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Vía de la Plata

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Día 10 – Salamanca – El Cubo Tierra del Vino

Me despertó la chicharra del reloj a las seis y media. Agradable sensación la de estar entre sábanas blancas de una cama, en contrapunto del saco. Con cierta pereza me tiré de la cama para empaquetar los trastos tirados por toda la habitación. Despache con rapidez y me lancé a mi tarea caminera.

 

Las calles estaban medio vacías aunque se veían caras serias de mañana de lunes. Me sorprendió la escultura del toro junto a la plaza de toros.

Caminé junto a la carretera atravesando alguna circunvalación. Frente al campo de fútbol paré a desayunar un rico café con sus correspondientes magdalenas. Mientras, su propietario abría las persianas y colocaba las mesas y las sillas.

- ¿Te ha gustado Salamanca?.- Me preguntó.

- Muy hermosa ciudad donde se tiene que vivir muy bien.

- No está mal, tiene de todo y la gente es tranquila. ¿Tu de donde eres?

- Yo vivo en Madrid, esa si que es poco relajada. Aquí parece que se mueve todo al paso, mientras que allí todo va galopando. Es una locura.

- Si, Madrid es muy grande y con demasiado personal. Tenían que prohibir ciudades mayores de un millón de habitantes. La gente tiene que conocerse.

- Creo que si, pero tendría el inconveniente de no poder pasar desapercibido, que es lo que les gusta.

- Bueno, nada es perfecto, pero prefiero esto que es un punto intermedio.

- Yo también, pero la vida lleva a las personas no siempre donde quieren.

Salí del bar reflexionando sobre las palabras del camarero, pero pronto un camino me sacó de la N-630 encaminándome hacia la primera de las poblaciones del día. Las obras de la autovía estaban a la vista, con sus grandes montículos de tierra.

No se como pero me equivoqué, y terminé encima de la planicie de la nueva vía, sin ver ninguna flecha.

No había nadie a quien preguntar, así que decidí continuar por el terreno allanado un rato. Se veía la 630 acercándome a ella, no me apetecía llenarme los pies de barro y arena.

Hubo un momento que se cortó el terreno de las obras, se veía el pueblo deseado rodeado de campos cultivo. El día estaba despejado, sin apenas nubes, era agradable andar excepto por la ausencia de flechas que me guiaran.

Bajé el terraplén y me vi al borde de una finca de avena que tuve que seguir. Se hundían los pies en los surcos y tenía las botas llenas de chinas. Al mismo tiempo debía tener cuidado de mantener el equilibrio. Poco gratificante tramo.

- ¡Qué facilidad tengo de entrar en líos!

Quizás fue la mala señalización. Lo importante es seguir superando obstáculos que me lleven a destino.

Con esfuerzo llegué al borde de la nacional y tuve que realizar una parada liberadora de chinas y espigas. Los pies y los calcetines lo agradecieron.

Todavía no hacía calor, se llevaba bien el caminar por caminos hasta Castellanos de Villiquera y después a Calzada de Valdeunciel. No podía observar el más mínimo montículo. El horizonte era una línea recta con los campos de cereal acompañándome a derecha e izquierda. Podía ver kilómetros sin árboles. Profunda monotonía que no tenía nada que ver con los días anteriores. Estos campos duros de caminar por el aburrimiento me obligaban a recurrir a mis recuerdos y pensamientos para que las distancias se acortaran. Aún así tuve suerte por no pillarlos en las horas centrales de un día de verano, donde ni los pájaros se atreven a moverse.

Cuando llegué a Calzada de Valdeunciel encontré un bar abierto donde poder sentarme un rato tomando un café, en estas tierras no hay que desaprovechar las ocasiones de darle el gusto al cuerpo,son demasiado escasos. También aproveché para comprar pan recién hecho en una tahona desbordante de aromas. Me encantan estos lugares y me traen recuerdos infantiles de cuando mi madre me mandaba a por el pan y no podía resistir pellizcarlo.

¡Qué maravilloso capricho que me costó más de una reprimenda! Aquí también piqué y media barra cayó a base de pequeños pellizcos. También compré algo de embutido para los casi veinte kilómetros que me quedaban hasta el Cubo.

La chuleta que llevaba me hablaba de un camino paralelo a la carretera, pero la realidad fue carretera y arcén. En una ocasión me aparté hacia unas vías abandonadas que parecían el camino, pero resultaron estar llenas de matorrales, me hicieron imposible el paso.

El monte bajo abundaba con poco arbolado, y bastantes coches y camiones. Las dos primeras horas intenté inhibirme, pero el viento del paso de los camiones me devolvía una y otra vez a la realidad.

