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Vía de la Plata

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Granja de Moreruela - Villabrázaro

Día 13  Granja de Moreruela - Villabrázaro

 

Temprano me desperté pero aguanté a las siete para levantarme, se oía la lluvia y toda la noche había estado jarreando, la pereza me tentaba. Mis compañeros ingleses continuaban en la cama aprovechando las comodidades del albergue. No los volví a ver se iban por Orense. Tuve que ponerme la ropa de agua, vamos el poncho y el chubasquero de la mochila.

 

Llovía y hacía viento, un día muy desagradable. Subí la cuesta del pueblo y llegué al desvío del Sanabrés, volví a recordarla otra ocasión, y la añoranza me llenó junto con un cosquilleo en el estómago por conocer sitios nuevos.

Esta vez el camino iba paralelo a la carretera por un buen trazado. Llovía con fuerza por momentos y mi estómago solicitaba algo sólido.

 

El camino se acerca a la carretera y va paralelo a ella. Este me llevó a algunas zonas bastante embarradas y lleva de surcos de tierra blanda. Decidí salir al arcén para evitar el pringue. Hoy no terminaba de amanecer.

 

Al cabo de una hora vi un bar al lado opuesto de la carretera y me lancé hacia él para secarme un poco y llenar la panza.

 

Había diez o doce camioneros dando cuenta del desayuno. Me quité el poncho y la mochila teniendo cuidado de dejarlo en un rincón y colgar la capa sobre el bastón para que no mojara demasiado.

 

Me miraban con extrañeza, como si fuera un bicho raro.

 

- Buenos días, deme un café y una napolitana- Solicité a un camarero de pelo blanco y cara seria.

- ¡Que, mojado! Hoy tienes mal día para caminar.- Me dijo un muchacho de fuertes manos con un vozarrón grave y profundo, tenía aspecto y formas de camionero.

- Hay días para todo y hoy ha tocado esto. Habrá que adaptarse. De todas formas no es de los días peores que he caminado.

- Tienes razón pero donde esté un día despejado y soleado que se quiten los de lluvia y viento. ¿vienes sólo?

- Si, pero supongo que habrás visto a una pareja unos kilómetros atrás.

- Si iban por la carretera antes de Granja. Con los chubasqueros no se les veía demasiado bien.

- Es mala prenda para andar con tantos coches sobre todo si hace viento.

- Se les veía malamente con la lluvia.

- Vosotros también lo pasareis mal en días así. No debe ser fácil controlar a esos gigantes.

- Bueno no puedes comparar con un coche. Sus frenos son más potentes y la posición de conducción facilita la tarea, aunque hay que tener cuidado con la carga. Antes si que era duro.

 

Estuve quince minutos antes de reemprender la marcha.

  Llovía a ratos pero en la lejanía se veía clarear. Seguí el camino paralelo a la carretera hasta un momento que las señales marcaban directamente el arcén. En ese punto de encuentro había un camino que salía de frente. Dudé pero, sin saber porqué crucé la vía y seguí por él, suponiendo que más adelante torcería a la izquierda.

 

Cuando llevaba media hora sin ver señal alguna, estuve convencido de mi pérdida. Apliqué la lógica y me dije que torcería en el primer desvío que encontrase hacia la izquierda.

 

A los cinco minutos vi un camino recto que partía en la dirección deseada y sin dudarlo le continué. Calculé que la carretera iba a mi izquierda. Vi unas casas y supuse que era Santovenia del Esla. Al rato llegué a una granda de pollo y pude preguntar por el camino a Villaveza del Agua.

 

- Sigue recto y a unos tres kilómetros tuerce a la izquierda, no tiene pérdida.

 

Fue hora y media andando por intuición, que sensación más extraña. No estuve perdido pero perdí la seguridad que dan las flechas.

 

Llovía suavemente pero se aguantaba bien. En el pueblo busque la nacional 630 y la seguí hasta un bar donde pude almorzar resguardado de la lluvia un buen bocata de chorizo que me levantó el ánimo.

 

Eran las doce de la mañana cuando salí a la carretera. No llovía pero amenazaba con a hacerlo en cualquier momento. Iba con el poncho que por primera vez en este camino me había puesto. Las botas aguantaban bien la humedad y me sentía un poco triste, como el día. No siempre se encuentra uno eufórico.

 

Llegué a Barcial del Barco y el camino se separa de la carretera por la derecha hacía la vías antiguas del tren. Aquí había dos opciones, caminar por ellas atravesando un par de puentes ferroviarios o dar una vuelta por camino y a tres kilómetros cruzar el Esla por otro puente de hierro. Pregunté y me aconsejaron esta segunda opción, la primera estaba en bastante mal estado y podía ser peligroso.

 

Andar por traviesas mojadas por el agua y el mal estado de los puentes me decidieron.

 

La lluvia paraba de vez en cuando. El paisaje ondulado mostraba un toro de osborne en lo alto, primero en la lejanía y después próximo. Fue el único toro que no me dio miedo.

 

Las nubes corrían deprisa dando un color especial de paz y tranquilidad. Poco a poco el día fue despejándose.

 

El puente de hierro sobre el Esla rodeado de choperas me alegró la mañana. Estructura fuerte y resistente que vio pasar a trenes durante muchos años permanece inmutable a los nuevos avances. Las vigas de hierro entrecruzadas me recordaron a la torre Eifiel y a la industrialización de principios del siglo XX.

 

Belleza construida por el hombre y ahora inservible, que inexorablemente la naturaleza destruirá.

 

La llanura hadado paso a zonas de huertas y chopos cambiando radicalmente el paisaje.

 

Llegué a la una a Villanueva de Azoague donde paré en un bar a tomar la cerveza de rigor. El ambiente era bueno y la familiaridad entre los paisanos notoria. Me encontraba cansado pero intuía próximo Benavente. Hoy si no había problemas llegaría pronto (¡Qué error cometí! Nunca estés plenamente seguro de un destino hasta que te encuentres en él).

Salí viendo como el tiempo volvía a oscurecerse poco a poco. Hasta Benavente fui por un carreterita secundaria rodeada de talleres.

 

En menos de una hora llegué a destino y siguiendo las flechas llegué a un cruce nada claro.

 

Un ramal subía por una calle y otro se dirigía por una calle con acera llaneando. Dudé pero no tuve a nadie a quien preguntar. No me apetecía subir la cuesta hacia el centro de Benavente, así que seguí por la calle llana, supuse que saldría en el destino adecuado. (¡Craso error!)

 

Deseaba comer y continuar por la tarde una vez descansado. Al poco tiempo vi unos jardines y una carretera con doble vía. Aquí ya estuve seguro que me había equivocado pero no me apetecía volver.

 

Aquí comenzó a caer una enorme tromba de agua. El cielo se oscureció y en menos de un minuto me encontraba calado de agua. Tuve que volver para atrás y refugiarme en una gasolinera, aunque ya estaba calado.

 

Pregunte a una muchacha que atendía los surtidores, que muy poco amablemente me respondió que no sabía donde estaba el camino hacia Vilabrázaro. Ella dijo que siempre había ido por la carretera hasta Santa Cristina de Polvorosa desde allí a Manganeses de la Polvorosa y por fin a Villabrázaro.

 

No atiné a preguntarla por la estación de tren ni a preguntarla para ir al centro del pueblo y allí preguntar. También es cierto que me agobió la lluvia y las ansias de llegar, este fue mi error.

 

En quince minutos paro de llover, cosa que aproveché para retroceder y por pura intuición cogí una camino paralelo a la autovía que llevaba a Santa Cristina. La tarde se iba arreglando y el sol salió secándome poco a poco. Ya con un poco de sol y oliendo a tierra mojada llegué hasta el pueblo al filo de las tres. Las calles estaban solitarias y sólo pude preguntar a un chaval que marchaba con bicicleta. Me dirigió a un bar-pub donde entré a comer algo y a preguntar. Era un local oscuro con una terraza cubierta.

 

Pude tomar unas albóndigas y me marcaron el camino a seguir por una carreterita secundaria que paralelo al río Órbigo me llevaría hasta Manganeses y luego allí cruzara el río por el puente antiguo.

 

Paré un rato en la terraza tomando un café y ventilando los píes húmedos por la lluvia.

 

Con resignación emprendí el recorrido marcado sobre la cuatro de la tarde. El cielo se había despejado y se agradecían los rayos del sol. Se recorre una vega llena de choperas que movían sus hojas verdes agrisadas, las huertas son abundantes. Después de la tensión de la tormenta y la cierta desesperanza de estar perdido y sin la menor idea del Camino, ahora me encontraba bien y tranquilo. Sabía que haría más kilómetros pero ya tenía marcado el recorrido. Los ojos buscaban la belleza y la cabeza disfrutaba de las sensaciones de esta hermosa tierra, después de tantos días de zonas áridas. El paisaje en la Plata es cambiante como lo son las tierras que atraviesa.

 

Caminé constantemente pegado al río viendo los meandros que realiza mientras riega tierras y huertos.

 

En Manganeses llegué sobre las cinco y cuarto y paré a tomar un café  sentado en una mesa de un bar destartalado donde un par de niños corrían y gritaban mientras la televisión, bastante fuerte, daba una telenovela.

Me contaron que me quedaban cuatro kilómetros para el pueblo de Villabrázaro y me lo tomé con calma. Empezaba a estar cansado y alargué el descanso con un buen pacharán.

 

Volví al camino que me llevó a atravesar el río por un puente moderno y poco después cogí otra carreterita en medio de una chopera.

 

Un grupo de abuelos tomando el sol me preguntaron:

 

- ¿Vas a Villabrázaro?

- Si, si no me pierdo otra vez. Me despisté en Benavente y la vuelta me parece que ha sido larga.

- No eres el primero, hay muchos que se equivocan, la señalización no es buena. Hoy han llegado dos peregrinos más. Uno de ellos iba bastante mal, doblado, como si le doliera la espalda.

 

Enseguida deduje que era Crispin. El día había estado revuelto y tanto cambio afecta a los músculos.

 

Estuve charlando un rato con los abuelos a la sombra de los chopos. Se había quedado una tarde muy agradable. Hablaban de cuando eran jóvenes y de sus pequeñas heroicidades. Todo era pasado, lo que más les importaba quedaba atrás, el futuro era corto y sin demasiadas alegrías. Esperaban días como hoy donde sentarse al sol agradable de la tarde e hilar carrete con sus amigos y recordar personas y hechos sucedidos tiempo atrás.

 

Los deje con sus palabras y continué los dos kilómetros que me quedaban.  Notaba ya el cansancio pero el tramo me pareció agradable con el sol filtrándose entre las hojas.

 

Nada más llegar vi el bar abierto y hacia él me dirigí.

 

Estaban José Manuel y Crispín sentados a la mesa esperando la comida. El establecimiento cerraba a las siete y habían decidido cenar temprano, sin sudarlo me apunté a un buen plato de macarrones que me metí entre pecho y espalda.

 

En todo el pueblo no había otro bar ni tienda, así que había que aprovechar el momento, luego no habría ocasión.

 

Crispín ya parecia recuperado aunque José Manuel me dijo que los últimos kilómetros había tenido que ir sujetándole por que iba doblado a punto de perder el equilibrio. Había pensado llamarme para que le echara una mano. No sabía que había estado perdido un rato largo.

 

Crispín me dijo que a él el año anterior le había sucedido igual y que por lo menos se hacer cinco kilómetros de más. Tenía que haber subido al centro del pueblo y buscar el albergue junto a la estación.

 

Lo tendría en cuenta para otra vez, pero esta me había ofrecido un paseo precioso a través de las vegas del Órbigo con unas espléndidas choperas alineadas y frondosas.

 

La merienda-cena terminó casi a las siete y con paso lento nos dirigimos al albergue que se encuentra a las afueras del pueblo. Este es muy tranquilo y apenas se veía a algún vecino. El albergue tenía varias habitaciones en las antiguas aulas hoy convertidas en dormitorios de acogida y en centro de reunión de las señoras del pueblo para hacer sus labores de costura.

 

Crispín se tumbó a descansar en cuanto llegó. Ellos ya se habían duchado antes de comer. Yo no perdí el tiempo y me metí a la ducha reconfortante y a hacer la colada de camiseta y calcetines.

 

Como sabía que ellos madrugarían me ubiqué en una pequeña habitación al fondo de la casa.

 

Después nos sentamos José Manuel y yo a recibir los últimos rayos de la tarde mientras calábamos del camino y de la vida.

 

Me contó su vida laborar y lo feliz que era con su nietecita. Estaba orgulloso de si mismo y de la suerte que tenía en la vida, no ya por el aspecto económico sino por lo que tenía, familia, jubilación y por poder estar en el camino.

 

Se preocupó por Crispín, diez años mayor que él, considerando que no se encontraba en condiciones de realizar un camino tan solitario y dura.

 

Estaba deseando llegar a la Bañeza para ir al pueblo de su mujer y pasar un día con sus cuñados. Me invitó a que fuera mañana con ellos y durmiera en el pueblo pero le dije que prefería ir a mi aire sin las prisas que ellos tenían.

 

Era un placer ver el atardecer sentado en aquel soportal donde se iba sintiendo el frescor según desaparecían los rayos del sol. Era un momento propicio para las intimidades. La tranquilidad paralizaba los músculos y abría las neuronas y los ojos para analizar el pasado. En el camino hay muchos momentos así, que sin prisas se puede meditar y recapacitar.

 

Tuvimos que meternos porque el frescor se convirtió en frío y no se aguantaba el relente ¡Qué cambios de temperatura tiene esta Castilla!

 

Recogí la ropa tendiéndola en los soportes de la litera y marché a la cama donde caí dormido casi sin darme cuenta. Había sido un día revuelto pero que había dado a conocer paisajes preciosos.

  

No pude por menos que recordar el puente de hierro y las choperas del río Órbigo. Mañana lluviosa tarde primaveral, así es la vida y el camino cambiante pero precioso si se sabe mirar y ver.

 

 


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Zamora - Granja de Moreruela

Zamora - Granja de Moreruela

Día 12 – Zamora – Granja de Moreruela

A las seis y media me levanté con sigilo y después de pasar por el baño, salí con la mochila hacia la estepa castellana.

Las calles estaban medio desiertas. En el primer bar que encontré tomé el café de rigor, tenía ganas de caminar.

 

Este etapa la temía por el calor que podría pasar, pero para mi suerte el cielo estaba lleno de nubes que amenazaban lluvia pero que cubrían el cielo.

 

Se coge enseguida caminos agrícolas en muy buen estado que recorren la estepa rectos. No se ven montañas que interrumpan la visión. Todo es llano, monótono y solitario. No hay distracción de los propios pensamientos y las ensoñaciones aparecen para entretener la monotonía de la ruta.

