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Zamora

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Día 13  Granja de Moreruela - Villabrázaro

 

Temprano me desperté pero aguanté a las siete para levantarme, se oía la lluvia y toda la noche había estado jarreando, la pereza me tentaba. Mis compañeros ingleses continuaban en la cama aprovechando las comodidades del albergue. No los volví a ver se iban por Orense. Tuve que ponerme la ropa de agua, vamos el poncho y el chubasquero de la mochila.

 

Llovía y hacía viento, un día muy desagradable. Subí la cuesta del pueblo y llegué al desvío del Sanabrés, volví a recordarla otra ocasión, y la añoranza me llenó junto con un cosquilleo en el estómago por conocer sitios nuevos.

Esta vez el camino iba paralelo a la carretera por un buen trazado. Llovía con fuerza por momentos y mi estómago solicitaba algo sólido.

 

El camino se acerca a la carretera y va paralelo a ella. Este me llevó a algunas zonas bastante embarradas y lleva de surcos de tierra blanda. Decidí salir al arcén para evitar el pringue. Hoy no terminaba de amanecer.

 

Al cabo de una hora vi un bar al lado opuesto de la carretera y me lancé hacia él para secarme un poco y llenar la panza.

 

Había diez o doce camioneros dando cuenta del desayuno. Me quité el poncho y la mochila teniendo cuidado de dejarlo en un rincón y colgar la capa sobre el bastón para que no mojara demasiado.

 

Me miraban con extrañeza, como si fuera un bicho raro.

 

- Buenos días, deme un café y una napolitana- Solicité a un camarero de pelo blanco y cara seria.

- ¡Que, mojado! Hoy tienes mal día para caminar.- Me dijo un muchacho de fuertes manos con un vozarrón grave y profundo, tenía aspecto y formas de camionero.

- Hay días para todo y hoy ha tocado esto. Habrá que adaptarse. De todas formas no es de los días peores que he caminado.

- Tienes razón pero donde esté un día despejado y soleado que se quiten los de lluvia y viento. ¿vienes sólo?

- Si, pero supongo que habrás visto a una pareja unos kilómetros atrás.

- Si iban por la carretera antes de Granja. Con los chubasqueros no se les veía demasiado bien.

- Es mala prenda para andar con tantos coches sobre todo si hace viento.

- Se les veía malamente con la lluvia.

- Vosotros también lo pasareis mal en días así. No debe ser fácil controlar a esos gigantes.

- Bueno no puedes comparar con un coche. Sus frenos son más potentes y la posición de conducción facilita la tarea, aunque hay que tener cuidado con la carga. Antes si que era duro.

 

Estuve quince minutos antes de reemprender la marcha.

  Llovía a ratos pero en la lejanía se veía clarear. Seguí el camino paralelo a la carretera hasta un momento que las señales marcaban directamente el arcén. En ese punto de encuentro había un camino que salía de frente. Dudé pero, sin saber porqué crucé la vía y seguí por él, suponiendo que más adelante torcería a la izquierda.

 

Cuando llevaba media hora sin ver señal alguna, estuve convencido de mi pérdida. Apliqué la lógica y me dije que torcería en el primer desvío que encontrase hacia la izquierda.

 

A los cinco minutos vi un camino recto que partía en la dirección deseada y sin dudarlo le continué. Calculé que la carretera iba a mi izquierda. Vi unas casas y supuse que era Santovenia del Esla. Al rato llegué a una granda de pollo y pude preguntar por el camino a Villaveza del Agua.

 

- Sigue recto y a unos tres kilómetros tuerce a la izquierda, no tiene pérdida.

 

Fue hora y media andando por intuición, que sensación más extraña. No estuve perdido pero perdí la seguridad que dan las flechas.

 

Llovía suavemente pero se aguantaba bien. En el pueblo busque la nacional 630 y la seguí hasta un bar donde pude almorzar resguardado de la lluvia un buen bocata de chorizo que me levantó el ánimo.

 

Eran las doce de la mañana cuando salí a la carretera. No llovía pero amenazaba con a hacerlo en cualquier momento. Iba con el poncho que por primera vez en este camino me había puesto. Las botas aguantaban bien la humedad y me sentía un poco triste, como el día. No siempre se encuentra uno eufórico.

