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Vía de la Plata

Fuenterroble de Salvatierra - Morille

Fuenterroble de Salvatierra - Morille  

Día 8 - Fuenterroble de Salvatierra – Morille

 

A las cinco de la mañana fui despertado por mis compañeros vascos que pese al cuidado que pusieron en no meter ruido, no lo consiguieron. Tampoco me importó demasiado, ya llevaba siete horas y pensé que ya no quedaba nadie más, podría seguir durmiendo otro par de horitas. Era noche cerrada y no tenía otra cosa mejor que hacer.

A las siete sonó mi despertador y con cierta pereza abrí los ojos encediendo la luz. La habitación tenía las paredes pintadas con imágenes religiosas. En una de ellas un Cristo junto a un Santiago peregrino. En otra una Virgen con una sonrisa amplia de madre cariñosa. Estas imágenes contrastaban con las viejas camas y los suelos de madera sin pulir.

Era acogedora la habitación, preparada para que el peregrino descansara y pudiera reponer las energías que le llevarán a destino. Recogí mis cosas y, antes de ir al comedor, volví al oratorio pequeño y acogedor para meditar un instante, volví a sentir la paz interna que me proporcionó la visita nocturna de ayer.

Allí sentado, mirando el Cristo, pensé en los maravillosos momentos de los últimos siete días. ¡Sólo siete! Cuantas cosas, personas y momentos. Hoy era sábado, y una semana atrás me encontraba saliendo del Embalse de Proserpina. Me vino a la cabeza los amaneceres en Caparrá, Cáceres y Grimaldo. Los atardeceres mágicos de Caparrá (¡como no!) y el Embalse de Alcántara. Las caras con personalidad y cariño de doña Elena, María, Nekune y José Marí. Las siestas bajo encinas camino de Galisteo y de Venta Quemada. La paz y tranquilidad de todo este tiempo. Los maravillosos cielos estrellados de Extremadura.

Di las gracias por lo vivido hasta ahora y rogué que lo que me deparara el viaje fuera tan bello como lo dejado atrás.

 Salí al comedor con la mochila y me encontré desayunando café y magdalenas a mis amigas alemanas. Me senté con ellas a desayunar mientras que ellas se justificaban conmigo por coger el autobús hasta Salamanca.

No me importaban sus razones, muchos kilómetros, dolores de pies o tendinitis. Lo único que me molestaba era que se iban a perder parte de la esencia de la Vía de la Plata.

Después de tomar un par de magdalenas y un buen tazón de leche con café, salí del albergue con la mochila para iniciar la marcha. El hospitalero, Javier, salió corriendo para darme un par de naranjas y un plátano para el almuerzo.

- Toma esta fruta que el día de hoy es largo. Tienes veintiocho kilómetros hasta San Pedro de los Rozados sin ninguna población. ¿Habrás cogido agua?

¡Qué maravilla de persona que se preocupaba por mi!. Si el hospitalero es así como será la persona que es el alma del hospital de peregrinos.

- Gracias amigo, rezaré por ti cuando llegue al Salvador.- Mientras que le tendía la mano para demostrarle mi gratitud.

Con la fruta en los bolsillos emprendí el camino. Este transcurre en estos primeros kilómetros por un cordal amplio rodeado de fincas enormes de ganado vacuno. Las vallas metálicas me acompañaron hasta el inicio de la subida a Pico Dueñas. Es una explanada enorme donde me sentí pequeño. Ya se nota que el arbolado disminuía. A estas primeras horas la temperatura era agradable pero amenazaba calor. Fueron dos horas cómodas de andar, sin subidas ni bajadas y con las fuerzas intactas.

 

No quería pensar en lo que me quedaba, para no agobiarme. En mi chuleta caminera entre Fuenterroble y San Pedro de los Rozados sólo estaba Pico Dueñas a mitad de camino, ningún pueblo por pequeño que fuera, veintiocho kilómetros de soledad. En la Vía de la Plata las distancias son así, a lo grande. Esta no es la mayor pero si un buen ejemplo. Hay tiempo para meditar y encontrarnos con nuestra realidad. Los toros y las vacas se veían en la distancia pastando tranquilamente, y pasando de mi presencia, estos si que eran bravos.

