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Salamanca

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Día 10 – Salamanca – El Cubo Tierra del Vino

Me despertó la chicharra del reloj a las seis y media. Agradable sensación la de estar entre sábanas blancas de una cama, en contrapunto del saco. Con cierta pereza me tiré de la cama para empaquetar los trastos tirados por toda la habitación. Despache con rapidez y me lancé a mi tarea caminera.

 

Las calles estaban medio vacías aunque se veían caras serias de mañana de lunes. Me sorprendió la escultura del toro junto a la plaza de toros.

Caminé junto a la carretera atravesando alguna circunvalación. Frente al campo de fútbol paré a desayunar un rico café con sus correspondientes magdalenas. Mientras, su propietario abría las persianas y colocaba las mesas y las sillas.

- ¿Te ha gustado Salamanca?.- Me preguntó.

- Muy hermosa ciudad donde se tiene que vivir muy bien.

- No está mal, tiene de todo y la gente es tranquila. ¿Tu de donde eres?

- Yo vivo en Madrid, esa si que es poco relajada. Aquí parece que se mueve todo al paso, mientras que allí todo va galopando. Es una locura.

- Si, Madrid es muy grande y con demasiado personal. Tenían que prohibir ciudades mayores de un millón de habitantes. La gente tiene que conocerse.

- Creo que si, pero tendría el inconveniente de no poder pasar desapercibido, que es lo que les gusta.

- Bueno, nada es perfecto, pero prefiero esto que es un punto intermedio.

- Yo también, pero la vida lleva a las personas no siempre donde quieren.

Salí del bar reflexionando sobre las palabras del camarero, pero pronto un camino me sacó de la N-630 encaminándome hacia la primera de las poblaciones del día. Las obras de la autovía estaban a la vista, con sus grandes montículos de tierra.

No se como pero me equivoqué, y terminé encima de la planicie de la nueva vía, sin ver ninguna flecha.

No había nadie a quien preguntar, así que decidí continuar por el terreno allanado un rato. Se veía la 630 acercándome a ella, no me apetecía llenarme los pies de barro y arena.

Hubo un momento que se cortó el terreno de las obras, se veía el pueblo deseado rodeado de campos cultivo. El día estaba despejado, sin apenas nubes, era agradable andar excepto por la ausencia de flechas que me guiaran.

Bajé el terraplén y me vi al borde de una finca de avena que tuve que seguir. Se hundían los pies en los surcos y tenía las botas llenas de chinas. Al mismo tiempo debía tener cuidado de mantener el equilibrio. Poco gratificante tramo.

- ¡Qué facilidad tengo de entrar en líos!

Quizás fue la mala señalización. Lo importante es seguir superando obstáculos que me lleven a destino.

Con esfuerzo llegué al borde de la nacional y tuve que realizar una parada liberadora de chinas y espigas. Los pies y los calcetines lo agradecieron.

Todavía no hacía calor, se llevaba bien el caminar por caminos hasta Castellanos de Villiquera y después a Calzada de Valdeunciel. No podía observar el más mínimo montículo. El horizonte era una línea recta con los campos de cereal acompañándome a derecha e izquierda. Podía ver kilómetros sin árboles. Profunda monotonía que no tenía nada que ver con los días anteriores. Estos campos duros de caminar por el aburrimiento me obligaban a recurrir a mis recuerdos y pensamientos para que las distancias se acortaran. Aún así tuve suerte por no pillarlos en las horas centrales de un día de verano, donde ni los pájaros se atreven a moverse.

Cuando llegué a Calzada de Valdeunciel encontré un bar abierto donde poder sentarme un rato tomando un café, en estas tierras no hay que desaprovechar las ocasiones de darle el gusto al cuerpo,son demasiado escasos. También aproveché para comprar pan recién hecho en una tahona desbordante de aromas. Me encantan estos lugares y me traen recuerdos infantiles de cuando mi madre me mandaba a por el pan y no podía resistir pellizcarlo.

¡Qué maravilloso capricho que me costó más de una reprimenda! Aquí también piqué y media barra cayó a base de pequeños pellizcos. También compré algo de embutido para los casi veinte kilómetros que me quedaban hasta el Cubo.

La chuleta que llevaba me hablaba de un camino paralelo a la carretera, pero la realidad fue carretera y arcén. En una ocasión me aparté hacia unas vías abandonadas que parecían el camino, pero resultaron estar llenas de matorrales, me hicieron imposible el paso.

El monte bajo abundaba con poco arbolado, y bastantes coches y camiones. Las dos primeras horas intenté inhibirme, pero el viento del paso de los camiones me devolvía una y otra vez a la realidad.

Se pasa cerca de la prisión de Topas y a esas alturas ya iba cocido tanto por los pies como por la cabeza. Necesitaba descansar y comer algo. La ausencia de árboles me lo impedían y estuve un buen rato mirando y requetemirando. De repente encontré un camino de chopos pequeños que daban paso a una finca. Sin pensarlo dos veces me metí por él y a doscientos metro me senté en el camino sobre la esterilla, aprovechando la poca sombra de uno de los chopos.

 

Me saqué las botas y los calcetines y comencé el almuerzo.

Se veía en una finca próxima un tractor arando un terreno. Iba y venía constantemente con una monotonía exasperantes por su rutina.

Pensé en lo poco que se cuida al caminante, no se piensa en él cuando se alteran caminos y veredas. Se le obliga a circular por arcenes sin ninguna consideración.

Por aquí el camino marchaba a pocos cientos de metros paralelo a la carretera, ahora estaba ocupado por las obras de la autopista, desbrozando todo lo que pillaba.

Después del “pequeño almuerzo” de mortadela y aceitunas (Capricho de dioses), me tumbé para reposar un poco más. Se veía un cielo azul plagado de nubes que pasaban a toda velocidad. A la sombra se estaba a gusto y los píes eran felices recibiendo un magnífico frescor.

Estando en estas, oí un claxon poderoso y estremecedor, me hizo saltar del susto, era un coche que intentaba pasar y no le dejaba paso.

- Ahí no puedes parar, tenemos que pasar. -Me reprendió con cierto enfado.

Me puse en pie y saqué del camino los bártulos.

- Perdone, es donde había una sombra y no creo que pasen muchos vehículos por aquí.

El coche pasó hacia la finca y yo volví a colocarme aprovechando de nuevo la sombra, todavía me quedaban minutos de descanso.

Con pereza até las botas y cargué la alforja. Ya no podía quedar mucho. Ahora el arcén calentaba más los pies y el cansancio se empezaba a notar.

Sobre la tres de la tarde llegué a destino, por el nombre me parecía que debía ser grande e importante, la realidad es que se recorre en un suspiro, aunque tenga tres bares y un par de bancos.

En el primero de los bares entré y pedí un doble de cerveza con limón.

- ¿Se puede comer algo?.- Pregunté al camarero.

- No tenemos mucho pero un filete y una ensalada si la podemos servir.

- Eso es lo que quiero. ¿El albergue está lejos?

- No, en la iglesia. Pasa la plaza y la verás junto al río.

- Me han dicho que lo lleva un sacerdote con mucho temperamento.

- No, ya no. Le han mandado a una residencia de curas mayores y se ha hecho cargo la mujer del sacristán, bajo el encargo del nuevo curita de Zamora, que no se mete en nada.

El pobre don José era un poco arisco y protestón, aunque bien se preocupó de habilitar espacio al lado de la iglesia para los pocos peregrinos.

 

Llegó el filete y la ensalada y la conversación se detuvo para degustar aquellos manjares.

El local era destartalado con pocas mesas, para lo grande que era. Estaba pintado en azul añil y la limpieza dejaba algo que desear. La luz era abundante y los parroquianos pocos, pero todos conocidos.

- Seguro que vienes de Sevilla.- Me insinuó uno de los clientes que estaba dando cuenta de un copazo de coñac bien servido.

- No, sólo de Mérida.- Dije después de tragar un trozo de filete más perecido a una alpargata.

- Te parece poco, hay algunos que hasta para comprar el pan cogen el coche. Yo de joven si que lo hubiera hecho. Cuantas veces hacía hasta cuatro viajes hasta la finca. Ahora me duelen las piernas a poco que las mueva.