Estaba contento en este día gris. Me libraría del calor fustigador. Corría el viento y la temperatura era ideal.

 

De vez en cuando se cruzaban otros caminos pero nunca se torcían las señales. Siempre de frente.

El campo había cambiado. Antes había fincas de ganado y árboles donde buscar la sombra. Ahora sólo rompía la monotonía los tendidos eléctricos que se perdían en el horizonte.

 

Cuando llevaba dos horas paré a quitarme el polar en medio del camino. Llegué incluso a sentarme en el suelo a reposar diez minutos, para sentir como la bóveda celeste iba de este a oeste y del norte al sur sin interrupciones. Las nubes de diferentes tonos y matices se movían rápidamente ocultando al Sol. Era hermoso el conjunto y la sensación de soledad grande. Los campos de cereal y barbecho se sucedían en terrenos inmensos.

Me encontraba bien mirando el espectáculo animado por la alta velocidad del viento sobre las nubes.

 

Mirar y ver lo que nos rodea afecta a nuestro estado de ánimo si sabemos observar la hermosura y la fuerza.

Me dio pena no ser pintor para poder reflejarlo en toda su plenitud. Muchas veces, casi siempre, las fotografías no son capaces de reflejar lo que mis ojos ven y mi corazón siente ante determinados paisajes. No dudo que la máquina recoge la realidad con total exactitud, pero le falta el sentimiento que el fotógrafo tiene.

 

Pasé por Roales del Pan y posteriormente llegué hasta Montamarta. Todo el tiempo en parajes similares. El cielo fue liberándose de nubes poco a poco, pero el día era fresco.

En Montamarta almorcé un buen pincho de tortilla y un café en un bar enfrente de la gasolinera.

Atravesé el pueblo y el puente sobre el embalse. Aquí tuve la ocasión de tener una subida corta hasta el cementerio y la iglesia de la Virgen del Castillo, que domina el embalse y el pueblo.

 

Despacio caminé por caminos hasta llegar a una zona de chalets junto a la zona más ancha del embalse de agua. Aquí dudé entre seguir por la carretera o continuar hacia el borde del agua por donde marcaban las flechas. Estas eran débiles y no muy bien marcadas.

Decidí la segunda opción, estaba harto de arcenes. Las indicaciones me llevaron hasta el borde del agua y durante un rato fui recorriendo la orilla arenosa y de piedras.

Era agradable caminar con la temperatura que hacía, seguía medio nublado aunque se notaba que terminaría despejado. Pasé junto a las casitas de fines de semana en los que no había gente.

 

En mucho rato no vi flechas ni indicaciones pero deduje que el camino se dirigía hacia las ruinas del castillo que se veía al fondo. Cuando lleve mucho agua hay que subir en un par de ocasiones a la carretera para atravesar las aguas. Yo solo tuve que hacerlo una vez.

  

Eran agradables las vistas con alguna barquita amarrada a la orilla. Nada más pasado el segundo puente me senté en una piedra a airear los pies. Era la una y media y apenas había parado veinte minutos a almorzar. Se me hizo largo este tramo.

Observé los chalet de la orilla y pensé en cuantas ilusiones puestas en su construcción y cuantas risas en verano habría en la orilla del agua. Los niños se bañarían rodeados de gritos, risas y juegos. Ahora sólo el viento se hacía oír. Un poso de tristeza inundó mi corazón ante la soledad de las casas.

 

Me levanté con pereza y ascendí hasta las proximidades del castillo de  Castrotorafe a medio derruir.

Este castillo se encuentra a unos cuatro kilómetros de San Cebrián de Castro, a orillas del río Esla, con una vista única del embalse del río. Este castillo suele identificarse con la mansión romana Vicus Acuarius, núcleo de población asentado en la Calzada romana de la Vía de la Plata. Ya en época medieval, en el año 1129 se le concedió el fuero de Zamora, llegando a ser una de las más importantes villas zamoranas como capital de la Orden de Santiago en el Reino de León, debido a su enclave de gran valor estratégico al poseer un puente sobre el caudaloso río, nexo de unión fundamental en la época entre Castilla y Galicia. De aquellos días sólo ha continuado las ruinas del castillo. Este enclave fue habitado hasta el siglo XVIII. Fue declarado Monumento Nacional el 3 de junio de 1931.

 

Recordé cuantas luchas y vivencias se desarrollarían entre aquellas piedras. Me dio pena que se encontrara en este estado de abandono un Monumento Nacional, que poco invertimos en los hitos de nuestra historia.

Seguí por camino hasta Fontanilla de Castro. Algunos mastines me ladraron al acercarme a un rebaño de ovejas que descansaban tapándose las cabezas para evitar el sol, que había aparecido definitivamente. Pese al mismo, la temperatura era buena y era agradable caminar entre campos de cultivo viendo los cielos azules y el pueblo acercarse. Fontanilla de Castro se atraviesa por calles asfaltadas y con ausencia de gente. El bar no le localicé y continué la marcha viendo la carretera a la derecha.

 

En algo más de media hora llegué a Riego del Camino. Pegado a la carretera encontré un bar con un coche de la guardia civil de tráfico en la puerta.

El local estaba oscuro pero fresco y una televisión daba el fin del telediario.

- Buenas tardes ¿se puede comer algo?

- Si, siéntate donde quieras. - Me respondió una señora detrás de la barra que charlaba amigablemente con los guardias.

Había cuatro mesas en un local destartalado con las paredes pintadas de azul fuerte y blanco.

 

Solté la mochila en un rincón y me senté en una mesa pegada a una pequeña ventana.

- Te puedo hacer una ensalada y un filete.

- Perfecto, y para beber póngame una clara con limón en jarra grande.

Los guardias estaban en la barra tomando café y charlaban con la señora, mientras que un chiquillo de unos 10 años hacía la tarea sentado en una silla en una mesa cercana. Sus ojos se fijaron en mi y con mucho desparpajo me preguntó.

- ¿De donde vienes?- Con curiosidad hasta en sus ojillos brillantes y vivarachos.

- Hoy desde Zamora.

- Eso está muy lejos. Yo fui con mi padre hace dos semanas. Estuve viendo a mis tías que viven allí, pero fuimos en coche.

- Deja al caballero y no molestes.- Gritó la abuela desde detrás de la barra.

- No se preocupe que no molesta.

Ante mi contestación continuó el interrogatorio.

- ¿Cuanto pesa la mochila?

- Pues no lo se exactamente pero deben ser unos siete kilos.

- No parece mucho, ¿qué llevas?

- Pues el saco y ropa para todo el camino.

- ¿Llevarás comida?

- Pues casi nada, como en los bares y compro como máximo para un bocadillo, un poco de pan y chorizo.

- Pues yo llevaría algo más.

Hablaba conmigo y al mismo tiempo jugaba con una pelota. Esta conversación duró hasta que me sirvió la comida la abuela, que le mandó a la trastienda para que terminara con la tarea.

 

Pregunté por mis amigos vascos y me dijo que habían venido a las dos de la tarde y que se habían ido al albergue.

Yo me encontraba bien y apenas eran las cuatro y media cuando terminé con el café y el orujo reglamentario, así que pregunté donde se encontraba el albergue para saludar a los amigos, y después continuar.

Hacía sol pero corría un aire tormentoso. Fui hasta la casa que me indicaron a través de un típico pueblo castellano con casas de adobe y un sol que derrite la sesera. Tuve que preguntar por mi habilidad para perderme, me dirigieron a la casa de la hospitalera y también alcaldesa, que con gran amabilidad me acompañó hasta el albergue. Allí encontré a Crispín en la cama reponiéndose del ejercicio y a José Manuel charlando con un matrimonio belga.

 

El albergue es la antigua escuela, bastante humilde pero suficiente, cama, agua caliente y estaba limpio.

Insistieron en que me quedara, pero les dije que prefería andar un par de horas más, este pueblo era muy tranquilo y podía aprovechar algo más la tarde. Me contaron que habían ido todo el tiempo por la carretera, evitando dar las vueltas del embalse. Ni se aproximaron al Castillo.

Después de sellar y estar un buen rato con ellos volví al camino. Son apenas seis kilómetros y medio por camino de tierra en parajes muy llanos. Me lo tomé como un paseo, mirando la tierra labrada y con las espigas grandes y próximas a ser segadas.

 

Sabía que la estepa se acababa después de Granja de Moreruela. Esas llanuras infinitas terminaban para dar paso a una zona más ondulada. Había tenido mucha suerte, no había hecho calor estos días. Recordé Extremadura y las calorinas que sufrí.

Parecía lejano y sólo habían pasado diez días. ¡Cuánto había visto!. ¡Cuánto había disfrutado!

También tuve tiempo para pensar en la anterior experiencia en Granja durante el Camino de Madrid (Villalpando - Granja de Moreruela).

 

Fue un rato muy agradable donde mi cabeza estuvo llena de ensoñaciones felices y gratos recuerdos, sin ninguna prisa ni preocupación. Cuando camino sin pensar en el esfuerzo y con la cabeza entretenida las distancias se acortan.

Según llegaba me crucé con un rebaño de más de doscientas ovejas con su pastar sujetando un borriquillo de largas melenas que se sorprendió. No había visto ninguno de este tipo.

- ¡Qué borrico más lanudo! ¿Puedo sacarle una foto?- Pregunté al buen pastor.

- ¿A quién a él o a mi?- Me respondió con una cierta guasa.

Como me pasa muchas veces no me había expresado bien.

- Perdón, me refería al animal.

- Por supuesto que si.

Llegué al albergue y lo encontré transformado, mucho más limpio,  con literas y baño nuevo.

Habían abierto un bar en el mismo edificio que se encargaba del albergue y de cobrar cuatro euros. También daban de cenar. Perfecto para peregrinos cansados.

En el albergue se encontraban una pareja de ingleses jóvenes que hacían el camino andando. Estaban acoplados en la sala grande, así que yo me coloqué en la litera cercana al baño para no molestarles.

 

Me contaron que venían de Sevilla y hoy sólo habían hecho camino desde Riego por que estaban lesionados. Estaban cocinando la cena a base pasta en un camping-gas que llevaban a cuestas.

 Cuantos he conocido en circunstancias similares y que pocos he visto caminando. La Plata está llena de peregrinos poco caminantes.

Me duché y realice la colada de rigor, que pude colgar en unas cuerdas al sol en la parte de atrás.

Me acerqué hasta la iglesia cerrada, por supuesto, y me tomé una cerveza en el bar donde antes se recogían las llaves. Tanto la otra vez, como esta me disgustó que la carretera nacional atraviese el pueblo, lo hace peligroso y ruidoso.

Volví al albergue a cenar en el bar. El tiempo había vuelto a cambiar, hacía un fuerte viento y el cielo se llenó de nubes, amenazaba lluvia.

A las diez estaba metido en el saco, reposando de las últimas etapas por la llanura castellana, mañana me esperaba una zona más ondulada.

 



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El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

Día 11 –  El Cubo Tierra del Vino – Zamora.

Dormí profundamente, como me suele pasar en el camino, el cansancio del ejercicio me amodorra y necesito estar en la cama más horas que en mi vida diaria.

Nos levantamos sigilosamente para no despertar a nuestro amigo alemán, que dormía plácidamente. Recogimos los trastos y terminamos de acoplarlos en la mochila en los bancos de afuera.

Eran las cinco de la mañana y estaba tremendamente oscuro, estuve por decir que se marcharan sin mi, no me apetecía caminar sin apenas ver, pero no me atreví a contrariar a mis amigos vascos, que tanto empeño habían puesto.

El paso era rápido y Crispín no paraba de hablar de lo bueno que era madrugar. No me atreví a contestarle por respeto pues pienso que donde mejor se estaba era en un colchón durmiendo, el hombre no fue diseñado para ver y vivir en la noche. José Manuel enfocaba con la linterna buscando las flechas cuando llegábamos a los cruces y se llenaba de alegría cuando las veía. Era como un juego del escondite de la flecha amarilla perdida. Crispin comentaba que las debían pintar reflectantes para que se vieran en la noche. Tampoco le respondí pero pensé que quién las había pintado sólo podía imaginar un caminante diurno, nunca en lechuzas andantes.

 

 

Durante hora y media sólo pude fijarme en que el siguiente paso fuera correcto y no tropezar en ninguna piedra.

Los kilómetros corrían con rapidez, iban acelerados,  demasiado para lo que me gusta hacer. Lo único que me satisfacía era que llegaría temprano y tendría toda la tarde para visitar Zamora. Ciudad de la que tengo grandes recuerdos de visitas anteriores.

Uno de los momentos más gratos fue ver amanecer sobre estas tierras llanas viendo como el sol iba apareciendo poco a poco en el horizonte. La luz fue tornando desde el rojizo, al amarillo deslumbrante.

Llegamos a Villanueva de Campean a las ocho de la mañana y tuvimos que esperar un rato a que abrieran el bar. Me negué a continuar sin meter algo sólido en las tripas, pese a la oposición de José Manuel.

Un café con leche y unas tostadas con aceite me levantó la moral.

El matrimonio que llevaba el bar nos comentó que cada vez había más gente y es raro el día que no tienen a nadie en el albergue. Estaban contentos por que suponían un ingreso extra para su negocio.

Después de esta pequeña parada de veinte minutos se reanudó la marcha por un camino que iba zigzagueando y parece que elude los pueblos. Comentamos la diferencia con el Francés, que las flechas inequívocamente te llevan a los pueblos, pasando por la iglesia y los bares. Aquí en cambio en cuanto ven un pueblo se busca un camino para alejarnos. Este tramo se hizo pesado, son 19 kilómetros con la única referencia de la carretera de Entrala que se atraviesa hacia la mitad.

El ritmo siguió siendo vivo y para mi agobiante, aunque también me di cuenta que mis compañeros disfrutaban poco del entorno y su perspectiva del camino era la de una carrera de fondo donde era constante el objetivo de llegar al final de la etapa. Todo el tiempo anduvimos por caminos agrícolas anchos y bien cuidados.

A la una ya nos encontrábamos junto al río Duero atravesando el puente que da acceso a la ciudad.

Al cruzar el río vimos al peregrino canario con el que había hablado en Salamanca. Estaba sentado junto a su mochila en un banco. Nos dijo que ayer había andado mucho y llegó a Villanueva de Campean, había dormido sólo en el albergue, y que hoy había venido tranquilamente los últimos dieciocho kilómetros.

Nos miramos los vascos y yo con ojos incrédulos, pero no dijimos nada, pero nuestros pensamientos y sentimientos eran iguales.

