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Vía de la Plata

Arco de Caparra - Baños de Montemayor

Arco de Caparra - Baños de Montemayor  

Día 6 Arco de Cáparra – Baños de Montemayor

 

Me desperté con las  primeras luces que empezaban a ocultar las estrellas. Los pájaros alborotaban buscando insectos. Sus vuelos rasantes me fascinaban tumbado sobre la esterilla, bajo este arco romano milenario. Me sentía lleno de tranquilidad y espiritualidad, con las pocas cosas que tenía a mi alcance. ¡Qué feliz me sentía!

No quería que terminara de amanecer para disfrutar más del espectáculo.

Cuando desapareció la última estrella salí del saco y recogí la mochila, eran las ocho de la mañana y el cielo estaba despejado y el sol reflejaba su luz sobre los árboles cercanos.

Con pocas ganas comencé a caminar por el sendero mirando a cada rato hacia el arco que se ocultaba, jugando al escondite, entre los árboles. Caminaba despacio abstraído en mis pensamientos. Sabía que en las próximas cuatro horas no encontraría pueblos donde parar, pero esto no me agobiaba. Era agradable caminar con el frescor de la mañana.

Pasé por alguna finca con ganado, pacía tranquilamente y no se alteraron sus costumbres mañaneras por mi presencia. Ni tan siquiera me miraban, estaban más pendientes de su tierna hierba. Delante mía tenía las estribaciones de las montañas y el terreno era ondulante.

Pensaba en el recorrido que me quedaba hasta Oviedo y en lo andado desde Mérida, pero prefería rememorar lo pasado. Había sido precioso y todos los días el entorno había fortalecido las ganas de continuar.

Se me pasó sin sentir la primera hora hasta que llegué a una carreterita secundaria y con muy poco tráfico. Este día ya no dejaría el asfalto. Empecé a sentir que necesitaba un café, pero no había sitio donde parar. El paisaje cambió, y de ser ganadero pasó a ser principalmente agrícola, huertas y campos de cereal me rodeaban, mientras que las montañas seguían acercándose.

Después de otro rato caminando, aparecieron las obras de la autovía de la N-630. Grandes montículos de tierra se interponían en el camino, las flechas se empeñaban en dirigirme hacia el obstáculo. No había otra opción que ascender por uno de los muros de tierra y piedra removida. Con un paso adelante, medio hacia atrás y las manos apoyándose en el suelo conseguí superar el muro. Fue un esfuerzo ridículo y agobiante. Las botas se llenaron de tierra.

Grandes camiones y asentadoras de tierra trabajaban para construir la base de la autovía. A lo lejos vi a unos obreros y a ellos me dirigí.

-   Buenos días. Me podrían decir por donde debo ir para Aldeanueva.

-   Tienes que bajar por allí y luego pasar por un pequeño puente, pero ten cuidado que pasan camiones y hay un montón de barro y agua. Si quieres te podemos llevar en el camión.

-   Gracias, pero mi camino es andando y no tengo intención de cambiar de momento. ¿No hay otro sitio más fácil?.

-   No, si es fácil. Lo peor es que quedan más de seis kilómetros. – Él sólo pasaba con vehículo y no andando.

-   Gracias, lo intentaré.

Continué hacia allí, pero después de bajar por la arena removida, vi el puentecillo. Era un barrizal de más de medio metro. Me daba pereza descalzarme y embarrarme las piernas, así que decidí ir campo a través. Al principio fue más o menos fácil, pero al final me tocó pasar por un campo de zarzas que terminaban en la carretera. Los arañazos de piernas y brazos fueron abundantes. En algún momento tuve que parar a desliarme de la maraña de hierbajos y pinchos que me sujetaban con fiereza.

Juré un poco en arameo y maldije las obras de la civilización, sobretodo por pensar sólo en vehículos. No pueden llegar a pensar que existen personas que caminan y tienen derecho de paso.

Estoy convencido que habría algún otro lugar que posibilitara el paso, pero no lo vi, y por ello me enfadé por mi poca capacidad de encontrar la ruta más sencilla.

 

Siempre que hay dos alternativas, mi naturaleza elige la incorrecta, la que tiene más complicaciones. Soy así y alguna vez me acostumbraré.

Al llegar a la carretera, N-630, tuve que parar en el arcén. Me picaban horrores los pies y las piernas, y algún arañazo requería betadine.

Cientos de zarcillos pequeños se agarraban con fuerza a los calcetines y camiseta. Además tenía los pies empapados, así no podía caminar. Me quité las botas y dejé secar al sol los pinreles mientras que se me pasaba el enojo hacia los tiempos modernos.