 

Llegué a Barcial del Barco y el camino se separa de la carretera por la derecha hacía la vías antiguas del tren. Aquí había dos opciones, caminar por ellas atravesando un par de puentes ferroviarios o dar una vuelta por camino y a tres kilómetros cruzar el Esla por otro puente de hierro. Pregunté y me aconsejaron esta segunda opción, la primera estaba en bastante mal estado y podía ser peligroso.

 

Andar por traviesas mojadas por el agua y el mal estado de los puentes me decidieron.

 

La lluvia paraba de vez en cuando. El paisaje ondulado mostraba un toro de osborne en lo alto, primero en la lejanía y después próximo. Fue el único toro que no me dio miedo.

 

Las nubes corrían deprisa dando un color especial de paz y tranquilidad. Poco a poco el día fue despejándose.

 

El puente de hierro sobre el Esla rodeado de choperas me alegró la mañana. Estructura fuerte y resistente que vio pasar a trenes durante muchos años permanece inmutable a los nuevos avances. Las vigas de hierro entrecruzadas me recordaron a la torre Eifiel y a la industrialización de principios del siglo XX.

 

Belleza construida por el hombre y ahora inservible, que inexorablemente la naturaleza destruirá.

 

La llanura hadado paso a zonas de huertas y chopos cambiando radicalmente el paisaje.

 

Llegué a la una a Villanueva de Azoague donde paré en un bar a tomar la cerveza de rigor. El ambiente era bueno y la familiaridad entre los paisanos notoria. Me encontraba cansado pero intuía próximo Benavente. Hoy si no había problemas llegaría pronto (¡Qué error cometí! Nunca estés plenamente seguro de un destino hasta que te encuentres en él).

Salí viendo como el tiempo volvía a oscurecerse poco a poco. Hasta Benavente fui por un carreterita secundaria rodeada de talleres.

 

En menos de una hora llegué a destino y siguiendo las flechas llegué a un cruce nada claro.

 

Un ramal subía por una calle y otro se dirigía por una calle con acera llaneando. Dudé pero no tuve a nadie a quien preguntar. No me apetecía subir la cuesta hacia el centro de Benavente, así que seguí por la calle llana, supuse que saldría en el destino adecuado. (¡Craso error!)

 

Deseaba comer y continuar por la tarde una vez descansado. Al poco tiempo vi unos jardines y una carretera con doble vía. Aquí ya estuve seguro que me había equivocado pero no me apetecía volver.

 

Aquí comenzó a caer una enorme tromba de agua. El cielo se oscureció y en menos de un minuto me encontraba calado de agua. Tuve que volver para atrás y refugiarme en una gasolinera, aunque ya estaba calado.

 

Pregunte a una muchacha que atendía los surtidores, que muy poco amablemente me respondió que no sabía donde estaba el camino hacia Vilabrázaro. Ella dijo que siempre había ido por la carretera hasta Santa Cristina de Polvorosa desde allí a Manganeses de la Polvorosa y por fin a Villabrázaro.

 

No atiné a preguntarla por la estación de tren ni a preguntarla para ir al centro del pueblo y allí preguntar. También es cierto que me agobió la lluvia y las ansias de llegar, este fue mi error.

 

En quince minutos paro de llover, cosa que aproveché para retroceder y por pura intuición cogí una camino paralelo a la autovía que llevaba a Santa Cristina. La tarde se iba arreglando y el sol salió secándome poco a poco. Ya con un poco de sol y oliendo a tierra mojada llegué hasta el pueblo al filo de las tres. Las calles estaban solitarias y sólo pude preguntar a un chaval que marchaba con bicicleta. Me dirigió a un bar-pub donde entré a comer algo y a preguntar. Era un local oscuro con una terraza cubierta.

 

Pude tomar unas albóndigas y me marcaron el camino a seguir por una carreterita secundaria que paralelo al río Órbigo me llevaría hasta Manganeses y luego allí cruzara el río por el puente antiguo.

 

Paré un rato en la terraza tomando un café y ventilando los píes húmedos por la lluvia.

 

Con resignación emprendí el recorrido marcado sobre la cuatro de la tarde. El cielo se había despejado y se agradecían los rayos del sol. Se recorre una vega llena de choperas que movían sus hojas verdes agrisadas, las huertas son abundantes. Después de la tensión de la tormenta y la cierta desesperanza de estar perdido y sin la menor idea del Camino, ahora me encontraba bien y tranquilo. Sabía que haría más kilómetros pero ya tenía marcado el recorrido. Los ojos buscaban la belleza y la cabeza disfrutaba de las sensaciones de esta hermosa tierra, después de tantos días de zonas áridas. El paisaje en la Plata es cambiante como lo son las tierras que atraviesa.

