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Vía de la Plata

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra  

Día 7 - Baños de Montemayor – Fuenterroble de Salvatierra

 

Sueños tranquilos y profundos a través de montes ondulados y floridos, me ocuparon toda la noche. Me desperté sin sobresaltos con la conciencia segura de haber descansado. Tenía en la cabeza las caras y gestos de las personas que estaba conociendo.

Di la luz de la lamparilla que tenuemente iluminaba una habitación pequeña de paredes blancas, decorada sobriamente. Mis cosas desparramadas entre el suelo, la silla y la mesa. De los apliques colgaban sendas perchas con las camisetas de la marcha, improvisados tendederos de peregrino austero.

Me estiré un par de veces bostezando sin inhibición, intentando recuperar la fuerza y la voluntad de tirarme de la cama mullida.

Con  algún esfuerzo mental, más que físico, me senté en la cama restregándome los ojos que se resistían a permanecer abiertos.

Eran las seis y media, había dormido más de ocho horas como si de un minuto se tratase, cuando habitualmente con seis tengo bastante. Es uno de los placeres de caminar durante el día y olvidarse del stress de madrugones laborales.

 

Me vestí con parsimonia y antes de calzar las botas coloqué lo mejor que pude la mochila, y las ropas tendidas y ya secas.

Abrí la ventana, vestida de visillos con una cierta mugre, y noté el aire frío de la mañana sobre mi cara. Se veía un cielo vestido con algunas nubes grises sobre la montaña. Eso me deparaba esta mañana para abrir boca, una subida que me acercaría al cielo. Decidí ponerme el polar por primera vez en el camino. La calle apenas iluminada por pequeñas farolas que daban una luz raquítica y melancólica.

Me comí una naranja y un par de galletas, restos de la cena de ayer, dudaba mucho que hubiera algún bar abierto estando en las afueras del pueblo y no me compensaba volver al centro.

Tras pasar por el baño salí a la calle solitaria con una cierta pereza. En vez de ir a buscar las flechas que se encontraban en el centro continué la calle hacia arriba, como me dijo el buen hombre de la oficina de turismo. Tras un zig-zag sobre la acera  encontré la calzada romana y la primera flecha del día. Eran las siete de la mañana, y comenzaba a amanecer.

Me costó iniciar la ascensión suave y constante, tenía falta de costumbre de repechos matutinos. Se notaba el cambio de tiempo y la altura, no estorbaba el polar. A mi cabeza volvieron los esfuerzos de los esclavos que construyeron piedra a piedra este camino milenario que sirvió de comunicación entre dos asentamientos romanos. Cuantos años tardarían en terminar esta fantástica obra de ingeniería sin la maquinaria que soporté ayer. Intenté imaginar las herramientas y máquinas que utilizaran. Llegué a la conclusión que su mayor fuerza fue el músculo y la inteligencia de un pueblo que llegó a dominar todo el Mediterráneo y gran parte de Europa.

 

Al poco ya sudaba por el esfuerzo. Aproveché una cruz de piedra para tomar aire y observar el valle que se me mostraba entre dos luces. No pude por menos que esforzarme en retener aquel paisaje lleno de tonalidades verdes donde el hombre vivía manteniendo un cierto orden con la naturaleza. Me sentí feliz y contento, terminaba con unos días fantásticos por campos preciosos y este me regalaba una última visión de postal durante el amanecer. Sabía que Castilla se me presentaría en momentos llana y árida a diferencia de los alucinantes encinares extremeños.

 

Miraba el paisaje y distinguía las últimas luces de Montemayor como un pequeño belén bajo mis pies.

Las lágrimas me llenaron los ojos viendo la plenitud del mundo y me revelé contra las agresiones que sufre, como esa autovía desbrozadora y transformadora de esta maravillosa realidad. Pese a todo estaba muy feliz y agradecido por lo que se me mostraba.

Continué la subida despacio observando cada árbol, flor y piedra para retener más vivamente el recuerdo. Llegué hasta una fuente donde bebí un buen trago de agua fresca de montaña, recuperé el aliento y eché una última mirada al valle.

Después llegué a la N-630 y a la señalización del Puerto de Béjar. Una gasolinera me dio la oportunidad de tomar un café de máquina que me alivió del mono de cafeína matutino. Fueron apenas cinco minutos, no quería entretenerme.

