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Vía de la Plata

Busdongo - Pola de Lena

Busdongo - Pola de Lena

Día 19 - Busdongo – Pola de Lena

 

Me desperté temprano y muy descansado. Había dormido muchas horas soñando con las dehesas de Extremadura. Había dejado de llover aunque hacia fresco. Revisé la ropa tendida y estaba todavía húmeda. Me tuve que poner una de las camisetas a medio secar y para evitar coger frío sobre ella me puse el polar. Las botas pese haberlas rellenado ayer de periódicos todavía tenían marcas de humedad. Terminé de montar la mochila poniendo una camiseta y un par de calcetines colgados con imperdibles, hoy llevaría el tendedero montado.

 

Bajé con todos los bártulos y Miguel Ángel me esperaba con un café y unas tostadas de pan de pueblo. Fue todo un detalle inesperado. Seguía con su temperamento serio y distante, quizás un poco amargado por estar haciendo un gran esfuerzo por levantar este negocio con sus propias manos y no verse recompensado por el sacrificio. Yo le tengo que dar las gracias por haberme proporcionado un lugar donde cobijarme en un día tan desagradable como el de ayer.

 

Eran las ocho de la mañana cuando salía del albergue. El sol brillaba sobre los picos de las montañas. Era un día luminoso con un cielo azul trasparente, con algunas nubes algodonosas que se parecían a borreguillos. La calle que coincide con la carretera estaba desierta.

  

Anduve despacio por el arcén de la carretera observando los prados y el ganado pastando. Estaba feliz, después de un día horrible venía otro espléndido en medio de un paisaje de alta montaña. Apenas había tráfico y el arcén era amplio. Aunque hacía fresco rápidamente entré en calor con la cuesta.

 

En poco rato pasé por el pueblo de Arbás. Apenas vi una señora que sacudía unas alfombrillas por una ventana. Era lo más parecido a un pueblo fantasma. Todo estaba cerrado, quizás fuera muy temprano. Pasé junto a la Colegiata de Nuestra Señora de Arbás, hermoso edificio románico ubicado muy cerca del alto. Para variar estaba cerrada y no pude ver su interior. El edificio bien vale una parada.

 

El pueblo enseguida se acaba, y mi ruta continuó por la carretera que siempre en ascensión se va deslizando hacia la estación de esquí y posteriormente al Parador.

 

Me entristeció ver los remontes en la lejanía. Son estructuras metálicas que deterioran los paisajes. Se que son necesarios para proporcionar unos ingresos a los habitantes de estos lares, pero habría que intentar que deterioraran lo mínimo posible el entorno.

 

Ya en la parte final, la carretera se amplia con un aparcamiento. Tres perros al verme se lanzaron a saludarme. Aunque movían el rabo no me fié demasiado ante sus ladridos. Dos se quedaron a una cierta distancia, limitándose a ladrar, pero el tercero, y mucho más osado, se acercó de tal manera que tuve que interponer el bastón.

 

- Venga bonito déjame tranquilo que no te voy a hacer nada.- Dije en alto intentando dar seguridad a mis palabras, cosa que dudo que consiguiera. 

 

Fuera como fuese se paró, más ante la amenaza que por mis palabras, pero yo no me fiaba demasiado, así que sin perderle de vista aceleré el paso y, para mi suerte, terminó por fijarse en otra cosa.

 

Ya en el alto encontré la Venta Casimiro abierta, ante la duda de encontrar otro lugar donde tomar café, entré. Pequeño establecimiento con un sabor especial de montaña. Las paredes decoradas con fotos de invierno y con varias mesas de madera. Me dirigí a la camarera y seguramente propietaria:

 

-         Buenos días, los perros no serán suyos.

 

-         No, pero no hay que preocuparse, ladran mucho pero nunca atacan.- Dijo con una sonrisa cálida y comprensiva.

 

-         Eso no lo sabe el que pasa andando y los mastines son un poco grandes.