Sentado bajo un árbol, dejé pasar el tiempo observando el cielo y las pequeñas nubes que parecían paradas sobre los montes de Gredos. Hoy sabía que los kilómetros eran pocos y no tenía prisa. Aproveché para comer mi última naranja, empezaba a tener hambre, mi desayuno había sido escaso.

Media hora después, cargue la mochila y con los pies algo descansados, aunque las piernas estuvieran llenas de barro, reemprendí el paseo por el arcén.

Llegué a un cruce y me volvía a equivocar, entré en la autovía de circunvalación. Me di cuenta por que me vi encerrado entre vallas que me impedían salirme del asfalto. No llevaba más de diez minutos, cuando vi un restaurante en una carreterita a la izquierda. Tenía que saltar la valla y atravesar un campo de zarzas. Sin pensármelo dos veces salté el vallado como pude y apunto de romperme la crisma. Luego las zarzas me acariciaron por segunda vez en menos de una hora. Pese a todo conseguí mi objetivo y llegue al apetecible desayuno. Luego supe que me había librado de hacer cinco kilómetros de propina.

El local estaba abierto y pude tomar una ración de queso y chorizo con  pan de pueblo, que reconfortó mi apetito. También tomé un café que me espabiló. Una vez con la barriga llena, me di cuenta que había vuelto a la civilización después de cuarenta kilómetros, y veinticuatro horas de campo y naturaleza.

El bar estaba en penumbra y el dueño se movía organizándolo todo pero con pocas ganas de hablar con un mochilero. En cambio a mi me apetecía comentar la maravilla que tienen estas tierras con las ruinas de Caparra.

Recordé las palabras de mis compañeros vascos que venían a pocos kilómetros. Este camino no es para hacerlo solo. Bastantes soledades tienen estas tierras como para no tener el apoyo de un compañero.

 

Después de un rato de descanso volví a la tarea más relajado, caminé por el arcén de una carretera tranquila sembrada de árboles que prestan la ayuda de su sombra. Iba despacio y con el espíritu tranquilo, viendo las bellas estribaciones de Gredos e intentando adivinar por donde pasaría las montañas. El paisaje había cambiado, las dehesas eran recuerdo, ahora eran huertos de árboles frutales y terrenos cultivados los que me rodeaban.

Los cuatro o cinco kilómetros hasta Aldeanueva se hicieron fácilmente. Entré en este pueblo un poco desubicado, después de haber estado en la soledad. Esta población me pareció grande y extendida. Volvía ver a niños jugando en las calles, a señoras con sus bolsas de la compra y abuelos sentados en bancos observando pasar la vida.

Me sentía extraño y a la vez cómodo por ser saludado. ¡Había gente que me hablaba!

Llegué hasta la plaza y entré en un bar a tomar una cerveza. Pensé en la posibilidad de quedarme, tenía ganas de tomar una ducha reparadora, olía a tigre mi cuerpo, no había sentido el agua desde Galisteo, que estaba a más de sesenta kilómetros. Resistí la tentación pensando que mañana  llegaría a Fuenterroble y podría conocer al padre Blas.

El bar estaba lleno de humo y conversaban todos los clientes con la camarera con la familiaridad de conocerse desde hacía mucho tiempo. El único que no tenía comunicación era yo, que desde un rincón observaba a los demás.

-   Dame un botijo muchacha, que vengo seco.- dijo un mozo lleno de polvo de la obra.

-   Un momento, que primero va este señor.- Se refería a mi.- Que hay que mantener el orden.

Se me hizo extraño que me llamaran con tanto respeto y preferencia.

-   Deme una cerveza con limón.

Me  la sirvió con un platillo de aceitunas y siguió atendiendo al resto, mientras que las conversaciones hablaban de la vida del pueblo.

-   Visteis la película de anoche, me quedé dormido y no pude ver el final.- comentó uno de los clientes apurando un botellín.

-   No, cada vez me aburre más la tele, prefiero irme directamente a dormir a caer como un marmolillo en el sillón, que luego me duelen los huesos cuando me despierto de madrugada.

-   Pues a mi no me gustó y cambié para ver el fútbol. – Respondió un tercero con un gorro de paja.

 Se notaba un relajo que en las ciudades es inimaginable, todos se conocían, eran como una familia. Supongo que este tipo de relación tendrá sus problemas, pero a mi me parece más natural que el comportamiento urbano, donde nadie conoce a nadie y en múltiples ocasiones hasta molesta encontrarse a alguien conocido.

-   ¿Cómo está tu padre? Hace unos días que no le veo a la hora de la partida.

