siendo una hermosa construcción con sus muchos metros que sobrevuelan el río que he atravesado en un par de ocasiones desde Benavente. Lo crucé solo y no me pude resistir a fotografiarlo.

 

 

Nada más cruzarlo encontré a un peregrino sentado en un banco cambiándose de calcetines. Había salido de San Martín del Camino calzado con unas sandalias, por efecto del agua caída ayer los tenía mojados y llenos de ampollas.

 

 

- Buen camino peregrino.

- Buen camino. ¿Vienes al revés?.- Me preguntó con una cierta admiración.

- Sólo hoy, mi camino es desde Mérida a Oviedo, y hoy toca llegar hasta León.

- Camino complicado, supongo.

- No creas, hay que estar preparado más a las soledades que a las distancias. Pienso que cuando termine habré hecho unos 650 kilómetros en unos 19 días.

- Debes hacer etapas largas, yo cuando hago más de veinticinco lo noto muchísimo y me duelen las piernas. Debes estar bien preparado.

- No creas, aunque antes de venir al camino me preparo durante un par de meses.

- ¿Y la soledad, como la sobrellevas?

- La soporto aceptablemente, aunque reconozco que de vez en cuando me gusta ver a personas y poder hablar con ellas. Pero cuando no hay nadie converso conmigo mismo y observo la naturaleza intentando retener lo máximo posible, para después recordar.

- Yo no podría.

 

 

Pensé que hay gente que necesita estar en constante relación con los demás por que no saben dialogar consigo mismos. Necesitan el ruido de los otros para no analizarse, es como si les diera miedo conocerse y necesitan a los demás.

 

Deje al peregrino en su tarea y continué con el sol dándome en la cara. Hasta ahora siempre me daba por la espalda, necesité la gorra para protegerme. Me seguí cruzando con gente que me saludaba, alguno preguntaba por el albergue siguiente o por el pueblo oportuno. Me satisfacía ver la cara de los caminantes, algunos se sorprendían de encontrarme en sentido contrario, otros apenas saludaban.

 

 

El camino era cómodo y en apenas dos horas llegué a Villadangos del Páramo. Paré a tomar un café, aquí se podía elegir lugar de parada y tenía que aprovecharlo, qué diferencia con los días anteriores.

 

 

Coincidí con un ciclista alemán que se dirigía a Santiago, le expliqué lo que le esperaba sobre todo en las subidas que tenía por delante. Hoy quería llegar a Rabanal. Le recomendé que parara en Astorga a comer y visitar la Catedral y el Palacio Episcopal.

 

 

Eran las once y media cuando continué con calma. La visión de la autovía era un poco desagradable pero no había otra opción, pensé que no todo en el camino son campos solitarios y preciosos.

 

 

El día era agradable de caminar después de la tormenta de ayer.

 

 

Tuve algún que otro problema cuando llegué a la Virgen del Camino. Pasé por el arcén de la autovía con auténtico peligro, gracias que era domingo y a las tres de la tarde el tráfico no era muy abundante. En este punto las flechas se multiplican.

 

 

Entre en la iglesia, en ese momento solitaria, y tuve toda para mi solo. Aproveché para sentarme en un banco a reposar y tener unos minutos de calma. La oscuridad sólo violada por una pequeñas luces que iluminaban el altar llevaban a la meditación. Estos instantes en iglesias y ermitas del camino donde el silencio te acompaña me dan energías para continuar.

 

 

Este edificio es para mi tremendamente bello dentro de su austeridad y su poca iconografía.

 

 

Salí del mismo renovado y con ganas de comer, así que me dirigí a un restaurante cercano donde di cuenta de un menú de domingo abundante y sabroso, ensaladilla y cordero asado. El local estaba prácticamente lleno y con bastante ruido, la gente estaba tomando el aperitivo.

 

 

A las cuatro y media volví a cargar los bártulos para hacer los últimos kilómetros, ya todos por aceras. Esta entrada, igual que su salida, es bastante pesada aunque noté que hoy era todo bajada. El polígono industrial me siguió pareciendo horrible.

 

 

Llegué sobre las cinco y media de la tarde a la plaza del Parador Nacional de San Marcos, fue un recorrido bastante tranquilo, las calles estaban vacías y daba gusto caminar.