El camino sube al centro, concretamente a la plaza del Ayuntamiento. Donde preguntamos por el albergue juvenil. Nos dirigieron por una calle estrecha a través del arco de doña Urraca hasta la calle del albergue juvenil.

Este es un edificio moderno donde unos chavales charlaban al sol sentados en las escaleras.

Nos dieron dos habitaciones, a mi me tocó con el exmilitar canario que estaba haciendo el camino por turismo y que en las ciudades paraba dos o tres días para verlas tranquilamente.

Después de la ducha de rigor nos fuimos a comer a un restaurante frente al albergue. El sitio estaba lleno y el menú fue abundante. La conversación de los cuatro torno alrededor de las experiencias y lugares del Camino. Hablamos de sitios conocidos y de momentos único e irrepetibles.

¿Por qué me gustará tanto hablar de estas andanzas?

Me parece que me voy pareciendo al abuelo batallitas. Me recuerda mucho al sentimiento que se levanta cuando dos hombres se juntas y hablan de la “mili”. Todo son momentos divertidos y tiene un toque de aventura entrañable. Sabemos que no se volverá a repetir y de nuestra cabeza desaparecen los instantes, o días, malos y desafortunados. También es un alejamiento de la realidad que nos facilita las ensoñaciones, sabemos que en casa sigue la rutina y que esto es algo maravilloso y temporal.

 

 

El peregrino siente algo parecido y se recrea en su historia. Los repetidores vamos más allá y repetimos para volver a sentir lo de otras veces, y siempre hay algo que recordar que incrementa la historia.

Después de comer fuimos a una merecida siesta de unas dos horas reparadora del madrugón matutino.

Cuando desperté mi compañero seguía durmiendo. Con sigilo salí a dar una vuelta por el casco histórico.

Visité la múltiples iglesias románicas, bellísimas todas ellas. Me sorprendió lo relajada que se encontraba la gente paseando por las calles peatonales.

Me encontré con los vascos y fuimos a visitar la catedral y los jardines que la rodean. Nos pidieron tres euros por entrar y nos negamos a pagarlos. Alegamos que éramos peregrinos y ni puñetero caso, eran tres euros y no se hablaba más.

Nos conformamos con pasear por los jardines y ver las vistas del río desde la muralla.

Ellos se fueron a misa y como a mí no me apetecía seguí paseando por las callejuelas hasta la hora de la cena.

Esta consistió en un tapeo en uno de los bares del centro con un par de vinos de Toro, fuertes y exquisitos.

Cuando llegué a la habitación. El canario no había retornado. Preparé todas mis cosas para mañana no molestar. Yo madrugaría antes que mi compañero que se iba a quedar un día más. Lo que no haría, aunque me lo pidieron, sería acompañar a los vascos. Iría solo, a mi aire, intentando disfrutar del ambiente. Ellos irían hasta Riego del Camino (unos treinta y tres kilómetros) yo no tenía nada seguro, y según me encontrara haría. Con todo metido en la mochila menos la ropa que me pondría mañana, me fui a la cama de sábanas blancas.

Ya en la cama llegó mi compañero que venía con ganas de charla.

- ¿Qué te ha gustado la ciudad?.- le pregunté.

- Si me ha parecido chiquita pero encantadora. Mañana terminaré de visitarla.

- Ve a la catedral. Hoy no la he visto pero recuerdo que valía la pena. Estuve cuando se celebró la exposición de las Edades del Hombre en la ciudad, y me dejó fascinado.

- Así lo haré.

- He preparado todo para no molestar mañana. Supongo que dormirás por lo menos hasta las nueve.

- Sí, lo de madrugar no lo llevo muy bien. Desde que me jubilé me gusta levantarme a las nueve o las diez y luego acostarme tarde, creo que soy nocturno.

- A mi no me cuesta madrugar siempre que haya dormido lo suficiente. De hecho en el camino duermo ocho o nueve horas mientras que en casa apenas llego a seis o siete. Es una cura de sueño.

- Hombre cuenta el ejercicio que hay que recuperarlo con descanso. Aunque como jubilado no hago mucho ejercicio pero en mi carrera militar había mucho esfuerzo físico.

Seguimos charlando hasta las doce. Me contó sus soledades desde que su mujer falleció, que no se jubiló por su gusto, que se encontraba bien compartiendo con la gente, y una infinidad de cosas que en otras situaciones no me hubiera contado un desconocido. Para mi se convirtió de un extraño a una persona con sus defectos y virtudes, que necesitaba oídos para recibir la voz de sus sentimientos. Pese a la mala impresión inicial esta conversación cambió mi criterio.

Debemos escuchar a los demás antes de juzgar. No siempre un acto identifica la realidad de una persona. Debemos entretenernos en intentar averiguar la realidad y en las sociedades urbanitas no siempre hay tiempo para ello.

Había sido un día acompañado, un lapsus en este camino en el que apenas conocí camineros. Hay que disfrutar las cosas según nos vienen.


 

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

Día 10 – Salamanca – El Cubo Tierra del Vino

Me despertó la chicharra del reloj a las seis y media. Agradable sensación la de estar entre sábanas blancas de una cama, en contrapunto del saco. Con cierta pereza me tiré de la cama para empaquetar los trastos tirados por toda la habitación. Despache con rapidez y me lancé a mi tarea caminera.

 

Las calles estaban medio vacías aunque se veían caras serias de mañana de lunes. Me sorprendió la escultura del toro junto a la plaza de toros.

Caminé junto a la carretera atravesando alguna circunvalación. Frente al campo de fútbol paré a desayunar un rico café con sus correspondientes magdalenas. Mientras, su propietario abría las persianas y colocaba las mesas y las sillas.

- ¿Te ha gustado Salamanca?.- Me preguntó.

- Muy hermosa ciudad donde se tiene que vivir muy bien.

- No está mal, tiene de todo y la gente es tranquila. ¿Tu de donde eres?

- Yo vivo en Madrid, esa si que es poco relajada. Aquí parece que se mueve todo al paso, mientras que allí todo va galopando. Es una locura.

- Si, Madrid es muy grande y con demasiado personal. Tenían que prohibir ciudades mayores de un millón de habitantes. La gente tiene que conocerse.

- Creo que si, pero tendría el inconveniente de no poder pasar desapercibido, que es lo que les gusta.

- Bueno, nada es perfecto, pero prefiero esto que es un punto intermedio.

- Yo también, pero la vida lleva a las personas no siempre donde quieren.

Salí del bar reflexionando sobre las palabras del camarero, pero pronto un camino me sacó de la N-630 encaminándome hacia la primera de las poblaciones del día. Las obras de la autovía estaban a la vista, con sus grandes montículos de tierra.

No se como pero me equivoqué, y terminé encima de la planicie de la nueva vía, sin ver ninguna flecha.

No había nadie a quien preguntar, así que decidí continuar por el terreno allanado un rato. Se veía la 630 acercándome a ella, no me apetecía llenarme los pies de barro y arena.

Hubo un momento que se cortó el terreno de las obras, se veía el pueblo deseado rodeado de campos cultivo. El día estaba despejado, sin apenas nubes, era agradable andar excepto por la ausencia de flechas que me guiaran.

Bajé el terraplén y me vi al borde de una finca de avena que tuve que seguir. Se hundían los pies en los surcos y tenía las botas llenas de chinas. Al mismo tiempo debía tener cuidado de mantener el equilibrio. Poco gratificante tramo.

- ¡Qué facilidad tengo de entrar en líos!

Quizás fue la mala señalización. Lo importante es seguir superando obstáculos que me lleven a destino.

Con esfuerzo llegué al borde de la nacional y tuve que realizar una parada liberadora de chinas y espigas. Los pies y los calcetines lo agradecieron.

Todavía no hacía calor, se llevaba bien el caminar por caminos hasta Castellanos de Villiquera y después a Calzada de Valdeunciel. No podía observar el más mínimo montículo. El horizonte era una línea recta con los campos de cereal acompañándome a derecha e izquierda. Podía ver kilómetros sin árboles. Profunda monotonía que no tenía nada que ver con los días anteriores. Estos campos duros de caminar por el aburrimiento me obligaban a recurrir a mis recuerdos y pensamientos para que las distancias se acortaran. Aún así tuve suerte por no pillarlos en las horas centrales de un día de verano, donde ni los pájaros se atreven a moverse.

Cuando llegué a Calzada de Valdeunciel encontré un bar abierto donde poder sentarme un rato tomando un café, en estas tierras no hay que desaprovechar las ocasiones de darle el gusto al cuerpo,son demasiado escasos. También aproveché para comprar pan recién hecho en una tahona desbordante de aromas. Me encantan estos lugares y me traen recuerdos infantiles de cuando mi madre me mandaba a por el pan y no podía resistir pellizcarlo.

¡Qué maravilloso capricho que me costó más de una reprimenda! Aquí también piqué y media barra cayó a base de pequeños pellizcos. También compré algo de embutido para los casi veinte kilómetros que me quedaban hasta el Cubo.

La chuleta que llevaba me hablaba de un camino paralelo a la carretera, pero la realidad fue carretera y arcén. En una ocasión me aparté hacia unas vías abandonadas que parecían el camino, pero resultaron estar llenas de matorrales, me hicieron imposible el paso.

El monte bajo abundaba con poco arbolado, y bastantes coches y camiones. Las dos primeras horas intenté inhibirme, pero el viento del paso de los camiones me devolvía una y otra vez a la realidad.

Se pasa cerca de la prisión de Topas y a esas alturas ya iba cocido tanto por los pies como por la cabeza. Necesitaba descansar y comer algo. La ausencia de árboles me lo impedían y estuve un buen rato mirando y requetemirando. De repente encontré un camino de chopos pequeños que daban paso a una finca. Sin pensarlo dos veces me metí por él y a doscientos metro me senté en el camino sobre la esterilla, aprovechando la poca sombra de uno de los chopos.

 

Me saqué las botas y los calcetines y comencé el almuerzo.

Se veía en una finca próxima un tractor arando un terreno. Iba y venía constantemente con una monotonía exasperantes por su rutina.

Pensé en lo poco que se cuida al caminante, no se piensa en él cuando se alteran caminos y veredas. Se le obliga a circular por arcenes sin ninguna consideración.

Por aquí el camino marchaba a pocos cientos de metros paralelo a la carretera, ahora estaba ocupado por las obras de la autopista, desbrozando todo lo que pillaba.

Después del “pequeño almuerzo” de mortadela y aceitunas (Capricho de dioses), me tumbé para reposar un poco más. Se veía un cielo azul plagado de nubes que pasaban a toda velocidad. A la sombra se estaba a gusto y los píes eran felices recibiendo un magnífico frescor.

Estando en estas, oí un claxon poderoso y estremecedor, me hizo saltar del susto, era un coche que intentaba pasar y no le dejaba paso.

- Ahí no puedes parar, tenemos que pasar. -Me reprendió con cierto enfado.

Me puse en pie y saqué del camino los bártulos.

- Perdone, es donde había una sombra y no creo que pasen muchos vehículos por aquí.

El coche pasó hacia la finca y yo volví a colocarme aprovechando de nuevo la sombra, todavía me quedaban minutos de descanso.

Con pereza até las botas y cargué la alforja. Ya no podía quedar mucho. Ahora el arcén calentaba más los pies y el cansancio se empezaba a notar.

Sobre la tres de la tarde llegué a destino, por el nombre me parecía que debía ser grande e importante, la realidad es que se recorre en un suspiro, aunque tenga tres bares y un par de bancos.

En el primero de los bares entré y pedí un doble de cerveza con limón.

- ¿Se puede comer algo?.- Pregunté al camarero.

- No tenemos mucho pero un filete y una ensalada si la podemos servir.

- Eso es lo que quiero. ¿El albergue está lejos?

- No, en la iglesia. Pasa la plaza y la verás junto al río.

- Me han dicho que lo lleva un sacerdote con mucho temperamento.

- No, ya no. Le han mandado a una residencia de curas mayores y se ha hecho cargo la mujer del sacristán, bajo el encargo del nuevo curita de Zamora, que no se mete en nada.

El pobre don José era un poco arisco y protestón, aunque bien se preocupó de habilitar espacio al lado de la iglesia para los pocos peregrinos.

 

Llegó el filete y la ensalada y la conversación se detuvo para degustar aquellos manjares.

El local era destartalado con pocas mesas, para lo grande que era. Estaba pintado en azul añil y la limpieza dejaba algo que desear. La luz era abundante y los parroquianos pocos, pero todos conocidos.

- Seguro que vienes de Sevilla.- Me insinuó uno de los clientes que estaba dando cuenta de un copazo de coñac bien servido.

- No, sólo de Mérida.- Dije después de tragar un trozo de filete más perecido a una alpargata.

- Te parece poco, hay algunos que hasta para comprar el pan cogen el coche. Yo de joven si que lo hubiera hecho. Cuantas veces hacía hasta cuatro viajes hasta la finca. Ahora me duelen las piernas a poco que las mueva.

- Y para que quiere usted andar tanto ahora, si todo lo tiene vendido entre su casa y el bar.- Le interpeló el camarero.

- Ya me gustaría moverme como lo hacía, ahora no sirvo para nada.

- No diga eso, que ya es momento que sus hijos se hagan cargo de usted, estaría bueno, toda la vida criándolos y a la vejez que nos tiren a la basura. Tienen que ayudarnos cuando lo necesitamos.

Se notaba cierta tristeza en sus palabras por la vida pasada y por las pocas fuerzas presentes. Me llenó de ternura sus palabras y me recordaron los casos de abandonos de mayores por egoísmos absurdos. Sólo pensamos en nosotros y nos olvidamos de los que nos cuidaron y entregaron todo por nosotros cuando éramos desvalidos. No hay derecho.

Terminé la comida con un café y un pacharan, premio justo por el esfuerzo realizado.

A las cinco de la tarde salía en busca de la iglesia y el albergue. Atravesé la plaza y un poquito más allá me topé con una pequeña iglesia de piedra con un pequeño soportal, con tres puertas. La principal daba acceso a la Iglesia y las otras dos eran habitaciones para peregrinos. Cuando entré encontré el cuarto a oscuras.

- Buenas tardes peregrino.- Oí a Crispín desde la oscuridad.

- Buenas tardes Crispín. Voy a encender la luz por que sino me voy a escorromoñar, no se ve nada.

Con la luz tenue de una vela de sesenta vatios vi cuatro camas con sábanas de distintos colores, era un cuarto pequeño con una ventana cerrada por contraventana de madera.

- Acóplate en esa cama del rincón. La otra está ocupada por un alemán.

- Vale. ¿Qué tal estás?