-   Lleva unos días con fiebre, el médico ha dicho que es un virus pero sólo le ha mandado reposo y que beba mucho líquido.

-   Eso es ahora la moda de los médicos, si pueden no mandan ni una aspirina. Yo le vi hace seis o siete días y ya no tenía buena cara.

Se comentaban las incidencias de sus vidas. Me sentía cómo y entretenido ejerciendo de observador de la realidad (¿quizás sea un vouyeur, o quizás solo un cotilla?) de estas personas tan distantes de mi. Ellos seguirían estando allí durante muchos años hablando y conociéndose, mientras que para mi serían un recuerdo costumbrista de la España rural.

-   En las fiestas de este año el ayuntamiento va a poner unos fuegos artificiales, me lo ha dicho Lucas, el secretario.- Comentó el muchacho empolvado.

-   Supongo que nos tocará pagar a todos los comerciantes, como todos los años. Ellos se llevan las medallas y nosotros los paganos.- dijo la dueña del bar.

-   Pues a mi me parece demasiado ruido y demasiado gasto.- Opinó otra señora que daba cuenta de su café.

-   Lo que te molesta a ti Pura es que los vas a tener al lado del establo y de tu casa.

-   Eso también, nadie me ha pedido permiso para ocupar el terreno, menos mal que ya no hay ganado.

Terminé la cerveza y salí despacio de aquel local con sabor popular. Me sentía feliz y contento, durante un rato había respirado un ambiente humano y comprensivo.

 

Cuando terminaron las últimas casas y me dirigía hacia la circunvalación de la autovía, pensando en las conversaciones del bar, me encontré con un ciclista que se paró a mi lado.

-   Buen camino peregrino.- Me dijo con una sonrisa franca y sincera.

-   Buen camino. ¿Qué tal vas amigo?.

-   Yo bien, pero me he equivocado y me he metido por la autovía. Hoy vengo desde Carcaboso. ¿Y tu?.

-   Yo he dormido en el arco de Cáparra. ¿Habrás estado en el albergue de doña Elena? ¡Qué gran señora!

-   Si allí dormí y nos mimo un montón. Tu debes ser el que nos dijo la señora que le diste la información de los horarios. ¿De donde saliste?.

-   Yo desde Mérida y quiero llegar a Oviedo, pero no me planteo mucho eso, solo pienso en caminar, ver y disfrutar.

-   Yo salí desde Sevilla y quiero llegar a Santiago. Voy despacio y fotografío todo, luego me sirve de recuerdo.

 Tenía acento catalán y una sonrisa permanente de buena persona.

-   Este ya es mi cuarto camino, me encanta conocer lugares y gentes.

   Estuvimos charlando unos minutos.

-   Que faena lo de la autovía, he tenido que meterme en un zarzal y me he puesto hecho un cristo.

-   Yo me he metido por el puente y el agua cubría más de media rueda, y menos mal que las alforjas no calan, pero tengo barro en abundancia. Luego me he equivocado y me he metido en la autovía y he debido hacer seis o siete kilómetros de más.

Tan mala había sido su ruta como la mía,  sería bueno un poquito de consideración cuando se realizan este tipo de obras. Me hizo una fotografía antes de despedirnos. Una agradable persona y uno de los pocos peregrinos que vi. En la vía de la Plata da gusto encontrar a otras que están sufriendo los mismos problemas y alegrías. Hay un hermanamiento en el sufrimiento.

Continué por la N-630, después de pasar un par de rotondas que llevaban a la autovía. El calor era considerable. Sabía que me quedaban ocho o nueve kilómetros y todos serían por asfalto. Me intenté abstraer con el paisaje verde y montañoso que me rodeaba.

Cuando hay tramos poco agradables no es conveniente mortificarse, no acorta el recorrido, es preferible pensar en cosas agradables y entretener la mente con cualquier cosa. Me ha pasado que el mismo recorrido con una u otra actitud han acortado o alargado el tiempo.

Pasé por el desvío de Hervás. Hermoso pueblo con sus calles estrechas y blancas, claro ejemplo de judería. Lo conocía de otra ocasión que fui en coche, pero esta vez hacía mucho calor y anhelaba un poco de descanso.

A estas horas, menos mal, la carretera no llevaba mucho tráfico. Se notaba la entrada a una zona entre montañas, el aire se calentaba y se llegaba hasta  a respirar mal.

Un poco más tarde llegué a un camping que tenía un restaurante que daba a la carretera. No lo pensé dos veces. Eran las dos y media de la tarde y necesitaba refrescarme. ¡Vaya paso de tortuga!, en tres horas paré cuatro veces.