 

Pedí un café y me senté tranquilamente en una de las mesas, no tenía prisa y quería disfrutar los últimos días de camino. No quería que se consumiera mi sueño. Estaba cómodo y el ambiente me complacía. Se respiraba tranquilidad y parsimonia.

Pensé en la múltiples paradas que había realizado. Siempre fui recibido con amabilidad y yo diría que hasta con cariño. Especial recuerdo tuve para doña Elena y sus huevos duros.

 

A las 9 y media volví a cargar a mi compañera de andanzas sobre los hombros y marché hacia la explanada del Parador.

 

¡Qué magníficas vistas de las agrestes montañas asturianas!. Llenas de prados verdes y picos bellísimos. Este es uno de los puntos en que mi corazón se alegró de los sinsabores y de los esfuerzos. Me compensaba el mal día de ayer por haber alcanzado este lugar fantástico. Acababa de parar pero tuve que volver a soltar la mochila y sentir el frescor de una mañana luminosa con un aire puro que llenaba los pulmones y alegraba los sentidos.

  

Con pena en mi corazón emprendí la bajada por la carretera. Marcaba un dieciocho por ciento de desnivel, los coches sufrían en la subida y los camiones parecía que se paraban. Apenas fueron doscientos metros de carretera, un camino a la izquierda me introdujo en la tranquilidad de los prados de montaña.

 

Me sentía feliz bajando apoyado en el bastón, deseando retener en mis pupilas las imágenes que me proporcionaba el entorno, no quería que se acabara. Iba despacio imaginando que aquellas vistas eran mías y que quedarían fijadas en mi memoria para el resto de mis días.

 

Abrupta bajada por sendero hasta San Miguel del Río pero con una belleza que vale la pena hacerlo despacio para disfrutar de una naturaleza casi alpina. Recordé lo diferente que era a la estepa castellana de Salamanca y Zamora.

 

Pasé por pueblos pequeños como Santa Marina, Llanos de Salmerón, Navedo y La Muela. No siempre es bajada, hay algunas cuestas que quitan el aliento. La ruta es variada senderos, sendas, caminos y carreteras secundarias. Los árboles también son muy diversos, me encantaron los acebos enormes, los carballos y los álamos.

 

Junto a una fuente paré y coincidí con un paisano que vestía con un mono raído azul y una boina.

 

-         Bebe que el agua es muy buena. El manantial esta un poquito más arriba. Vienen desde Pola de Lena a rellenar garrafas.- Me dijo mientras secaba el sudor con un pañuelo.

 

-         Si que está buena, y bien fresquita. Se nota que viene directamente de la montaña. ¿Vive mucha gente por aquí?

 

-         No ni mucho menos, sólo los fines de semana y en verano hay más población. Los que son de aquí vuelven siempre, añoran su tierra y las costumbres. La tierra donde se nace tira mucho.

 

-         Sobre todo si es tan bella como esta. Aunque debe ser duro trabajar en el campo cuando llueve tanto.

 

-         Si que lo es. Los que no hemos estudiado sólo tenemos nuestras manos y los cuatro terrenos que mimamos para que nos den el pan. – En su cara se veía orgullo de ser de estas montañas y sus ojos brillaban mientras ponía su mirada en los prados.-¿Desde donde vienes hoy?

 

-         Desde Busgondo, y espero llegar a Pola de Lena, pero no tengo prisa. ¿Hay algún bar donde pueda almorzar?

 

-         Hasta Puente de los Fierros no encontraras. Hay alguno antes pero sólo abren por la tarde. Pero en un par de horas llegarás sin problemas.

 

Estuve un buen rato conversando de cosechas y ganado. Se le veía satisfecho de su pueblo y de su gente. Me dirigió hacia un sendero estrecho que me ahorró tener que subir  por carretera.

 

El sendero atravesaba una finca con hermosas vacas marrones que pacían tranquilamente. Después se convertía en una trocha rodeada de vegetación que apenas permitía disfrutar del paisaje. Fue un kilómetro maravilloso inmerso entre la vegetación.