- Mucho mejor, dopado pero mucho mejor. Hemos salido a las cinco y media y a la una estábamos aquí.

- Puf, seguís corriendo. La etapa de hoy ha sido muy cansada, demasiada carretera para un pobre cristiano.

- Si, las obras han destrozado el camino.- Respondió José Manuel saliendo del baño.- ¿Qué tal estás?

- Yo bien y a ti te veo nuevo después de la ducha

- No creas, el asfalto me ha fastidiado los pies.

Mientras hablábamos saqué el saco y la ropa limpia con intención de ducharme inmediatamente para quitarme el sudor acumulado.

- No te preocupes en hablar con el alemán, es silencioso y extraño. Pese a intentarlo lo único que he conseguido es que me señale la litera. En cuanto al agua solo hay fría. La señora me ha indicado donde esta el calentador, pero cada vez que lo enchufo saltan los plomos.

- Sitio encantador, pequeño, sucio, con colchones con muelles rotos y sin agua caliente. ¡Me gusta el camino y sus sorpresas!

Sin más, pasé a al servicio de azulejos blancos. Tenía una ducha con una cortina sucia y vieja. El lavabo y la taza debían de ser de cuando mis abuelos eran jóvenes, pero cumplían su función.

Con rapidez me coloqué debajo de la alcachofa y di al agua “caliente”, con intención que se produjera un milagro. ¡Inocente de mi!.

El corazón dio un vuelco, pero conseguí que se recuperara poco a poco de la impresión. Una vez mojado cerré la ducha y me enjaboné concienzudamente. Estando aquí, procedí al segundo golpe de agua que me quitara el jabón. Cosa que conseguí pero no sin antes volver al borde del colapso por segunda vez.

Una vez vestido de nuevo, salí a la habitación para tumbarme y recuperarme de la excitación del agua. Pese a la frialdad los músculos lo agradecieron.

Al rato fuimos a tomar una cerveza con limón al bar de la plaza y a echar la quiniela. En este corto trayecto había terminado de ver el pueblo. Lo más bonito, la zona de recreo al lado del río con una fantástica parrilla y una mesas súper apañadas para un día de comida campestre.

Estando visitando la pradera llegó la encargada del albergue solicitándome la “voluntad” de cuatro euros, que había muchos gastos que cubrir. Le comenté lo del agua fría, y me dijo que no sabía que pasaba pues el calentador era nuevo.

 

- Ya puede ser nuevo toda la vida, pero si no contratan más potencia va a estar sin estrenar siempre.

“Me gustó” el acto voluntario del alojamiento. Será pequeño el albergue pero es capaz de mantener todos los gastos de  la Iglesia.  Vimos el libro de peregrinos y pudimos ver que tres o cuatro caían todos los días. Calculamos que unos cuatrocientos o quinientos euros suponía al mes, más que suficiente para la limpieza y el gasto de luz. Que conste que no me quejo, pero por favor aumentar la potencia de la luz para que los sudorosos caminantes reciban una ducha en condiciones y no un ataque al corazón.

Fuimos a la tienda a comprar yogures y magdalenas para cenar y desayunar mañana, en el recorrido de mañana no había posibilidad de hacerlo por lo menos en tres horas.

Crispín aprovechó para sugerirme que fuera con ellos hasta Zamora.

- Así llegarás antes y podrás visitarla tranquilamente.

Me convenció, así que madrugaría más, para hacer 31 quilómetros a toda velocidad.

Dando cuenta de los yogures en la alameda se presentó el alemán con el que pude charlar un rato en mi horrible inglés.

Venía desde Sevilla pero no hacía más de quince kilómetros diarios, quería experimentar la espiritualidad del camino disfrutando de todos los albergues que encontraba. Mañana sólo haría trece, hasta Villanueva de Campean, que sabía tenía algún tipo de acogimiento. En esos momentos llevaba mes y medio de camino, se había entretenido tres o cuatro días en Sevilla, Cáceres, Mérida y Salamanca. No soy nadie pero me pareció un jeta. Tampoco me afectó mucho por que no me interrumpía ni me impedía hacer mi camino.

Cuando anocheció nos volvimos al albergue. Un grupo de cuatro ciclistas se habían acoplado en la otra habitación y trataban de descubrir como iba el agua caliente, que la señora les había dicho que tenía un nuevísimo calentador.

Nos reímos con ganas por su incredulidad, les toco ducha, pero fría, como a todos.

A las diez estábamos en la cama doblando la oreja. Día duro pero que tuvo momentos de disfrute, como todos en el camino.

  


 

Morille - Salamanca

Morille - Salamanca

 

Día 9 – Morille - Salamanca

Me desperté a las siete con los primeros rayos del sol entrando por la ventana. Emprendí sin pensarlo mucho la monotonía mañanera de organizar las ropas y de asearme. Hoy fui rápido y el proceso fue breve, otras veces me cuesta, debe ser por los biorritmos. Sabía que la etapa de hoy iba a ser corta y el turismo mucho, Salamanca bien vale una tarde.

Salí a la calle y estaba muy mojado el suelo pero el cielo despejado y la temperatura buena para caminar.

Hoy era domingo y los bares estaban cerrados hasta más tarde, ni intenté ir a buscar uno. Mi despensa estaba un poco vacía y no me apetecía un desayuno de barritas energéticas, así que trago de agua y en ayunas a caminar.

Al principio pasé por una finca ganadera donde las vacas daban de mamar a su terneros sin preocuparse por mi presencia. Había abundantes encinas que sombreaban la vereda. La luz entre las hojas marcaban un precioso cuadro que me alegraba.

 

Al rato pasé a una pista agrícola recién arreglada donde era fácil el caminar y la vista de un cielo limpio y muy azul satisfacía mi ánimo. No tenía prisa en llegar, nadie me esperaba y sabía que en apenas cinco horas estaría en las calles de la ciudad.

En este tramo encontré a dos parejas que caminaban con pequeñas mochilas como para pasar un día de campo.

- Buenos días caminante.- Me saludó el que parecía mayor.- ¡Que buena mañana para caminar. ¿Estás haciendo en Vía de la Plata?

- Buenos días. Eso estoy intentando, aunque a mi me gusta más el Camino de la Plata.

- Bueno, lo tradicional es el concepto vía, pero cada uno lo puede llamar como quiera. ¿De donde has salido hoy?

- Hoy desde Morille y quiero llegar a Salamanca. ¿Son ustedes de allí ?

- Si, y aprovechamos los días buenos para salir al campo y disfrutar de las dehesas. Aunque nosotros apenas caminamos diez o doce kilómetros. ¿Cuántos llevas desde que saliste?

- No se, salí de Mérida hace unos nueve días. No me importa tanto los kilómetros como empaparme de los paisajes y de los lugares por donde paso.

Estuvimos un rato conversando y me expresaron su deseo de alguna vez hacer el Camino, pero no encontraban el tiempo para realizarlo. Amablemente me indicaron lo que aproximadamente me quedaba y donde se encontraba el albergue.

Reemprendí la marcha por el camino teniendo en el horizonte una pequeña cuesta y sabiendo que después ya vería el destino. Llegué a una planicie donde era posible ver la ciudad en la lejanía. Me crucé con varios ciclistas en su ejercicio dominical, apenas uno se digno a saludarme.

En poco más de cuatro horas llegué a las calles de la ciudad. Se notaba que era domingo, las calles despejadas y tranquilas, las pocas personas que me cruzaba iban con el periódico y el pan. Recordé mis costumbres domingueras cuando estoy en casa y me imaginé en tareas similares. Me sentí feliz de estar en el camino. La paz era reconfortante.

 

Casi sin darme cuenta llegué hasta el río donde vi un quiosco de churros y sin pensarlo mis pies se dirigieron para allá, empezaba a tener mono matutino de cafeína. En una gran sartén aceitosa y humeante una señora extendía la masa de los churros.

- Buenos días, deme un café con leche y cuatro churros.- Pedí de forma automática.

Sin apenas espera me puso un vaso y un platillo con la comanda. Estos estaban calientes y grasientos, quizás demasiado, pero de muy buen comer, tampoco de esto diré nada a mi médico.

Terminado el desayuno crucé el río Tormes por el puente romano. Se veían niños con su bicicletas disfrutando de un magnífico día de final de primavera.

La ciudad despertaba despacio y se notaba el sosiego dominical. Los edificios se mostraban hermosos con la luz matutina.

Sin darme cuenta llegué al museo de la catedral y después al albergue. Estaba cerrado todavía y se veía gente limpiando. Llamé para que me sellaran la credencial, cosa que hicieron en la misma puerta para que no pisara el suelo recién fregado.

Cuando me di la vuelta vi a un peregrino mayor sentado en un banco de piedra. Me acerqué a él y le pregunté:

- Buen camino, ¿estás esperando para entrar?

- Hola. Si, llegué ayer por la mañana y dormí en una pensión, hoy quiero seguir viendo tranquilamente la ciudad, pero antes quiero soltar la mochila. No me apetece pagar otra vez veinte euros por lo que me da el camino de forma gratuita.

- Por el acento diría que eres canario.

- No, nací en Madrid pero desde pequeño llevo viviendo en Canarias.

- Me resulta extraño, no recuerdo haber conocido canarios en el Camino. ¿Desde donde saliste?

- Empecé en Sevilla hace veinte días. Me tomo el Camino con tranquilidad y suelo parar varios días en las ciudades. Me gusta conocerlas despacio. No sé cuando podré, o si volveré a visitarlas. El año pasado hice el del Norte y el anterior el Francés. Para mi el camino es una excusa para hacer turismo.

- Supongo que estarás jubilado, por que tanto tiempo no se puede concebir trabajando.

- Si, trabajé en el ejercito y me jubilaron en el 2005, desde entonces todos los años me vengo un par de meses para conocer la península. Pero no pienses que no camino, yo voy donde me llevan los píes ningún otro vehículo utilizo.

- No te preocupes. Yo pienso que cada uno hace el camino como le apetece. Lo único que me indigna es cuando el albergue está lleno y llega uno caminando, entonces por dignidad creo que la prioridad de cama y alojamiento la tiene este. Aunque en este no es el caso, siempre hay suficientes camas, cuando las hay.

- ¿Tu no te quedas en el albergue?- me pregunto extrañado cuando cargaba la mochila.

- No, hoy me quiero darme un regalo, dormiré en una pensión que no me imponga horarios. También quiero disfrutar de las calles como turista.

Mi intuición me hizo pensar que no debía caminar demasiado pese a sus palabras.

Después de desearle suerte pasé a los jardines románticos del Huerto de Calixto y Melibea. Hermosísimas vistas sobre el río. Me senté en un banco de piedra a deleitarme con la tranquilidad y sentir el placer de unos rayos de sol suaves que me acariciaban la cara.

Cerré los ojos para recrearme en el placer de no pensar en nada y concentrarme exclusivamente en sentir, sin prisas. Me sentía feliz con sólo unas pocas cosas que me permitían ver la vida con otra perspectiva. Nada era más importante que respirar el momento. No quería saber la hora. Estuve bastante tiempo sólo acompañado por algunas parejas de enamorados que paseaban de la mano, contándose sus pequeños secretos de amor.

Con cierta pereza volví a la puerta del albergue, ya abierto. En la puerta estaba una de las alemanas de Fuenterroble.

- Hola peregrina. ¿cómo te va?

- Ah, hola, no te había visto, estaba concentrada en mis cosas. Llegamos ayer y estuvimos visitando la ciudad y mañana nos volvemos. Tenemos las rodillas machacadas y las vacaciones se han acabado, pero muy contentas de haber vivido  estos días.

- ¡Qué pena! Pero espero que volváis para completar lo que habéis dejado a medias.

- No lo dudes, a los alemanes no nos gusta dejar las cosas a medias. ¿No entras al albergue?

- No, hoy prefiero dormir en un hostal para poder visitar tranquilamente la ciudad.

Nos despedimos con un beso y cada uno siguió su camino. Curioso, había conocido a unas peregrinas que no llegué a verlas caminar, siempre en los albergues. Bueno cada uno hace su sendero como quiere o como puede y no somos nadie para juzgarlo.

Di la vuelta a la Catedral y entre por la puerta principal. Hermoso edificio gótico digno de una visita reposada. La altura de sus bóvedas hacen pensar en lo pequeño que somos y la grandeza de la gente que la construyó.

Me senté un rato en un banco a escuchar la Misa que acababa de empezar en una de sus capillas. Los feligreses vestían ropas festivas y yo era un contrapunto con mi camiseta amarilla sudada y mis pantalones piratas rojos. Aún así me sentí cómodo y a gusto.

En el camino siempre me relajo mucho en la tranquilidad de las iglesias y ermitas, es un tiempo de silencio y meditación que me recupera del cansancio y me dan paz interior.

Cuando terminó el culto me quedé sentado oyendo mis pensamientos, es una carga de energía espiritual que me satisface. Me levanté al rato cuando ya no quedaba nadie en la capilla y las luces se apagaron.

Las naves estaban llenas de turistas que observaban las paredes, columnas y bóvedas. Algunos me miraban con curiosidad por mi atuendo y mochila, o por lo menos así yo lo sentía.

Salí y visité la Casa de las Conchas y la plaza Mayor. La calle estaba llena de gente que paseaba en la hora del aperitivo.

Me senté en una terraza a observar pasar a la gente endomingada, que iban tranquilas saludando a los conocidos. La temperatura era magnífica, la atormenta de anoche había atemperado el calor. En estas vi pasar a José Manuel y Crispín.

- Buenos días peregrinos, parecéis turistas.

- Buenos días. ¿Cómo te va?

- A mi bien tomando este sol tan agradable. Hay que disfrutar de los pequeños placeres, y este es uno barato y agradable. ¿Cómo estás Crispín de tu espalda?

- Dopado, pero mejor que ayer. Creo que mañana podré volver a caminar. El médico me ha dado “droga” para tres o cuatro días.

- Ve con cuidado y no fuerces, que no eres un jovencito.

- Si no forzamos, mayores locuras he hecho y nunca me ha pasado nada.

- Ten en cuenta que la edad no pasa en balde.

Tomamos unas cervezas con unas tapas de chorizo salmantino, por cierto excelente, viendo pasar a la gente gozando de su día de descanso semanal.

- ¿Dónde duermes hoy?- Preguntó José Manuel.

- Todavía no lo se, pero me apetece dormir en un hostal donde poderme bañar y no tener horarios. Supongo que utilizaré alguno de las afueras, para ahorrar algo de camino mañana.

- Nosotros dormimos en casa de mi hermano, y ya nos están preparando una paella.

- Disfrutar de la familia y de sus cuidados.