- Y para que quiere usted andar tanto ahora, si todo lo tiene vendido entre su casa y el bar.- Le interpeló el camarero.

- Ya me gustaría moverme como lo hacía, ahora no sirvo para nada.

- No diga eso, que ya es momento que sus hijos se hagan cargo de usted, estaría bueno, toda la vida criándolos y a la vejez que nos tiren a la basura. Tienen que ayudarnos cuando lo necesitamos.

Se notaba cierta tristeza en sus palabras por la vida pasada y por las pocas fuerzas presentes. Me llenó de ternura sus palabras y me recordaron los casos de abandonos de mayores por egoísmos absurdos. Sólo pensamos en nosotros y nos olvidamos de los que nos cuidaron y entregaron todo por nosotros cuando éramos desvalidos. No hay derecho.

Terminé la comida con un café y un pacharan, premio justo por el esfuerzo realizado.

A las cinco de la tarde salía en busca de la iglesia y el albergue. Atravesé la plaza y un poquito más allá me topé con una pequeña iglesia de piedra con un pequeño soportal, con tres puertas. La principal daba acceso a la Iglesia y las otras dos eran habitaciones para peregrinos. Cuando entré encontré el cuarto a oscuras.

- Buenas tardes peregrino.- Oí a Crispín desde la oscuridad.

- Buenas tardes Crispín. Voy a encender la luz por que sino me voy a escorromoñar, no se ve nada.

Con la luz tenue de una vela de sesenta vatios vi cuatro camas con sábanas de distintos colores, era un cuarto pequeño con una ventana cerrada por contraventana de madera.

- Acóplate en esa cama del rincón. La otra está ocupada por un alemán.

- Vale. ¿Qué tal estás?

- Mucho mejor, dopado pero mucho mejor. Hemos salido a las cinco y media y a la una estábamos aquí.

- Puf, seguís corriendo. La etapa de hoy ha sido muy cansada, demasiada carretera para un pobre cristiano.

- Si, las obras han destrozado el camino.- Respondió José Manuel saliendo del baño.- ¿Qué tal estás?

- Yo bien y a ti te veo nuevo después de la ducha

- No creas, el asfalto me ha fastidiado los pies.

Mientras hablábamos saqué el saco y la ropa limpia con intención de ducharme inmediatamente para quitarme el sudor acumulado.

- No te preocupes en hablar con el alemán, es silencioso y extraño. Pese a intentarlo lo único que he conseguido es que me señale la litera. En cuanto al agua solo hay fría. La señora me ha indicado donde esta el calentador, pero cada vez que lo enchufo saltan los plomos.

- Sitio encantador, pequeño, sucio, con colchones con muelles rotos y sin agua caliente. ¡Me gusta el camino y sus sorpresas!

Sin más, pasé a al servicio de azulejos blancos. Tenía una ducha con una cortina sucia y vieja. El lavabo y la taza debían de ser de cuando mis abuelos eran jóvenes, pero cumplían su función.

Con rapidez me coloqué debajo de la alcachofa y di al agua “caliente”, con intención que se produjera un milagro. ¡Inocente de mi!.

El corazón dio un vuelco, pero conseguí que se recuperara poco a poco de la impresión. Una vez mojado cerré la ducha y me enjaboné concienzudamente. Estando aquí, procedí al segundo golpe de agua que me quitara el jabón. Cosa que conseguí pero no sin antes volver al borde del colapso por segunda vez.

Una vez vestido de nuevo, salí a la habitación para tumbarme y recuperarme de la excitación del agua. Pese a la frialdad los músculos lo agradecieron.

Al rato fuimos a tomar una cerveza con limón al bar de la plaza y a echar la quiniela. En este corto trayecto había terminado de ver el pueblo. Lo más bonito, la zona de recreo al lado del río con una fantástica parrilla y una mesas súper apañadas para un día de comida campestre.

Estando visitando la pradera llegó la encargada del albergue solicitándome la “voluntad” de cuatro euros, que había muchos gastos que cubrir. Le comenté lo del agua fría, y me dijo que no sabía que pasaba pues el calentador era nuevo.

 

- Ya puede ser nuevo toda la vida, pero si no contratan más potencia va a estar sin estrenar siempre.

“Me gustó” el acto voluntario del alojamiento. Será pequeño el albergue pero es capaz de mantener todos los gastos de  la Iglesia.  Vimos el libro de peregrinos y pudimos ver que tres o cuatro caían todos los días. Calculamos que unos cuatrocientos o quinientos euros suponía al mes, más que suficiente para la limpieza y el gasto de luz. Que conste que no me quejo, pero por favor aumentar la potencia de la luz para que los sudorosos caminantes reciban una ducha en condiciones y no un ataque al corazón.

Fuimos a la tienda a comprar yogures y magdalenas para cenar y desayunar mañana, en el recorrido de mañana no había posibilidad de hacerlo por lo menos en tres horas.

Crispín aprovechó para sugerirme que fuera con ellos hasta Zamora.

- Así llegarás antes y podrás visitarla tranquilamente.

Me convenció, así que madrugaría más, para hacer 31 quilómetros a toda velocidad.

Dando cuenta de los yogures en la alameda se presentó el alemán con el que pude charlar un rato en mi horrible inglés.

Venía desde Sevilla pero no hacía más de quince kilómetros diarios, quería experimentar la espiritualidad del camino disfrutando de todos los albergues que encontraba. Mañana sólo haría trece, hasta Villanueva de Campean, que sabía tenía algún tipo de acogimiento. En esos momentos llevaba mes y medio de camino, se había entretenido tres o cuatro días en Sevilla, Cáceres, Mérida y Salamanca. No soy nadie pero me pareció un jeta. Tampoco me afectó mucho por que no me interrumpía ni me impedía hacer mi camino.

Cuando anocheció nos volvimos al albergue. Un grupo de cuatro ciclistas se habían acoplado en la otra habitación y trataban de descubrir como iba el agua caliente, que la señora les había dicho que tenía un nuevísimo calentador.

Nos reímos con ganas por su incredulidad, les toco ducha, pero fría, como a todos.

A las diez estábamos en la cama doblando la oreja. Día duro pero que tuvo momentos de disfrute, como todos en el camino.

  


 

Morille - Salamanca

Morille - Salamanca  

Día 9 – Morille - Salamanca

Me desperté a las siete con los primeros rayos del sol entrando por la ventana. Emprendí sin pensarlo mucho la monotonía mañanera de organizar las ropas y de asearme. Hoy fui rápido y el proceso fue breve, otras veces me cuesta, debe ser por los biorritmos. Sabía que la etapa de hoy iba a ser corta y el turismo mucho, Salamanca bien vale una tarde.

Salí a la calle y estaba muy mojado el suelo pero el cielo despejado y la temperatura buena para caminar.

Hoy era domingo y los bares estaban cerrados hasta más tarde, ni intenté ir a buscar uno. Mi despensa estaba un poco vacía y no me apetecía un desayuno de barritas energéticas, así que trago de agua y en ayunas a caminar.

Al principio pasé por una finca ganadera donde las vacas daban de mamar a su terneros sin preocuparse por mi presencia. Había abundantes encinas que sombreaban la vereda. La luz entre las hojas marcaban un precioso cuadro que me alegraba.

 

Al rato pasé a una pista agrícola recién arreglada donde era fácil el caminar y la vista de un cielo limpio y muy azul satisfacía mi ánimo. No tenía prisa en llegar, nadie me esperaba y sabía que en apenas cinco horas estaría en las calles de la ciudad.

En este tramo encontré a dos parejas que caminaban con pequeñas mochilas como para pasar un día de campo.

- Buenos días caminante.- Me saludó el que parecía mayor.- ¡Que buena mañana para caminar. ¿Estás haciendo en Vía de la Plata?

- Buenos días. Eso estoy intentando, aunque a mi me gusta más el Camino de la Plata.

- Bueno, lo tradicional es el concepto vía, pero cada uno lo puede llamar como quiera. ¿De donde has salido hoy?

- Hoy desde Morille y quiero llegar a Salamanca. ¿Son ustedes de allí ?

- Si, y aprovechamos los días buenos para salir al campo y disfrutar de las dehesas. Aunque nosotros apenas caminamos diez o doce kilómetros. ¿Cuántos llevas desde que saliste?