 

Cuando salí del sendero fui a parar a una pequeña carretera secundaria que me llevó hasta los Llanos de Somerón. Donde vi una hermosa ermita de piedra y un hórreo de maderas carcomidas que mantenía el sabor típico asturiano.

 

Eran la una y media cuando llegué a Puente de los Fierros contento y feliz por una etapa preciosa, que por sí sola bien merece ir a visitar el Salvador. Muchas veces nos limitamos a lo que nos dicen las guías y deberíamos perdernos por caminos diferentes mucho menos transitados.

 

Desde aquí fui hasta Campomanes por una carretera secundaria que recorre los pueblos de Fresnedo, Heros y Herias, ninguno de ellos con servicios. Llegué a Campomanes hambriento, eran casi las cuatro de la tarde y desde el alto de Pajares no había tomado nada, no había encontrado bares abiertos donde recuperar las fuerzas.

  

Vi un restaurante en la carretera donde estaban parados abundantes camiones y supuse, sin equivocarme, que se comería bien. Estaban a punto de cerrar el comedor pero me dieron una ensalada y una apetitosa fabada, no podía dejar de probar el plato insignia de Asturias. Con la barriga llena, casi a reventar, me senté en la terraza a dar cuenta de un café y un licor de hierbas que ayudara en la digestión.

 

Estuve hasta las cinco y media sentado disfrutando de un reposo merecido. Me costó un “Potosí” cargar la mochila y realizar los últimos kilómetros. Con pereza continué el camino por la antigua carretera, cada prado era una tentación de parada.

 

En una hora llegué a las estribaciones de Pola, se veían industrias, campos de fútbol, polideportivos, bares y tiendas. Después de dos días de vivir en pueblos pequeños esta me pareció muy grande.

  

Fui directamente al ayuntamiento y pregunté por el albergue. Me mandaron hacia la estación de tren, que enfrente estaba un centro cultural que tenían habilitado de albergue.

 

Hacia allí fui y me recibió el encargado del edificio que sin decirle nada me abrió la puerta y me dirigió a la segunda planta donde tenían habilitado el albergue. Era una amplia habitación con veinte literas bien separadas entre ellas, con servicios limpios y amplios. Este iba a ser mi lugar privado de descanso. Me parecieron unas instalaciones magníficas. El encargado me entregó la llave del edificio y de la habitación para que entrara y saliera cuando yo quisiera, no había horarios. Con gran amabilidad me enseñó el resto del centro cultural, había salas de actividades de pintura, costura, ordenadores, biblioteca y un amplio salón de actos.

 

Me maravillo la acogida y la confianza, desde las nueve de la noche hasta las ocho de la mañana todo el edificio iba a ser para mi solo.

  

En este espacio privado y un poco destartalado para mi, me duché y tumbé un buen rato para recuperar las fuerzas.

 

A las ocho de la noche salí a recorrer las calles llenas de gente en el paseo de la tarde. Los bares estaban llenos y no me privé de tomar una sidriña escanciándola como pude. La temperatura era buena y daba gusto pasear viendo las tiendas.

 

Estaba un poco triste por que a mi camino solo le quedaba el día siguiente. Había llamado al trabajo y me dijeron que pasado mañana tenía que estar en Madrid y el tren salía de Oviedo a las tres de la tarde. Así que cogería temprano el cercanías y estaría toda la mañana por la ciudad. Me juré a mi mismo que esta etapa que quedaba la realizaría como comienzo del Primitivo el próximo octubre.

 

A las diez y media de la noche me encontraba ya tumbado en la cama revisando mentalmente todas mis andanzas los últimos dieciocho días. Las imágenes de lugares y personas pasaban por mi cabeza. ¡Qué diferentes son las tierras de la Vía de la Plata y qué hermosas son! Cada una con sus peculiaridades pero siempre con gentes buenas que me han ayudado en todo tipo de situaciones. Pensé en las aglomeraciones de otros caminos y me alegré de poder haber realizado esta ruta en estado puro, donde el mercantilismo del peregrino se desconoce.

  

 

 


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1 comentario

catxe -

Es Llanos de Somerón, no de Salmerón.