Después de dos horas empecé a notar que el terreno ascendía y que las encinas volvían a aparecer. Poco a poco fue endureciéndose el terreno, y los pinos aparecían. En el alto se veían molinos de viento generadores de energía. 

Vi la primera cruz de madera de un Vía Crucis peculiar que el padre Blas ha construido con su esfuerzo. Hay algún tramo durillo pero con tranquilidad se sube pegado a una valla de piedra.

El camino al final se convierte en sendero. Los molinillos se van acercando hasta el punto más alto.  Allí solté la mochila y me salté la valla de alambres ascendiendo hasta la cruz, similar a la existente en la Cruz de Ferro. Las vistas eran excepcionales y las distancias sobre la llanura enormes. Me hice una idea de lo que me esperaba el resto del día.

 

Estando allí llegaron cuatro ciclistas sevillanos que venían haciendo el camino.

- Buenos días. ¿Se puede subir?- me grito uno desde el sendero.

- Si, soltar las bicis y saltar el alambre.

Ellos tuvieron alguna dificultad más por sus zapatillas de bicicleta que resbalaban en las piedras.

- ¿De donde venís hoy?

- De Calzada de Béjar.

- Os ha cundido, las once y por lo menos lleváis veinticinco kilómetros.

- Mas o menos lo normal. Solemos hacer unos cien y nos gusta acaba a las cuatro o cinco, para descansar y visitar lo que se pueda.

- ¡Que vistas tan magníficas! Vale la pena el esfuerzo de la subida. ¿Tu donde has dormido?- Me preguntó otro.

- En Fuenterroble.

- Pues tu tampoco lo llevas mal.

- ¿Habéis visto a alguien por detrás?- les pregunté por curiosidad.

- Hoy no. La verdad es que hemos visto a muy pocos caminantes desde que salimos de Sevilla. Yo no podría estar tanto tiempo sin charlar con alguien.

- No creas, yo habló con todo él que puedo, y sino conmigo mismo. Me he encontrado algunas veces cantando a voz en grito y tan feliz. También es cierto que hay momentos, sobretodo cuando estas cansado que es duro y piensas ¡Que coño hago aquí!.

Nos hicimos las fotos de rigor y ellos marcharon, yo me quedé un rato tomando la fruta del almuerzo y deleitándome con el paisaje. Tuve la tentación de tumbarme un rato, hacía buena temperatura por el viento que corría pero se notaba cuando bajara al llano el calor me fustigaría con ganas. Así que, cargue la mochila y emprendí la bajada por el sendero.

Es brusca la bajada y tuve que ir con cuidado pero por suerte es corta, se alcanza la carretera y los árboles desaparecen dando paso a campos de cultivo y de barbecho.

Iba cómodo por el poco tráfico pero molesto por lo duro del asfalto. Así estuve durante cerca de una hora y media. Poco antes de una venta vi una piara de cerdos ibéricos retozando a sus anchas. Los pastores intentaban reunirlos para pasarlos al otro lado de la carretera. Me paré para observar como con barras y carreras los agrupaban. Cuando los tuvieron todos juntos cortaron la carretera y abrieron las puertas. Obedientes fueron pasando al otro lado. Les costó diez minutos la maniobra de cambio de finca. Según llegaban a la nueva corrían hacia los comederos desparramándose con alegría.

El calor ya se hacia sentir de forma bochornosa. Continué por la carretera durante un par de kilómetros donde un camino dirige a San Pedro de los Rozados. Este camino va entre campos de cereal alto y verde, salpicado por alguna gran encina sobre un terreno ondulado. Pese al calor sofocante y el cansancio había hecho aparición la belleza más notable. Parecía un mar verde moviéndose con dulzura y delicadeza. Tuve que recurrir al pañuelo para refrescar la nuca y evitar la insolación.