- No se, salí de Mérida hace unos nueve días. No me importa tanto los kilómetros como empaparme de los paisajes y de los lugares por donde paso.

Estuvimos un rato conversando y me expresaron su deseo de alguna vez hacer el Camino, pero no encontraban el tiempo para realizarlo. Amablemente me indicaron lo que aproximadamente me quedaba y donde se encontraba el albergue.

Reemprendí la marcha por el camino teniendo en el horizonte una pequeña cuesta y sabiendo que después ya vería el destino. Llegué a una planicie donde era posible ver la ciudad en la lejanía. Me crucé con varios ciclistas en su ejercicio dominical, apenas uno se digno a saludarme.

En poco más de cuatro horas llegué a las calles de la ciudad. Se notaba que era domingo, las calles despejadas y tranquilas, las pocas personas que me cruzaba iban con el periódico y el pan. Recordé mis costumbres domingueras cuando estoy en casa y me imaginé en tareas similares. Me sentí feliz de estar en el camino. La paz era reconfortante.

 

Casi sin darme cuenta llegué hasta el río donde vi un quiosco de churros y sin pensarlo mis pies se dirigieron para allá, empezaba a tener mono matutino de cafeína. En una gran sartén aceitosa y humeante una señora extendía la masa de los churros.

- Buenos días, deme un café con leche y cuatro churros.- Pedí de forma automática.

Sin apenas espera me puso un vaso y un platillo con la comanda. Estos estaban calientes y grasientos, quizás demasiado, pero de muy buen comer, tampoco de esto diré nada a mi médico.

Terminado el desayuno crucé el río Tormes por el puente romano. Se veían niños con su bicicletas disfrutando de un magnífico día de final de primavera.

La ciudad despertaba despacio y se notaba el sosiego dominical. Los edificios se mostraban hermosos con la luz matutina.

Sin darme cuenta llegué al museo de la catedral y después al albergue. Estaba cerrado todavía y se veía gente limpiando. Llamé para que me sellaran la credencial, cosa que hicieron en la misma puerta para que no pisara el suelo recién fregado.

Cuando me di la vuelta vi a un peregrino mayor sentado en un banco de piedra. Me acerqué a él y le pregunté:

- Buen camino, ¿estás esperando para entrar?

- Hola. Si, llegué ayer por la mañana y dormí en una pensión, hoy quiero seguir viendo tranquilamente la ciudad, pero antes quiero soltar la mochila. No me apetece pagar otra vez veinte euros por lo que me da el camino de forma gratuita.

- Por el acento diría que eres canario.

- No, nací en Madrid pero desde pequeño llevo viviendo en Canarias.

- Me resulta extraño, no recuerdo haber conocido canarios en el Camino. ¿Desde donde saliste?

- Empecé en Sevilla hace veinte días. Me tomo el Camino con tranquilidad y suelo parar varios días en las ciudades. Me gusta conocerlas despacio. No sé cuando podré, o si volveré a visitarlas. El año pasado hice el del Norte y el anterior el Francés. Para mi el camino es una excusa para hacer turismo.

- Supongo que estarás jubilado, por que tanto tiempo no se puede concebir trabajando.

- Si, trabajé en el ejercito y me jubilaron en el 2005, desde entonces todos los años me vengo un par de meses para conocer la península. Pero no pienses que no camino, yo voy donde me llevan los píes ningún otro vehículo utilizo.

- No te preocupes. Yo pienso que cada uno hace el camino como le apetece. Lo único que me indigna es cuando el albergue está lleno y llega uno caminando, entonces por dignidad creo que la prioridad de cama y alojamiento la tiene este. Aunque en este no es el caso, siempre hay suficientes camas, cuando las hay.

- ¿Tu no te quedas en el albergue?- me pregunto extrañado cuando cargaba la mochila.

- No, hoy me quiero darme un regalo, dormiré en una pensión que no me imponga horarios. También quiero disfrutar de las calles como turista.

Mi intuición me hizo pensar que no debía caminar demasiado pese a sus palabras.

Después de desearle suerte pasé a los jardines románticos del Huerto de Calixto y Melibea. Hermosísimas vistas sobre el río. Me senté en un banco de piedra a deleitarme con la tranquilidad y sentir el placer de unos rayos de sol suaves que me acariciaban la cara.

Cerré los ojos para recrearme en el placer de no pensar en nada y concentrarme exclusivamente en sentir, sin prisas. Me sentía feliz con sólo unas pocas cosas que me permitían ver la vida con otra perspectiva. Nada era más importante que respirar el momento. No quería saber la hora. Estuve bastante tiempo sólo acompañado por algunas parejas de enamorados que paseaban de la mano, contándose sus pequeños secretos de amor.

Con cierta pereza volví a la puerta del albergue, ya abierto. En la puerta estaba una de las alemanas de Fuenterroble.

- Hola peregrina. ¿cómo te va?

- Ah, hola, no te había visto, estaba concentrada en mis cosas. Llegamos ayer y estuvimos visitando la ciudad y mañana nos volvemos. Tenemos las rodillas machacadas y las vacaciones se han acabado, pero muy contentas de haber vivido  estos días.

- ¡Qué pena! Pero espero que volváis para completar lo que habéis dejado a medias.

- No lo dudes, a los alemanes no nos gusta dejar las cosas a medias. ¿No entras al albergue?

- No, hoy prefiero dormir en un hostal para poder visitar tranquilamente la ciudad.

Nos despedimos con un beso y cada uno siguió su camino. Curioso, había conocido a unas peregrinas que no llegué a verlas caminar, siempre en los albergues. Bueno cada uno hace su sendero como quiere o como puede y no somos nadie para juzgarlo.

Di la vuelta a la Catedral y entre por la puerta principal. Hermoso edificio gótico digno de una visita reposada. La altura de sus bóvedas hacen pensar en lo pequeño que somos y la grandeza de la gente que la construyó.

Me senté un rato en un banco a escuchar la Misa que acababa de empezar en una de sus capillas. Los feligreses vestían ropas festivas y yo era un contrapunto con mi camiseta amarilla sudada y mis pantalones piratas rojos. Aún así me sentí cómodo y a gusto.

En el camino siempre me relajo mucho en la tranquilidad de las iglesias y ermitas, es un tiempo de silencio y meditación que me recupera del cansancio y me dan paz interior.

Cuando terminó el culto me quedé sentado oyendo mis pensamientos, es una carga de energía espiritual que me satisface. Me levanté al rato cuando ya no quedaba nadie en la capilla y las luces se apagaron.

Las naves estaban llenas de turistas que observaban las paredes, columnas y bóvedas. Algunos me miraban con curiosidad por mi atuendo y mochila, o por lo menos así yo lo sentía.

Salí y visité la Casa de las Conchas y la plaza Mayor. La calle estaba llena de gente que paseaba en la hora del aperitivo.

Me senté en una terraza a observar pasar a la gente endomingada, que iban tranquilas saludando a los conocidos. La temperatura era magnífica, la atormenta de anoche había atemperado el calor. En estas vi pasar a José Manuel y Crispín.

- Buenos días peregrinos, parecéis turistas.

- Buenos días. ¿Cómo te va?

- A mi bien tomando este sol tan agradable. Hay que disfrutar de los pequeños placeres, y este es uno barato y agradable. ¿Cómo estás Crispín de tu espalda?

- Dopado, pero mejor que ayer. Creo que mañana podré volver a caminar. El médico me ha dado “droga” para tres o cuatro días.

- Ve con cuidado y no fuerces, que no eres un jovencito.

- Si no forzamos, mayores locuras he hecho y nunca me ha pasado nada.

- Ten en cuenta que la edad no pasa en balde.

Tomamos unas cervezas con unas tapas de chorizo salmantino, por cierto excelente, viendo pasar a la gente gozando de su día de descanso semanal.

- ¿Dónde duermes hoy?- Preguntó José Manuel.

- Todavía no lo se, pero me apetece dormir en un hostal donde poderme bañar y no tener horarios. Supongo que utilizaré alguno de las afueras, para ahorrar algo de camino mañana.

- Nosotros dormimos en casa de mi hermano, y ya nos están preparando una paella.

- Disfrutar de la familia y de sus cuidados.