Nos despedimos hasta mañana y seguí perdiéndome por las calles del centro observando a los niños jugar y a los padres charlar sin prisas. Me gustaba el ambiente relajado.

A las tres de la tarde encontré una pensión adecuada y pude soltar la mochila. Me di una reconfortante ducha caliente. No tenía mucha hambre así que preferí una siesta que salir a comer.

Desperté sobre las siete sin sobresaltos, con las piernas y brazos como si me pesaran quintales. Sobreponiéndome me levanté a recorrer de nuevo la plaza Mayor y las calles céntricas.

Estuve cenando en un pequeño restaurante una ensalada y un par de huevos con farinato. Exquisito embutido salmantino, que apenas se conoce fuera de aquí.

Estuve hasta las doce viviendo la solitaria vida nocturna de un domingo. Me encantan las ciudades medianas donde nada está lejos y se puede ir a cualquier sitio caminando.

Me costó dormirme por la siesta, pero entretuve la cabeza en los recuerdos.  

Fuenterroble de Salvatierra - Morille

Fuenterroble de Salvatierra - Morille

 

Día 8 - Fuenterroble de Salvatierra – Morille

 

A las cinco de la mañana fui despertado por mis compañeros vascos que pese al cuidado que pusieron en no meter ruido, no lo consiguieron. Tampoco me importó demasiado, ya llevaba siete horas y pensé que ya no quedaba nadie más, podría seguir durmiendo otro par de horitas. Era noche cerrada y no tenía otra cosa mejor que hacer.

A las siete sonó mi despertador y con cierta pereza abrí los ojos encediendo la luz. La habitación tenía las paredes pintadas con imágenes religiosas. En una de ellas un Cristo junto a un Santiago peregrino. En otra una Virgen con una sonrisa amplia de madre cariñosa. Estas imágenes contrastaban con las viejas camas y los suelos de madera sin pulir.

Era acogedora la habitación, preparada para que el peregrino descansara y pudiera reponer las energías que le llevarán a destino. Recogí mis cosas y, antes de ir al comedor, volví al oratorio pequeño y acogedor para meditar un instante, volví a sentir la paz interna que me proporcionó la visita nocturna de ayer.

Allí sentado, mirando el Cristo, pensé en los maravillosos momentos de los últimos siete días. ¡Sólo siete! Cuantas cosas, personas y momentos. Hoy era sábado, y una semana atrás me encontraba saliendo del Embalse de Proserpina. Me vino a la cabeza los amaneceres en Caparrá, Cáceres y Grimaldo. Los atardeceres mágicos de Caparrá (¡como no!) y el Embalse de Alcántara. Las caras con personalidad y cariño de doña Elena, María, Nekune y José Marí. Las siestas bajo encinas camino de Galisteo y de Venta Quemada. La paz y tranquilidad de todo este tiempo. Los maravillosos cielos estrellados de Extremadura.

Di las gracias por lo vivido hasta ahora y rogué que lo que me deparara el viaje fuera tan bello como lo dejado atrás.

 Salí al comedor con la mochila y me encontré desayunando café y magdalenas a mis amigas alemanas. Me senté con ellas a desayunar mientras que ellas se justificaban conmigo por coger el autobús hasta Salamanca.

No me importaban sus razones, muchos kilómetros, dolores de pies o tendinitis. Lo único que me molestaba era que se iban a perder parte de la esencia de la Vía de la Plata.

Después de tomar un par de magdalenas y un buen tazón de leche con café, salí del albergue con la mochila para iniciar la marcha. El hospitalero, Javier, salió corriendo para darme un par de naranjas y un plátano para el almuerzo.

- Toma esta fruta que el día de hoy es largo. Tienes veintiocho kilómetros hasta San Pedro de los Rozados sin ninguna población. ¿Habrás cogido agua?

¡Qué maravilla de persona que se preocupaba por mi!. Si el hospitalero es así como será la persona que es el alma del hospital de peregrinos.

- Gracias amigo, rezaré por ti cuando llegue al Salvador.- Mientras que le tendía la mano para demostrarle mi gratitud.

Con la fruta en los bolsillos emprendí el camino. Este transcurre en estos primeros kilómetros por un cordal amplio rodeado de fincas enormes de ganado vacuno. Las vallas metálicas me acompañaron hasta el inicio de la subida a Pico Dueñas. Es una explanada enorme donde me sentí pequeño. Ya se nota que el arbolado disminuía. A estas primeras horas la temperatura era agradable pero amenazaba calor. Fueron dos horas cómodas de andar, sin subidas ni bajadas y con las fuerzas intactas.

 

No quería pensar en lo que me quedaba, para no agobiarme. En mi chuleta caminera entre Fuenterroble y San Pedro de los Rozados sólo estaba Pico Dueñas a mitad de camino, ningún pueblo por pequeño que fuera, veintiocho kilómetros de soledad. En la Vía de la Plata las distancias son así, a lo grande. Esta no es la mayor pero si un buen ejemplo. Hay tiempo para meditar y encontrarnos con nuestra realidad. Los toros y las vacas se veían en la distancia pastando tranquilamente, y pasando de mi presencia, estos si que eran bravos.

Después de dos horas empecé a notar que el terreno ascendía y que las encinas volvían a aparecer. Poco a poco fue endureciéndose el terreno, y los pinos aparecían. En el alto se veían molinos de viento generadores de energía. 

Vi la primera cruz de madera de un Vía Crucis peculiar que el padre Blas ha construido con su esfuerzo. Hay algún tramo durillo pero con tranquilidad se sube pegado a una valla de piedra.

El camino al final se convierte en sendero. Los molinillos se van acercando hasta el punto más alto.  Allí solté la mochila y me salté la valla de alambres ascendiendo hasta la cruz, similar a la existente en la Cruz de Ferro. Las vistas eran excepcionales y las distancias sobre la llanura enormes. Me hice una idea de lo que me esperaba el resto del día.

 

Estando allí llegaron cuatro ciclistas sevillanos que venían haciendo el camino.

- Buenos días. ¿Se puede subir?- me grito uno desde el sendero.

- Si, soltar las bicis y saltar el alambre.

Ellos tuvieron alguna dificultad más por sus zapatillas de bicicleta que resbalaban en las piedras.

- ¿De donde venís hoy?

- De Calzada de Béjar.

- Os ha cundido, las once y por lo menos lleváis veinticinco kilómetros.

- Mas o menos lo normal. Solemos hacer unos cien y nos gusta acaba a las cuatro o cinco, para descansar y visitar lo que se pueda.

- ¡Que vistas tan magníficas! Vale la pena el esfuerzo de la subida. ¿Tu donde has dormido?- Me preguntó otro.

- En Fuenterroble.

- Pues tu tampoco lo llevas mal.

- ¿Habéis visto a alguien por detrás?- les pregunté por curiosidad.

- Hoy no. La verdad es que hemos visto a muy pocos caminantes desde que salimos de Sevilla. Yo no podría estar tanto tiempo sin charlar con alguien.

- No creas, yo habló con todo él que puedo, y sino conmigo mismo. Me he encontrado algunas veces cantando a voz en grito y tan feliz. También es cierto que hay momentos, sobretodo cuando estas cansado que es duro y piensas ¡Que coño hago aquí!.

Nos hicimos las fotos de rigor y ellos marcharon, yo me quedé un rato tomando la fruta del almuerzo y deleitándome con el paisaje. Tuve la tentación de tumbarme un rato, hacía buena temperatura por el viento que corría pero se notaba cuando bajara al llano el calor me fustigaría con ganas. Así que, cargue la mochila y emprendí la bajada por el sendero.

Es brusca la bajada y tuve que ir con cuidado pero por suerte es corta, se alcanza la carretera y los árboles desaparecen dando paso a campos de cultivo y de barbecho.

Iba cómodo por el poco tráfico pero molesto por lo duro del asfalto. Así estuve durante cerca de una hora y media. Poco antes de una venta vi una piara de cerdos ibéricos retozando a sus anchas. Los pastores intentaban reunirlos para pasarlos al otro lado de la carretera. Me paré para observar como con barras y carreras los agrupaban. Cuando los tuvieron todos juntos cortaron la carretera y abrieron las puertas. Obedientes fueron pasando al otro lado. Les costó diez minutos la maniobra de cambio de finca. Según llegaban a la nueva corrían hacia los comederos desparramándose con alegría.

El calor ya se hacia sentir de forma bochornosa. Continué por la carretera durante un par de kilómetros donde un camino dirige a San Pedro de los Rozados. Este camino va entre campos de cereal alto y verde, salpicado por alguna gran encina sobre un terreno ondulado. Pese al calor sofocante y el cansancio había hecho aparición la belleza más notable. Parecía un mar verde moviéndose con dulzura y delicadeza. Tuve que recurrir al pañuelo para refrescar la nuca y evitar la insolación.

 

Llegué a San Pedro a la una y media, parecía un pueblo abandonado de gente, aunque en sus casas se olfateaba las comidas de sábado y los ruidos de cacharros. Pregunté a un chaval por el bar.

- Sigue adelante por aquella callejuela.

Tras callejear llegué a un local medio vacío.

- Buenas tardes. ¿Me puede dar una cerveza con limón?- Pedí con la boca seca.

- Buenas tardes.- Me respondió una camarera rellenita y con una sonrisa preciosa.- Ahora mismo te la sirvo.

- ¿Tienes algo de comer?

- Si, siéntate en la mesa que quieras que enseguida te llevo la carta.

Solté la mochila en un rincón del local vacío pero lleno de mesas y sillas.

- Tenemos arroz a la cubana o ensalada y de segundo filetes de lomo con patatas o pescadilla rebozada.

- Tomaré el arroz y el pescado. También tráeme una botella grande agua.

Era el único cliente de un negocio familiar donde la madre y sus dos hijos atendían el bar. Con prontitud y diligencia me fue trayendo las viandas.

- ¿Hoy te quedas en el albergue?- Me preguntó la muchacha con curiosidad e interés de tener un cliente para la cena.

-  No voy hasta Morille, que me esperan unos compañeros.

- Allí no hay de casi nada y el albergue es muy pequeño. El de aquí es mucho mejor.

- Es pronto para parar y así adelanto camino, que mañana llego a Salamanca y quiero visitarla con tranquilidad.

El arroz con huevo y tomate frito era abundante y se podía comer con gusto. Mientras comía fueron entrando cuadrillas que pedían café y copas, se iban acoplando en las mesas hablando a gritos. Era la hora de la partida.

El chaval les daba mantel y cartas, jugaban al tute y al mus. Discutían y presumían de lances anteriores. Las voces y risas llegaron a ser ensordecedores cuando me puso la pescadilla. Me rodearon los paisanos y de estar vacío se llegó al overbooking.

Oía conversaciones por todos lados con gritos y retos, me sentía incómodo, me había acostumbrado al silencio y al murmullo del aire. No era capaz de concentrarme en nada y la cabeza me tronaba. Lo más rápidamente terminé y dejé libre la mesa. Fue ocupada con premura por una cuadrilla de amigos. Pagué en la barra y salí a la calle que permanecía desierta. Me encantó volver a disfrutar del silencio.

Salí por una carretera que accedía a la N-630 y nada más cruzarla un camino de tierra me alejó de ella. De nuevo los campos de cereal me rodeaban y la tranquilidad volvió a mi cabeza. Me encontré de nuevo bien deleitándome con el paisaje.

El calor apretaba y era pegajoso, las nubes inexistentes por la mañana fueron apareciendo poco a poco. Iba admirando un precioso cielo azul intenso con nubes algodonosas que se movían a gran velocidad. Sus formas redondeadas y voluptuosa parecían esculturas de Botero. Ensoñaba equivalencias con figuras mutantes. A veces caras, otras cuerpos y algunas veces cosas. En Castilla los cielos llenan el paisaje hasta el horizonte, no hay montañas ni árboles que se interrumpan las continuidad.

  

Es una tierra esteparia con una belleza dura y sobria. Estoy convencido que el territorio influye en el carácter de la gente. Por aquí la forma de hablar está libre de retórica, todo es estricto y severo. Se ahorran palabras y elementos banales, como las economías que estan acostumbradas a la austeridad. Todo aquí es extremo, grandes calorinas bajo un sol abrasador e inviernos duros con grandes heladas.

Pensando en estas cosas llegué a Morille sobre las cinco de la tarde. Pueblo pequeño que me recibió con un parque infantil con dos o tres niños jugando con la bicicleta.

- ¿Dónde está el albergue?.- pregunte a uno de ellos.

- Detrás del ayuntamiento. Si quiere le acompaño.- me dijo el chavalín de unos diez años.

Su tono de respeto me deprimió al enmarcarme en una edad muy lejana a la suya. No me consideraba un igual. Me agrupaba con los mayores. Muchas veces pocas palabras nos afectan emocionalmente al colocarnos frente a la realidad.

- ¿Tu eres de aquí?

- No, yo nací en Salamanca y vivo allí, pero venimos los fines de semana y en el verano para estar con el abuelo.

- ¿Te gusta el pueblo?

- Sí porque me dejan estar en la calle jugando, en casa siempre me obligan a estudiar y no me dejan salir solo con los amigos.

Era feliz con la libertad de ir y venir sin control paterno. Recordé mi niñez, cuando mi ciudad se parecía a este pueblo, vivíamos en la calle sin miedos, en pandillas jugábamos en el parque . Las andanzas y trastadas eran constantes. Considero que de chaval fui bastante libre en cuanto a la movilidad, en otros aspectos la represión era más fuerte que hoy. Mentalmente me remonté a mi niñez.

- ¿Ve el ayuntamiento? Pues en la calle de atrás está el albergue.

- Gracias por acompañarme.

Antes que terminara de hablar ya estaba con su bici volviendo a toda velocidad.

Llegué hasta la puerta y vi sentado en un peldaño a José Manuel.

- Buenas tardes ¿qué tal el día?

- Un poco pesado, pero ha habido dos o tres momentos inolvidables, ¿y vosotros?

- Hemos llegado a la una con Crispín bastante fastidiado de su espalda. Ahora está durmiendo.

El albergue era pequeño, dos literas y una cama individual, junto con un baño con plato de ducha. Apenas veinticinco metros cuadrados. Eso si, estaba limpio y reluciente.

 

Solté la mochila en una de las literas y salimos a la calle para no molestar. Me contó que los últimos kilómetros habían ido muy despacio, Crispín se retorcía de dolor. Le dije que ya no eran tan jóvenes y que debían tomar el Camino con más calma. Habían decidido que Crispín fuera esta tarde a Salamanca y que mañana descansara para intentar reponerse. Unos familiares de José Manuel vendrían de Salamanca para buscarle y llevarle hasta el albergue.