 

 

Antes de ir al albergue intenté descubrir la salida de mañana. No encontré ninguna flecha pero con un mapa de la ciudad pude descubrir por donde debía salir.

 

 

Llegué al albergue a las seis y media. Estaba medio lleno pero pocos peregrinos se encontraban descansando, se veían las mochilas y los sacos, pero imperaba cierta tranquilidad. Todos estaban visitando la ciudad.

 

 

Después del aseo oportuno y una pequeña colada marché a la Catedral. Siempre que paso por León es una visita obligada. Las cristaleras me impresionan. Recordé la última vez que estuve aquí y a mi cabeza llegó el concierto de música clásica que escuché con deleite el último octubre.

 

 

Ya las calles estaban llenas. Paré en una terraza de la zona peatonal a disfrutar del movimiento dominical mientras que degustaba un buen vino.

 

 

A las ocho y media cené una tapa de cecina que me pareció deliciosa, antes de ir al albergue.

 

 

Aquí pude disfrutar de la oración en la iglesia de las Carvajalas. Entrañable encuentro con otros peregrinos que creo imprescindible.

 

 

A las 10 estaba en la cama meditando que mañana empezaría la tercera parte de mi Camino, otra vez con la compañera soledad acompañándome todo el día. Ya no habría peregrinos, o por lo menos no tantos como hoy.

 

Me encomendé a Santiago para que me ofreciera un Buen Camino.

 


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La Bañeza - Hospital de Órbigo

La Bañeza - Hospital de Órbigo

Día 15 –La Bañeza – Hospital de Órbigo

 

Madrugué a las seis y media, sabía que hasta que saliera de la Bañeza se me haría de día. Me sentía descansado e ilusionado de cambiar de recorrido.

La mochila parecía que pesaba menos, cuando los sentimientos están ilusionados por algo las fuerzas acuden.

 

La salida es cómoda y está perfectamente señalada, buen trabajo el realizado por la asociación de Amigos del Camino y la Vía de la Plata.

No pude tomar mi cafelito matutino y me tuve que conformar con un buen trago de agua y un trozo de chocolate. Las calles estaban desiertas y las luces de las farolas todavía estaban encendidas, aunque el cielo comenzaba a clarear.

El recorrido se inicia entre huertas y caminos que zigzaguean. Se atraviesa el río Duerna por un hermoso puente de hierro de ferrocarril paso en otro tiempo de trenes. Hermosas estructuras que el tiempo oxida irremediablemente.

Hasta Palacios de Valduerna es un tranquila caminar rodeado de huertas que aprovechan el agua del río. Después el camino lleva a una reserva de caza donde es fácil observar liebres, conejos y gamos. Tierra de jara, pinos y monte bajo. El camino es agradable y entretenido. En múltiples zonas se atraviesan torrenteras que hacen saltar. Iba contento y deseoso de llegar a Astorga. Se veía la autovía en la lejanía pero los árboles y las hierbas de esta zona de caza hacían olvidar ese rastro de la civilización.

Llegué por camino hasta una carreterita comarcal, que lleva a Riega de la Vega. Empezaba a estar cansado después de tres horas caminando. En cuanto retomé el camino solté la mochila y me dispuse a descansar un rato sentado en el centro del camino de piedra.

El día estaba un poco nublado por momento pero la temperatura era ideal. Se sentía la soledad castellana y aproveché el momento para disfrutarla, sabiendo que dentro de unos kilómetros la compañía sería una constante, por lo menos hasta pasado mañana.

Estando en esta meditaciones vi aparecer en la lejanía a mis compañeros vascos. Me hizo ilusión poder completar este último tramo hasta Astorga con quien inicié en Mérida. y hemos compartido albergue en múltiples ocasiones.

Venían felices por llegar al Camino Francés, esta noche habían dormido en la casa de veraneo de José Manuel. Habían comido y dormido bien.

- ¡Qué magnífico bar! Con cada vino media ración ¿Te podías haber venido?

Aunque me habían invitado preferí la tranquilidad del albergue y no romper la rutina.

- Hubieras ido y venido en el coche de mi cuñado- me comentó José Manuel.