Nos despedimos hasta mañana y seguí perdiéndome por las calles del centro observando a los niños jugar y a los padres charlar sin prisas. Me gustaba el ambiente relajado.

A las tres de la tarde encontré una pensión adecuada y pude soltar la mochila. Me di una reconfortante ducha caliente. No tenía mucha hambre así que preferí una siesta que salir a comer.

Desperté sobre las siete sin sobresaltos, con las piernas y brazos como si me pesaran quintales. Sobreponiéndome me levanté a recorrer de nuevo la plaza Mayor y las calles céntricas.

Estuve cenando en un pequeño restaurante una ensalada y un par de huevos con farinato. Exquisito embutido salmantino, que apenas se conoce fuera de aquí.

Estuve hasta las doce viviendo la solitaria vida nocturna de un domingo. Me encantan las ciudades medianas donde nada está lejos y se puede ir a cualquier sitio caminando.

Me costó dormirme por la siesta, pero entretuve la cabeza en los recuerdos.  

Fuenterroble de Salvatierra - Morille

Fuenterroble de Salvatierra - Morille  

Día 8 - Fuenterroble de Salvatierra – Morille

 

A las cinco de la mañana fui despertado por mis compañeros vascos que pese al cuidado que pusieron en no meter ruido, no lo consiguieron. Tampoco me importó demasiado, ya llevaba siete horas y pensé que ya no quedaba nadie más, podría seguir durmiendo otro par de horitas. Era noche cerrada y no tenía otra cosa mejor que hacer.

A las siete sonó mi despertador y con cierta pereza abrí los ojos encediendo la luz. La habitación tenía las paredes pintadas con imágenes religiosas. En una de ellas un Cristo junto a un Santiago peregrino. En otra una Virgen con una sonrisa amplia de madre cariñosa. Estas imágenes contrastaban con las viejas camas y los suelos de madera sin pulir.

Era acogedora la habitación, preparada para que el peregrino descansara y pudiera reponer las energías que le llevarán a destino. Recogí mis cosas y, antes de ir al comedor, volví al oratorio pequeño y acogedor para meditar un instante, volví a sentir la paz interna que me proporcionó la visita nocturna de ayer.

Allí sentado, mirando el Cristo, pensé en los maravillosos momentos de los últimos siete días. ¡Sólo siete! Cuantas cosas, personas y momentos. Hoy era sábado, y una semana atrás me encontraba saliendo del Embalse de Proserpina. Me vino a la cabeza los amaneceres en Caparrá, Cáceres y Grimaldo. Los atardeceres mágicos de Caparrá (¡como no!) y el Embalse de Alcántara. Las caras con personalidad y cariño de doña Elena, María, Nekune y José Marí. Las siestas bajo encinas camino de Galisteo y de Venta Quemada. La paz y tranquilidad de todo este tiempo. Los maravillosos cielos estrellados de Extremadura.

Di las gracias por lo vivido hasta ahora y rogué que lo que me deparara el viaje fuera tan bello como lo dejado atrás.

 Salí al comedor con la mochila y me encontré desayunando café y magdalenas a mis amigas alemanas. Me senté con ellas a desayunar mientras que ellas se justificaban conmigo por coger el autobús hasta Salamanca.

No me importaban sus razones, muchos kilómetros, dolores de pies o tendinitis. Lo único que me molestaba era que se iban a perder parte de la esencia de la Vía de la Plata.

Después de tomar un par de magdalenas y un buen tazón de leche con café, salí del albergue con la mochila para iniciar la marcha. El hospitalero, Javier, salió corriendo para darme un par de naranjas y un plátano para el almuerzo.

- Toma esta fruta que el día de hoy es largo. Tienes veintiocho kilómetros hasta San Pedro de los Rozados sin ninguna población. ¿Habrás cogido agua?

¡Qué maravilla de persona que se preocupaba por mi!. Si el hospitalero es así como será la persona que es el alma del hospital de peregrinos.

- Gracias amigo, rezaré por ti cuando llegue al Salvador.- Mientras que le tendía la mano para demostrarle mi gratitud.

Con la fruta en los bolsillos emprendí el camino. Este transcurre en estos primeros kilómetros por un cordal amplio rodeado de fincas enormes de ganado vacuno. Las vallas metálicas me acompañaron hasta el inicio de la subida a Pico Dueñas. Es una explanada enorme donde me sentí pequeño. Ya se nota que el arbolado disminuía. A estas primeras horas la temperatura era agradable pero amenazaba calor. Fueron dos horas cómodas de andar, sin subidas ni bajadas y con las fuerzas intactas.

 

No quería pensar en lo que me quedaba, para no agobiarme. En mi chuleta caminera entre Fuenterroble y San Pedro de los Rozados sólo estaba Pico Dueñas a mitad de camino, ningún pueblo por pequeño que fuera, veintiocho kilómetros de soledad. En la Vía de la Plata las distancias son así, a lo grande. Esta no es la mayor pero si un buen ejemplo. Hay tiempo para meditar y encontrarnos con nuestra realidad. Los toros y las vacas se veían en la distancia pastando tranquilamente, y pasando de mi presencia, estos si que eran bravos.

Después de dos horas empecé a notar que el terreno ascendía y que las encinas volvían a aparecer. Poco a poco fue endureciéndose el terreno, y los pinos aparecían. En el alto se veían molinos de viento generadores de energía. 

Vi la primera cruz de madera de un Vía Crucis peculiar que el padre Blas ha construido con su esfuerzo. Hay algún tramo durillo pero con tranquilidad se sube pegado a una valla de piedra.

El camino al final se convierte en sendero. Los molinillos se van acercando hasta el punto más alto.  Allí solté la mochila y me salté la valla de alambres ascendiendo hasta la cruz, similar a la existente en la Cruz de Ferro. Las vistas eran excepcionales y las distancias sobre la llanura enormes. Me hice una idea de lo que me esperaba el resto del día.

 

Estando allí llegaron cuatro ciclistas sevillanos que venían haciendo el camino.

- Buenos días. ¿Se puede subir?- me grito uno desde el sendero.

- Si, soltar las bicis y saltar el alambre.

Ellos tuvieron alguna dificultad más por sus zapatillas de bicicleta que resbalaban en las piedras.

- ¿De donde venís hoy?

- De Calzada de Béjar.

- Os ha cundido, las once y por lo menos lleváis veinticinco kilómetros.

- Mas o menos lo normal. Solemos hacer unos cien y nos gusta acaba a las cuatro o cinco, para descansar y visitar lo que se pueda.

- ¡Que vistas tan magníficas! Vale la pena el esfuerzo de la subida. ¿Tu donde has dormido?- Me preguntó otro.

- En Fuenterroble.

- Pues tu tampoco lo llevas mal.

- ¿Habéis visto a alguien por detrás?- les pregunté por curiosidad.

- Hoy no. La verdad es que hemos visto a muy pocos caminantes desde que salimos de Sevilla. Yo no podría estar tanto tiempo sin charlar con alguien.

- No creas, yo habló con todo él que puedo, y sino conmigo mismo. Me he encontrado algunas veces cantando a voz en grito y tan feliz. También es cierto que hay momentos, sobretodo cuando estas cansado que es duro y piensas ¡Que coño hago aquí!.

Nos hicimos las fotos de rigor y ellos marcharon, yo me quedé un rato tomando la fruta del almuerzo y deleitándome con el paisaje. Tuve la tentación de tumbarme un rato, hacía buena temperatura por el viento que corría pero se notaba cuando bajara al llano el calor me fustigaría con ganas. Así que, cargue la mochila y emprendí la bajada por el sendero.

Es brusca la bajada y tuve que ir con cuidado pero por suerte es corta, se alcanza la carretera y los árboles desaparecen dando paso a campos de cultivo y de barbecho.

Iba cómodo por el poco tráfico pero molesto por lo duro del asfalto. Así estuve durante cerca de una hora y media. Poco antes de una venta vi una piara de cerdos ibéricos retozando a sus anchas. Los pastores intentaban reunirlos para pasarlos al otro lado de la carretera. Me paré para observar como con barras y carreras los agrupaban. Cuando los tuvieron todos juntos cortaron la carretera y abrieron las puertas. Obedientes fueron pasando al otro lado. Les costó diez minutos la maniobra de cambio de finca. Según llegaban a la nueva corrían hacia los comederos desparramándose con alegría.