Después de reposar un rato, pasé a la habitación para ducharme y cambiarme de ropa. El agua caliente de la ducha es un reconstituyente único, sobretodo si en los últimos momentos se estimula al cuerpo con el agua fría.

Cuando salí Crispín se había despertado y seguía con molestias. Estaba deprimido pensando en volver a casa si no se reponía. Tanto José Manuel como yo le animamos y le aconsejamos un día de reposo. Las lesiones y sobrecargas que produce el camino en muchas ocasiones se recuperan con un simple día de tranquilidad. Además esta vez llegando a una ciudad grande como Salamanca puede servir para hacer un poco de turismo que nos recupere.

Estando en estas llegaron los familiares de José Manuel y se marcharon todos al poco rato, dejándome sólo en el albergue. Magia de la Vía de la Plata, hoy tendría una habitación y un albergue para mi solo. No habría molestias de plásticos ni despertadores inoportunos.

Me di una vuelta por el pueblo medio abandonado. Daba pena ver casas de adobe con los techos caídos donde las hierbas crecían descontroladas. En ellas había habido familias que las utilizaron durante muchos años y ahora se venían abajo por el abandono y la emigración.

También había chalet cerrados de vecinos que se resistían a abandonar sus raíces y querían demostrar lo bien que les había ido en ciudades lejanas, para envidia de vecinos. Nuevas pero con la falta de la viveza de las añejas.

A las siete y media me acosté un rato en mi habitación particular para que reposaran las piernas. Me quedé dormido envuelto en un silencio maravilloso. Soñé con los campos de cereal verde y bamboleante por efecto de la suave brisa, mientras que veía pasar las nubes a toda velocidad mostrándome las caras de mis seres queridos. Estas me aconsejaban prudencia y paciencia, no querían, y yo tampoco, que el tiempo pasara, debía vivir el momento y disfrutar al máximo de la situación.

A las nueve y media me desperté con hambre y decidí ir al bar a comer alguna cosa. Fui despacio disfrutando del atardecer de colores rojizos y de las nubes grises y amenazadoras. Era una fusión de colores que fascinaba.

 

El bar estaba vacío, el propietario un campesino que se ganaba un sobresueldo con este local viejo y destartalado, tenía las mesas de madera con una patina de grasa de los muchos dedos que habían reposado en ellas. La luz era opaca y no hacia daño a los ojos, daba un ambiente hogareño. La televisión encendida con un partido de fútbol, como no.

- Buenas noches. ¿Me puede hacer un bocadillo de algo?.

- Por supuesto. Tengo embutido y si le apetece le puedo hacer uno de tortilla.

- Bien, eso está bien. Bocadillo de tortilla con jamón y un tercio de cerveza.

Me dejó solo en el local mientras preparaba las viandas. Me entretuve mirando la fotografía aérea del pueblo e intenté colocar el ayuntamiento, la Iglesia y el camino de salida del día siguiente. La tarea fue fácil, apenas cuatro calles irregulares.

Apareció el propietario con media barra de pan ancho, todo un bocadillo.

- ¡Vaya flauta! Me hubiera conformado con la mitad.

- Tiene que reponer fuerzas que el camino es largo.

Me senté en una mesa a dar cuenta de la comida.

- ¿Qué tal se vive por aquí?- Pregunté para entablar un poco de conversación.

- Bueno, no está mal, cada vez más gente mayor y menos niños, pero al estar cerca de Salamanca los fines de semana aumenta la juventud. El no tener escuela nos ha fastidiado bastante.

- Pero he visto unos cuantos niños esta tarde jugando en la plaza.

- Si pero son de un par de familias que vienen los fines de semana. El resto somos la mayoría jubilados.

- Pero se ven las calles muy arregladas.

- Si, hace unos años la Diputación arreglo todas las calles, y la verdad es que se agradece, antes algunas eran barrizales en cuanto llovía.

Estando en estas entró un abuelo con su bastón de madera. Tenía unos ojillos azules tremendamente expresivos que acompañaban una cara arrugada, se notaba una vida al aire libre.

- Buenas noches Pascual y compañía. ¿Cómo va el Madrid?.

- Sufriendo para empatar, este año aburren hasta las ovejas.

- No me mentes a esos animales bobos de cuatro patas, después de tantos años de pastor le he cogido manía. ¿Has visto a Juan?

- Estuvo un rato por aquí esta tarde, pero antes del partido se fue a casa.

- Quiero cerrar cuentas del rebaño. Me las lleva desde hace un par de años.

El camarero le sirvió un chato de vino y de un solo trago lo dejó tambaleándole.

- ¿Mañana lloverá?- le pregunté al pastor, sabiendo que muchos de ellos tienen conocimiento popular de meteorología.

- Yo creo que caerá esta noche una buena tormenta, ya se está nublando y esta tarde he visto bandadas de pájaros volando haciendo círculos, y eso no falla, lluvia segura.

- ¿Cómo sabe eso?.- Pregunté con curiosidad.

- Muchos años sin otra cosa que vigilar las ovejas y mirar el cielo. Aunque en los últimos años las rodillas son mejor termómetro. Cuando me duelen cambio de tiempo al menos durante una semana, y hoy ha empezado a molestar.

- Entonces mañana lloverá.- Intenté confirmar.

- No, pasado empezará a cambiar.

Me hizo gracia el saber popular basado en la observación y en la tradición. Terminé de cenar y marché hacia el albergue mirando las nubes oscuras que amenazaban agua, el pastor iba a tener razón.

  

Me acoplé en la cama y en un suspiro quedé profundamente dormido. No me dio tiempo ni a recordar la etapa.

El cansancio es un buen antídoto contra el insomnio.

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra

Baños de Montemayor - Fuenterroble de Salvatierra

 

Día 7 - Baños de Montemayor – Fuenterroble de Salvatierra

 

Sueños tranquilos y profundos a través de montes ondulados y floridos, me ocuparon toda la noche. Me desperté sin sobresaltos con la conciencia segura de haber descansado. Tenía en la cabeza las caras y gestos de las personas que estaba conociendo.

Di la luz de la lamparilla que tenuemente iluminaba una habitación pequeña de paredes blancas, decorada sobriamente. Mis cosas desparramadas entre el suelo, la silla y la mesa. De los apliques colgaban sendas perchas con las camisetas de la marcha, improvisados tendederos de peregrino austero.

Me estiré un par de veces bostezando sin inhibición, intentando recuperar la fuerza y la voluntad de tirarme de la cama mullida.

Con  algún esfuerzo mental, más que físico, me senté en la cama restregándome los ojos que se resistían a permanecer abiertos.

Eran las seis y media, había dormido más de ocho horas como si de un minuto se tratase, cuando habitualmente con seis tengo bastante. Es uno de los placeres de caminar durante el día y olvidarse del stress de madrugones laborales.

 

Me vestí con parsimonia y antes de calzar las botas coloqué lo mejor que pude la mochila, y las ropas tendidas y ya secas.

Abrí la ventana, vestida de visillos con una cierta mugre, y noté el aire frío de la mañana sobre mi cara. Se veía un cielo vestido con algunas nubes grises sobre la montaña. Eso me deparaba esta mañana para abrir boca, una subida que me acercaría al cielo. Decidí ponerme el polar por primera vez en el camino. La calle apenas iluminada por pequeñas farolas que daban una luz raquítica y melancólica.

Me comí una naranja y un par de galletas, restos de la cena de ayer, dudaba mucho que hubiera algún bar abierto estando en las afueras del pueblo y no me compensaba volver al centro.

Tras pasar por el baño salí a la calle solitaria con una cierta pereza. En vez de ir a buscar las flechas que se encontraban en el centro continué la calle hacia arriba, como me dijo el buen hombre de la oficina de turismo. Tras un zig-zag sobre la acera  encontré la calzada romana y la primera flecha del día. Eran las siete de la mañana, y comenzaba a amanecer.

Me costó iniciar la ascensión suave y constante, tenía falta de costumbre de repechos matutinos. Se notaba el cambio de tiempo y la altura, no estorbaba el polar. A mi cabeza volvieron los esfuerzos de los esclavos que construyeron piedra a piedra este camino milenario que sirvió de comunicación entre dos asentamientos romanos. Cuantos años tardarían en terminar esta fantástica obra de ingeniería sin la maquinaria que soporté ayer. Intenté imaginar las herramientas y máquinas que utilizaran. Llegué a la conclusión que su mayor fuerza fue el músculo y la inteligencia de un pueblo que llegó a dominar todo el Mediterráneo y gran parte de Europa.

 

Al poco ya sudaba por el esfuerzo. Aproveché una cruz de piedra para tomar aire y observar el valle que se me mostraba entre dos luces. No pude por menos que esforzarme en retener aquel paisaje lleno de tonalidades verdes donde el hombre vivía manteniendo un cierto orden con la naturaleza. Me sentí feliz y contento, terminaba con unos días fantásticos por campos preciosos y este me regalaba una última visión de postal durante el amanecer. Sabía que Castilla se me presentaría en momentos llana y árida a diferencia de los alucinantes encinares extremeños.

 

Miraba el paisaje y distinguía las últimas luces de Montemayor como un pequeño belén bajo mis pies.

Las lágrimas me llenaron los ojos viendo la plenitud del mundo y me revelé contra las agresiones que sufre, como esa autovía desbrozadora y transformadora de esta maravillosa realidad. Pese a todo estaba muy feliz y agradecido por lo que se me mostraba.

Continué la subida despacio observando cada árbol, flor y piedra para retener más vivamente el recuerdo. Llegué hasta una fuente donde bebí un buen trago de agua fresca de montaña, recuperé el aliento y eché una última mirada al valle.

Después llegué a la N-630 y a la señalización del Puerto de Béjar. Una gasolinera me dio la oportunidad de tomar un café de máquina que me alivió del mono de cafeína matutino. Fueron apenas cinco minutos, no quería entretenerme.

Durante un par de kilómetros anduve por el arcén. El paisaje estaba rodeado de pequeñas montañas donde los prados y los árboles se entremezclaban. Los castaños y los robles abundaban decorando los campos delimitados por muros de piedras añejas y llenas de musgo. ¡Qué paisaje tan distinto pero que bello! Aquí a la vista se la prohibía ver el horizonte.

Una flecha y un letrero que anunciaba la Calzada de Béjar me sacó del asfalto para adentrarme a un camino de ensueño en medio de un castañar. El suelo tenía las hojas secas mojadas por el rocío de la mañana, en esta primavera tardía. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas dando color a mi ánimo y mucho romanticismo a mi corazón.

 

Respiraba profundamente intentando llenarme de la pureza del entorno y disminuyendo el paso para llenarme de él. Vi una valla y la tentación pudo conmigo. Solté la mochila y me senté sobre ellas a mirar, oír y sentir. Los pájaros revoloteaban entre los troncos llenos de hiedra jugando felices detrás de sus amadas, sus sentidos también se despertaban saludando al nuevo día.

Solo llevaba hora y media y ya había parado tres veces, pero valía la pena detenerse para disfrutar de lo que se me ofrecía.

Continué despacio y con pereza de alejarme. El camino continuaba ahora ya en un fuerte descenso hacia el río, acompañando y pisando de nuevo la calzada romana. Terminé la bajada pasando por el puente de la Malena sobre el río Cuerpo de Hombre, curioso nombre. Aquí abunda el arbolado de ribera, sauces, chopos, avellanos, fresnos, cerezos y nogales, que decoran el trascurrir agreste del río entre grandes piedras de redondeadas formas por el fluir del agua durante miles de años. Aquí el agua esta límpida y pura a diferencia de unos kilómetros adelante, cuando pase por Béjar, que la industria del hombre se empeña en contaminar.

Nada más pasar el puente, tres miliarios con inscripciones se nos aparecen como marcadores de esta ruta romana.

El camino se convierte en cañada real delimitada por una pequeña carretera y las fincas valladas. Cómodo andar pensando en lo recorrido y en la belleza regalada como entrada a Salamanca.

El entorno, ya más abierto de arbolado, permitía oler las florecillas que acompañaban mis pasos completando el paisaje de entresierra típico de esta región.

Sin darme cuenta llegué a Calzada de Béjar, hermoso pueblo de montaña que nos regala un albergue con unas vistas maravillosas. La próxima vez no pararé en Montemayor y reposaré mis huesos en este humilde lugar de acogida donde sus gentes muestran su hospitalidad, con el Alba Soraya. Graciosa figura de peregrino dibujado sobre sus paredes.

 

Eran las 11 de la mañana y el estómago reclamaba alguna atención. Me senté en una silla a la entrada del albergue y me dispuse a tomar unas tristes galletas a falta de alimento más contundente. Aunque poco sustanciosa el placer de la observación de los montes compensaba.

 Desde este mirador de la sierra se pueden ver los prados verdes y los bosques de robles inspirando paz y tranquilidad. El sol comenzaba a levantar entre las montañas y la nubes, pero no calentaba como para quitarse el polar.

Cerca de media hora estuve reposando y con pocas ganas cargué la mochila para continuar. Pasé por la calle principal con casas de piedra y balcones adornados con tiestos llenos de flores.

Me crucé con un par de personas que barrían la puerta de sus casas con esmero. La tranquilidad era predominante en este pueblo serrano.

Nada más salir cogí otro camino agrícola. La serranía se suavizó y los campos de cultivo abundaban. A dos kilómetros del pueblo pude observar como una avioneta de aeromodelismo volaba haciendo filigranas en el aire, e interrumpiendo el silencio con el ruido de un motor revolucionado. Un señor con el mando de control era el artífice del alboroto.

-   Buenos días.- le dije cuando estaba a su lado.

  

Me miró rápidamente y ni siquiera me saludo. No debía tener muchas ganas de charla, o estaba tan concentrado que no quería ningún despiste.

El avioncito iba, venía, subía y bajaba. Cuando estaba más cerca de mi era ensordecedor y rompía la armonía natural. Durante doscientos metros seguí viendo sus piruetas para después poco a poco retornar al silencio reparador. Muchas veces no comprendemos ni respetamos a los demás.

Durante dos horas estuve tranquilo por este camino. Alguna encina rompía la monotonía, pequeños montes se perfilaban en el horizonte. Después del hermoso paisaje de la mañana este parecía anodino, pero solo era apariencia pues siguía siendo agradable.

Ya veía Valverde de la Casa cuando oí por la espalda una voz que me hizo volverme. Eran mis amigos los vascos, que venían rápido como suele ser su costumbre.

-   Buen camino, peregrino.- Me dijeron cuando estaban a mi altura.

-   Buen camino amigos. ¿Qué tal vais?

-   Hoy bien, aunque la subida ha sido dura. Hemos salido de Aldeanueva a las cinco y media.