Durante un par de kilómetros anduve por el arcén. El paisaje estaba rodeado de pequeñas montañas donde los prados y los árboles se entremezclaban. Los castaños y los robles abundaban decorando los campos delimitados por muros de piedras añejas y llenas de musgo. ¡Qué paisaje tan distinto pero que bello! Aquí a la vista se la prohibía ver el horizonte.

Una flecha y un letrero que anunciaba la Calzada de Béjar me sacó del asfalto para adentrarme a un camino de ensueño en medio de un castañar. El suelo tenía las hojas secas mojadas por el rocío de la mañana, en esta primavera tardía. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas dando color a mi ánimo y mucho romanticismo a mi corazón.

 

Respiraba profundamente intentando llenarme de la pureza del entorno y disminuyendo el paso para llenarme de él. Vi una valla y la tentación pudo conmigo. Solté la mochila y me senté sobre ellas a mirar, oír y sentir. Los pájaros revoloteaban entre los troncos llenos de hiedra jugando felices detrás de sus amadas, sus sentidos también se despertaban saludando al nuevo día.

Solo llevaba hora y media y ya había parado tres veces, pero valía la pena detenerse para disfrutar de lo que se me ofrecía.

Continué despacio y con pereza de alejarme. El camino continuaba ahora ya en un fuerte descenso hacia el río, acompañando y pisando de nuevo la calzada romana. Terminé la bajada pasando por el puente de la Malena sobre el río Cuerpo de Hombre, curioso nombre. Aquí abunda el arbolado de ribera, sauces, chopos, avellanos, fresnos, cerezos y nogales, que decoran el trascurrir agreste del río entre grandes piedras de redondeadas formas por el fluir del agua durante miles de años. Aquí el agua esta límpida y pura a diferencia de unos kilómetros adelante, cuando pase por Béjar, que la industria del hombre se empeña en contaminar.

Nada más pasar el puente, tres miliarios con inscripciones se nos aparecen como marcadores de esta ruta romana.

El camino se convierte en cañada real delimitada por una pequeña carretera y las fincas valladas. Cómodo andar pensando en lo recorrido y en la belleza regalada como entrada a Salamanca.

El entorno, ya más abierto de arbolado, permitía oler las florecillas que acompañaban mis pasos completando el paisaje de entresierra típico de esta región.

Sin darme cuenta llegué a Calzada de Béjar, hermoso pueblo de montaña que nos regala un albergue con unas vistas maravillosas. La próxima vez no pararé en Montemayor y reposaré mis huesos en este humilde lugar de acogida donde sus gentes muestran su hospitalidad, con el Alba Soraya. Graciosa figura de peregrino dibujado sobre sus paredes.

 

Eran las 11 de la mañana y el estómago reclamaba alguna atención. Me senté en una silla a la entrada del albergue y me dispuse a tomar unas tristes galletas a falta de alimento más contundente. Aunque poco sustanciosa el placer de la observación de los montes compensaba.

 Desde este mirador de la sierra se pueden ver los prados verdes y los bosques de robles inspirando paz y tranquilidad. El sol comenzaba a levantar entre las montañas y la nubes, pero no calentaba como para quitarse el polar.

Cerca de media hora estuve reposando y con pocas ganas cargué la mochila para continuar. Pasé por la calle principal con casas de piedra y balcones adornados con tiestos llenos de flores.

Me crucé con un par de personas que barrían la puerta de sus casas con esmero. La tranquilidad era predominante en este pueblo serrano.

Nada más salir cogí otro camino agrícola. La serranía se suavizó y los campos de cultivo abundaban. A dos kilómetros del pueblo pude observar como una avioneta de aeromodelismo volaba haciendo filigranas en el aire, e interrumpiendo el silencio con el ruido de un motor revolucionado. Un señor con el mando de control era el artífice del alboroto.

-   Buenos días.- le dije cuando estaba a su lado.

  

Me miró rápidamente y ni siquiera me saludo. No debía tener muchas ganas de charla, o estaba tan concentrado que no quería ningún despiste.

El avioncito iba, venía, subía y bajaba. Cuando estaba más cerca de mi era ensordecedor y rompía la armonía natural. Durante doscientos metros seguí viendo sus piruetas para después poco a poco retornar al silencio reparador. Muchas veces no comprendemos ni respetamos a los demás.