El calor ya se hacia sentir de forma bochornosa. Continué por la carretera durante un par de kilómetros donde un camino dirige a San Pedro de los Rozados. Este camino va entre campos de cereal alto y verde, salpicado por alguna gran encina sobre un terreno ondulado. Pese al calor sofocante y el cansancio había hecho aparición la belleza más notable. Parecía un mar verde moviéndose con dulzura y delicadeza. Tuve que recurrir al pañuelo para refrescar la nuca y evitar la insolación.

 

Llegué a San Pedro a la una y media, parecía un pueblo abandonado de gente, aunque en sus casas se olfateaba las comidas de sábado y los ruidos de cacharros. Pregunté a un chaval por el bar.

- Sigue adelante por aquella callejuela.

Tras callejear llegué a un local medio vacío.

- Buenas tardes. ¿Me puede dar una cerveza con limón?- Pedí con la boca seca.

- Buenas tardes.- Me respondió una camarera rellenita y con una sonrisa preciosa.- Ahora mismo te la sirvo.

- ¿Tienes algo de comer?

- Si, siéntate en la mesa que quieras que enseguida te llevo la carta.

Solté la mochila en un rincón del local vacío pero lleno de mesas y sillas.

- Tenemos arroz a la cubana o ensalada y de segundo filetes de lomo con patatas o pescadilla rebozada.

- Tomaré el arroz y el pescado. También tráeme una botella grande agua.

Era el único cliente de un negocio familiar donde la madre y sus dos hijos atendían el bar. Con prontitud y diligencia me fue trayendo las viandas.

- ¿Hoy te quedas en el albergue?- Me preguntó la muchacha con curiosidad e interés de tener un cliente para la cena.

-  No voy hasta Morille, que me esperan unos compañeros.

- Allí no hay de casi nada y el albergue es muy pequeño. El de aquí es mucho mejor.

- Es pronto para parar y así adelanto camino, que mañana llego a Salamanca y quiero visitarla con tranquilidad.

El arroz con huevo y tomate frito era abundante y se podía comer con gusto. Mientras comía fueron entrando cuadrillas que pedían café y copas, se iban acoplando en las mesas hablando a gritos. Era la hora de la partida.

El chaval les daba mantel y cartas, jugaban al tute y al mus. Discutían y presumían de lances anteriores. Las voces y risas llegaron a ser ensordecedores cuando me puso la pescadilla. Me rodearon los paisanos y de estar vacío se llegó al overbooking.

Oía conversaciones por todos lados con gritos y retos, me sentía incómodo, me había acostumbrado al silencio y al murmullo del aire. No era capaz de concentrarme en nada y la cabeza me tronaba. Lo más rápidamente terminé y dejé libre la mesa. Fue ocupada con premura por una cuadrilla de amigos. Pagué en la barra y salí a la calle que permanecía desierta. Me encantó volver a disfrutar del silencio.

Salí por una carretera que accedía a la N-630 y nada más cruzarla un camino de tierra me alejó de ella. De nuevo los campos de cereal me rodeaban y la tranquilidad volvió a mi cabeza. Me encontré de nuevo bien deleitándome con el paisaje.

El calor apretaba y era pegajoso, las nubes inexistentes por la mañana fueron apareciendo poco a poco. Iba admirando un precioso cielo azul intenso con nubes algodonosas que se movían a gran velocidad. Sus formas redondeadas y voluptuosa parecían esculturas de Botero. Ensoñaba equivalencias con figuras mutantes. A veces caras, otras cuerpos y algunas veces cosas. En Castilla los cielos llenan el paisaje hasta el horizonte, no hay montañas ni árboles que se interrumpan las continuidad.

  

Es una tierra esteparia con una belleza dura y sobria. Estoy convencido que el territorio influye en el carácter de la gente. Por aquí la forma de hablar está libre de retórica, todo es estricto y severo. Se ahorran palabras y elementos banales, como las economías que estan acostumbradas a la austeridad. Todo aquí es extremo, grandes calorinas bajo un sol abrasador e inviernos duros con grandes heladas.

Pensando en estas cosas llegué a Morille sobre las cinco de la tarde. Pueblo pequeño que me recibió con un parque infantil con dos o tres niños jugando con la bicicleta.

- ¿Dónde está el albergue?.- pregunte a uno de ellos.

- Detrás del ayuntamiento. Si quiere le acompaño.- me dijo el chavalín de unos diez años.

Su tono de respeto me deprimió al enmarcarme en una edad muy lejana a la suya. No me consideraba un igual. Me agrupaba con los mayores. Muchas veces pocas palabras nos afectan emocionalmente al colocarnos frente a la realidad.

- ¿Tu eres de aquí?

- No, yo nací en Salamanca y vivo allí, pero venimos los fines de semana y en el verano para estar con el abuelo.

- ¿Te gusta el pueblo?

- Sí porque me dejan estar en la calle jugando, en casa siempre me obligan a estudiar y no me dejan salir solo con los amigos.

Era feliz con la libertad de ir y venir sin control paterno. Recordé mi niñez, cuando mi ciudad se parecía a este pueblo, vivíamos en la calle sin miedos, en pandillas jugábamos en el parque . Las andanzas y trastadas eran constantes. Considero que de chaval fui bastante libre en cuanto a la movilidad, en otros aspectos la represión era más fuerte que hoy. Mentalmente me remonté a mi niñez.

- ¿Ve el ayuntamiento? Pues en la calle de atrás está el albergue.

- Gracias por acompañarme.

Antes que terminara de hablar ya estaba con su bici volviendo a toda velocidad.

Llegué hasta la puerta y vi sentado en un peldaño a José Manuel.

- Buenas tardes ¿qué tal el día?

- Un poco pesado, pero ha habido dos o tres momentos inolvidables, ¿y vosotros?

- Hemos llegado a la una con Crispín bastante fastidiado de su espalda. Ahora está durmiendo.

El albergue era pequeño, dos literas y una cama individual, junto con un baño con plato de ducha. Apenas veinticinco metros cuadrados. Eso si, estaba limpio y reluciente.

 

Solté la mochila en una de las literas y salimos a la calle para no molestar. Me contó que los últimos kilómetros habían ido muy despacio, Crispín se retorcía de dolor. Le dije que ya no eran tan jóvenes y que debían tomar el Camino con más calma. Habían decidido que Crispín fuera esta tarde a Salamanca y que mañana descansara para intentar reponerse. Unos familiares de José Manuel vendrían de Salamanca para buscarle y llevarle hasta el albergue.

Después de reposar un rato, pasé a la habitación para ducharme y cambiarme de ropa. El agua caliente de la ducha es un reconstituyente único, sobretodo si en los últimos momentos se estimula al cuerpo con el agua fría.

Cuando salí Crispín se había despertado y seguía con molestias. Estaba deprimido pensando en volver a casa si no se reponía. Tanto José Manuel como yo le animamos y le aconsejamos un día de reposo. Las lesiones y sobrecargas que produce el camino en muchas ocasiones se recuperan con un simple día de tranquilidad. Además esta vez llegando a una ciudad grande como Salamanca puede servir para hacer un poco de turismo que nos recupere.

Estando en estas llegaron los familiares de José Manuel y se marcharon todos al poco rato, dejándome sólo en el albergue. Magia de la Vía de la Plata, hoy tendría una habitación y un albergue para mi solo. No habría molestias de plásticos ni despertadores inoportunos.

Me di una vuelta por el pueblo medio abandonado. Daba pena ver casas de adobe con los techos caídos donde las hierbas crecían descontroladas. En ellas había habido familias que las utilizaron durante muchos años y ahora se venían abajo por el abandono y la emigración.

También había chalet cerrados de vecinos que se resistían a abandonar sus raíces y querían demostrar lo bien que les había ido en ciudades lejanas, para envidia de vecinos. Nuevas pero con la falta de la viveza de las añejas.

