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Vía de la Plata

Pola de Lena - Oviedo

Pola de Lena - Oviedo

Día 20 - Pola de Lena -  Oviedo

 

Dormí profundamente en un edificio entero entregado a este pobre peregrino. Las ventanas sin cortinas reflejaban la luz de las farolas de la calle. Tuve que centrarme para saber donde me encontraba. Me pareció un desperdicio tanto espacio para mi solo y sentí un poco la soledad y el fresco de la mañana. Hoy continuaba el camino que había dejado a medias en junio, y antes de emprender el Primitivo no quería dejar inacabado la ruta iniciada.

 

Estaba fuerte y con muchas ansias de ponerme a caminar. Desde el saco vi que era de todavía de noche. Aproveché para recordar las etapas de este sueño que había comenzado en febrero viendo lo que escribían los foreros sobre la Vía de la Plata.

 

En junio lo tuve que dejar a una sola etapa del destino y hoy culminaría el camino. Nunca me ha gustado dejar las cosas a medias y esta era una pequeña espinita. He estado durante una semana con mis sobrinos haciendo los últimos kilómetros desde Sarriá y teniendo días todavía marché a completar la Plata y realizar el Primitivo. Me sentía preparado y curtido después de unos días caminando, aunque el ritmo fuera distinto al mío, pero suficiente para que las piernas se fueran enterando de lo que les esperaba.

 

Me levanté con ganas, y tras arreglar la mochila me puse la cárcel de mis píes, que son las botas. Estas están viejas pero todavía aguantan, aunque de su goretex inicial no les queda nada. Espero no tener muchos días de agua.

 

Salí de la habitación albergue del centro cultural de Pola de Lena con una inmensas ganas de patear los kilómetros que me separaban de Oviedo.

 

Las calles estaban vacías y poca gente se movía. Como primera obligación fue buscar un lugar donde desayunar. Estaba todavía oscuro y no tardé mucho en entrar en un local lleno de trabajadores que me miraban un bicho raro. Este suceso se repite periódicamente cada vez que paro en un lugar con poca tradición peregrina.

 

Con el estómago entonado marché hacia la salida del pueblo siguiendo las flechas amarillas. El río estaba rodeado de un halo de niebla que le hacía misterioso. El valle se iba abriendo poco a poco. Caminaba por una carretera secundaria que llevaba primero a Vega y algo después a Ujo. Fueron unos siete kilómetros caminando por el arcén de una carretera segundaria con poco tráfico. Me entretuve mirando el paisaje y como levantaba la niebla matutina. Era hermoso el día.

 

Llegado a Ujo se toma un camino peatonal asfaltado al lado del río, fui acompañado con paseantes matutinos. Muy agradable recorrido.

 

Llegada a la estación de cercanías de Mieres paré a tomar un segundo desayuno. El bar de la estación estaba lleno de gente que esperaba el tren que les llevara a su destino. Tomé un agradable café con un bollo. Llevaba casi tres horas andando y me apetecía una pequeña parada. No llegué a sentarme pero soltar la mochila un rato me satisfizo.

 

De aquí emprendí el recorrido por las calles de Mieres sin apenas señales. Tuve que preguntar en un edificio municipal que sirvió para que me guiaran hacia la iglesia de San Juan y poco después a la plaza del escanciador donde volví a divisar las flechas.

 

El tráfico era abundante y me encontraba un poco desubicado. Aceleré el paso para volver a la soledad del monte. Seguí la calle Oñón hasta una plaza que me dirigió a Rebollada por una carreterita secundaria con una buena cuesta, la primera del día aunque no sería la última.

 

Poco a poco ascendía y contemplaba la vega con la autovía al fondo. Era una mezcla de paisaje rural e industrial, que no me terminaba de agradar. La visión de Mieres desde la altura me permitió intuir el recorrido que había llevado. Pasado Rebollada continué ascendiendo durante hora y pico hasta que llegué a El Padrún donde en un bar hice una parada más larga. Eran las doce y media de la mañana y tenía merecido un descanso. Con una ración de jamón y dos coca colas reposé los píes. Desde Mieres la ascensión había sido continua, casi dos horas de sudada.