- Gracias, pero sabéis que me gusta ir a mi ritmo e independiente.

 

Continuamos ya juntos hasta Astorga. Pasamos por debajo de la autovía y después por carretera hasta Celada de la Vega.

Llegamos a las once y media, hora perfecta para almorzar. Entre José Manuel y yo dimos cuenta de una magnífica ración de callos y un par de vinos reconstituyentes.

Después se hizo la marcha más lenta siguiendo el arcén de la carretera nacional.

A la una llegamos al albergue donde ellos buscaron cama y yo simplemente sellé. Coincidí con un hospitalero que me atendió en octubre del 2006 cuando realicé el francés y estuvimos compartiendo un buen rato mientras se aseaban mis compañeros. Pese a que me tentaron a quedarme denegué el ofrecimiento. El albergue estaba llenándose de gente y me sorprendió después de tantos días de soledad. La mayoría venían de Hospital y más tarde llegarían los de Villadangos y los de Villar de Mazarife.

Estaba lleno de actividad y movimiento el albergue. La luz entraba por todas sus ventanas ha diferencia de la última vez que llegué de noche.

Salimos a la calle y nos tomamos una cerveza en la plaza del ayuntamiento mientras que nos despedíamos y nos dábamos los teléfonos. Nos despedimos definitivamente frente al palacio episcopal de Gaudí, donde ellos fueron a comer y yo emprendí la ruta hacia San Justo de la Vega.

Un poco de tristeza me inundaba pero sabía que en ese momento iniciaba otro camino dentro del camino.

 

Pese a todo me sorprendía dando el saludo ritual de Buen Camino a todos los peregrinos que se cruzaban. Parecían cansados y deseando llegar al albergue.

Sorprendente que hubiera tantos, en apenas cuatro kilómetros y medio di cuarenta o cincuenta saludos, muchísimos más que en toda la Plata.

Iba bien pero necesitaba comer algo. El tiempo se había encapotado y amenazaba lluvia tormentosa. Unos nubarrones negros indicaban que iba a ser inminente.

 

En el bar de San Justo devoré un bocadillo de tortilla junto con una coca fría.

A las 16 horas iniciaba el Camino hacia el Alto de San Antón.

La cuesta que en algunas ocasiones he bajado y que me resultaba molesta, esta vez la hice en sentido contrario y no es más que un repecho que con un poco de paciencia se sube bien.

No pude resistirme a darme la vuelta y observar la ciudad de Astorga desde la cruz y me pareció una bella imagen rodeada de nubes que amenazaban lluvia.

 

Continué por el camino del monte y volví a disfrutar de un recorrido rodeado de robles y castaños en medio de la naturaleza. No comprendo a los caminantes que se van por el otro recorrido por ahorrar un par de kilómetros y aguantar la carretera.

  

Los colores de una tarde de tormenta incrementaban la belleza. Los verdes del campo se fusionaban con los ocres del otoño con una luz filtrada por las nubes y, a veces, humedecida por una lluvia fina que me hizo cantar de alegría.

  

Me tuve que poner el poncho según me acercaba a Santibáñez de Valdeiglesias. La lluvia se fue incrementando pero me agradó recibirla en la cara y las piernas. Me refrescaba y estimulaba mis músculos. Poco antes de llegar hubo un rato de fuerte agua. Dudé si quedarme en Santibáñez o continuar. Dejé la decisión para cuando llegara al albergue de este pueblo.

 

La visión del camino en sentido contrario es diferente y la perspectiva distinta. Es como si pasara por un paisaje conocido pero nuevo en sus formas, los árboles eran distintos aunque fueran los mismos. Las bajadas se convertían en subidas y las flechas desaparecían y era necesario buscarlas dando la vuelta mirando hacia atrás.

  

El albergue estaba casi lleno y me ofrecieron una cama, pero había demasiada gente, después de tanta Plata, decidí continuar. Paré media hora sentado en el escalón de entrada al albergue. Las piernas estaban cansadas, llevaba demasiados kilómetros pero quería llegar mañana a León y tenía que avanzar los cinco restantes hasta Hospital.