A las siete y media me acosté un rato en mi habitación particular para que reposaran las piernas. Me quedé dormido envuelto en un silencio maravilloso. Soñé con los campos de cereal verde y bamboleante por efecto de la suave brisa, mientras que veía pasar las nubes a toda velocidad mostrándome las caras de mis seres queridos. Estas me aconsejaban prudencia y paciencia, no querían, y yo tampoco, que el tiempo pasara, debía vivir el momento y disfrutar al máximo de la situación.

A las nueve y media me desperté con hambre y decidí ir al bar a comer alguna cosa. Fui despacio disfrutando del atardecer de colores rojizos y de las nubes grises y amenazadoras. Era una fusión de colores que fascinaba.

 

El bar estaba vacío, el propietario un campesino que se ganaba un sobresueldo con este local viejo y destartalado, tenía las mesas de madera con una patina de grasa de los muchos dedos que habían reposado en ellas. La luz era opaca y no hacia daño a los ojos, daba un ambiente hogareño. La televisión encendida con un partido de fútbol, como no.

- Buenas noches. ¿Me puede hacer un bocadillo de algo?.

- Por supuesto. Tengo embutido y si le apetece le puedo hacer uno de tortilla.

- Bien, eso está bien. Bocadillo de tortilla con jamón y un tercio de cerveza.

Me dejó solo en el local mientras preparaba las viandas. Me entretuve mirando la fotografía aérea del pueblo e intenté colocar el ayuntamiento, la Iglesia y el camino de salida del día siguiente. La tarea fue fácil, apenas cuatro calles irregulares.

Apareció el propietario con media barra de pan ancho, todo un bocadillo.

- ¡Vaya flauta! Me hubiera conformado con la mitad.

- Tiene que reponer fuerzas que el camino es largo.

Me senté en una mesa a dar cuenta de la comida.

- ¿Qué tal se vive por aquí?- Pregunté para entablar un poco de conversación.

- Bueno, no está mal, cada vez más gente mayor y menos niños, pero al estar cerca de Salamanca los fines de semana aumenta la juventud. El no tener escuela nos ha fastidiado bastante.

- Pero he visto unos cuantos niños esta tarde jugando en la plaza.

- Si pero son de un par de familias que vienen los fines de semana. El resto somos la mayoría jubilados.

- Pero se ven las calles muy arregladas.

- Si, hace unos años la Diputación arreglo todas las calles, y la verdad es que se agradece, antes algunas eran barrizales en cuanto llovía.

Estando en estas entró un abuelo con su bastón de madera. Tenía unos ojillos azules tremendamente expresivos que acompañaban una cara arrugada, se notaba una vida al aire libre.

- Buenas noches Pascual y compañía. ¿Cómo va el Madrid?.

- Sufriendo para empatar, este año aburren hasta las ovejas.

- No me mentes a esos animales bobos de cuatro patas, después de tantos años de pastor le he cogido manía. ¿Has visto a Juan?

- Estuvo un rato por aquí esta tarde, pero antes del partido se fue a casa.

- Quiero cerrar cuentas del rebaño. Me las lleva desde hace un par de años.

El camarero le sirvió un chato de vino y de un solo trago lo dejó tambaleándole.

- ¿Mañana lloverá?- le pregunté al pastor, sabiendo que muchos de ellos tienen conocimiento popular de meteorología.

- Yo creo que caerá esta noche una buena tormenta, ya se está nublando y esta tarde he visto bandadas de pájaros volando haciendo círculos, y eso no falla, lluvia segura.

- ¿Cómo sabe eso?.- Pregunté con curiosidad.

- Muchos años sin otra cosa que vigilar las ovejas y mirar el cielo. Aunque en los últimos años las rodillas son mejor termómetro. Cuando me duelen cambio de tiempo al menos durante una semana, y hoy ha empezado a molestar.

- Entonces mañana lloverá.- Intenté confirmar.

- No, pasado empezará a cambiar.

Me hizo gracia el saber popular basado en la observación y en la tradición. Terminé de cenar y marché hacia el albergue mirando las nubes oscuras que amenazaban agua, el pastor iba a tener razón.

  

Me acoplé en la cama y en un suspiro quedé profundamente dormido. No me dio tiempo ni a recordar la etapa.

El cansancio es un buen antídoto contra el insomnio.

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra  

Día 7 - Baños de Montemayor – Fuenterroble de Salvatierra

 

Sueños tranquilos y profundos a través de montes ondulados y floridos, me ocuparon toda la noche. Me desperté sin sobresaltos con la conciencia segura de haber descansado. Tenía en la cabeza las caras y gestos de las personas que estaba conociendo.

Di la luz de la lamparilla que tenuemente iluminaba una habitación pequeña de paredes blancas, decorada sobriamente. Mis cosas desparramadas entre el suelo, la silla y la mesa. De los apliques colgaban sendas perchas con las camisetas de la marcha, improvisados tendederos de peregrino austero.

Me estiré un par de veces bostezando sin inhibición, intentando recuperar la fuerza y la voluntad de tirarme de la cama mullida.

Con  algún esfuerzo mental, más que físico, me senté en la cama restregándome los ojos que se resistían a permanecer abiertos.

Eran las seis y media, había dormido más de ocho horas como si de un minuto se tratase, cuando habitualmente con seis tengo bastante. Es uno de los placeres de caminar durante el día y olvidarse del stress de madrugones laborales.

 

Me vestí con parsimonia y antes de calzar las botas coloqué lo mejor que pude la mochila, y las ropas tendidas y ya secas.

Abrí la ventana, vestida de visillos con una cierta mugre, y noté el aire frío de la mañana sobre mi cara. Se veía un cielo vestido con algunas nubes grises sobre la montaña. Eso me deparaba esta mañana para abrir boca, una subida que me acercaría al cielo. Decidí ponerme el polar por primera vez en el camino. La calle apenas iluminada por pequeñas farolas que daban una luz raquítica y melancólica.

Me comí una naranja y un par de galletas, restos de la cena de ayer, dudaba mucho que hubiera algún bar abierto estando en las afueras del pueblo y no me compensaba volver al centro.

Tras pasar por el baño salí a la calle solitaria con una cierta pereza. En vez de ir a buscar las flechas que se encontraban en el centro continué la calle hacia arriba, como me dijo el buen hombre de la oficina de turismo. Tras un zig-zag sobre la acera  encontré la calzada romana y la primera flecha del día. Eran las siete de la mañana, y comenzaba a amanecer.

Me costó iniciar la ascensión suave y constante, tenía falta de costumbre de repechos matutinos. Se notaba el cambio de tiempo y la altura, no estorbaba el polar. A mi cabeza volvieron los esfuerzos de los esclavos que construyeron piedra a piedra este camino milenario que sirvió de comunicación entre dos asentamientos romanos. Cuantos años tardarían en terminar esta fantástica obra de ingeniería sin la maquinaria que soporté ayer. Intenté imaginar las herramientas y máquinas que utilizaran. Llegué a la conclusión que su mayor fuerza fue el músculo y la inteligencia de un pueblo que llegó a dominar todo el Mediterráneo y gran parte de Europa.

 

Al poco ya sudaba por el esfuerzo. Aproveché una cruz de piedra para tomar aire y observar el valle que se me mostraba entre dos luces. No pude por menos que esforzarme en retener aquel paisaje lleno de tonalidades verdes donde el hombre vivía manteniendo un cierto orden con la naturaleza. Me sentí feliz y contento, terminaba con unos días fantásticos por campos preciosos y este me regalaba una última visión de postal durante el amanecer. Sabía que Castilla se me presentaría en momentos llana y árida a diferencia de los alucinantes encinares extremeños.

 

Miraba el paisaje y distinguía las últimas luces de Montemayor como un pequeño belén bajo mis pies.

Las lágrimas me llenaron los ojos viendo la plenitud del mundo y me revelé contra las agresiones que sufre, como esa autovía desbrozadora y transformadora de esta maravillosa realidad. Pese a todo estaba muy feliz y agradecido por lo que se me mostraba.

Continué la subida despacio observando cada árbol, flor y piedra para retener más vivamente el recuerdo. Llegué hasta una fuente donde bebí un buen trago de agua fresca de montaña, recuperé el aliento y eché una última mirada al valle.

Después llegué a la N-630 y a la señalización del Puerto de Béjar. Una gasolinera me dio la oportunidad de tomar un café de máquina que me alivió del mono de cafeína matutino. Fueron apenas cinco minutos, no quería entretenerme.