 

Llegué a San Pedro a la una y media, parecía un pueblo abandonado de gente, aunque en sus casas se olfateaba las comidas de sábado y los ruidos de cacharros. Pregunté a un chaval por el bar.

- Sigue adelante por aquella callejuela.

Tras callejear llegué a un local medio vacío.

- Buenas tardes. ¿Me puede dar una cerveza con limón?- Pedí con la boca seca.

- Buenas tardes.- Me respondió una camarera rellenita y con una sonrisa preciosa.- Ahora mismo te la sirvo.

- ¿Tienes algo de comer?

- Si, siéntate en la mesa que quieras que enseguida te llevo la carta.

Solté la mochila en un rincón del local vacío pero lleno de mesas y sillas.

- Tenemos arroz a la cubana o ensalada y de segundo filetes de lomo con patatas o pescadilla rebozada.

- Tomaré el arroz y el pescado. También tráeme una botella grande agua.

Era el único cliente de un negocio familiar donde la madre y sus dos hijos atendían el bar. Con prontitud y diligencia me fue trayendo las viandas.

- ¿Hoy te quedas en el albergue?- Me preguntó la muchacha con curiosidad e interés de tener un cliente para la cena.

-  No voy hasta Morille, que me esperan unos compañeros.

- Allí no hay de casi nada y el albergue es muy pequeño. El de aquí es mucho mejor.

- Es pronto para parar y así adelanto camino, que mañana llego a Salamanca y quiero visitarla con tranquilidad.

El arroz con huevo y tomate frito era abundante y se podía comer con gusto. Mientras comía fueron entrando cuadrillas que pedían café y copas, se iban acoplando en las mesas hablando a gritos. Era la hora de la partida.

El chaval les daba mantel y cartas, jugaban al tute y al mus. Discutían y presumían de lances anteriores. Las voces y risas llegaron a ser ensordecedores cuando me puso la pescadilla. Me rodearon los paisanos y de estar vacío se llegó al overbooking.

Oía conversaciones por todos lados con gritos y retos, me sentía incómodo, me había acostumbrado al silencio y al murmullo del aire. No era capaz de concentrarme en nada y la cabeza me tronaba. Lo más rápidamente terminé y dejé libre la mesa. Fue ocupada con premura por una cuadrilla de amigos. Pagué en la barra y salí a la calle que permanecía desierta. Me encantó volver a disfrutar del silencio.

Salí por una carretera que accedía a la N-630 y nada más cruzarla un camino de tierra me alejó de ella. De nuevo los campos de cereal me rodeaban y la tranquilidad volvió a mi cabeza. Me encontré de nuevo bien deleitándome con el paisaje.

El calor apretaba y era pegajoso, las nubes inexistentes por la mañana fueron apareciendo poco a poco. Iba admirando un precioso cielo azul intenso con nubes algodonosas que se movían a gran velocidad. Sus formas redondeadas y voluptuosa parecían esculturas de Botero. Ensoñaba equivalencias con figuras mutantes. A veces caras, otras cuerpos y algunas veces cosas. En Castilla los cielos llenan el paisaje hasta el horizonte, no hay montañas ni árboles que se interrumpan las continuidad.

  

Es una tierra esteparia con una belleza dura y sobria. Estoy convencido que el territorio influye en el carácter de la gente. Por aquí la forma de hablar está libre de retórica, todo es estricto y severo. Se ahorran palabras y elementos banales, como las economías que estan acostumbradas a la austeridad. Todo aquí es extremo, grandes calorinas bajo un sol abrasador e inviernos duros con grandes heladas.

Pensando en estas cosas llegué a Morille sobre las cinco de la tarde. Pueblo pequeño que me recibió con un parque infantil con dos o tres niños jugando con la bicicleta.

- ¿Dónde está el albergue?.- pregunte a uno de ellos.