Se pasa cerca de la prisión de Topas y a esas alturas ya iba cocido tanto por los pies como por la cabeza. Necesitaba descansar y comer algo. La ausencia de árboles me lo impedían y estuve un buen rato mirando y requetemirando. De repente encontré un camino de chopos pequeños que daban paso a una finca. Sin pensarlo dos veces me metí por él y a doscientos metro me senté en el camino sobre la esterilla, aprovechando la poca sombra de uno de los chopos.

 

Me saqué las botas y los calcetines y comencé el almuerzo.

Se veía en una finca próxima un tractor arando un terreno. Iba y venía constantemente con una monotonía exasperantes por su rutina.

Pensé en lo poco que se cuida al caminante, no se piensa en él cuando se alteran caminos y veredas. Se le obliga a circular por arcenes sin ninguna consideración.

Por aquí el camino marchaba a pocos cientos de metros paralelo a la carretera, ahora estaba ocupado por las obras de la autopista, desbrozando todo lo que pillaba.

Después del “pequeño almuerzo” de mortadela y aceitunas (Capricho de dioses), me tumbé para reposar un poco más. Se veía un cielo azul plagado de nubes que pasaban a toda velocidad. A la sombra se estaba a gusto y los píes eran felices recibiendo un magnífico frescor.

Estando en estas, oí un claxon poderoso y estremecedor, me hizo saltar del susto, era un coche que intentaba pasar y no le dejaba paso.

- Ahí no puedes parar, tenemos que pasar. -Me reprendió con cierto enfado.

Me puse en pie y saqué del camino los bártulos.

- Perdone, es donde había una sombra y no creo que pasen muchos vehículos por aquí.

El coche pasó hacia la finca y yo volví a colocarme aprovechando de nuevo la sombra, todavía me quedaban minutos de descanso.

Con pereza até las botas y cargué la alforja. Ya no podía quedar mucho. Ahora el arcén calentaba más los pies y el cansancio se empezaba a notar.

Sobre la tres de la tarde llegué a destino, por el nombre me parecía que debía ser grande e importante, la realidad es que se recorre en un suspiro, aunque tenga tres bares y un par de bancos.

En el primero de los bares entré y pedí un doble de cerveza con limón.

- ¿Se puede comer algo?.- Pregunté al camarero.

- No tenemos mucho pero un filete y una ensalada si la podemos servir.

- Eso es lo que quiero. ¿El albergue está lejos?

- No, en la iglesia. Pasa la plaza y la verás junto al río.

- Me han dicho que lo lleva un sacerdote con mucho temperamento.

- No, ya no. Le han mandado a una residencia de curas mayores y se ha hecho cargo la mujer del sacristán, bajo el encargo del nuevo curita de Zamora, que no se mete en nada.

El pobre don José era un poco arisco y protestón, aunque bien se preocupó de habilitar espacio al lado de la iglesia para los pocos peregrinos.

 

Llegó el filete y la ensalada y la conversación se detuvo para degustar aquellos manjares.

El local era destartalado con pocas mesas, para lo grande que era. Estaba pintado en azul añil y la limpieza dejaba algo que desear. La luz era abundante y los parroquianos pocos, pero todos conocidos.

- Seguro que vienes de Sevilla.- Me insinuó uno de los clientes que estaba dando cuenta de un copazo de coñac bien servido.

- No, sólo de Mérida.- Dije después de tragar un trozo de filete más perecido a una alpargata.

- Te parece poco, hay algunos que hasta para comprar el pan cogen el coche. Yo de joven si que lo hubiera hecho. Cuantas veces hacía hasta cuatro viajes hasta la finca. Ahora me duelen las piernas a poco que las mueva.

- Y para que quiere usted andar tanto ahora, si todo lo tiene vendido entre su casa y el bar.- Le interpeló el camarero.

- Ya me gustaría moverme como lo hacía, ahora no sirvo para nada.

- No diga eso, que ya es momento que sus hijos se hagan cargo de usted, estaría bueno, toda la vida criándolos y a la vejez que nos tiren a la basura. Tienen que ayudarnos cuando lo necesitamos.

Se notaba cierta tristeza en sus palabras por la vida pasada y por las pocas fuerzas presentes. Me llenó de ternura sus palabras y me recordaron los casos de abandonos de mayores por egoísmos absurdos. Sólo pensamos en nosotros y nos olvidamos de los que nos cuidaron y entregaron todo por nosotros cuando éramos desvalidos. No hay derecho.

Terminé la comida con un café y un pacharan, premio justo por el esfuerzo realizado.

A las cinco de la tarde salía en busca de la iglesia y el albergue. Atravesé la plaza y un poquito más allá me topé con una pequeña iglesia de piedra con un pequeño soportal, con tres puertas. La principal daba acceso a la Iglesia y las otras dos eran habitaciones para peregrinos. Cuando entré encontré el cuarto a oscuras.

- Buenas tardes peregrino.- Oí a Crispín desde la oscuridad.

- Buenas tardes Crispín. Voy a encender la luz por que sino me voy a escorromoñar, no se ve nada.