Durante dos horas estuve tranquilo por este camino. Alguna encina rompía la monotonía, pequeños montes se perfilaban en el horizonte. Después del hermoso paisaje de la mañana este parecía anodino, pero solo era apariencia pues siguía siendo agradable.

Ya veía Valverde de la Casa cuando oí por la espalda una voz que me hizo volverme. Eran mis amigos los vascos, que venían rápido como suele ser su costumbre.

-   Buen camino, peregrino.- Me dijeron cuando estaban a mi altura.

-   Buen camino amigos. ¿Qué tal vais?

-   Hoy bien, aunque la subida ha sido dura. Hemos salido de Aldeanueva a las cinco y media.

-   Puf..., madrugáis demasiado, un día ni os vais a acostar.

-   Ya sabes que nos gusta madrugar y hoy era una etapa de cuarenta y no podíamos remolonear.

-   Yo también he salido pronto, pero ya eran las siete y alguna luz había. ¿Qué tal estas de la espalda?.- pregunté a Crispín.

-   Bueno, bastante bien, apenas me ha molestado, ¿y tu?.

-   Yo bien, ya sabéis que me gusta ir despacio y andar todo el día. No esperaba que me alcanzarais, pero haciendo etapas de cuarenta no me extraña.

Conversando llegamos a Valverde. En la fuente nos detuvimos un momento a beber y llenar las botellas de agua. Yo de buena gana hubiera parado un rato más pero me apetecía charlar un rato.

 

Cogimos por una carreterita secundaria con muy poco tráfico. Me contaron lo cansados que llegaron a Aldeanueva, que en Caparra no pudieron coger agua por que habían llegado antes de las diez de la mañana y estaba todo cerrado. Me comentaron el tiempo que habían empleado pero nada del paisaje, ni de los bellos prados y encinares. Llevaban tres días a una media de cuarenta kilómetros. No me extrañaba nada que Crispin con sus setenta y tantos estuviera dolorido.

A mitad de camino a Valdelacasa estuve tentado de pasar de ellos, las ganas de charla me saturaba y a su ritmo era incapaz de concentrarme en el entorno, todos mis esfuerzos iban a mantener el ritmo. Esto no me agradaba. Fueron apenas cuatro kilómetros pero que apenas disfruté. Así las cosas llegados al pueblo les dije que me paraba a comer. Ellos dijeron que preferían continuar, que nos veríamos en el albergue. Esta es una de las ventajas del camino cuando se va solo, que puedes decidir tu ritmo y paradas sin ningún tipo de compromiso.

Era la una y media y se veía el pueblo sin gente. Sabía que había un centro de mayores con bar. Vi a una señora a través de una ventana y sin encomendarme a nadie toqué con los nudillos para llamar su atención.

-         Buenas tardes, perdone si la molesto.

-         Buenas tardes, no te preocupes. – Me dijo con una sonrisa sobre una cara llena de arrugas que identificaban a una persona curtida por el sol.

-         No he visto a nadie y al verla no lo he dudado. Estoy un poco perdido y no se encontrar el bar. ¿Podría indicarme por donde debo ir?

-         Espera un poco que te acompaño, ahora iba a ir para allá.- me dijo con gran afabilidad.

Era una casa de gruesos muros pintados de blanco y con los cercos de las ventanas y las puertas en azul añil. Se abrió el portalón y salió la señora con un bastón y un mandil puesto.

-         No se tiene que molestar, me basta con que me diga como ir.- Le dijo con cierto remordimiento por haberla sacado de su casa.

-         No te preocupes, así puedo apoyarme en ti. ¿Vienes de Sevilla?

-         No, sólo desde Mérida.

-         Ya es bastante, con el calor que ha hecho estos últimos días.

-         Si, es duro pero vale la pena. Extremadura es una preciosidad.

-         ¡Qué me vas a decir a mi! De joven iba a segar a principio de junio y según iba pasando el verano me subía hasta el norte de Zamora. ¡Cuánto calor he pasado en mi vida!

-         Vida dura y sacrificada.