 

Caminé constantemente pegado al río viendo los meandros que realiza mientras riega tierras y huertos.

 

En Manganeses llegué sobre las cinco y cuarto y paré a tomar un café  sentado en una mesa de un bar destartalado donde un par de niños corrían y gritaban mientras la televisión, bastante fuerte, daba una telenovela.

Me contaron que me quedaban cuatro kilómetros para el pueblo de Villabrázaro y me lo tomé con calma. Empezaba a estar cansado y alargué el descanso con un buen pacharán.

 

Volví al camino que me llevó a atravesar el río por un puente moderno y poco después cogí otra carreterita en medio de una chopera.

 

Un grupo de abuelos tomando el sol me preguntaron:

 

- ¿Vas a Villabrázaro?

- Si, si no me pierdo otra vez. Me despisté en Benavente y la vuelta me parece que ha sido larga.

- No eres el primero, hay muchos que se equivocan, la señalización no es buena. Hoy han llegado dos peregrinos más. Uno de ellos iba bastante mal, doblado, como si le doliera la espalda.

 

Enseguida deduje que era Crispin. El día había estado revuelto y tanto cambio afecta a los músculos.

 

Estuve charlando un rato con los abuelos a la sombra de los chopos. Se había quedado una tarde muy agradable. Hablaban de cuando eran jóvenes y de sus pequeñas heroicidades. Todo era pasado, lo que más les importaba quedaba atrás, el futuro era corto y sin demasiadas alegrías. Esperaban días como hoy donde sentarse al sol agradable de la tarde e hilar carrete con sus amigos y recordar personas y hechos sucedidos tiempo atrás.

 

Los deje con sus palabras y continué los dos kilómetros que me quedaban.  Notaba ya el cansancio pero el tramo me pareció agradable con el sol filtrándose entre las hojas.

 

Nada más llegar vi el bar abierto y hacia él me dirigí.

 

Estaban José Manuel y Crispín sentados a la mesa esperando la comida. El establecimiento cerraba a las siete y habían decidido cenar temprano, sin sudarlo me apunté a un buen plato de macarrones que me metí entre pecho y espalda.

 

En todo el pueblo no había otro bar ni tienda, así que había que aprovechar el momento, luego no habría ocasión.

 

Crispín ya parecia recuperado aunque José Manuel me dijo que los últimos kilómetros había tenido que ir sujetándole por que iba doblado a punto de perder el equilibrio. Había pensado llamarme para que le echara una mano. No sabía que había estado perdido un rato largo.

 

Crispín me dijo que a él el año anterior le había sucedido igual y que por lo menos se hacer cinco kilómetros de más. Tenía que haber subido al centro del pueblo y buscar el albergue junto a la estación.

 

Lo tendría en cuenta para otra vez, pero esta me había ofrecido un paseo precioso a través de las vegas del Órbigo con unas espléndidas choperas alineadas y frondosas.

 

La merienda-cena terminó casi a las siete y con paso lento nos dirigimos al albergue que se encuentra a las afueras del pueblo. Este es muy tranquilo y apenas se veía a algún vecino. El albergue tenía varias habitaciones en las antiguas aulas hoy convertidas en dormitorios de acogida y en centro de reunión de las señoras del pueblo para hacer sus labores de costura.

 

Crispín se tumbó a descansar en cuanto llegó. Ellos ya se habían duchado antes de comer. Yo no perdí el tiempo y me metí a la ducha reconfortante y a hacer la colada de camiseta y calcetines.

 

Como sabía que ellos madrugarían me ubiqué en una pequeña habitación al fondo de la casa.

 

Después nos sentamos José Manuel y yo a recibir los últimos rayos de la tarde mientras calábamos del camino y de la vida.

 

Me contó su vida laborar y lo feliz que era con su nietecita. Estaba orgulloso de si mismo y de la suerte que tenía en la vida, no ya por el aspecto económico sino por lo que tenía, familia, jubilación y por poder estar en el camino.

 

Se preocupó por Crispín, diez años mayor que él, considerando que no se encontraba en condiciones de realizar un camino tan solitario y dura.