 

El día era espléndido y la sudadera sobraba. Desde aquí emprendí una bajada preciosa por un camino fantástico rodeado de prados, castaños y fresnos, incluso llegué a ver algunos preciosos acebos. Esto duró hasta llegar a Olloniedo. Eran sobre la una y media de la tarde y no me apetecía parar a comer, todavía tenía el buen gusto del jamón en la boca.

 

Atravesé la población y el río para meterme de nuevo en una cuesta fuerte a través de un paseo ecológico. Agradable zona con rutas señaladas. Su único problema es un ascenso que quita el fuelle de los pulmones.

 

Al final termina en una carreterita secundaria con unos preciosos prados asturianos. Antes de Manjoya me despisté con una flecha y recorrí un par de kilómetros antes de darme cuenta que estaba perdido. Tuve que retroceder con un fuerte enfado. Empezaba a estar cansado y un poco aburrido de tanto subir y bajar. Desde Mieres no hay ni cien metros que sean llanos.

 

El calor empezaba a ser considerable y la bolsa de agua que solo había llenado la mitad empezaba a escasear. Aquí vi a un obrero arreglando un hórreo no pudiendo resistirme a solicitarle un poco de agua.

 

Amablemente dejó su tarea y me tendió una botella. Me explicó había adquirido la finca hacía un par de años y que desde entonces cada vez que podía trabajaba en la restauración de la casa y del hórreo. Fueron diez minutos de agradable charla.

 

Desde aquí ya queda poco. Apenas seis kilómetros en bajada. Llegué a la ciudad en una fuerte bajada que terminó en las calles del centro.

 

Volví a parar a tomar un café, sabía que hasta las siete no abrían el albergue. Recorrí las calles peatonales del centro pasando por el Ayuntamiento y la Catedral. Entré en la misma a sellar y a visitar El Salvador. Tuve una sensación de inmensa alegría de ver esta escultura policromada que había sido el objeto de la peregrinación desde Mérida.

 

Me senté en un banco de la catedral a meditar y reposar las piernas. Estas las tenía cargadas, treinta y tantos kilómetros de cuestas y repechos. Pero no importaba, había conseguido culminar mi andadura.

 

Después visité el museo y me maravillé con las reliquias guardadas, aunque ninguna más importante para mi que la escultura de madera que da nombre a la catedral.

 

Luego marché a recorrer las calles peatonales y el museo de pintura de Asturias. Este me pareció fantástico pese al cansancio que llevaba. Estuve cerca de hora y media recorriendo salas y más salas de cuadros y esculturas. Hubo un momento que me sorprendí pensando que hacía un peregrino caminando entre tantas obras de arte. Aconsejo su visita.

 

Sobre las seis y media me acerqué al albergue con la suerte que en ese momento se abría. Me recibieron a cuerpo de rey y me aconsejaron sobre la mejor ruta de salida para el día siguiente.

 

Para mi sorpresa había unos diez peregrinos más que o bien empezaban hoy o estaban realizando el camino del Norte. Esto era una novedad, encontrar otros peregrinos y en esa abundancia.

 

Con una pareja entable conversación y me contaron lo duro de la ruta y el constante sube y baja de los caminos. Como confidencia me dijeron que llevaban dos o tres días cogiendo el autobús porque las piernas las tenían muy cargadas. Cuando les explique que mi camino se había iniciado en Mérida y que había atravesado el Pajares se quedaron maravillados.

 

También coincidí con un argentino que hoy empezaba el camino y que pensaba hacer el Primitivo. Me dio alegría y le dije que nos iríamos viendo. En ese supuse que mi Primitivo iba a ser acompañado, que engañado estaba pero ya lo descubriré cuando le describa.

 

Sentía que hoy terminaba un camino y mañana iniciaba otro, estaba feliz por la sensación.

 

Como resumen puedo decir que  Mérida – Oviedo es un recorrido fantástico y digno de ser recorrido. No me molestaría repetirlo, había cumplido todas mis expectativas de belleza, tranquilidad y paz.

 

Aquí se acaba un recorrido pero se inicia otro en mi cabeza y corazón. Para todos Buen Camino y, sobre todo, Paz y Amor.


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