- Detrás del ayuntamiento. Si quiere le acompaño.- me dijo el chavalín de unos diez años.

Su tono de respeto me deprimió al enmarcarme en una edad muy lejana a la suya. No me consideraba un igual. Me agrupaba con los mayores. Muchas veces pocas palabras nos afectan emocionalmente al colocarnos frente a la realidad.

- ¿Tu eres de aquí?

- No, yo nací en Salamanca y vivo allí, pero venimos los fines de semana y en el verano para estar con el abuelo.

- ¿Te gusta el pueblo?

- Sí porque me dejan estar en la calle jugando, en casa siempre me obligan a estudiar y no me dejan salir solo con los amigos.

Era feliz con la libertad de ir y venir sin control paterno. Recordé mi niñez, cuando mi ciudad se parecía a este pueblo, vivíamos en la calle sin miedos, en pandillas jugábamos en el parque . Las andanzas y trastadas eran constantes. Considero que de chaval fui bastante libre en cuanto a la movilidad, en otros aspectos la represión era más fuerte que hoy. Mentalmente me remonté a mi niñez.

- ¿Ve el ayuntamiento? Pues en la calle de atrás está el albergue.

- Gracias por acompañarme.

Antes que terminara de hablar ya estaba con su bici volviendo a toda velocidad.

Llegué hasta la puerta y vi sentado en un peldaño a José Manuel.

- Buenas tardes ¿qué tal el día?

- Un poco pesado, pero ha habido dos o tres momentos inolvidables, ¿y vosotros?

- Hemos llegado a la una con Crispín bastante fastidiado de su espalda. Ahora está durmiendo.

El albergue era pequeño, dos literas y una cama individual, junto con un baño con plato de ducha. Apenas veinticinco metros cuadrados. Eso si, estaba limpio y reluciente.

 

Solté la mochila en una de las literas y salimos a la calle para no molestar. Me contó que los últimos kilómetros habían ido muy despacio, Crispín se retorcía de dolor. Le dije que ya no eran tan jóvenes y que debían tomar el Camino con más calma. Habían decidido que Crispín fuera esta tarde a Salamanca y que mañana descansara para intentar reponerse. Unos familiares de José Manuel vendrían de Salamanca para buscarle y llevarle hasta el albergue.

Después de reposar un rato, pasé a la habitación para ducharme y cambiarme de ropa. El agua caliente de la ducha es un reconstituyente único, sobretodo si en los últimos momentos se estimula al cuerpo con el agua fría.

Cuando salí Crispín se había despertado y seguía con molestias. Estaba deprimido pensando en volver a casa si no se reponía. Tanto José Manuel como yo le animamos y le aconsejamos un día de reposo. Las lesiones y sobrecargas que produce el camino en muchas ocasiones se recuperan con un simple día de tranquilidad. Además esta vez llegando a una ciudad grande como Salamanca puede servir para hacer un poco de turismo que nos recupere.

Estando en estas llegaron los familiares de José Manuel y se marcharon todos al poco rato, dejándome sólo en el albergue. Magia de la Vía de la Plata, hoy tendría una habitación y un albergue para mi solo. No habría molestias de plásticos ni despertadores inoportunos.

Me di una vuelta por el pueblo medio abandonado. Daba pena ver casas de adobe con los techos caídos donde las hierbas crecían descontroladas. En ellas había habido familias que las utilizaron durante muchos años y ahora se venían abajo por el abandono y la emigración.

También había chalet cerrados de vecinos que se resistían a abandonar sus raíces y querían demostrar lo bien que les había ido en ciudades lejanas, para envidia de vecinos. Nuevas pero con la falta de la viveza de las añejas.

A las siete y media me acosté un rato en mi habitación particular para que reposaran las piernas. Me quedé dormido envuelto en un silencio maravilloso. Soñé con los campos de cereal verde y bamboleante por efecto de la suave brisa, mientras que veía pasar las nubes a toda velocidad mostrándome las caras de mis seres queridos. Estas me aconsejaban prudencia y paciencia, no querían, y yo tampoco, que el tiempo pasara, debía vivir el momento y disfrutar al máximo de la situación.