-   Puf..., madrugáis demasiado, un día ni os vais a acostar.

-   Ya sabes que nos gusta madrugar y hoy era una etapa de cuarenta y no podíamos remolonear.

-   Yo también he salido pronto, pero ya eran las siete y alguna luz había. ¿Qué tal estas de la espalda?.- pregunté a Crispín.

-   Bueno, bastante bien, apenas me ha molestado, ¿y tu?.

-   Yo bien, ya sabéis que me gusta ir despacio y andar todo el día. No esperaba que me alcanzarais, pero haciendo etapas de cuarenta no me extraña.

Conversando llegamos a Valverde. En la fuente nos detuvimos un momento a beber y llenar las botellas de agua. Yo de buena gana hubiera parado un rato más pero me apetecía charlar un rato.

 

Cogimos por una carreterita secundaria con muy poco tráfico. Me contaron lo cansados que llegaron a Aldeanueva, que en Caparra no pudieron coger agua por que habían llegado antes de las diez de la mañana y estaba todo cerrado. Me comentaron el tiempo que habían empleado pero nada del paisaje, ni de los bellos prados y encinares. Llevaban tres días a una media de cuarenta kilómetros. No me extrañaba nada que Crispin con sus setenta y tantos estuviera dolorido.

A mitad de camino a Valdelacasa estuve tentado de pasar de ellos, las ganas de charla me saturaba y a su ritmo era incapaz de concentrarme en el entorno, todos mis esfuerzos iban a mantener el ritmo. Esto no me agradaba. Fueron apenas cuatro kilómetros pero que apenas disfruté. Así las cosas llegados al pueblo les dije que me paraba a comer. Ellos dijeron que preferían continuar, que nos veríamos en el albergue. Esta es una de las ventajas del camino cuando se va solo, que puedes decidir tu ritmo y paradas sin ningún tipo de compromiso.

Era la una y media y se veía el pueblo sin gente. Sabía que había un centro de mayores con bar. Vi a una señora a través de una ventana y sin encomendarme a nadie toqué con los nudillos para llamar su atención.

-         Buenas tardes, perdone si la molesto.

-         Buenas tardes, no te preocupes. – Me dijo con una sonrisa sobre una cara llena de arrugas que identificaban a una persona curtida por el sol.

-         No he visto a nadie y al verla no lo he dudado. Estoy un poco perdido y no se encontrar el bar. ¿Podría indicarme por donde debo ir?

-         Espera un poco que te acompaño, ahora iba a ir para allá.- me dijo con gran afabilidad.

Era una casa de gruesos muros pintados de blanco y con los cercos de las ventanas y las puertas en azul añil. Se abrió el portalón y salió la señora con un bastón y un mandil puesto.

-         No se tiene que molestar, me basta con que me diga como ir.- Le dijo con cierto remordimiento por haberla sacado de su casa.

-         No te preocupes, así puedo apoyarme en ti. ¿Vienes de Sevilla?

-         No, sólo desde Mérida.

-         Ya es bastante, con el calor que ha hecho estos últimos días.

-         Si, es duro pero vale la pena. Extremadura es una preciosidad.

-         ¡Qué me vas a decir a mi! De joven iba a segar a principio de junio y según iba pasando el verano me subía hasta el norte de Zamora. ¡Cuánto calor he pasado en mi vida!

-         Vida dura y sacrificada.

-         Si hijo, muy dura y mal pagada, pero teníamos que hacerlo para sacar para el invierno. Aunque también teníamos momentos felices.- Se iba apoyando en el bastón pero sus ojillos brillaban con añoranza del pasado.- Marchábamos la cuadrilla con una mula y dormíamos muchas veces al lado de las fincas, para nada más amanecer emprender la faena. Los patronos nos proporcionaban la comida. La mayoría de las veces arenques, tocino y maíz de almorta. ¡Eran otros tiempos!

-         ¿Parece que los hecha de menos?

-         Ahora se vive mejor, donde se va parar. Pero tenía juventud y muchas ganas de vivir. Buenas fiestas nos montábamos a la vuelta al pueblo.

Tenía ganas de hablar la señora y a mi no me molestaba su conversación.

-         Recuerdo que en una de ellas conocí a mi marido, que Dios le tenga en su gloria. Era de Valderroble y vino al baile de septiembre, después de la cosecha. Nos enamoramos y en dos años ya estábamos casados y esperando a Manoli. Todo eran escaseces y necesidades pero teníamos ganas de vivir, que ahora ya me empiezan a faltar.

La añoranza se convirtió en un reflejo furtivo de pena y tristeza. Iba despacio y renqueante.

-         ¿Vas para Santiago?- me preguntó.

-         Está vez no, pienso llegar a Oviedo.

-         Eso está muy lejos para ir andando. ¿Seguro que lo haces por alguna promesa?

-         La verdad es que lo hago para conocer sitios, lugares y personas como usted.

-         ¡Va! Si yo no tengo ningún misterio. Sólo una vida de trabajo y sufrimiento, pero eso no tiene ningún atractivo.

-         Se equivoca, usted tiene mucho interés pues almacena el conocimiento de la experiencia. Es muy difícil en las ciudades pararse a escuchar la voz de la gente mayor. No sólo los estudios y el dinero dan el conocimiento de la vida. Usted tiene mucho conocimiento y, para mi, es sabia.

-         Vida si que tengo mucha, he visto demasiadas cosas, buenas y malas.

Sin querer llegamos a un local y nada más entrar una muchacha se dirigió a ella diciendo:

-         María, que bien acompañada la veo.

-         Te traigo a este mozo que quiere comer.

-         Eso está hecho, ya sabes que aquí nadie se va con hambre.

Me hizo subir a la planta alta donde había un comedor con la televisión bastante alta y la cocina al lado. Me hizo sentarme en una mesa frente al televisor en un salón sin gente. Comí tranquilamente una ensalada y unas patatas con bacalao. Durante todo el tiempo estuve sólo sin más compañía que las noticias. Después baje al bar a tomar mi dosis diaria de cafeína. Ya María había marchado y charlé con la muchacha.

 

-         Agradable señora María.

-         Sí que es buena y con una vida muy dura. Ahora está sola, su marido y su hija se mataron hace años en un accidente. Siempre está haciendo favores y todos la estimamos en el pueblo, la queremos como a nuestra abuela. En su casa siempre hay alguna vecina ayudándola. Se hace querer.

Después de pagar, menos de lo que esperaba, cargué de nuevo la mochila y reemprendí el camino por una carreterita rodeada de árboles, muy agradable de disfrutar. No tenía prisa, apenas quedaban ocho kilómetros. El tiempo estaba nublado pero no amenazaba agua, de momento.

Volví a sentirme a gusto caminando en soledad, podía pensar en el encuentro con María. El entorno me ayudaba con un paisaje ondulante y fácil de llevar. Observaba las hierbas y las flores que me saludaban a mi paso. De lejos se ve el pueblo y me aproximé a él sin ganas de llegar.

La torre de la iglesia es la que marca hacia donde ir, se atraviesa el pueblo con un par de bares y alguna tienda.

A la puerta del albergué estaban sentadas tres peregrinas que me saludaron con una sonrisa. ¡Qué novedad, gente nueva que parece que camina! Estaban tomando un tentempié de bollos caseros.

-         Buen camino peregrinas.- Dije con ganas de charlar.- Hay sitio para un caminante cansado.

-         Si, puedes pasar, hay muchas camas.- Me respondió una de ellas con un fuerte acento alemán.- No creo que se llene esta noche.

-         Gracias, pero antes prefiero sentarme un rato con vosotras. ¿De donde venís?

-         De Calzada de Béjar.

-         He pasado por allí esta mañana y me ha parecido un buen lugar donde pasar la noche.

-         Muy agradable el lugar y la hospitalera. ¿Toma un bollo si quieres?

-         Gracias. ¿Han llegado unos españoles?

-         Si, están durmiendo. Uno de ellos venía cojeando.

-         El pobre está sufriendo una lumbalgia desde hace un tiempo. – El bollo era compacto y costaba tragarlo, tuve que aplicarme al botijo cercano.

Ellas me miraron con curiosidad cuando me vieron levantarlo dejando caer el chorro de agua sobre el gaznate. Comenzaron a reírse y a comentar algo en alemán.

-         Nos reímos de cómo bebes, habíamos visto el recipiente pero no sabíamos para que servía.

-         Intentarlo, es muy refrescante, sobretodo cuando no lo haces bien y te bañas.

Dicho y hecho, cogieron el blanco botijo y con suavidad fue levantándolo, pero con tan poco tino que la mitad entró y la otra mitad rodó por su cara, también se atragantó y las toses aparecieron. La carcajada fue automática por parte de sus amigas.

-         Es más difícil de lo que parece.- Se justificó secándose.

Las otras también probaron, con efectos similares, hasta que poco a poco fueron aprendiendo chupando del pitorro. Quedamos para cenar en el restaurante.

Pasé al albergue y me quedé maravillado. Todo él tenía en las paredes pinturas religiosas relacionadas con el camino. El autor era un auténtico artista. Me recorrí todo el albergue fascinado por las reminiscencias jacobeas, hasta que llegué a la habitación donde estaban los vascos. Estos estaban durmiendo plácidamente y preferí no despertarlos. Solté mis trastos sobre una cama y marché a la ducha reconfortante, y a la colada de rigor, la ropa olía a tigre.

 

Cuando volví,  ya estaban despiertos, comentamos los sucesos del día y las diversas anécdotas hasta la hora de la cena, que vinieron las alemanas a buscarnos.

Antes de ir, preguntamos a Javier el hospitalero si veríamos al padre Blas. Nos dijo que hoy había marchado a Salamanca y que no volvería hasta el día siguiente por la tarde. Me molestó bastante no poder saludar a este gran hombre que ha construido un hospital de peregrino magnífico sólo con su esfuerzo y sacrificio.

Esta cena multitudinaria, seis personas, en este camino solitario fue una novedad y una alegría. Esta consistió en spaghettis y huevos con farinato, con muchas risas y buen humor.

Cuando terminamos nos acercamos a la iglesia y amablemente el sacristán nos la iluminó. Nos dio todas las explicaciones que le pedimos. Curiosas imágenes de madera que el padre Blas trae de su pueblo en Cantabria. Son elaboradas por un artesano jubilado que es todo un artista de la madera, sabiendo dar sensibilidad humana a trozos de madera inerte.

 

También es muy curiosa la muestra de cómo construían las calzadas romanas los esclavos y la habilidad de los ingenieros de la época para que estas perduraran.

Estuvimos un buen rato sentados al fresco de la noche tomando una infusión, la noche era fresca pero las lenguas estaban vivas para comentar las vivencias de este micro-mundo que es la Vía de la Plata. Antes de acostarnos pasamos un rato con Javier en el pequeño oratorio lleno de espiritualidad. Me impresionó la gran cruz formada por el tronco seco de un árbol, donde  dos de sus ramas eran los brazos. La rugosidad y aspereza del tronco revivió en mi la dureza de la vida y la entrega de nuestro Señor.

Con el espíritu en calma me metí en la litera y caí en los brazos de Morfeo en menos que canta un gallo.

 

Una etapa preciosa, con un fin maravilloso en un lugar hospitalario donde me sentí como en mi casa. Gracias padre Blas, gracias María, ..., gracias Santiago por ofrecerme este regalo que es tu Camino.  


 

Arco de Caparra - Baños de Montemayor

Arco de Caparra - Baños de Montemayor

 

Día 6 Arco de Cáparra – Baños de Montemayor

 

Me desperté con las  primeras luces que empezaban a ocultar las estrellas. Los pájaros alborotaban buscando insectos. Sus vuelos rasantes me fascinaban tumbado sobre la esterilla, bajo este arco romano milenario. Me sentía lleno de tranquilidad y espiritualidad, con las pocas cosas que tenía a mi alcance. ¡Qué feliz me sentía!

No quería que terminara de amanecer para disfrutar más del espectáculo.

Cuando desapareció la última estrella salí del saco y recogí la mochila, eran las ocho de la mañana y el cielo estaba despejado y el sol reflejaba su luz sobre los árboles cercanos.

Con pocas ganas comencé a caminar por el sendero mirando a cada rato hacia el arco que se ocultaba, jugando al escondite, entre los árboles. Caminaba despacio abstraído en mis pensamientos. Sabía que en las próximas cuatro horas no encontraría pueblos donde parar, pero esto no me agobiaba. Era agradable caminar con el frescor de la mañana.

Pasé por alguna finca con ganado, pacía tranquilamente y no se alteraron sus costumbres mañaneras por mi presencia. Ni tan siquiera me miraban, estaban más pendientes de su tierna hierba. Delante mía tenía las estribaciones de las montañas y el terreno era ondulante.

Pensaba en el recorrido que me quedaba hasta Oviedo y en lo andado desde Mérida, pero prefería rememorar lo pasado. Había sido precioso y todos los días el entorno había fortalecido las ganas de continuar.

Se me pasó sin sentir la primera hora hasta que llegué a una carreterita secundaria y con muy poco tráfico. Este día ya no dejaría el asfalto. Empecé a sentir que necesitaba un café, pero no había sitio donde parar. El paisaje cambió, y de ser ganadero pasó a ser principalmente agrícola, huertas y campos de cereal me rodeaban, mientras que las montañas seguían acercándose.

Después de otro rato caminando, aparecieron las obras de la autovía de la N-630. Grandes montículos de tierra se interponían en el camino, las flechas se empeñaban en dirigirme hacia el obstáculo. No había otra opción que ascender por uno de los muros de tierra y piedra removida. Con un paso adelante, medio hacia atrás y las manos apoyándose en el suelo conseguí superar el muro. Fue un esfuerzo ridículo y agobiante. Las botas se llenaron de tierra.

Grandes camiones y asentadoras de tierra trabajaban para construir la base de la autovía. A lo lejos vi a unos obreros y a ellos me dirigí.

-   Buenos días. Me podrían decir por donde debo ir para Aldeanueva.

-   Tienes que bajar por allí y luego pasar por un pequeño puente, pero ten cuidado que pasan camiones y hay un montón de barro y agua. Si quieres te podemos llevar en el camión.

-   Gracias, pero mi camino es andando y no tengo intención de cambiar de momento. ¿No hay otro sitio más fácil?.

-   No, si es fácil. Lo peor es que quedan más de seis kilómetros. – Él sólo pasaba con vehículo y no andando.

-   Gracias, lo intentaré.