  

En ese rato coincidí con una muchacha de unos ojos azules sorprendentes que muy interesada me estuvo preguntando por mi camino. Se extrañó de mis soledades y de las distancias. Ella estaba realizando el camino con su novio de forma tranquila, meditando sobre su futuro. Había dejado los estudios hace un año y estaba decidiendo si continuar estudiando o marcharse a vivir con su novio. El camino lo estaba tomando como un repaso de su vida y un periodo de tranquilidad para encauzar su expectativas de futuro. El camino da el tiempo necesario para pensar y repasar lo vivido, y en muchas ocasiones tomar decisiones de cara al futuro.

  

El cielo seguía amenazando agua pero por el momento había parado de llover. Aproveché para volver a cargar la mochila y recorrer los 5 kilómetros que me quedaban. Las piernas las tenía cargadas y me lo tomé con calma. Muchos kilómetros para un solo día. Observaba los campos y las huertas viendo los árboles junto al río.

  

Esta hora se me alargó y se me hizo pesada. Llegué a Hospital y sin pensarlo dos veces me metí en un hermoso albergue que me proporcionó una cama y una ducha de la que disfruté.

  

Ya estaba anocheciendo cuando salía a una merecida cena. El albergue estaba casi lleno, que diferencia con los de la Plata.

A las 10 de la noche ya estaba en la cama con las piernas doloridas pero feliz de haber completado la primera parte del recorrido. Mañana volvería a estar acompañado de los miles de ellos que pasan por el Francés, aunque fuera por el momento que tardamos en cruzarnos.

 

 

   



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Villabrázaro - La Bañeza

Villabrázaro - La Bañeza

Día 14 –Villabrázaro – La Bañeza.

 

Desperté solo en el albergue, mis amigos llevaban un par de horas caminando, siguiendo su rutina madrugadora.

Recogí con lentitud y salí al tiempo que el cielo empezaba a clarear.

El Camino marchaba por carretera secundaria sin apenas tráfico, el día estaba despejado aunque corría un fuerte viento, necesitaba un café pero hasta Alija no había posibilidades.

 

Se pasaron un par de pueblos pero donde no había ningún servicio. Pasé el puente de la Vizana y recorrí los dos kilómetros de carretera nacional por un arcén amplio.

Sobre las nueve y media llegué al pueblo donde tuve que esperar a que abrieran el bar, no me apetecía continuar sin nada sólido en el cuerpo. Fueron tres horas (13 kms.) bastante pesados que continuarían con otros 20 más por la carretera.

 

Me entretuve charlando con unos abuelos que me explicaron un poco sus vidas e ilusiones. Fue el único rato de charla en todo el recorrido, por otra parte bastante pesado, hoy era día de carretera y arcén. No se si habría camino aunque no vi flechas que me guiaran por ellas. Tampoco me preocupó pues sabía donde me encontraba y que continuando la marcha no tenía pérdida.

En Navianos almorcé un bocata de boquerones en vinagre y una coca sentado en una pequeña banqueta.

Aburrido recorrido sin apenas variaciones, el sol al principio suave y al final con cierta fuera apretaba en un día claro. Tuve que entretener la mente recurriendo a mis pensamientos que hoy se resistían a fluir.

Hubiera sido el día ideal para encontrar un compañero de viaje que entretuviera con conversaciones y anécdotas. Los recorridos no son los monótonos son los estados de ánimos los que marcan las sensaciones que tenemos, y hoy tenía un día perro. También el asfalto y el ir siempre pegado al lado izquierdo  pisando la raya blanca de la carretera, me marcó el estado de aburrimiento y tedio.

En San Juan de Torres volví a parar sentándome al lado de la iglesia, aprovechando un banco de piedra. Estaba sólo y apenas un par de señoras atravesaron por los alrededores. Una fuente con unos caballitos de mar me acompañaron durante media hora.

 

Pensé en que pintaban esos animalitos en un pueblo de Castilla-León, donde el mar brilla por su ausencia. El aspecto era agradable y bajo el árbol corria un aire que se agradecía.