-         Si hijo, muy dura y mal pagada, pero teníamos que hacerlo para sacar para el invierno. Aunque también teníamos momentos felices.- Se iba apoyando en el bastón pero sus ojillos brillaban con añoranza del pasado.- Marchábamos la cuadrilla con una mula y dormíamos muchas veces al lado de las fincas, para nada más amanecer emprender la faena. Los patronos nos proporcionaban la comida. La mayoría de las veces arenques, tocino y maíz de almorta. ¡Eran otros tiempos!

-         ¿Parece que los hecha de menos?

-         Ahora se vive mejor, donde se va parar. Pero tenía juventud y muchas ganas de vivir. Buenas fiestas nos montábamos a la vuelta al pueblo.

Tenía ganas de hablar la señora y a mi no me molestaba su conversación.

-         Recuerdo que en una de ellas conocí a mi marido, que Dios le tenga en su gloria. Era de Valderroble y vino al baile de septiembre, después de la cosecha. Nos enamoramos y en dos años ya estábamos casados y esperando a Manoli. Todo eran escaseces y necesidades pero teníamos ganas de vivir, que ahora ya me empiezan a faltar.

La añoranza se convirtió en un reflejo furtivo de pena y tristeza. Iba despacio y renqueante.

-         ¿Vas para Santiago?- me preguntó.

-         Está vez no, pienso llegar a Oviedo.

-         Eso está muy lejos para ir andando. ¿Seguro que lo haces por alguna promesa?

-         La verdad es que lo hago para conocer sitios, lugares y personas como usted.

-         ¡Va! Si yo no tengo ningún misterio. Sólo una vida de trabajo y sufrimiento, pero eso no tiene ningún atractivo.

-         Se equivoca, usted tiene mucho interés pues almacena el conocimiento de la experiencia. Es muy difícil en las ciudades pararse a escuchar la voz de la gente mayor. No sólo los estudios y el dinero dan el conocimiento de la vida. Usted tiene mucho conocimiento y, para mi, es sabia.

-         Vida si que tengo mucha, he visto demasiadas cosas, buenas y malas.

Sin querer llegamos a un local y nada más entrar una muchacha se dirigió a ella diciendo:

-         María, que bien acompañada la veo.

-         Te traigo a este mozo que quiere comer.

-         Eso está hecho, ya sabes que aquí nadie se va con hambre.

Me hizo subir a la planta alta donde había un comedor con la televisión bastante alta y la cocina al lado. Me hizo sentarme en una mesa frente al televisor en un salón sin gente. Comí tranquilamente una ensalada y unas patatas con bacalao. Durante todo el tiempo estuve sólo sin más compañía que las noticias. Después baje al bar a tomar mi dosis diaria de cafeína. Ya María había marchado y charlé con la muchacha.

 

-         Agradable señora María.

-         Sí que es buena y con una vida muy dura. Ahora está sola, su marido y su hija se mataron hace años en un accidente. Siempre está haciendo favores y todos la estimamos en el pueblo, la queremos como a nuestra abuela. En su casa siempre hay alguna vecina ayudándola. Se hace querer.

Después de pagar, menos de lo que esperaba, cargué de nuevo la mochila y reemprendí el camino por una carreterita rodeada de árboles, muy agradable de disfrutar. No tenía prisa, apenas quedaban ocho kilómetros. El tiempo estaba nublado pero no amenazaba agua, de momento.

Volví a sentirme a gusto caminando en soledad, podía pensar en el encuentro con María. El entorno me ayudaba con un paisaje ondulante y fácil de llevar. Observaba las hierbas y las flores que me saludaban a mi paso. De lejos se ve el pueblo y me aproximé a él sin ganas de llegar.

La torre de la iglesia es la que marca hacia donde ir, se atraviesa el pueblo con un par de bares y alguna tienda.

A la puerta del albergué estaban sentadas tres peregrinas que me saludaron con una sonrisa. ¡Qué novedad, gente nueva que parece que camina! Estaban tomando un tentempié de bollos caseros.

-         Buen camino peregrinas.- Dije con ganas de charlar.- Hay sitio para un caminante cansado.

-         Si, puedes pasar, hay muchas camas.- Me respondió una de ellas con un fuerte acento alemán.- No creo que se llene esta noche.

-         Gracias, pero antes prefiero sentarme un rato con vosotras. ¿De donde venís?