 

Estaba deseando llegar a la Bañeza para ir al pueblo de su mujer y pasar un día con sus cuñados. Me invitó a que fuera mañana con ellos y durmiera en el pueblo pero le dije que prefería ir a mi aire sin las prisas que ellos tenían.

 

Era un placer ver el atardecer sentado en aquel soportal donde se iba sintiendo el frescor según desaparecían los rayos del sol. Era un momento propicio para las intimidades. La tranquilidad paralizaba los músculos y abría las neuronas y los ojos para analizar el pasado. En el camino hay muchos momentos así, que sin prisas se puede meditar y recapacitar.

 

Tuvimos que meternos porque el frescor se convirtió en frío y no se aguantaba el relente ¡Qué cambios de temperatura tiene esta Castilla!

 

Recogí la ropa tendiéndola en los soportes de la litera y marché a la cama donde caí dormido casi sin darme cuenta. Había sido un día revuelto pero que había dado a conocer paisajes preciosos.

  

No pude por menos que recordar el puente de hierro y las choperas del río Órbigo. Mañana lluviosa tarde primaveral, así es la vida y el camino cambiante pero precioso si se sabe mirar y ver.

 

 


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Zamora - Granja de Moreruela

Zamora - Granja de Moreruela

Día 12 – Zamora – Granja de Moreruela

A las seis y media me levanté con sigilo y después de pasar por el baño, salí con la mochila hacia la estepa castellana.

Las calles estaban medio desiertas. En el primer bar que encontré tomé el café de rigor, tenía ganas de caminar.

 

Este etapa la temía por el calor que podría pasar, pero para mi suerte el cielo estaba lleno de nubes que amenazaban lluvia pero que cubrían el cielo.

 

Se coge enseguida caminos agrícolas en muy buen estado que recorren la estepa rectos. No se ven montañas que interrumpan la visión. Todo es llano, monótono y solitario. No hay distracción de los propios pensamientos y las ensoñaciones aparecen para entretener la monotonía de la ruta.

Estaba contento en este día gris. Me libraría del calor fustigador. Corría el viento y la temperatura era ideal.

 

De vez en cuando se cruzaban otros caminos pero nunca se torcían las señales. Siempre de frente.

El campo había cambiado. Antes había fincas de ganado y árboles donde buscar la sombra. Ahora sólo rompía la monotonía los tendidos eléctricos que se perdían en el horizonte.

 

Cuando llevaba dos horas paré a quitarme el polar en medio del camino. Llegué incluso a sentarme en el suelo a reposar diez minutos, para sentir como la bóveda celeste iba de este a oeste y del norte al sur sin interrupciones. Las nubes de diferentes tonos y matices se movían rápidamente ocultando al Sol. Era hermoso el conjunto y la sensación de soledad grande. Los campos de cereal y barbecho se sucedían en terrenos inmensos.

Me encontraba bien mirando el espectáculo animado por la alta velocidad del viento sobre las nubes.

 

Mirar y ver lo que nos rodea afecta a nuestro estado de ánimo si sabemos observar la hermosura y la fuerza.

Me dio pena no ser pintor para poder reflejarlo en toda su plenitud. Muchas veces, casi siempre, las fotografías no son capaces de reflejar lo que mis ojos ven y mi corazón siente ante determinados paisajes. No dudo que la máquina recoge la realidad con total exactitud, pero le falta el sentimiento que el fotógrafo tiene.

 

Pasé por Roales del Pan y posteriormente llegué hasta Montamarta. Todo el tiempo en parajes similares. El cielo fue liberándose de nubes poco a poco, pero el día era fresco.

En Montamarta almorcé un buen pincho de tortilla y un café en un bar enfrente de la gasolinera.

Atravesé el pueblo y el puente sobre el embalse. Aquí tuve la ocasión de tener una subida corta hasta el cementerio y la iglesia de la Virgen del Castillo, que domina el embalse y el pueblo.

 

Despacio caminé por caminos hasta llegar a una zona de chalets junto a la zona más ancha del embalse de agua. Aquí dudé entre seguir por la carretera o continuar hacia el borde del agua por donde marcaban las flechas. Estas eran débiles y no muy bien marcadas.

Decidí la segunda opción, estaba harto de arcenes. Las indicaciones me llevaron hasta el borde del agua y durante un rato fui recorriendo la orilla arenosa y de piedras.