Durante un par de kilómetros anduve por el arcén. El paisaje estaba rodeado de pequeñas montañas donde los prados y los árboles se entremezclaban. Los castaños y los robles abundaban decorando los campos delimitados por muros de piedras añejas y llenas de musgo. ¡Qué paisaje tan distinto pero que bello! Aquí a la vista se la prohibía ver el horizonte.

Una flecha y un letrero que anunciaba la Calzada de Béjar me sacó del asfalto para adentrarme a un camino de ensueño en medio de un castañar. El suelo tenía las hojas secas mojadas por el rocío de la mañana, en esta primavera tardía. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas dando color a mi ánimo y mucho romanticismo a mi corazón.

 

Respiraba profundamente intentando llenarme de la pureza del entorno y disminuyendo el paso para llenarme de él. Vi una valla y la tentación pudo conmigo. Solté la mochila y me senté sobre ellas a mirar, oír y sentir. Los pájaros revoloteaban entre los troncos llenos de hiedra jugando felices detrás de sus amadas, sus sentidos también se despertaban saludando al nuevo día.

Solo llevaba hora y media y ya había parado tres veces, pero valía la pena detenerse para disfrutar de lo que se me ofrecía.

Continué despacio y con pereza de alejarme. El camino continuaba ahora ya en un fuerte descenso hacia el río, acompañando y pisando de nuevo la calzada romana. Terminé la bajada pasando por el puente de la Malena sobre el río Cuerpo de Hombre, curioso nombre. Aquí abunda el arbolado de ribera, sauces, chopos, avellanos, fresnos, cerezos y nogales, que decoran el trascurrir agreste del río entre grandes piedras de redondeadas formas por el fluir del agua durante miles de años. Aquí el agua esta límpida y pura a diferencia de unos kilómetros adelante, cuando pase por Béjar, que la industria del hombre se empeña en contaminar.

Nada más pasar el puente, tres miliarios con inscripciones se nos aparecen como marcadores de esta ruta romana.

El camino se convierte en cañada real delimitada por una pequeña carretera y las fincas valladas. Cómodo andar pensando en lo recorrido y en la belleza regalada como entrada a Salamanca.

El entorno, ya más abierto de arbolado, permitía oler las florecillas que acompañaban mis pasos completando el paisaje de entresierra típico de esta región.

Sin darme cuenta llegué a Calzada de Béjar, hermoso pueblo de montaña que nos regala un albergue con unas vistas maravillosas. La próxima vez no pararé en Montemayor y reposaré mis huesos en este humilde lugar de acogida donde sus gentes muestran su hospitalidad, con el Alba Soraya. Graciosa figura de peregrino dibujado sobre sus paredes.

 

Eran las 11 de la mañana y el estómago reclamaba alguna atención. Me senté en una silla a la entrada del albergue y me dispuse a tomar unas tristes galletas a falta de alimento más contundente. Aunque poco sustanciosa el placer de la observación de los montes compensaba.

 Desde este mirador de la sierra se pueden ver los prados verdes y los bosques de robles inspirando paz y tranquilidad. El sol comenzaba a levantar entre las montañas y la nubes, pero no calentaba como para quitarse el polar.

Cerca de media hora estuve reposando y con pocas ganas cargué la mochila para continuar. Pasé por la calle principal con casas de piedra y balcones adornados con tiestos llenos de flores.

Me crucé con un par de personas que barrían la puerta de sus casas con esmero. La tranquilidad era predominante en este pueblo serrano.

Nada más salir cogí otro camino agrícola. La serranía se suavizó y los campos de cultivo abundaban. A dos kilómetros del pueblo pude observar como una avioneta de aeromodelismo volaba haciendo filigranas en el aire, e interrumpiendo el silencio con el ruido de un motor revolucionado. Un señor con el mando de control era el artífice del alboroto.

-   Buenos días.- le dije cuando estaba a su lado.

  

Me miró rápidamente y ni siquiera me saludo. No debía tener muchas ganas de charla, o estaba tan concentrado que no quería ningún despiste.

El avioncito iba, venía, subía y bajaba. Cuando estaba más cerca de mi era ensordecedor y rompía la armonía natural. Durante doscientos metros seguí viendo sus piruetas para después poco a poco retornar al silencio reparador. Muchas veces no comprendemos ni respetamos a los demás.

Durante dos horas estuve tranquilo por este camino. Alguna encina rompía la monotonía, pequeños montes se perfilaban en el horizonte. Después del hermoso paisaje de la mañana este parecía anodino, pero solo era apariencia pues siguía siendo agradable.

Ya veía Valverde de la Casa cuando oí por la espalda una voz que me hizo volverme. Eran mis amigos los vascos, que venían rápido como suele ser su costumbre.

-   Buen camino, peregrino.- Me dijeron cuando estaban a mi altura.

-   Buen camino amigos. ¿Qué tal vais?

-   Hoy bien, aunque la subida ha sido dura. Hemos salido de Aldeanueva a las cinco y media.

-   Puf..., madrugáis demasiado, un día ni os vais a acostar.

-   Ya sabes que nos gusta madrugar y hoy era una etapa de cuarenta y no podíamos remolonear.

-   Yo también he salido pronto, pero ya eran las siete y alguna luz había. ¿Qué tal estas de la espalda?.- pregunté a Crispín.

-   Bueno, bastante bien, apenas me ha molestado, ¿y tu?.

-   Yo bien, ya sabéis que me gusta ir despacio y andar todo el día. No esperaba que me alcanzarais, pero haciendo etapas de cuarenta no me extraña.

Conversando llegamos a Valverde. En la fuente nos detuvimos un momento a beber y llenar las botellas de agua. Yo de buena gana hubiera parado un rato más pero me apetecía charlar un rato.

 

Cogimos por una carreterita secundaria con muy poco tráfico. Me contaron lo cansados que llegaron a Aldeanueva, que en Caparra no pudieron coger agua por que habían llegado antes de las diez de la mañana y estaba todo cerrado. Me comentaron el tiempo que habían empleado pero nada del paisaje, ni de los bellos prados y encinares. Llevaban tres días a una media de cuarenta kilómetros. No me extrañaba nada que Crispin con sus setenta y tantos estuviera dolorido.

A mitad de camino a Valdelacasa estuve tentado de pasar de ellos, las ganas de charla me saturaba y a su ritmo era incapaz de concentrarme en el entorno, todos mis esfuerzos iban a mantener el ritmo. Esto no me agradaba. Fueron apenas cuatro kilómetros pero que apenas disfruté. Así las cosas llegados al pueblo les dije que me paraba a comer. Ellos dijeron que preferían continuar, que nos veríamos en el albergue. Esta es una de las ventajas del camino cuando se va solo, que puedes decidir tu ritmo y paradas sin ningún tipo de compromiso.

Era la una y media y se veía el pueblo sin gente. Sabía que había un centro de mayores con bar. Vi a una señora a través de una ventana y sin encomendarme a nadie toqué con los nudillos para llamar su atención.

-         Buenas tardes, perdone si la molesto.

-         Buenas tardes, no te preocupes. – Me dijo con una sonrisa sobre una cara llena de arrugas que identificaban a una persona curtida por el sol.

-         No he visto a nadie y al verla no lo he dudado. Estoy un poco perdido y no se encontrar el bar. ¿Podría indicarme por donde debo ir?

-         Espera un poco que te acompaño, ahora iba a ir para allá.- me dijo con gran afabilidad.

Era una casa de gruesos muros pintados de blanco y con los cercos de las ventanas y las puertas en azul añil. Se abrió el portalón y salió la señora con un bastón y un mandil puesto.

-         No se tiene que molestar, me basta con que me diga como ir.- Le dijo con cierto remordimiento por haberla sacado de su casa.

-         No te preocupes, así puedo apoyarme en ti. ¿Vienes de Sevilla?

-         No, sólo desde Mérida.

-         Ya es bastante, con el calor que ha hecho estos últimos días.

-         Si, es duro pero vale la pena. Extremadura es una preciosidad.

-         ¡Qué me vas a decir a mi! De joven iba a segar a principio de junio y según iba pasando el verano me subía hasta el norte de Zamora. ¡Cuánto calor he pasado en mi vida!