-         De Calzada de Béjar.

-         He pasado por allí esta mañana y me ha parecido un buen lugar donde pasar la noche.

-         Muy agradable el lugar y la hospitalera. ¿Toma un bollo si quieres?

-         Gracias. ¿Han llegado unos españoles?

-         Si, están durmiendo. Uno de ellos venía cojeando.

-         El pobre está sufriendo una lumbalgia desde hace un tiempo. – El bollo era compacto y costaba tragarlo, tuve que aplicarme al botijo cercano.

Ellas me miraron con curiosidad cuando me vieron levantarlo dejando caer el chorro de agua sobre el gaznate. Comenzaron a reírse y a comentar algo en alemán.

-         Nos reímos de cómo bebes, habíamos visto el recipiente pero no sabíamos para que servía.

-         Intentarlo, es muy refrescante, sobretodo cuando no lo haces bien y te bañas.

Dicho y hecho, cogieron el blanco botijo y con suavidad fue levantándolo, pero con tan poco tino que la mitad entró y la otra mitad rodó por su cara, también se atragantó y las toses aparecieron. La carcajada fue automática por parte de sus amigas.

-         Es más difícil de lo que parece.- Se justificó secándose.

Las otras también probaron, con efectos similares, hasta que poco a poco fueron aprendiendo chupando del pitorro. Quedamos para cenar en el restaurante.

Pasé al albergue y me quedé maravillado. Todo él tenía en las paredes pinturas religiosas relacionadas con el camino. El autor era un auténtico artista. Me recorrí todo el albergue fascinado por las reminiscencias jacobeas, hasta que llegué a la habitación donde estaban los vascos. Estos estaban durmiendo plácidamente y preferí no despertarlos. Solté mis trastos sobre una cama y marché a la ducha reconfortante, y a la colada de rigor, la ropa olía a tigre.

 

Cuando volví,  ya estaban despiertos, comentamos los sucesos del día y las diversas anécdotas hasta la hora de la cena, que vinieron las alemanas a buscarnos.

Antes de ir, preguntamos a Javier el hospitalero si veríamos al padre Blas. Nos dijo que hoy había marchado a Salamanca y que no volvería hasta el día siguiente por la tarde. Me molestó bastante no poder saludar a este gran hombre que ha construido un hospital de peregrino magnífico sólo con su esfuerzo y sacrificio.

Esta cena multitudinaria, seis personas, en este camino solitario fue una novedad y una alegría. Esta consistió en spaghettis y huevos con farinato, con muchas risas y buen humor.

Cuando terminamos nos acercamos a la iglesia y amablemente el sacristán nos la iluminó. Nos dio todas las explicaciones que le pedimos. Curiosas imágenes de madera que el padre Blas trae de su pueblo en Cantabria. Son elaboradas por un artesano jubilado que es todo un artista de la madera, sabiendo dar sensibilidad humana a trozos de madera inerte.

 

También es muy curiosa la muestra de cómo construían las calzadas romanas los esclavos y la habilidad de los ingenieros de la época para que estas perduraran.

Estuvimos un buen rato sentados al fresco de la noche tomando una infusión, la noche era fresca pero las lenguas estaban vivas para comentar las vivencias de este micro-mundo que es la Vía de la Plata. Antes de acostarnos pasamos un rato con Javier en el pequeño oratorio lleno de espiritualidad. Me impresionó la gran cruz formada por el tronco seco de un árbol, donde  dos de sus ramas eran los brazos. La rugosidad y aspereza del tronco revivió en mi la dureza de la vida y la entrega de nuestro Señor.

Con el espíritu en calma me metí en la litera y caí en los brazos de Morfeo en menos que canta un gallo.

 

Una etapa preciosa, con un fin maravilloso en un lugar hospitalario donde me sentí como en mi casa. Gracias padre Blas, gracias María, ..., gracias Santiago por ofrecerme este regalo que es tu Camino.  


 

1 comentario

vicky -

PERDONE PERO EL PADRE BLAS NO ES DE CANTABRIA, ES DE BELEÑA, SALAMANCA, Y LAS FIGURAS LA HIZO UN SEÑOR QUE ERA DE UN PUEBLO DE SALAMANCA, SALUDO UNA PEREGRINA.