Era agradable caminar con la temperatura que hacía, seguía medio nublado aunque se notaba que terminaría despejado. Pasé junto a las casitas de fines de semana en los que no había gente.

 

En mucho rato no vi flechas ni indicaciones pero deduje que el camino se dirigía hacia las ruinas del castillo que se veía al fondo. Cuando lleve mucho agua hay que subir en un par de ocasiones a la carretera para atravesar las aguas. Yo solo tuve que hacerlo una vez.

  

Eran agradables las vistas con alguna barquita amarrada a la orilla. Nada más pasado el segundo puente me senté en una piedra a airear los pies. Era la una y media y apenas había parado veinte minutos a almorzar. Se me hizo largo este tramo.

Observé los chalet de la orilla y pensé en cuantas ilusiones puestas en su construcción y cuantas risas en verano habría en la orilla del agua. Los niños se bañarían rodeados de gritos, risas y juegos. Ahora sólo el viento se hacía oír. Un poso de tristeza inundó mi corazón ante la soledad de las casas.

 

Me levanté con pereza y ascendí hasta las proximidades del castillo de  Castrotorafe a medio derruir.

Este castillo se encuentra a unos cuatro kilómetros de San Cebrián de Castro, a orillas del río Esla, con una vista única del embalse del río. Este castillo suele identificarse con la mansión romana Vicus Acuarius, núcleo de población asentado en la Calzada romana de la Vía de la Plata. Ya en época medieval, en el año 1129 se le concedió el fuero de Zamora, llegando a ser una de las más importantes villas zamoranas como capital de la Orden de Santiago en el Reino de León, debido a su enclave de gran valor estratégico al poseer un puente sobre el caudaloso río, nexo de unión fundamental en la época entre Castilla y Galicia. De aquellos días sólo ha continuado las ruinas del castillo. Este enclave fue habitado hasta el siglo XVIII. Fue declarado Monumento Nacional el 3 de junio de 1931.

 

Recordé cuantas luchas y vivencias se desarrollarían entre aquellas piedras. Me dio pena que se encontrara en este estado de abandono un Monumento Nacional, que poco invertimos en los hitos de nuestra historia.

Seguí por camino hasta Fontanilla de Castro. Algunos mastines me ladraron al acercarme a un rebaño de ovejas que descansaban tapándose las cabezas para evitar el sol, que había aparecido definitivamente. Pese al mismo, la temperatura era buena y era agradable caminar entre campos de cultivo viendo los cielos azules y el pueblo acercarse. Fontanilla de Castro se atraviesa por calles asfaltadas y con ausencia de gente. El bar no le localicé y continué la marcha viendo la carretera a la derecha.

 

En algo más de media hora llegué a Riego del Camino. Pegado a la carretera encontré un bar con un coche de la guardia civil de tráfico en la puerta.

El local estaba oscuro pero fresco y una televisión daba el fin del telediario.

- Buenas tardes ¿se puede comer algo?

- Si, siéntate donde quieras. - Me respondió una señora detrás de la barra que charlaba amigablemente con los guardias.

Había cuatro mesas en un local destartalado con las paredes pintadas de azul fuerte y blanco.

 

Solté la mochila en un rincón y me senté en una mesa pegada a una pequeña ventana.

- Te puedo hacer una ensalada y un filete.

- Perfecto, y para beber póngame una clara con limón en jarra grande.

Los guardias estaban en la barra tomando café y charlaban con la señora, mientras que un chiquillo de unos 10 años hacía la tarea sentado en una silla en una mesa cercana. Sus ojos se fijaron en mi y con mucho desparpajo me preguntó.

- ¿De donde vienes?- Con curiosidad hasta en sus ojillos brillantes y vivarachos.

- Hoy desde Zamora.

- Eso está muy lejos. Yo fui con mi padre hace dos semanas. Estuve viendo a mis tías que viven allí, pero fuimos en coche.

- Deja al caballero y no molestes.- Gritó la abuela desde detrás de la barra.

- No se preocupe que no molesta.

Ante mi contestación continuó el interrogatorio.

- ¿Cuanto pesa la mochila?

- Pues no lo se exactamente pero deben ser unos siete kilos.

- No parece mucho, ¿qué llevas?

- Pues el saco y ropa para todo el camino.

- ¿Llevarás comida?

- Pues casi nada, como en los bares y compro como máximo para un bocadillo, un poco de pan y chorizo.