Continué hacia allí, pero después de bajar por la arena removida, vi el puentecillo. Era un barrizal de más de medio metro. Me daba pereza descalzarme y embarrarme las piernas, así que decidí ir campo a través. Al principio fue más o menos fácil, pero al final me tocó pasar por un campo de zarzas que terminaban en la carretera. Los arañazos de piernas y brazos fueron abundantes. En algún momento tuve que parar a desliarme de la maraña de hierbajos y pinchos que me sujetaban con fiereza.

Juré un poco en arameo y maldije las obras de la civilización, sobretodo por pensar sólo en vehículos. No pueden llegar a pensar que existen personas que caminan y tienen derecho de paso.

Estoy convencido que habría algún otro lugar que posibilitara el paso, pero no lo vi, y por ello me enfadé por mi poca capacidad de encontrar la ruta más sencilla.

 

Siempre que hay dos alternativas, mi naturaleza elige la incorrecta, la que tiene más complicaciones. Soy así y alguna vez me acostumbraré.

Al llegar a la carretera, N-630, tuve que parar en el arcén. Me picaban horrores los pies y las piernas, y algún arañazo requería betadine.

Cientos de zarcillos pequeños se agarraban con fuerza a los calcetines y camiseta. Además tenía los pies empapados, así no podía caminar. Me quité las botas y dejé secar al sol los pinreles mientras que se me pasaba el enojo hacia los tiempos modernos.

Sentado bajo un árbol, dejé pasar el tiempo observando el cielo y las pequeñas nubes que parecían paradas sobre los montes de Gredos. Hoy sabía que los kilómetros eran pocos y no tenía prisa. Aproveché para comer mi última naranja, empezaba a tener hambre, mi desayuno había sido escaso.

Media hora después, cargue la mochila y con los pies algo descansados, aunque las piernas estuvieran llenas de barro, reemprendí el paseo por el arcén.

Llegué a un cruce y me volvía a equivocar, entré en la autovía de circunvalación. Me di cuenta por que me vi encerrado entre vallas que me impedían salirme del asfalto. No llevaba más de diez minutos, cuando vi un restaurante en una carreterita a la izquierda. Tenía que saltar la valla y atravesar un campo de zarzas. Sin pensármelo dos veces salté el vallado como pude y apunto de romperme la crisma. Luego las zarzas me acariciaron por segunda vez en menos de una hora. Pese a todo conseguí mi objetivo y llegue al apetecible desayuno. Luego supe que me había librado de hacer cinco kilómetros de propina.

El local estaba abierto y pude tomar una ración de queso y chorizo con  pan de pueblo, que reconfortó mi apetito. También tomé un café que me espabiló. Una vez con la barriga llena, me di cuenta que había vuelto a la civilización después de cuarenta kilómetros, y veinticuatro horas de campo y naturaleza.

El bar estaba en penumbra y el dueño se movía organizándolo todo pero con pocas ganas de hablar con un mochilero. En cambio a mi me apetecía comentar la maravilla que tienen estas tierras con las ruinas de Caparra.

Recordé las palabras de mis compañeros vascos que venían a pocos kilómetros. Este camino no es para hacerlo solo. Bastantes soledades tienen estas tierras como para no tener el apoyo de un compañero.

 

Después de un rato de descanso volví a la tarea más relajado, caminé por el arcén de una carretera tranquila sembrada de árboles que prestan la ayuda de su sombra. Iba despacio y con el espíritu tranquilo, viendo las bellas estribaciones de Gredos e intentando adivinar por donde pasaría las montañas. El paisaje había cambiado, las dehesas eran recuerdo, ahora eran huertos de árboles frutales y terrenos cultivados los que me rodeaban.

Los cuatro o cinco kilómetros hasta Aldeanueva se hicieron fácilmente. Entré en este pueblo un poco desubicado, después de haber estado en la soledad. Esta población me pareció grande y extendida. Volvía ver a niños jugando en las calles, a señoras con sus bolsas de la compra y abuelos sentados en bancos observando pasar la vida.

Me sentía extraño y a la vez cómodo por ser saludado. ¡Había gente que me hablaba!

Llegué hasta la plaza y entré en un bar a tomar una cerveza. Pensé en la posibilidad de quedarme, tenía ganas de tomar una ducha reparadora, olía a tigre mi cuerpo, no había sentido el agua desde Galisteo, que estaba a más de sesenta kilómetros. Resistí la tentación pensando que mañana  llegaría a Fuenterroble y podría conocer al padre Blas.

El bar estaba lleno de humo y conversaban todos los clientes con la camarera con la familiaridad de conocerse desde hacía mucho tiempo. El único que no tenía comunicación era yo, que desde un rincón observaba a los demás.

-   Dame un botijo muchacha, que vengo seco.- dijo un mozo lleno de polvo de la obra.

-   Un momento, que primero va este señor.- Se refería a mi.- Que hay que mantener el orden.

Se me hizo extraño que me llamaran con tanto respeto y preferencia.

-   Deme una cerveza con limón.

Me  la sirvió con un platillo de aceitunas y siguió atendiendo al resto, mientras que las conversaciones hablaban de la vida del pueblo.

-   Visteis la película de anoche, me quedé dormido y no pude ver el final.- comentó uno de los clientes apurando un botellín.

-   No, cada vez me aburre más la tele, prefiero irme directamente a dormir a caer como un marmolillo en el sillón, que luego me duelen los huesos cuando me despierto de madrugada.

-   Pues a mi no me gustó y cambié para ver el fútbol. – Respondió un tercero con un gorro de paja.

 Se notaba un relajo que en las ciudades es inimaginable, todos se conocían, eran como una familia. Supongo que este tipo de relación tendrá sus problemas, pero a mi me parece más natural que el comportamiento urbano, donde nadie conoce a nadie y en múltiples ocasiones hasta molesta encontrarse a alguien conocido.

-   ¿Cómo está tu padre? Hace unos días que no le veo a la hora de la partida.

-   Lleva unos días con fiebre, el médico ha dicho que es un virus pero sólo le ha mandado reposo y que beba mucho líquido.

-   Eso es ahora la moda de los médicos, si pueden no mandan ni una aspirina. Yo le vi hace seis o siete días y ya no tenía buena cara.

Se comentaban las incidencias de sus vidas. Me sentía cómo y entretenido ejerciendo de observador de la realidad (¿quizás sea un vouyeur, o quizás solo un cotilla?) de estas personas tan distantes de mi. Ellos seguirían estando allí durante muchos años hablando y conociéndose, mientras que para mi serían un recuerdo costumbrista de la España rural.

-   En las fiestas de este año el ayuntamiento va a poner unos fuegos artificiales, me lo ha dicho Lucas, el secretario.- Comentó el muchacho empolvado.

-   Supongo que nos tocará pagar a todos los comerciantes, como todos los años. Ellos se llevan las medallas y nosotros los paganos.- dijo la dueña del bar.

-   Pues a mi me parece demasiado ruido y demasiado gasto.- Opinó otra señora que daba cuenta de su café.

-   Lo que te molesta a ti Pura es que los vas a tener al lado del establo y de tu casa.

-   Eso también, nadie me ha pedido permiso para ocupar el terreno, menos mal que ya no hay ganado.

Terminé la cerveza y salí despacio de aquel local con sabor popular. Me sentía feliz y contento, durante un rato había respirado un ambiente humano y comprensivo.

 

Cuando terminaron las últimas casas y me dirigía hacia la circunvalación de la autovía, pensando en las conversaciones del bar, me encontré con un ciclista que se paró a mi lado.

-   Buen camino peregrino.- Me dijo con una sonrisa franca y sincera.

-   Buen camino. ¿Qué tal vas amigo?.

-   Yo bien, pero me he equivocado y me he metido por la autovía. Hoy vengo desde Carcaboso. ¿Y tu?.

-   Yo he dormido en el arco de Cáparra. ¿Habrás estado en el albergue de doña Elena? ¡Qué gran señora!

-   Si allí dormí y nos mimo un montón. Tu debes ser el que nos dijo la señora que le diste la información de los horarios. ¿De donde saliste?.

-   Yo desde Mérida y quiero llegar a Oviedo, pero no me planteo mucho eso, solo pienso en caminar, ver y disfrutar.

-   Yo salí desde Sevilla y quiero llegar a Santiago. Voy despacio y fotografío todo, luego me sirve de recuerdo.

 Tenía acento catalán y una sonrisa permanente de buena persona.

-   Este ya es mi cuarto camino, me encanta conocer lugares y gentes.

   Estuvimos charlando unos minutos.

-   Que faena lo de la autovía, he tenido que meterme en un zarzal y me he puesto hecho un cristo.

-   Yo me he metido por el puente y el agua cubría más de media rueda, y menos mal que las alforjas no calan, pero tengo barro en abundancia. Luego me he equivocado y me he metido en la autovía y he debido hacer seis o siete kilómetros de más.

Tan mala había sido su ruta como la mía,  sería bueno un poquito de consideración cuando se realizan este tipo de obras. Me hizo una fotografía antes de despedirnos. Una agradable persona y uno de los pocos peregrinos que vi. En la vía de la Plata da gusto encontrar a otras que están sufriendo los mismos problemas y alegrías. Hay un hermanamiento en el sufrimiento.

Continué por la N-630, después de pasar un par de rotondas que llevaban a la autovía. El calor era considerable. Sabía que me quedaban ocho o nueve kilómetros y todos serían por asfalto. Me intenté abstraer con el paisaje verde y montañoso que me rodeaba.

Cuando hay tramos poco agradables no es conveniente mortificarse, no acorta el recorrido, es preferible pensar en cosas agradables y entretener la mente con cualquier cosa. Me ha pasado que el mismo recorrido con una u otra actitud han acortado o alargado el tiempo.

Pasé por el desvío de Hervás. Hermoso pueblo con sus calles estrechas y blancas, claro ejemplo de judería. Lo conocía de otra ocasión que fui en coche, pero esta vez hacía mucho calor y anhelaba un poco de descanso.

A estas horas, menos mal, la carretera no llevaba mucho tráfico. Se notaba la entrada a una zona entre montañas, el aire se calentaba y se llegaba hasta  a respirar mal.

Un poco más tarde llegué a un camping que tenía un restaurante que daba a la carretera. No lo pensé dos veces. Eran las dos y media de la tarde y necesitaba refrescarme. ¡Vaya paso de tortuga!, en tres horas paré cuatro veces.

El restaurante tiene un comedor amplio y medio vacío, con un menú del día surtido y abundante. Tomé una paella y una ensalada, completándolo con un café con hielo y un pacharán reconstituyente.

Estuve cerca de una hora y solo una mesa se lleno con una familia de cuatro en el otro extremo de la sala.

Por primera vez, vi las noticias de la televisión desde mi salida. Las mismas noticias de violencia, agresiones, discusiones políticas, poco había cambiado en el mundo. Anunciaron tiempo revuelto para los próximos días, fue la información que más me interesó.

Terminada la copa y con bastante pereza, cargue la mochila y volví a mi tarea caminera. El arcén caluroso que se notaba que ascendía hacia el paso de las montañas. En algunos tramos se veía la autovía en la lejanía que ascendía suavemente hacia el puerto. Los camiones eran como hormigas que lentamente le remontaban.

A poco de llegar, un caminito por la derecha me acercó hasta la calzada romana restaurada. Hermoso recuerdo de tiempos pasados. Paré un rato junto a la ermita antes de coger la calle principal que lleva a los balnearios, hoteles y hostales con solera, que anunciaban que hubieron mejores tiempos. Pregunté por el albergue, y me encaminaron por sus calles estrechas y empinadas. Pasé por la oficina de turismo, y aproveche para sellar y que me dieran información del lugar.

-   El albergue está cerrado hasta el próximo lunes. Tienen que reparar la conducción del agua. Pero hay unos cuantos hostales económicos en la calle principal.

Amablemente me contó la historia de los dos señores feudales que se pelearon por conseguir la propiedad del pueblo. También me contó que las aguas termales ya eran utilizadas por los romanos (sabían lo que se hacían).

Muy agradable el señor que me atendió y que me aconsejó hasta donde cenar esa noche. La mayoría de los peregrinos se alojan en Aldeanueva, después de cuarenta kilómetros.

Volví a la calle principal, que parecía el lugar de paseo de las personas que iban a tomar la aguas.

Encontré una fonda cómoda y coqueta al final de la calle. La ducha en aquel baño compartido me repuso del calor del día. Hoy dormiría entre sábanas pero seguro que no tendría el mismo espectáculo de estrellas que tuve en Cáparra.

Dormí la siesta hasta las ocho de la tarde en que salí a dar una vuelta por el pueblo. Iba despacio observando los edificios y a las personas que paseaban, la mayoría de vacaciones.

Entré en un bar a tomar una cerveza. Las miradas las tenían puesta en un televisor panorámico que estaba emitiendo una corrida de toros.

Todos discutían sobre las dotes de los toreros y los toros.

-   Le han picado demasiado y se ha rajado el toro. Comentó un abuelo de boina y bastón.

-   ¡Qué manía tienen con no hacer bien la suerte de baras!.- Protestó un hombre con una barriga considerable.

-   Los picadores deberían ser más cuidadosos con la puya. Descordan al animal y lo dejan para el arrastre.- Dijo el camarero mientras que me ponía la bebida.

-   No son los picadores, son los toros que no tienen las fuerzas de antes, que aguantaban tres puyas y no pasaba nada. Ahora se caen con una y ligera.- comentó el abuelo.

-   Que se caigan es por que no mueven suficiente al ganado en el campo, y les dan de comer demasiado pienso.- Habló otro entendido con gafas de culo de vaso.

El torero entró a matar y no tuvo demasiada suerte.

-   ¡Que manazas eres! Más que matar le ha degollado. A esto no hay derecho.- Sentenció el camarero con grandes aspamientos de manos.

-   Hombre, no ves que el toro es manso y así es muy difícil matar. Siempre os meteis con el torero, pero el toro tiene mucho que ver.

Todos entendían de toros, toreros y cuernos. Me recordó la polémica futbolera de Cáceres, aunque el espectáculo era diferente la afición era similar. Esperé a terminar la corrida, más que nada por seguir oyendo los comentarios de los entendidos, más punzantes y añorantes de viejos tiempos que positivos, pero en todo caso entretenidos.

 

Salí y fui a comprar algo para cenar, y de allí a la habitación. Piqué alguna cosa y a las diez de la noche ya estaba doblando la oreja.

El día era la despedida de Extremadura, no había sido hoy una etapa tan bella en su recorrido como las anteriores, pero estaba contento por haber cubierto la primera comunidad del camino.

A partir de mañana Castilla y León sería la que me acogiera. Recordé Cáparra, los encinares y alcornocales con tristeza y cariño. Tendré siempre un grato recuerdo de las siestas extremeñas y de sus campos floridos.