-         Vida dura y sacrificada.

-         Si hijo, muy dura y mal pagada, pero teníamos que hacerlo para sacar para el invierno. Aunque también teníamos momentos felices.- Se iba apoyando en el bastón pero sus ojillos brillaban con añoranza del pasado.- Marchábamos la cuadrilla con una mula y dormíamos muchas veces al lado de las fincas, para nada más amanecer emprender la faena. Los patronos nos proporcionaban la comida. La mayoría de las veces arenques, tocino y maíz de almorta. ¡Eran otros tiempos!

-         ¿Parece que los hecha de menos?

-         Ahora se vive mejor, donde se va parar. Pero tenía juventud y muchas ganas de vivir. Buenas fiestas nos montábamos a la vuelta al pueblo.

Tenía ganas de hablar la señora y a mi no me molestaba su conversación.

-         Recuerdo que en una de ellas conocí a mi marido, que Dios le tenga en su gloria. Era de Valderroble y vino al baile de septiembre, después de la cosecha. Nos enamoramos y en dos años ya estábamos casados y esperando a Manoli. Todo eran escaseces y necesidades pero teníamos ganas de vivir, que ahora ya me empiezan a faltar.

La añoranza se convirtió en un reflejo furtivo de pena y tristeza. Iba despacio y renqueante.

-         ¿Vas para Santiago?- me preguntó.

-         Está vez no, pienso llegar a Oviedo.

-         Eso está muy lejos para ir andando. ¿Seguro que lo haces por alguna promesa?

-         La verdad es que lo hago para conocer sitios, lugares y personas como usted.

-         ¡Va! Si yo no tengo ningún misterio. Sólo una vida de trabajo y sufrimiento, pero eso no tiene ningún atractivo.

-         Se equivoca, usted tiene mucho interés pues almacena el conocimiento de la experiencia. Es muy difícil en las ciudades pararse a escuchar la voz de la gente mayor. No sólo los estudios y el dinero dan el conocimiento de la vida. Usted tiene mucho conocimiento y, para mi, es sabia.

-         Vida si que tengo mucha, he visto demasiadas cosas, buenas y malas.

Sin querer llegamos a un local y nada más entrar una muchacha se dirigió a ella diciendo:

-         María, que bien acompañada la veo.

-         Te traigo a este mozo que quiere comer.

-         Eso está hecho, ya sabes que aquí nadie se va con hambre.

Me hizo subir a la planta alta donde había un comedor con la televisión bastante alta y la cocina al lado. Me hizo sentarme en una mesa frente al televisor en un salón sin gente. Comí tranquilamente una ensalada y unas patatas con bacalao. Durante todo el tiempo estuve sólo sin más compañía que las noticias. Después baje al bar a tomar mi dosis diaria de cafeína. Ya María había marchado y charlé con la muchacha.

 

-         Agradable señora María.

-         Sí que es buena y con una vida muy dura. Ahora está sola, su marido y su hija se mataron hace años en un accidente. Siempre está haciendo favores y todos la estimamos en el pueblo, la queremos como a nuestra abuela. En su casa siempre hay alguna vecina ayudándola. Se hace querer.

Después de pagar, menos de lo que esperaba, cargué de nuevo la mochila y reemprendí el camino por una carreterita rodeada de árboles, muy agradable de disfrutar. No tenía prisa, apenas quedaban ocho kilómetros. El tiempo estaba nublado pero no amenazaba agua, de momento.

Volví a sentirme a gusto caminando en soledad, podía pensar en el encuentro con María. El entorno me ayudaba con un paisaje ondulante y fácil de llevar. Observaba las hierbas y las flores que me saludaban a mi paso. De lejos se ve el pueblo y me aproximé a él sin ganas de llegar.

La torre de la iglesia es la que marca hacia donde ir, se atraviesa el pueblo con un par de bares y alguna tienda.

A la puerta del albergué estaban sentadas tres peregrinas que me saludaron con una sonrisa. ¡Qué novedad, gente nueva que parece que camina! Estaban tomando un tentempié de bollos caseros.

-         Buen camino peregrinas.- Dije con ganas de charlar.- Hay sitio para un caminante cansado.

-         Si, puedes pasar, hay muchas camas.- Me respondió una de ellas con un fuerte acento alemán.- No creo que se llene esta noche.

-         Gracias, pero antes prefiero sentarme un rato con vosotras. ¿De donde venís?

-         De Calzada de Béjar.

-         He pasado por allí esta mañana y me ha parecido un buen lugar donde pasar la noche.

-         Muy agradable el lugar y la hospitalera. ¿Toma un bollo si quieres?

-         Gracias. ¿Han llegado unos españoles?

-         Si, están durmiendo. Uno de ellos venía cojeando.

-         El pobre está sufriendo una lumbalgia desde hace un tiempo. – El bollo era compacto y costaba tragarlo, tuve que aplicarme al botijo cercano.

Ellas me miraron con curiosidad cuando me vieron levantarlo dejando caer el chorro de agua sobre el gaznate. Comenzaron a reírse y a comentar algo en alemán.

-         Nos reímos de cómo bebes, habíamos visto el recipiente pero no sabíamos para que servía.

-         Intentarlo, es muy refrescante, sobretodo cuando no lo haces bien y te bañas.

Dicho y hecho, cogieron el blanco botijo y con suavidad fue levantándolo, pero con tan poco tino que la mitad entró y la otra mitad rodó por su cara, también se atragantó y las toses aparecieron. La carcajada fue automática por parte de sus amigas.

-         Es más difícil de lo que parece.- Se justificó secándose.

Las otras también probaron, con efectos similares, hasta que poco a poco fueron aprendiendo chupando del pitorro. Quedamos para cenar en el restaurante.

Pasé al albergue y me quedé maravillado. Todo él tenía en las paredes pinturas religiosas relacionadas con el camino. El autor era un auténtico artista. Me recorrí todo el albergue fascinado por las reminiscencias jacobeas, hasta que llegué a la habitación donde estaban los vascos. Estos estaban durmiendo plácidamente y preferí no despertarlos. Solté mis trastos sobre una cama y marché a la ducha reconfortante, y a la colada de rigor, la ropa olía a tigre.

 

Cuando volví,  ya estaban despiertos, comentamos los sucesos del día y las diversas anécdotas hasta la hora de la cena, que vinieron las alemanas a buscarnos.

Antes de ir, preguntamos a Javier el hospitalero si veríamos al padre Blas. Nos dijo que hoy había marchado a Salamanca y que no volvería hasta el día siguiente por la tarde. Me molestó bastante no poder saludar a este gran hombre que ha construido un hospital de peregrino magnífico sólo con su esfuerzo y sacrificio.

Esta cena multitudinaria, seis personas, en este camino solitario fue una novedad y una alegría. Esta consistió en spaghettis y huevos con farinato, con muchas risas y buen humor.

Cuando terminamos nos acercamos a la iglesia y amablemente el sacristán nos la iluminó. Nos dio todas las explicaciones que le pedimos. Curiosas imágenes de madera que el padre Blas trae de su pueblo en Cantabria. Son elaboradas por un artesano jubilado que es todo un artista de la madera, sabiendo dar sensibilidad humana a trozos de madera inerte.

 

También es muy curiosa la muestra de cómo construían las calzadas romanas los esclavos y la habilidad de los ingenieros de la época para que estas perduraran.

Estuvimos un buen rato sentados al fresco de la noche tomando una infusión, la noche era fresca pero las lenguas estaban vivas para comentar las vivencias de este micro-mundo que es la Vía de la Plata. Antes de acostarnos pasamos un rato con Javier en el pequeño oratorio lleno de espiritualidad. Me impresionó la gran cruz formada por el tronco seco de un árbol, donde  dos de sus ramas eran los brazos. La rugosidad y aspereza del tronco revivió en mi la dureza de la vida y la entrega de nuestro Señor.

Con el espíritu en calma me metí en la litera y caí en los brazos de Morfeo en menos que canta un gallo.

 

Una etapa preciosa, con un fin maravilloso en un lugar hospitalario donde me sentí como en mi casa. Gracias padre Blas, gracias María, ..., gracias Santiago por ofrecerme este regalo que es tu Camino.