- Pues yo llevaría algo más.

Hablaba conmigo y al mismo tiempo jugaba con una pelota. Esta conversación duró hasta que me sirvió la comida la abuela, que le mandó a la trastienda para que terminara con la tarea.

 

Pregunté por mis amigos vascos y me dijo que habían venido a las dos de la tarde y que se habían ido al albergue.

Yo me encontraba bien y apenas eran las cuatro y media cuando terminé con el café y el orujo reglamentario, así que pregunté donde se encontraba el albergue para saludar a los amigos, y después continuar.

Hacía sol pero corría un aire tormentoso. Fui hasta la casa que me indicaron a través de un típico pueblo castellano con casas de adobe y un sol que derrite la sesera. Tuve que preguntar por mi habilidad para perderme, me dirigieron a la casa de la hospitalera y también alcaldesa, que con gran amabilidad me acompañó hasta el albergue. Allí encontré a Crispín en la cama reponiéndose del ejercicio y a José Manuel charlando con un matrimonio belga.

 

El albergue es la antigua escuela, bastante humilde pero suficiente, cama, agua caliente y estaba limpio.

Insistieron en que me quedara, pero les dije que prefería andar un par de horas más, este pueblo era muy tranquilo y podía aprovechar algo más la tarde. Me contaron que habían ido todo el tiempo por la carretera, evitando dar las vueltas del embalse. Ni se aproximaron al Castillo.

Después de sellar y estar un buen rato con ellos volví al camino. Son apenas seis kilómetros y medio por camino de tierra en parajes muy llanos. Me lo tomé como un paseo, mirando la tierra labrada y con las espigas grandes y próximas a ser segadas.

 

Sabía que la estepa se acababa después de Granja de Moreruela. Esas llanuras infinitas terminaban para dar paso a una zona más ondulada. Había tenido mucha suerte, no había hecho calor estos días. Recordé Extremadura y las calorinas que sufrí.

Parecía lejano y sólo habían pasado diez días. ¡Cuánto había visto!. ¡Cuánto había disfrutado!

También tuve tiempo para pensar en la anterior experiencia en Granja durante el Camino de Madrid (Villalpando - Granja de Moreruela).

 

Fue un rato muy agradable donde mi cabeza estuvo llena de ensoñaciones felices y gratos recuerdos, sin ninguna prisa ni preocupación. Cuando camino sin pensar en el esfuerzo y con la cabeza entretenida las distancias se acortan.

Según llegaba me crucé con un rebaño de más de doscientas ovejas con su pastar sujetando un borriquillo de largas melenas que se sorprendió. No había visto ninguno de este tipo.

- ¡Qué borrico más lanudo! ¿Puedo sacarle una foto?- Pregunté al buen pastor.

- ¿A quién a él o a mi?- Me respondió con una cierta guasa.

Como me pasa muchas veces no me había expresado bien.

- Perdón, me refería al animal.

- Por supuesto que si.

Llegué al albergue y lo encontré transformado, mucho más limpio,  con literas y baño nuevo.

Habían abierto un bar en el mismo edificio que se encargaba del albergue y de cobrar cuatro euros. También daban de cenar. Perfecto para peregrinos cansados.

En el albergue se encontraban una pareja de ingleses jóvenes que hacían el camino andando. Estaban acoplados en la sala grande, así que yo me coloqué en la litera cercana al baño para no molestarles.

 

Me contaron que venían de Sevilla y hoy sólo habían hecho camino desde Riego por que estaban lesionados. Estaban cocinando la cena a base pasta en un camping-gas que llevaban a cuestas.

 Cuantos he conocido en circunstancias similares y que pocos he visto caminando. La Plata está llena de peregrinos poco caminantes.

Me duché y realice la colada de rigor, que pude colgar en unas cuerdas al sol en la parte de atrás.

Me acerqué hasta la iglesia cerrada, por supuesto, y me tomé una cerveza en el bar donde antes se recogían las llaves. Tanto la otra vez, como esta me disgustó que la carretera nacional atraviese el pueblo, lo hace peligroso y ruidoso.

Volví al albergue a cenar en el bar. El tiempo había vuelto a cambiar, hacía un fuerte viento y el cielo se llenó de nubes, amenazaba lluvia.

A las diez estaba metido en el saco, reposando de las últimas etapas por la llanura castellana, mañana me esperaba una zona más ondulada.