A las nueve y media me desperté con hambre y decidí ir al bar a comer alguna cosa. Fui despacio disfrutando del atardecer de colores rojizos y de las nubes grises y amenazadoras. Era una fusión de colores que fascinaba.

 

El bar estaba vacío, el propietario un campesino que se ganaba un sobresueldo con este local viejo y destartalado, tenía las mesas de madera con una patina de grasa de los muchos dedos que habían reposado en ellas. La luz era opaca y no hacia daño a los ojos, daba un ambiente hogareño. La televisión encendida con un partido de fútbol, como no.

- Buenas noches. ¿Me puede hacer un bocadillo de algo?.

- Por supuesto. Tengo embutido y si le apetece le puedo hacer uno de tortilla.

- Bien, eso está bien. Bocadillo de tortilla con jamón y un tercio de cerveza.

Me dejó solo en el local mientras preparaba las viandas. Me entretuve mirando la fotografía aérea del pueblo e intenté colocar el ayuntamiento, la Iglesia y el camino de salida del día siguiente. La tarea fue fácil, apenas cuatro calles irregulares.

Apareció el propietario con media barra de pan ancho, todo un bocadillo.

- ¡Vaya flauta! Me hubiera conformado con la mitad.

- Tiene que reponer fuerzas que el camino es largo.

Me senté en una mesa a dar cuenta de la comida.

- ¿Qué tal se vive por aquí?- Pregunté para entablar un poco de conversación.

- Bueno, no está mal, cada vez más gente mayor y menos niños, pero al estar cerca de Salamanca los fines de semana aumenta la juventud. El no tener escuela nos ha fastidiado bastante.

- Pero he visto unos cuantos niños esta tarde jugando en la plaza.

- Si pero son de un par de familias que vienen los fines de semana. El resto somos la mayoría jubilados.

- Pero se ven las calles muy arregladas.

- Si, hace unos años la Diputación arreglo todas las calles, y la verdad es que se agradece, antes algunas eran barrizales en cuanto llovía.

Estando en estas entró un abuelo con su bastón de madera. Tenía unos ojillos azules tremendamente expresivos que acompañaban una cara arrugada, se notaba una vida al aire libre.

- Buenas noches Pascual y compañía. ¿Cómo va el Madrid?.

- Sufriendo para empatar, este año aburren hasta las ovejas.

- No me mentes a esos animales bobos de cuatro patas, después de tantos años de pastor le he cogido manía. ¿Has visto a Juan?

- Estuvo un rato por aquí esta tarde, pero antes del partido se fue a casa.

- Quiero cerrar cuentas del rebaño. Me las lleva desde hace un par de años.

El camarero le sirvió un chato de vino y de un solo trago lo dejó tambaleándole.

- ¿Mañana lloverá?- le pregunté al pastor, sabiendo que muchos de ellos tienen conocimiento popular de meteorología.

- Yo creo que caerá esta noche una buena tormenta, ya se está nublando y esta tarde he visto bandadas de pájaros volando haciendo círculos, y eso no falla, lluvia segura.

- ¿Cómo sabe eso?.- Pregunté con curiosidad.

- Muchos años sin otra cosa que vigilar las ovejas y mirar el cielo. Aunque en los últimos años las rodillas son mejor termómetro. Cuando me duelen cambio de tiempo al menos durante una semana, y hoy ha empezado a molestar.

- Entonces mañana lloverá.- Intenté confirmar.

- No, pasado empezará a cambiar.

Me hizo gracia el saber popular basado en la observación y en la tradición. Terminé de cenar y marché hacia el albergue mirando las nubes oscuras que amenazaban agua, el pastor iba a tener razón.

  

Me acoplé en la cama y en un suspiro quedé profundamente dormido. No me dio tiempo ni a recordar la etapa.

El cansancio es un buen antídoto contra el insomnio.

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