Con la luz tenue de una vela de sesenta vatios vi cuatro camas con sábanas de distintos colores, era un cuarto pequeño con una ventana cerrada por contraventana de madera.

- Acóplate en esa cama del rincón. La otra está ocupada por un alemán.

- Vale. ¿Qué tal estás?

- Mucho mejor, dopado pero mucho mejor. Hemos salido a las cinco y media y a la una estábamos aquí.

- Puf, seguís corriendo. La etapa de hoy ha sido muy cansada, demasiada carretera para un pobre cristiano.

- Si, las obras han destrozado el camino.- Respondió José Manuel saliendo del baño.- ¿Qué tal estás?

- Yo bien y a ti te veo nuevo después de la ducha

- No creas, el asfalto me ha fastidiado los pies.

Mientras hablábamos saqué el saco y la ropa limpia con intención de ducharme inmediatamente para quitarme el sudor acumulado.

- No te preocupes en hablar con el alemán, es silencioso y extraño. Pese a intentarlo lo único que he conseguido es que me señale la litera. En cuanto al agua solo hay fría. La señora me ha indicado donde esta el calentador, pero cada vez que lo enchufo saltan los plomos.

- Sitio encantador, pequeño, sucio, con colchones con muelles rotos y sin agua caliente. ¡Me gusta el camino y sus sorpresas!

Sin más, pasé a al servicio de azulejos blancos. Tenía una ducha con una cortina sucia y vieja. El lavabo y la taza debían de ser de cuando mis abuelos eran jóvenes, pero cumplían su función.

Con rapidez me coloqué debajo de la alcachofa y di al agua “caliente”, con intención que se produjera un milagro. ¡Inocente de mi!.

El corazón dio un vuelco, pero conseguí que se recuperara poco a poco de la impresión. Una vez mojado cerré la ducha y me enjaboné concienzudamente. Estando aquí, procedí al segundo golpe de agua que me quitara el jabón. Cosa que conseguí pero no sin antes volver al borde del colapso por segunda vez.

Una vez vestido de nuevo, salí a la habitación para tumbarme y recuperarme de la excitación del agua. Pese a la frialdad los músculos lo agradecieron.

Al rato fuimos a tomar una cerveza con limón al bar de la plaza y a echar la quiniela. En este corto trayecto había terminado de ver el pueblo. Lo más bonito, la zona de recreo al lado del río con una fantástica parrilla y una mesas súper apañadas para un día de comida campestre.

Estando visitando la pradera llegó la encargada del albergue solicitándome la “voluntad” de cuatro euros, que había muchos gastos que cubrir. Le comenté lo del agua fría, y me dijo que no sabía que pasaba pues el calentador era nuevo.

 

- Ya puede ser nuevo toda la vida, pero si no contratan más potencia va a estar sin estrenar siempre.

“Me gustó” el acto voluntario del alojamiento. Será pequeño el albergue pero es capaz de mantener todos los gastos de  la Iglesia.  Vimos el libro de peregrinos y pudimos ver que tres o cuatro caían todos los días. Calculamos que unos cuatrocientos o quinientos euros suponía al mes, más que suficiente para la limpieza y el gasto de luz. Que conste que no me quejo, pero por favor aumentar la potencia de la luz para que los sudorosos caminantes reciban una ducha en condiciones y no un ataque al corazón.

Fuimos a la tienda a comprar yogures y magdalenas para cenar y desayunar mañana, en el recorrido de mañana no había posibilidad de hacerlo por lo menos en tres horas.

Crispín aprovechó para sugerirme que fuera con ellos hasta Zamora.

- Así llegarás antes y podrás visitarla tranquilamente.

Me convenció, así que madrugaría más, para hacer 31 quilómetros a toda velocidad.

Dando cuenta de los yogures en la alameda se presentó el alemán con el que pude charlar un rato en mi horrible inglés.

Venía desde Sevilla pero no hacía más de quince kilómetros diarios, quería experimentar la espiritualidad del camino disfrutando de todos los albergues que encontraba. Mañana sólo haría trece, hasta Villanueva de Campean, que sabía tenía algún tipo de acogimiento. En esos momentos llevaba mes y medio de camino, se había entretenido tres o cuatro días en Sevilla, Cáceres, Mérida y Salamanca. No soy nadie pero me pareció un jeta. Tampoco me afectó mucho por que no me interrumpía ni me impedía hacer mi camino.

Cuando anocheció nos volvimos al albergue. Un grupo de cuatro ciclistas se habían acoplado en la otra habitación y trataban de descubrir como iba el agua caliente, que la señora les había dicho que tenía un nuevísimo calentador.

Nos reímos con ganas por su incredulidad, les toco ducha, pero fría, como a todos.

A las diez estábamos en la cama doblando la oreja. Día duro pero que tuvo momentos de disfrute, como todos en el camino.

  


 

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