 



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El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

Día 11 –  El Cubo Tierra del Vino – Zamora.

Dormí profundamente, como me suele pasar en el camino, el cansancio del ejercicio me amodorra y necesito estar en la cama más horas que en mi vida diaria.

Nos levantamos sigilosamente para no despertar a nuestro amigo alemán, que dormía plácidamente. Recogimos los trastos y terminamos de acoplarlos en la mochila en los bancos de afuera.

Eran las cinco de la mañana y estaba tremendamente oscuro, estuve por decir que se marcharan sin mi, no me apetecía caminar sin apenas ver, pero no me atreví a contrariar a mis amigos vascos, que tanto empeño habían puesto.

El paso era rápido y Crispín no paraba de hablar de lo bueno que era madrugar. No me atreví a contestarle por respeto pues pienso que donde mejor se estaba era en un colchón durmiendo, el hombre no fue diseñado para ver y vivir en la noche. José Manuel enfocaba con la linterna buscando las flechas cuando llegábamos a los cruces y se llenaba de alegría cuando las veía. Era como un juego del escondite de la flecha amarilla perdida. Crispin comentaba que las debían pintar reflectantes para que se vieran en la noche. Tampoco le respondí pero pensé que quién las había pintado sólo podía imaginar un caminante diurno, nunca en lechuzas andantes.

 

 

Durante hora y media sólo pude fijarme en que el siguiente paso fuera correcto y no tropezar en ninguna piedra.

Los kilómetros corrían con rapidez, iban acelerados,  demasiado para lo que me gusta hacer. Lo único que me satisfacía era que llegaría temprano y tendría toda la tarde para visitar Zamora. Ciudad de la que tengo grandes recuerdos de visitas anteriores.

Uno de los momentos más gratos fue ver amanecer sobre estas tierras llanas viendo como el sol iba apareciendo poco a poco en el horizonte. La luz fue tornando desde el rojizo, al amarillo deslumbrante.

Llegamos a Villanueva de Campean a las ocho de la mañana y tuvimos que esperar un rato a que abrieran el bar. Me negué a continuar sin meter algo sólido en las tripas, pese a la oposición de José Manuel.

Un café con leche y unas tostadas con aceite me levantó la moral.

El matrimonio que llevaba el bar nos comentó que cada vez había más gente y es raro el día que no tienen a nadie en el albergue. Estaban contentos por que suponían un ingreso extra para su negocio.

Después de esta pequeña parada de veinte minutos se reanudó la marcha por un camino que iba zigzagueando y parece que elude los pueblos. Comentamos la diferencia con el Francés, que las flechas inequívocamente te llevan a los pueblos, pasando por la iglesia y los bares. Aquí en cambio en cuanto ven un pueblo se busca un camino para alejarnos. Este tramo se hizo pesado, son 19 kilómetros con la única referencia de la carretera de Entrala que se atraviesa hacia la mitad.

El ritmo siguió siendo vivo y para mi agobiante, aunque también me di cuenta que mis compañeros disfrutaban poco del entorno y su perspectiva del camino era la de una carrera de fondo donde era constante el objetivo de llegar al final de la etapa. Todo el tiempo anduvimos por caminos agrícolas anchos y bien cuidados.

A la una ya nos encontrábamos junto al río Duero atravesando el puente que da acceso a la ciudad.

Al cruzar el río vimos al peregrino canario con el que había hablado en Salamanca. Estaba sentado junto a su mochila en un banco. Nos dijo que ayer había andado mucho y llegó a Villanueva de Campean, había dormido sólo en el albergue, y que hoy había venido tranquilamente los últimos dieciocho kilómetros.

Nos miramos los vascos y yo con ojos incrédulos, pero no dijimos nada, pero nuestros pensamientos y sentimientos eran iguales.

El camino sube al centro, concretamente a la plaza del Ayuntamiento. Donde preguntamos por el albergue juvenil. Nos dirigieron por una calle estrecha a través del arco de doña Urraca hasta la calle del albergue juvenil.

Este es un edificio moderno donde unos chavales charlaban al sol sentados en las escaleras.

Nos dieron dos habitaciones, a mi me tocó con el exmilitar canario que estaba haciendo el camino por turismo y que en las ciudades paraba dos o tres días para verlas tranquilamente.