Me tumbé en el banco observando las horas sobre un fondo azul intenso. Me quedaban nueve kilómetros y empezaba a estar cansado. Repasé los días anteriores y la variedad de paisajes. También pensé que mañana llegaría a Astorga y recorrería el Francés en sentido contrario.  Esto me animó y pensé que debería aprovechar estos momentos de soledad, que seguro no volvería a encontrar en los dos próximos días.

 

Se acababa la primera fase del camino y había sido más corto en el tiempo de lo que esperaba. Esto significaba que había disfrutado de lo que el camino me daba. Reconocí que había tenido mucha suerte con el tiempo, no había hecho demasiado calor. Hoy era una de las peores etapas, excesiva carretera, pero me podía quejar. Recordé personas, caminos, paisajes y vivencias inolvidables ¡Qué difícil será no recordar sitios!. Caparra, Mérida, Cáceres, Alcuéscar, Fuenterroble de Salvatierra, Baños de Montemayor, Salamanca, Zamora, Cubo del Vino, etc. Personas entrañables Doña Elena, Maria, Nekane, Josemari, mis compañeros de camino, José Manuel, Crispín, Daniel, mi compañero canario, etc.

Todo pasó rápidamente por mi cabeza, sobreponiéndose sitios y caras. Estaba pasando unos días fantásticos e irrepetibles. Todas mis expectativas se estaban cumpliendo fielmente. Mis dudas iniciales habían volado y sin dudarlo iniciaría de nuevo este camino.

 

Con cierto cansancio volví a la carretera para hacer los últimos kilómetros. Se hicieron pesados. El calor apretaba y la monotonía era mucha. El arcén era agotador por lo estrecho del arcén.

Después de una cuesta atravesé la autovía sexta y pude distinguir el destino. Eran las dos y media y ya estaba cansado. En seguida se llega al albergue que se encuentra en la parte alta del pueblo.

Me abrió la hospitalera y me encontré con un peregrino italiano que estaba en la siesta. Las instalaciones eran amplias y cómodas, con cocina, salón con una mesa grande y sillones, había libros e información abundante del Camino. La habitación con treinta y tantas camas de hospital.

Tras una ducha rápida bajé al centro a comer sobre las tres y media de la tarde. Hacía calor y la gente se refugiaba en sus casas para evitarlo.

Después de un menú agradable retorné hacia una merecida siesta. Dormí un par de horas.

Ya a las seis de la tarde realicé la colada en una moderna lavadora de carga superior, teniendo que recurrir a la vecina-hospitalera para que me explicara su funcionamiento.

 

Marché a realizar un paseo por el pueblo a través de la cuesta peatonal que hay en la trasera del albergue. Ahora ya las calles estaban llenas de personas que paseaban, niños que jugaban en las plazas y abuelos observaban pasar el tiempo hablando entre ellos.

Tomé un par de cervezas y compre algo de embutido para la cena.

A las ocho ya me encontraba tomando el sol en la puerta del albergue y charlando con el peregrino italiano.

 

Apenas hablaba castellano pero con buena voluntad nos entendíamos. Venía desde Zamora y tenía una tendinitis que le hacía cojear. Se quejaba de lo solitario del camino. Hay se había quedado recuperándose y mañana pensaba ir a Astorga en autobús (otro peregrino sin andar).

Me preguntó si a partir de hoy seguiría igual el camino. Le expliqué que se preparara a compartir andanzas con mucha gente y que este sería el último albergue tan solitario. A mi esta soledad no me molestaba pues daba tiempo a meditar.

El sol era agradable en sus últimos rayos, luego refrescaría.

Me pareció un lujo disponer de un acogimiento semejante donde sólo se pedía la voluntad.

A última hora apareció la vecina-hospitalera para sellar las credenciales y preguntarnos si nos faltaba alguna cosa. Nos explicó que el albergue lo lleva la Asociación y se mantiene con los fondos de los socios, todos ellos peregrinos convencidos.

 

A las diez marché a la cama para emprender mañana el último tramo antes de Astorga. Sabía que el recorrido sería largo, pues tenía intención de llegar a Hospital de Órbigo, unos cuarenta y dos kilómetros.

Me dormí enseguida sonando con un cambio radical, hasta aquí la soledad había sido mi acompañante, pero hasta León me vería acompañado por muchos peregrinos en sentido contrario.


 


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