El restaurante tiene un comedor amplio y medio vacío, con un menú del día surtido y abundante. Tomé una paella y una ensalada, completándolo con un café con hielo y un pacharán reconstituyente.

Estuve cerca de una hora y solo una mesa se lleno con una familia de cuatro en el otro extremo de la sala.

Por primera vez, vi las noticias de la televisión desde mi salida. Las mismas noticias de violencia, agresiones, discusiones políticas, poco había cambiado en el mundo. Anunciaron tiempo revuelto para los próximos días, fue la información que más me interesó.

Terminada la copa y con bastante pereza, cargue la mochila y volví a mi tarea caminera. El arcén caluroso que se notaba que ascendía hacia el paso de las montañas. En algunos tramos se veía la autovía en la lejanía que ascendía suavemente hacia el puerto. Los camiones eran como hormigas que lentamente le remontaban.

A poco de llegar, un caminito por la derecha me acercó hasta la calzada romana restaurada. Hermoso recuerdo de tiempos pasados. Paré un rato junto a la ermita antes de coger la calle principal que lleva a los balnearios, hoteles y hostales con solera, que anunciaban que hubieron mejores tiempos. Pregunté por el albergue, y me encaminaron por sus calles estrechas y empinadas. Pasé por la oficina de turismo, y aproveche para sellar y que me dieran información del lugar.

-   El albergue está cerrado hasta el próximo lunes. Tienen que reparar la conducción del agua. Pero hay unos cuantos hostales económicos en la calle principal.

Amablemente me contó la historia de los dos señores feudales que se pelearon por conseguir la propiedad del pueblo. También me contó que las aguas termales ya eran utilizadas por los romanos (sabían lo que se hacían).

Muy agradable el señor que me atendió y que me aconsejó hasta donde cenar esa noche. La mayoría de los peregrinos se alojan en Aldeanueva, después de cuarenta kilómetros.

Volví a la calle principal, que parecía el lugar de paseo de las personas que iban a tomar la aguas.

Encontré una fonda cómoda y coqueta al final de la calle. La ducha en aquel baño compartido me repuso del calor del día. Hoy dormiría entre sábanas pero seguro que no tendría el mismo espectáculo de estrellas que tuve en Cáparra.

Dormí la siesta hasta las ocho de la tarde en que salí a dar una vuelta por el pueblo. Iba despacio observando los edificios y a las personas que paseaban, la mayoría de vacaciones.

Entré en un bar a tomar una cerveza. Las miradas las tenían puesta en un televisor panorámico que estaba emitiendo una corrida de toros.

Todos discutían sobre las dotes de los toreros y los toros.

-   Le han picado demasiado y se ha rajado el toro. Comentó un abuelo de boina y bastón.

-   ¡Qué manía tienen con no hacer bien la suerte de baras!.- Protestó un hombre con una barriga considerable.

-   Los picadores deberían ser más cuidadosos con la puya. Descordan al animal y lo dejan para el arrastre.- Dijo el camarero mientras que me ponía la bebida.

-   No son los picadores, son los toros que no tienen las fuerzas de antes, que aguantaban tres puyas y no pasaba nada. Ahora se caen con una y ligera.- comentó el abuelo.

-   Que se caigan es por que no mueven suficiente al ganado en el campo, y les dan de comer demasiado pienso.- Habló otro entendido con gafas de culo de vaso.

El torero entró a matar y no tuvo demasiada suerte.

-   ¡Que manazas eres! Más que matar le ha degollado. A esto no hay derecho.- Sentenció el camarero con grandes aspamientos de manos.

-   Hombre, no ves que el toro es manso y así es muy difícil matar. Siempre os meteis con el torero, pero el toro tiene mucho que ver.

Todos entendían de toros, toreros y cuernos. Me recordó la polémica futbolera de Cáceres, aunque el espectáculo era diferente la afición era similar. Esperé a terminar la corrida, más que nada por seguir oyendo los comentarios de los entendidos, más punzantes y añorantes de viejos tiempos que positivos, pero en todo caso entretenidos.

 

Salí y fui a comprar algo para cenar, y de allí a la habitación. Piqué alguna cosa y a las diez de la noche ya estaba doblando la oreja.

El día era la despedida de Extremadura, no había sido hoy una etapa tan bella en su recorrido como las anteriores, pero estaba contento por haber cubierto la primera comunidad del camino.

A partir de mañana Castilla y León sería la que me acogiera. Recordé Cáparra, los encinares y alcornocales con tristeza y cariño. Tendré siempre un grato recuerdo de las siestas extremeñas y de sus campos floridos.

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