Después de la ducha de rigor nos fuimos a comer a un restaurante frente al albergue. El sitio estaba lleno y el menú fue abundante. La conversación de los cuatro torno alrededor de las experiencias y lugares del Camino. Hablamos de sitios conocidos y de momentos único e irrepetibles.

¿Por qué me gustará tanto hablar de estas andanzas?

Me parece que me voy pareciendo al abuelo batallitas. Me recuerda mucho al sentimiento que se levanta cuando dos hombres se juntas y hablan de la “mili”. Todo son momentos divertidos y tiene un toque de aventura entrañable. Sabemos que no se volverá a repetir y de nuestra cabeza desaparecen los instantes, o días, malos y desafortunados. También es un alejamiento de la realidad que nos facilita las ensoñaciones, sabemos que en casa sigue la rutina y que esto es algo maravilloso y temporal.

 

 

El peregrino siente algo parecido y se recrea en su historia. Los repetidores vamos más allá y repetimos para volver a sentir lo de otras veces, y siempre hay algo que recordar que incrementa la historia.

Después de comer fuimos a una merecida siesta de unas dos horas reparadora del madrugón matutino.

Cuando desperté mi compañero seguía durmiendo. Con sigilo salí a dar una vuelta por el casco histórico.

Visité la múltiples iglesias románicas, bellísimas todas ellas. Me sorprendió lo relajada que se encontraba la gente paseando por las calles peatonales.

Me encontré con los vascos y fuimos a visitar la catedral y los jardines que la rodean. Nos pidieron tres euros por entrar y nos negamos a pagarlos. Alegamos que éramos peregrinos y ni puñetero caso, eran tres euros y no se hablaba más.

Nos conformamos con pasear por los jardines y ver las vistas del río desde la muralla.

Ellos se fueron a misa y como a mí no me apetecía seguí paseando por las callejuelas hasta la hora de la cena.

Esta consistió en un tapeo en uno de los bares del centro con un par de vinos de Toro, fuertes y exquisitos.

Cuando llegué a la habitación. El canario no había retornado. Preparé todas mis cosas para mañana no molestar. Yo madrugaría antes que mi compañero que se iba a quedar un día más. Lo que no haría, aunque me lo pidieron, sería acompañar a los vascos. Iría solo, a mi aire, intentando disfrutar del ambiente. Ellos irían hasta Riego del Camino (unos treinta y tres kilómetros) yo no tenía nada seguro, y según me encontrara haría. Con todo metido en la mochila menos la ropa que me pondría mañana, me fui a la cama de sábanas blancas.

Ya en la cama llegó mi compañero que venía con ganas de charla.

- ¿Qué te ha gustado la ciudad?.- le pregunté.

- Si me ha parecido chiquita pero encantadora. Mañana terminaré de visitarla.

- Ve a la catedral. Hoy no la he visto pero recuerdo que valía la pena. Estuve cuando se celebró la exposición de las Edades del Hombre en la ciudad, y me dejó fascinado.

- Así lo haré.

- He preparado todo para no molestar mañana. Supongo que dormirás por lo menos hasta las nueve.

- Sí, lo de madrugar no lo llevo muy bien. Desde que me jubilé me gusta levantarme a las nueve o las diez y luego acostarme tarde, creo que soy nocturno.

- A mi no me cuesta madrugar siempre que haya dormido lo suficiente. De hecho en el camino duermo ocho o nueve horas mientras que en casa apenas llego a seis o siete. Es una cura de sueño.

- Hombre cuenta el ejercicio que hay que recuperarlo con descanso. Aunque como jubilado no hago mucho ejercicio pero en mi carrera militar había mucho esfuerzo físico.

Seguimos charlando hasta las doce. Me contó sus soledades desde que su mujer falleció, que no se jubiló por su gusto, que se encontraba bien compartiendo con la gente, y una infinidad de cosas que en otras situaciones no me hubiera contado un desconocido. Para mi se convirtió de un extraño a una persona con sus defectos y virtudes, que necesitaba oídos para recibir la voz de sus sentimientos. Pese a la mala impresión inicial esta conversación cambió mi criterio.

Debemos escuchar a los demás antes de juzgar. No siempre un acto identifica la realidad de una persona. Debemos entretenernos en intentar averiguar la realidad y en las sociedades urbanitas no siempre hay tiempo para ello.

Había sido un día acompañado, un lapsus en este camino en el que apenas conocí camineros. Hay que disfrutar las cosas según nos vienen.